Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Afortunadamente
el texto tirando a rarito que El País publica sobre Kafka tiene claro
el titular: "Mucho hablar de Kafka, pero muy pocos lo leen". El
resto, en síntesis, viene a decir —algunos lectores confiesan no haber
entendido nada— que cada uno ha hecho sus lecturas de Kafka arrimando el ascua
a su sardina. Pero, ¿dónde está lo extraño?
Lo
propio de los textos es la apropiación, como nos ha enseñado la Estética de la
Recepción, derivada de la Hermenéutica. Leer es apropiarse, que es hacer propio
el texto. Por ello, el lector reconstruye una y otra vez en su lectura aquello
que el texto puede querer decir.
Luego existe el debate por la apropiación social del sentido, es decir, los que
luchan por hacerte ver el texto de una determinada manera, la canónica o la
rebelde, según toque. Del manual a la reseña, se acumulan las interpretaciones alrededor
de aquellos textos relevantes. Cada cierto tiempo, nos mostramos insatisfechos
y se introducen nuevas lecturas o interpretaciones. Lo importante es que el
texto hable a su tiempo, no diga algo. ¿Qué tiene de extraño, entonces, que
Sartre viera una cosa, Camus otra y usted otra más? Pues nada, desde luego. Dicen los testigos que Franz Kafka se explotaba de la risa cuando hacía la lectura de ciertos pasajes de El Proceso a sus amigos. Él también tenía su lectura.
Tampoco
tiene nada de particular —más bien al contrario— lo que manifiestan los
participantes en el foro: la sorpresa de la relectura. Pese a lo que dice el
titular de que muchos hablan y pocos leen a Kafka, algunos lo releen y dicen
haber descubierto cosas nuevas cada vez. Nada extraño o esotérico. Igual que no
se baña uno dos veces en el mismo río, no se lee dos veces el mismo libro. No
porque el libro cambie en sí, sino porque cambiamos nosotros o nos cambia el
río de la vida. Es el lector quien actualiza los textos, los saca del papel y
los pone en acción a través de la lectura. La evidencia de que cambiamos está
en la relectura.
La
apabullante modernidad quijotesca es haber dado espacio al lector como
personaje y al personaje como lector. Hay personajes que actúan y otros que
leen, forma especial de acción doble, interior y exterior. El texto actúa en
nuestro interior, como actúan en el interior del lenguaje, produciéndose —como
si fuera un eclipse— la alineación de los lectores, reales e imaginario, y la
vida, el Gran Texto.
La
metáfora del Libro de la Vida, del Gran Rollo —como decía Santiago el
Fatalista, la criatura literaria de Diderot— tiende a hacernos creer en que
todo está escrito. Sin embargo, nuestra experiencia es la contraria: todo está
por leer. Cuando releemos, incluso, nos encontramos con que no lo habíamos
leído todo. ¿Es inagotable la lectura? Sí, desde luego.
Por eso
la concepción del ser humano como lector
tiene un gran valor metafórico. Del libro fatalista al lector inconcluso; del
sentido oculto al sentido construido mediante la interpretación.
Como
sistema interpretativo que somos, usamos nuestros códigos culturales, que se
van enriqueciendo con nuestras experiencias personales convirtiéndonos a lo
largo de la vida en lectores especializados en ciertos campos en los que nos
centramos. Nos modificamos en cada lectura en un sentido real: varía la
cantidad de información disponible para la construcción de nuestro siguiente
proceso interpretativo. Es aprender de la experiencia, de la experiencia
lectora como de cualquier otra.
Como en
todo, existen lectores más perspicaces que otros. No solo lo son porque
dispongan de más información en un sentido cuantitativo, sino porque son más
finos en sus lecturas. Interpretar es una cualidad general que se va
configurando en cada nuevo proceso. La cantidad de competencias necesarias para
comprender un texto son tantas y tan complejas que hace que un texto sea siempre
un reto, un desafío para la conciencia de quien se enfrenta a él. Las palabras
son solo la superficie del texto. Las necesitamos para entrar en el espacio
imaginativo que se nos pide que representemos, que atendamos tanto a lo que las
palabras en su materialidad provocan en nosotros —un ritmo, un sonidos combinados....—
como a lo que puedan evocar en los personal y en lo cultural como ecos.
Las
máquinas que realizan procesos de lectura realizan sus trabajos en estrictos códigos
unívocos. Nosotros, por el contrario, estamos abiertos al error, al
malentendido, a todos los procesos que aquellos que están vivos ponen en marcha
ante lo que nos desafía.
Se
quejaban en el texto de cómo cada uno se ha ido apropiando de Kafka y haciéndolo
suyo como si existiera un "Kafka verdadero", único, que es el que el
crítico de turno posee. No muchos autores logran eso. En realidad aquellos que
provocan lecturas múltiples son por ello los más ricos, los inagotables. El
problema son aquellos que no solo no se leen sino que además han sido reducidos
a una lectura canónica contra la que nadie parece tener interés en luchar.
No sé
si existen autores indispensables. Solo sé que hay muchos autores buenos, tantos
que podríamos pasar la vida leyendo y disfrutando, enriqueciéndonos en el
diálogo con sus textos, haciéndolos nuestros.
De algunos de ellos se habla; de otros, ni eso.
No sé
si se habla de Kafka o de lo kafkiano, que son dos cosas distintas. Hace mucho
que no veo a la gente con La Metamorfosis,
El castillo, América, El proceso o la Carta
al padre. Los libros electrónicos no tienen portada visible y eso hace que
no sepamos qué lee cada uno a simple vista. Ayer estaba leyendo en el andén
mientras esperaba el tren de regreso y un señor, tocado con una gorra roja, me
dijo al pasar: "¡Ese es un buen libro!". Con los libros electrónicos
o las tablets no te dice nadie estas cosas.
Me hace
ilusión cuando veo a gente leyendo buenos libros. Igual que me deprime verlos
con obras muy malas, de puro consumo, que no valen el tiempo que se tarda en
leerles. De esas obras de moda se habla demasiado. Pero se olvidarán pronto.
Hay un
Franz Kafka, afortunadamente diverso, que crea lectores K también diversos. No tiene nada de raro. Como lectores nos parecemos a sus personaje, en búsqueda constante de sentido y sin acabar de encontrarlo.
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