Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
centro conceptual de la célebre obra de Harper Lee, Matar un ruiseñor (To kill
a Mockingbird) se puede establecer en la idea expresada varias veces por Scout,
primero como recepción y luego como principio de que nadie conoce a otro hasta
que se introduce bajo su piel. Conocer es
comprender, pero no necesariamente justificar.
Lo que es realmente injustificable es el no querer conocer para no necesitar
comprender, postura que encierra todos los dogmatismos que hacen del otro
simplemente un estorbo o una figura decorativa en nuestras vidas.
Vivimos
en tiempos de otredad. Descubrimos que juzgamos en la misma medida en que somos
juzgados en una sociedad que se ha hecho global y provinciana, del
conocimiento y del chismorreo, simultáneamente. Es la idea que Marshall McLuhan
anticipó con la suma de los conceptos
"aldea" y "global": se regresa a la emocionalidad del contacto, de la proximidad mediática, y este se
extiende por la totalidad del espacio.
La aldea global es la extensión
contraria al cosmopolitismo y a lo que lleva es al "juez universal",
alguien que se enfrenta cada día a lo que le llega del mundo y que recibe como
centro unipersonal del universo informacional. Las mónadas de Leibniz siguen estando aisladas pero han
judicializado su visión del otro distante. Una sociedad así necesita de unos mecanismos de
comprensión mayores de los que ahora tenemos, necesita una revolución educativa
que adecúe las miradas comprensivas del mundo que nos rodea, convertido ahora
en panorámico.
Pero la
respuesta que tenemos no va en esa dirección, sino precisamente en la
contraria, en el crecimiento dogmático y en la reducción de lo otro a fórmulas
estereotipadas que eliminan los matices de la diversidad. Al igual que existen
tendencias a la apertura del conocimiento
del otro, también existen fuerzas que tratan de impedirlo.
¿Qué es
el conocimiento del otro? ¿Es posible? Si el viejo mandato "conócete a ti
mismo" resultaba complejo, por no decir imposible una vez convencidos de
que somos seres dinámicos, en marcha, es decir históricos, abiertos al cambio continuo, la posibilidad de conocer
al otro, ¿es real?
En gran
medida, la cuestión no es tanto si es
posible, sino si lo deseamos.
Desear acercarme al otro implica una apertura de mí mismo, una voluntad de
cambio en la medida en que es la experiencia —y por ello, la experiencia del
otro— lo que me cambia. Nada hay más dogmático
que la soledad. El dogmatismo transforma al ser humano en estático; le hace
apearse de sus propias posibilidades históricas, de lo que le queda por vivir.
En un interesante
artículo firmado por Luis Armando Aguilar sobre la obra de Hans-Georg Gadamer,
publicado en la revista Sinéctica nº 23
(agosto 2003-enero 2004)*, el autor recoge la distinción gadameriana entre
"educar" y "formar" (Bildung).
Como es característico de una parte de la filosofía alemana, el humanismo hace
que aprender y enseñar se consideren acciones básicas en la medida en que
suponen contacto y transformación en el encuentro con el otro. Señala Aguilar
citando a Gadamer:
Al hablar sobre los que enseñan y los que
aprenden, Gadamer reitera una afirmación de carácter antropológico peculiar:
La humanidad de nuestra existencia depende de
lo lejos que aprendamos a ver las fronteras de nuestro ser de los otros seres.
Esta convicción se basa también en el apasionado deseo, que me anima desde
siempre, de transmitir lo que en mí se ha convertido en conocimiento y
comprensión. Se aprende de aquellos que aprenden de uno.
Gadamer buscó con su filosofía “defender al
Otro en su derecho”.
El humanismo de Gadamer invita a aprender a
escuchar, en uno u otro camino, a luchar siempre contra el ensimismamiento y
eliminar el egoísmo y el afán de imposición de todo impulso intelectual. Gadamer
llegó a la convicción de que tenía que adoptar una actitud de humildad como
principio filosófico fundamental:
El hecho de que no son frases, ni la
afirmación incontestable, ni la réplica victoriosa lo que garantiza la verdad,
sino que se trata de otra especie de configuración que no es posible para el
individuo, me indicó mi trabajo de no tanto reconocer en los otros las propias
fronteras como rebasarlas unos pasos.
