Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Cuando
las normas se vuelve tan estrictas que dejan de tener racionalidad, la justicia
llega al absurdo. Y cuando la justicia llega al absurdo, deja de ser
"justicia". Cuando los propios jueces señalan que tienen que aplicar
lo que no harían si no fueran jueces, además de absurda se vuelve tiránica y
maquinal porque podría aplicarlo cualquier dispositivo sin necesidad de participación
humana. Hasta podría aplicarla un perro entrenado por Paulov a golpe de
silbato.
Nos
hartamos entonces de decir que la "ley es igual para todos" y otras
similares que lo único que hacen es adornar con una sandez el absurdo, porque
precisamente lo humano de las leyes es saber distinguir una cosa de otra. Lo
humano es precisamente comprender la diferencia entre dos casos y no hacerlo es
deshumanizarla.
Si hay
una norma que han convertido en maldición legal es la de la exhibición de
mensajes las prendas deportivas o debajo de ellas, convertidas en palimpsestos
reivindicativos. El argumento es que habría que entrar a valorar el sentido de
los mensajes y el espacio deportivo no se considera un lugar de mensajes aunque todo él lo sea,
convertido en el mayor espectáculo del mundo. Sería más apropiado decir que es
el lugar donde los mensajes están ya vendidos todos. Lo que se sanciona no es
el mensaje que hay debajo de la camiseta, sino la ocultación parcial y temporal
del mensaje prioritario, el del patrocinador que ha pagado para que esos
jugadores sean la imagen de su producto o servicio. No hay problema en
patrocinar, por ejemplo, aerolíneas de lugares en los que encarcelan a uno por
discrepar un poquito, te lapidan o te cortan partes del cuerpo. Pero no que se
te ocurra hacer desaparecer esos mensajes tras marcar un gol porque caerá sobre
ti la inhumanidad de la norma que sanciona tu ocultación disfrazándola de
exhibición de mensaje no patrocinados.
Eso es
lo que nos cuenta el diario El País:
Hubo varios “pequeñines” enfermos que lo
vieron desde la grada. Pasa el sábado. Jona marca para el Jaén. No se pone a
vociferar insultos. No le levanta el dedo a la afición contraria ni le pregunta
por la familia al portero rival. Su gesto es de los que reconcilian a
cualquiera con el mundo: se levanta la camiseta para dejar que aparezca otra en
la que se lee Ánimo pequeñines sobre el hashtag tuitero Día Mundial contra el
Cáncer Infantil. Entre el público hay espectadores que sienten eso muy dentro,
porque andan pachuchos, a la espera del transplante de médula. Chavales que
seguramente abren los ojos cuando se enteran de la noticia. El Comité de
Competición sanciona al futbolista con 2.000 euros. Ha infringido la norma que
prohíbe cualquier tipo de mensaje en las camisetas desde 2002, por aquello de
impedir el proselitismo religioso, la propaganda política o el enaltecimiento
de terroristas. Jona es castigado como Messi cuando le felicitó el cumpleaños a
su madre, en 2011. La norma es rígida. No entiende de excepciones. Da igual que
el futbolista ensalce a un asesino, que recuerde a un amigo muerto o que le
haga un guiño a la novia. Esta ley no se adapta. O estás dentro o estás fuera.
Sin multa o con multa. Hasta ahora.*
Nos
dicen en el artículo que los propios jueces se siente poco menos que
avergonzados. Saben que forman parte de una pantomima, que un juez que se
limita a aplicar mecánicamente una norma no es un "juez", que juzgar es otra cosa. Es todo tan
ridículo y vergonzoso que hasta, por salvar la cara o la conciencia, hablan de
establecer algún tipo de dispensa —"puerta" dicen— para este tipo de
"casos".
El País tiene el atino informativo de ofrecernos un
ladillo con las tres variantes existentes sobre esa normativa:
- Código de la Federación española.“El futbolista que, con ocasión de haber conseguido un gol (...), alce su camiseta y exhiba cualquiera clase de publicidad, lema, leyenda, siglas, anagramas o dibujos, sean los que fueren sus contenidos o la finalidad de la acción, será sancionado, como autor de una falta grave, con multa en cuantía de 2.000 a 3.000 euros y amonestación.
