Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En la
obra que Richard Dawkins escribió tras ser elegido para la recién cátedra
vitalicia "Charles Simony para la Divulgación científica", cuyo
título fue Destejiendo el arco iris, en
referencia a los versos de John Keats sobre el ataque que la ciencia había realizado
sobre la poesía al quitar el misterio
del mundo, contó lo siguiente:
Una de las experiencias formativas de mis
años de estudiante universitario en Oxford tuvo lugar cuando un conferenciante
norteamericano invitado presentó pruebas que refutaban de manera concluyente la
teoría favorita de una muy venerable y muy respetada autoridad de nuestro
departamento de zoología, la teoría que todos habíamos aprendido. Al final de
la conferencia, el anciano se levantó, se dirigió a la parte frontal de la
sala, estrechó calurosamente la mano del norteamericano y declaró, con tono
sonoramente emotivo: «Mi querido amigo, quiero darle
las gracias. He estado equivocado durante los últimos quince años». Aplaudimos
a rabiar. ¿Acaso existe una profesión tan generosa con quienes admiten sus
errores? (47)*
En efecto, la generosidad reconociendo su error y
agradeciendo al conferenciante que le hubiera sacado de él es una muestra del
tipo de relación que el científico que mantiene con su actividad, con los
resultados y, especialmente, con el mundo que le rodea y estudia. La obra de
Dawkins trata, entre otras cosas, de reivindicar la figura de la científicos y
de la Ciencia misma en una sociedad que no acaba de entender muy bien ambas
cosas aunque se beneficie de ella ampliamente.
Lo que no tengo muy claro es que es admiración
intelectual que Dawkins manifiesta por la honestidad y generosidad de la
Ciencia, tal como se ejemplifican en la anécdota referida, sea el camino para
ganarse el aprecio general. Para eso tendrían que valorarse esas virtudes
—reconocerse como tales— y creo que la excepcionalidad de esa actitud es
precisamente lo que las hace resaltar.
Evidentemente lo que nos ha contado —por eso lo ha
hecho— tiene un carácter ejemplar. Otra cosa es que sea lo que uno se encuentra
en la vida cotidiana. Lo primero que hay que separar es la "Ciencia"
de los "científicos". Aunque hay un verso de Yeats diciendo que
"no se puede separara al bailarín de la danza", creo que en lo
relacionado con la "ciencia", la diversidad de lo que nos encontramos
sí hace aconsejable hacerlo.
No todos los científicos tienen el valor de ir al
feudo de una "autoridad" a dar desmontar una teoría que allí se
enseña; no todos los científicos hubieran ido a felicitar al conferenciante y
no todos los alumnos hubieran permanecido en sus asientos sin abandonar la sala
o manifestar su ira ante el "provocador".
Tampoco todas las ciencias son capaces de cerrar las
bocas de sus adversarios con argumentos incontestables. Hay ciencias que
trabajan con altos grados de discrepancia en función de los campos y objetos de
estudio en los que se centren. Si en las Ciencias nada es concluyente, todo
debe quedar abierto para la revisión y mejora o refutación si es necesario, en
algunas no se trata de cerrar nada sino de dejar abiertas puertas suficientes
como para que se entablen diálogos, que en ocasiones no merecen ese estatus
sino que se convierten en guerras en toda regla.
La peculiar evolución de nuestras universidades ha
hecho que los campos que pasan a ser considerados científicos sean muy variados
en objetos y métodos. Eso ha hecho que los campus de jerarquicen y por otro se
vuelvan populistas. Cada campo reivindica su capacidad y resalta la dependencia
que otros tienen de sus investigaciones, por lo que se sitúa por encima de los
demás. Pero todas las otras variables que inciden en la vida de los científicos
y su organización pueden apuntar a otras posibles valoraciones. Son cosas
distinta, evidentemente, pero todas se encuentran en las mismas cabezas.
En cualquier caso, el ejemplo dado por Dawkins se
puede reconducir hacia cualquier campo, pues nos muestra valores positivos para
cualquiera que los quiera aceptar. La ciencia no solo son los métodos y resultados; son
también los valores que se aprenden por el camino y las actitudes que se mantienen.
La anécdota de Dawkins nos muestra, por lo pronto,
la cortesía como valor en la escucha del otro. Aquí no se levantó nadie cuando
vieron que se derrumbaba la teoría de su querido y admirado maestro; no se nos
dice que le abuchearan, algo a lo que nos tienen acostumbrados en otros campos.
La caballerosidad de reconocer la superioridad de los argumentos del otro es un
valor también estimable.
Pero el que me parece más científico en el sentido
que humano estamos hablando es el de la "alegría". Los que hemos
señalado —cortesía y caballerosidad generosa— pueden ser fruto de la mera buena
educación, no así la "alegría".
Para mí lo profundo de la anécdota es que el viejo
científico se alegró por salir de su error. Es la demostración de que el
compromiso del científico no es con su ego y su traducción a teoría, sino con
el mundo mismo. El verdadero espíritu científico es el de la comprensión, la
alegría de desentrañar uno de los misterios con los que el mundo nos sorprende.
La nueva teoría, efectivamente, le alegró profundamente porque le sacó del
error en el que había vivido durante quince años, según su propio testimonio.
Los hay —dentro de la ciencia, pero en muchos otros
campos, por no decir en todos— vanidosos, egocéntricos, autoritarios, etc., que
preferirían vivir en el error con tal de creer que es suyo. Aunque las teorías
lleven muchas veces los nombres de los científicos que las formularon, no son
títulos nobiliarios.
La ciencia tiene sus fraudes y sus defraudadores,
sus ladrones y carteristas. Pero forma parte de su propia dinámica profunda esa
alegría. Muchos no la tienen y sus gozos los logran de formas menos generosas y
honestas, satisfaciendo el ego con medallas, diplomas y demás vanidades. Pero
la verdadera esencia de la Ciencia es algo tan humano como la alegría por salir
del error, especialmente si es tuyo. No se alegra uno por equivocarse, sino porque existe la posibilidad de salir del error. O, al menos, de mejorar en nuestro conocimiento del mundo y de nosotros mismos, de nuestros límites.
La alegría de la verdad, aunque sea provisional, es manjar cada vez más difícil de apreciar en este mundo de apariencias vanidosas y de glorias de un día.
* Richard Dawkins (2012) Destejiendo el arco iris [1998]. Col. Fábula nº 346. Tusquets,
Barcelona.
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