Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Las
declaraciones de director del Informe Pisa, Andreas Schleicher, han puesto el
dedo en la herida educativa española. Independientemente de los resultados que
España obtiene, la pregunta sobre los orígenes de los problemas se soslaya
siempre. Suele ser bastante desesperante asistir a debates en el seno de la
comunidad educativa porque se pierden en los detalles, en lo accesorio, sin
cuestionar el sistema. Es como si dos pollos en la cazuela discutieran sobre
cuál es la temperatura ideal para la cocción. Por mucho que discutan, no salen
de la cazuela. Y eso nos ocurre, que seguimos dentro. Quizá lo que nos haga
falta es plantearnos cómo salir de allí y menos los detalles del guiso.
Andreas
Schleicher ha puesto el énfasis en algo que a muchos les sonará casi a extraterrestre, pero que creo que tiene
su sentido. El diario El Mundo recoge
la nota de EFE:
El director del informe Pisa, Andreas
Schleicher, considera que el profesorado español necesita más autonomía en la
docencia y trabajar más en colaboración con los compañeros como uno de los
factores que ayuden a que el rendimiento académico del sistema educativo
español deje de estar estancado.
"Los profesores no son dueños de su
profesión", al contrario de lo que pasa en países de la OCDE que sí han
sido capaces de mejorar en la Evaluación Internacional de Estudiantes de la
OCDE (Pisa), según indica en una entrevista concedida a Efe.
Schleicher, que interviene hoy en la
inauguración de la Semana de la Educación de Santillana, explica que el modelo
educativo español es "muy prescriptivo", pues el Ministerio de
Educación es quien principalmente establece los contenidos, pero al profesorado
"no se le permite progresar dentro de su profesión, ni contribuir al
desarrollo del currículum o ayudar a sus compañeros".*
La
conversión de la profesión educativa en una gris burocracia que presume de
méritos es de una obviedad pasmosa, solo invisible para el que no hace otra
cosa que pensar en la zanahoria que le han colocado delante. Es duro —y hasta
cierto punto vergonzoso— que le tengan que decir a un gremio que "no son
dueños de su profesión", que lo único que se pasan el día negociando son
los términos de su propia esclavitud.
El
problema se traslada siempre al alumnado, cuando el alumnado es quien padece la
pérdida de libertad de su profesorado. Se cree que las "mejoras" —que
no llegan— vendrán de medidas de autoridad, de mayores controles, etc., cuando
a lo mejor vendrían de un cambio en las actitudes de la propia comunidad
educativa respecto a lo que supone su profesión y de la manera de organizarla
dando mayor autonomía al profesorado y no haciendo lo contrario.
Las
palabras de Schleicher, en su concisión, muestran el carácter orwelliano que
está alcanzando la educación en España, uniformando un mundo diverso para poder
controlarlo. El fracaso escolar, lo hemos dicho muchas veces, no es el de los
alumnos, sino el de unos equipos ministeriales que hace décadas —con gobiernos
distintos— ha sembrado un modelo de control que restringe lo que debería
fomentar, la libertad del profesorado para establecer un desarrollo propio y
apropiado a las circunstancias con las que se las tiene que ver a pie de aula.
Sin embargo, como señala Schleicher, es el Ministerio quien penetra hasta los
mismísimos bancos del aula diciendo cómo se debe actuar.
Hace unos meses, Scheleicher señalaba en una entrevista en ABC:
Hoy se requieren profesores capaces de
implicar a los estudiantes desde distintos campos y ayudarles a desarrollar
formas complejas de pensamiento y trabajo que los ordenadores no pueden imitar.
Pero esto no puede suceder si los colegios se organizan como cadenas de montaje
donde los profesores trabajan como piezas intercambiables.**
Desde
el punto de vista de la sociología de las instituciones, esto no es más que una
forma de refuerzo del aparato a través de la imposición de normas y del control
de su seguimiento. En los últimos años, la educación se ha convertido en una
burocracia infame en la que una parte importante del tiempo se dedica a
cumplimentar los cientos de formularios y a seguir protocolos inútiles, ya que no
inciden en la enseñanza directamente, sino que no son más que formas de control
cuya finalidad real no es la mejora sino el sentir el aliento institucional
sobre tu cogote.
Los
sistemas que se han desarrollado son muchas veces ridículos, redundantes, y
desmoralizadores porque van erosionando las motivaciones. Solo existe lo que aparece en los formularios; solo se hace
lo admisible en esos formularios. Cualquier tipo de iniciativa que quede al
margen es desestimada porque las cosas se hacen para que aparezcan en
documentos y no por su valor real. No se piensa en los actos, sino en su
aparición en las memorias anuales que son remitidas al Gran Hermano ministerial
o autonómico. La burocracia ha crecido y justifica su existencia demandándonos ofrendas
de papel.
La
profesión educativa necesita de mucha imaginación y creatividad, además de
conocimientos. Necesita de autonomía pues en última instancia se construye en
la relación diaria entre un profesor y un grupo de alumnos que son distintos,
como grupo y como personas dentro de un grupo. No son "piezas intercambiables", como señalaba en la entrevista Schleicher. La burocracia educativa, por el
contrario, tiende a uniformarlo todo y a restringir las posibilidades de
maniobra.
La burocracia crea, además, burócratas por un procedimiento
selectivo. Los que se promocionan en este sistema son los menos críticos con el
sistema. Es penoso ver cómo llegan algunas personas hasta dónde llegan y ver cómo
las posibilidades de cambio se diluyen con cada nuevo burócrata hiperactivo que
se sitúa en los puestos de decisión. Decir que todo esto no sirve para nada sería incierto: sirve para reforzar una forma de
poder y colocar a un tipo de personas.
Como
docente debo decir que las actividades con las que me siento más gratificado
son aquellas en las que mantengo el mayor grado de libertad en su diseño,
mientras que las que me vienen cada vez más cerradas, se me hace asfixiantes,
como igual les ocurre a mis alumnos. La enseñanza universitaria posee algunas
ventajas en este sentido, pero son cada vez menores puesto que una parte cada
vez más importante ha comprendido que para prosperar en la profesión no hay
otra vía que plegarse a los requisitos que la burocracia exige y evalúa según
unos criterios muchas veces absurdos, pero que ha dejado de criticar y del que
solo busca el provecho. Es triste, sí, pero es que se está haciendo de una de
las profesiones más vocacionales y extraordinarias, una de las más rutinarias y
grises. Y debería ser lo contrario: una profesión creativa, crítica y animosa,
que es lo que se debería transmitir al propio alumnado.
La
recuperación del "control de su profesión" es un requisito esencial
para la propia recuperación del sentido de la educación, de la motivación
profesional, y la mejora de unos resultados muy pobres.
Y hay
que decir públicamente lo que se repite en miles de despachos, en miles de
conversaciones cada día o que si ya no se hace es por evitar la monotonía: esto
no funciona ni puede funcionar así nunca. El señor Schleicher tiene razón y hay
que darle las gracias por decirlo.
*
"El director del informe Pisa reclama a España más autonomía para los
profesores" El Mundo 3/02/2014 http://www.elmundo.es/espana/2014/02/03/52efb38b22601db3338b457a.html?a=44801cbf83025c86f501f34ed0c7cfc5&t=1391455938
**
"Andreas Schleicher, director de PISA: 'España tiene más profesores, pero
no más calidad'" ABC 10/09/2013
http://www.abc.es/sociedad/20130910/abci-director-pisa-profesores-201309092306.html
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