Lo que importaba era poder estar equivocado.
La imposibilidad de responder categóricamente
a la pregunta de quién es el otro permite suponer que para Gadamer no existe
una respuesta definitiva a la pregunta por el ser humano. Responder a esta
pregunta equivaldría a responder a la pregunta ¿quién soy yo y quién eres tú?,
título de uno de los últimos libros de Gadamer, dedicado a la poesía de Paul
Celan. “Esta pregunta no se contesta nunca, pero es, como pregunta, su propia
respuesta”. Gadamer entendió su obra como el intento de “dominar con el
pensamiento esta cuestión”.*
Ese pensamiento
gadameriano —pensamiento humilde— es
de una importancia capital en estos tiempos de ensalzamiento de la trivialidad,
del ego hueco y aparente, y de la reducción de las experiencias a conocimientos
que nos hacen dar respuestas programadas antes que encontrarnos en nuestro
propio desarrollo, es decir, en la apertura hacia los otros.
"¿Qué
es una democracia?", preguntan en la escuela. "Nosotros" (us), responden los niños. Cuando Scout
pregunta a Atticus si está bien odiar a Hitler, su padre responde claramente: “It
is not,” he said. “It’s not okay to hate anybody.” Odiar nos transforma
negativamente; no es el camino de la formación. Como Atticus Finch demostrará
sobradamente, hay otros caminos, no tan fáciles como el odio, pero sí mejores.
Para muchos no es fácil entender que Atticus Finch reciba en la cara un
escupitajo y se contenga, pero percibimos claramente el miedo en quien lo ha
hecho. Atticus Finch está en ese momento en
la piel del otro; es un negro más.
Atticus ha ganado su batalla sin odio y sin venganza.
La
respuesta dada por Atticus Finch a Scout sobre el odio es el reconocimiento de
la maldad de Hitler y de lo hecho en Alemania, pero es el reconocimiento de que
el odio me acaba destruyendo si se convierte en mi guía. Es fácil odiar el
racismo de la Alemania nazi y no reconocerlo en nuestras calles, en la condena
de una persona claramente inocente porque es negra y un hombre negro no puede
sentir lástima por una mujer blanca, como se le dice en el juicio al acusado.
Hoy vuelven el racismo y la xenofobia bajo muchas formas, bajo las del miedo y
el odio. Como ocurre en la obra, en nombre de una extraña democracia, se
pisotea el principio básico que es considerar a los demás como personas e
iguales.
La
educación recibida enseña a mantener esa ceguera ante lo propio. Es la rutina,
la costumbre que nos impide ver nuestros propios defectos considerándolos como justos o naturales. Desde la educación,
definida y normalizada por la sociedad en la que estemos, se puede aprender un
sistema de filias y fobias, de prejuicios y estereotipos. Desde la formación, en cambio, se aprende esa
humildad en el juicio que no significa en modo alguno renuncia a principios,
sino la capacidad, como bien dice Gadamer en la cita, de estar equivocado, ya sea en lo que pensamos o
en cómo percibimos a los demás, de ahí que el contacto, convertido en diálogo, sea la base de la formación de
la persona. Una educación sin formación es un peligro porque excluye la
humildad del conocer.
Con Matar un ruiseñor nos encontraríamos
ante una auténtica "novela de formación" en la que se pueden
diferenciar los dos elementos, los educativos (conocimientos recibidos) y los
formativos, que son los que transforman a Scout, la niña protagonista de la
obra de Harper Lee, cada día. Son las experiencias que obtiene por su relación
con el mundo que le rodea las que acaban modelando a Scout. En un mundo
segregado, racista, de cosificación del
otro, Scout vive una experiencia que marcará su vida.
Las democracias, como nos muestra la obra de Lee, no se construyen por decirlo o escribirlo. Necesitan de esa constante voluntad de apertura al otro no desde el dogmatismo sino desde la humildad. No hay peor ceguera que el dogma, que añade a sus vicios y defectos el de la soberbia y la presuntuosidad. Cada vez se extiende más el dogmatismo por el mundo; pueden variar sus dogmas, pero la actitud es la misma.
* Luis Armando Aguilar. "Conversar para
aprender. Gadamer y la educación" Sinéctica
nº 23 (agosto de 2003-enero de 2004), México. http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=99815908003
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