- Reglamento FIFA.“(...) El equipamiento básico reglamentario no podrá contener frases de motivos religiosos, políticos o personales”.
- Carta Olímpica. “No está permitida ninguna clase de propaganda política, religiosa o racial en el recinto olímpico, los estadios y otras áreas”.
¡Qué
precisión la española! ¡Qué pieza detallada y precisa que reduce la libertad
del juez a la oscilación entre 2.000 y 3.000 euros de la sanción! ¡Qué magnífico
canto a la libertad humana!
La
norma española —en el artículo algunos dicen que es "imprecisa y
general" para disculparse— contiene algo que las otras dos no tienen: la
precisión del momento del gol. Esto es indicativo de que no son las causas lo
que les preocupan sino el protagonismo comunicativo que el patrocinador pierde
en el momento de la celebración, aquel en el que dejan de ser veintidós
jugadores y solo existe uno, el goleador. Lo que la norma sanciona realmente es
que ese momento, que será repetido por cientos de televisiones de todo el mundo
o solo por la local, según la categoría del partido, se vea canalizado hacia
causas diferentes de la más noble del inversor. Los futbolistas, como otros
deportistas, no son más que vallas publicitarias andantes. En algún momento
imprevisto, uno de ellos destaca por su gol. Y las miradas se concentrarán en
ellos, las cámaras se dispararán y todo verán en su frente el glorioso logotipo
del patrocinador o el nombre de la marca. No, la norma española es la más
clarita, la que mejor deja claro de qué se trata en esta cuestión. Y no la
cambiarán porque los anunciantes —ahora que está de moda por las renovables—
exigirán "seguridad jurídica" y "estabilidad". No estarán
dispuestos a que alguien decida que el cáncer infantil es una causa más noble
que su marca, que ellos pagan el deporte y mandan.
Esta
misma mañana escucho en Euronews que el Comité Olímpico no ha permitido que los
olimpistas ucranianos luzcan brazaletes negros, en señal de duelo, por sus
compatriotas muertos. Prefieren el minuto de silencio. Todo por salvar la
pulcritud de las prendas, su aséptica neutralidad —¿por qué no indiferencia?— ante lo que el
participante pueda sentir sea una guerra, un terremoto, una explosión nuclear,
o muertes en la plaza de tu ciudad.
La
retórica del deporte está en manos de cobardes gestores para los que la llamada
al silencio es el único recurso aceptable. Puedes entender que se trate de
evitar incidentes o enfrentamientos, provocaciones, pero es incomprensible que
se sancione a alguien por mostrar su aliento a unos niños enfermos de cáncer en
el Día Mundial del Cáncer infantil. La conversión del deporte en puro negocio
en manos de negociantes tiene estas consecuencias. No hay excusa.
El País cierra la noticia —llena de jeremiadas de
los responsables que buscan librarse de la vergüenza del caso— con muestras de
indignación:
Carmen Flores, presidenta de la Asociación
Defensor del Paciente, envió ayer al ministro de Educación, Cultura y Deporte,
José Ignacio Wert, una carta que reclamaba “la destitución inmediata” del
Comité de Competición que impuso una multa “impresentable”, “vergonzosa” y
“falta de humanidad y de respeto a los niños que padecen cáncer”. “El único
delito es dar ánimo a estos pacientes que luchan por su vida”.
Vino a pedir lo siguiente: que el sentido
común esté por encima de la norma, y no al contrario.
El
deporte, que siempre se presenta como espejo de virtudes, lo es también de las
miserias que nos aquejan. No sé si los miembros del Comité sancionador tenían
libertad para hacer ver que no son meros comparsas de una norma blindada, pero
quizá hubieran podido recomendar en su acta que el importe de la sanción fuera
a alguna fundación de ayuda a los enfermos del cáncer infantil, incluso haberse
presentado en la rueda de prensa informativa con camisetas de apoyo a los niños.
Serían formas de reconocer que también son víctimas del absurdo pero que al
menos no les han arrancado otras virtudes humanas.
*
"La norma por encima del sentido común" El País 20/02/2014
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/02/20/actualidad/1392928254_389872.html
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