lunes, 3 de febrero de 2014

Prejuicios e intuiciones

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
The New York Times de ayer traía un interesante artículo de Michael Suk-Young Chwe, un politólogo de UCLA, con el título "Scientific Pride and Prejudice", haciendo referencia al célebre título de la obra de Jane Austen. Chwe es autor de la obra "Jane Austen, Game Theorist" en la que convierte a la autora inglesa en maestra de la "Teoría de juego", una disciplina sobre la toma de decisiones que ha tenido aplicaciones en los más variados campos.
El mundo moderno siente la necesidad de dar explicaciones sobre los procesos que se abren en la toma de decisiones. Ya no basta con decidir, sino que la Teoría de la Decisión, es decir, la comprensión de cómo llegamos a tomar decisiones, sobre qué mecanismos y supuestos se basa, pasa a ser relevante no solo para nuestro propio conocimiento sino para la mejora de nuestras decisiones, que pueden ser convertidas en "modelos" y "algoritmos" susceptibles de ser mejorados mediante su automatización.
El artículo tiene un arranque directo y nos sitúa en el centro de un problema:

SCIENCE is in crisis, just when we need it most. Two years ago, C. Glenn Begley and Lee M. Ellis reported in Nature that they were able to replicate only six out of 53 “landmark” cancer studies. Scientists now worry that many published scientific results are simply not true. The natural sciences often offer themselves as a model to other disciplines. But this time science might look for help to the humanities, and to literary criticism in particular.
A major root of the crisis is selective use of data. Scientists, eager to make striking new claims, focus only on evidence that supports their preconceptions. Psychologists call this “confirmation bias”: We seek out information that confirms what we already believe. “We each begin probably with a little bias,” as Jane Austen writes in “Persuasion,” “and upon that bias build every circumstance in favor of it.”*

Chwe tiene la razonable teoría de que la Ciencia, como todo lo humano, está sostenida sobre "prejuicios" que buscan confirmar lo que intuimos, ese "confirmation bias". Conforme avanzamos, la construcción que realizamos tiende a reafirmar ese principio establecido por el prejuicio que puede llevarnos finalmente al error. El patronazgo de Jane Austen está, en este sentido, plenamente justificado porque ella comprendió perfectamente —y así lo mostró a través de sus obras— que estamos sometidos a nuestros prejuicios, verdaderos obstáculos en nuestra comprensión del mundo y por ello sostén de nuestros errores evaluadores.

En las última décadas (quizá mucho antes), el pensamiento racional se ha mostrado como un ídolo con pies de barro, al menos, un ídolo en un pedestal menos estable de lo que pensábamos, lo que no dejaba de ser otro prejuicio. Se han multiplicado los estudios sobre los enmascaramientos que la mente produce para cubrir sus deseos y voluntad. Uno de los campos en los que más se trabaja, por ejemplo, es en la Economía, en donde la racionalidad de las decisiones contrasta con las que son tomadas bajo la presión del miedo y que producen los pánicos en las crisis que padecen los sistemas. ¿Cómo se traduce en aparente racionalidad  lo que no es más que miedo encubierto? ¿Hacia dónde corren los que tienen miedo?
La labor analítica de Austen consistió en mostrar el interior de las decisiones desde las perspectivas de futuro de sus personajes. Cada decisión que toman su héroes y heroínas es resultado de la información de que disponen en cada momento y del deseo, que es lo que hace interpretarla en un sentido u otro, como ilusión o temor.
Señala Chwe que los científicos, que pretenderían tomar decisiones "objetivas" deberían tomar lecciones del campo de las Humanidades, en el que la Teoría Literaria asume que los textos son "interpretados" siempre desde un horizonte de expectativas determinado. Chwe cita expresamente a Hirsch y a Hans-Georg Gadamer, el filósofo y crítico que llevó la Hermenéutica a primer plano. Señala el autor del artículo que en la Crítica Literaria parte del principio de la parcialidad del intérprete y no de su objetividad imposible, algo que debería ser aceptado también en el campo científico. Quizá Chwe debería matizar que esto no es una característica de la "crítica", sino de la "buena crítica", ya que la pretensión de "objetividad", desgraciadamente, no es exclusiva de la Ciencia, sino que forma parte de otro tipo, más amplio, de planteamiento, el deseo de imponerse. De la misma manera, existe una "buena práctica científica" que trata de evitar esos sesgos, ese dominio de la ceguera que lleva en un sentido impidiendo ver la realidad o, si queremos ser más precisos, construyendo una realidad parcial desde el deseo de ver. En ocasiones, esos prejuicios son intuiciones que llevan al éxito.


La buena crítica literaria parte del principio dialógico con el texto, de que la herramienta de análisis es el propio crítico como lector y no de la absurda y extendida creencia de que es el método el que nos distancia como subjetividad parcial. Lo realmente interesante de la crítica no es el texto aislado, sino su confluencia con el lector en la lectura. El error es pensar que es posible una lectura sin lector o que existe un lector que no es subjetivo.


Cuando he leído la primera frase del texto de Chwe — "Science is in crisis, just when we need it most"—, en mí se ha despertado un recuerdo que ha ido tomando forma musical y me ha llevado hasta una vieja canción de Randy Vanwarmer, "Just When I Needed You Most", que hace años que no escuchaba. No he podido desprenderme del "prejuicio" de que entre esa primera frase del artículo y la canción de Vanwarmer existe un extraño vínculo. ¿Es cierto o son imaginaciones mías? No lo sé, pero podría tratar de dedicar el resto de mi vida, con mayor o menor fortuna, a intentar convencer a los demás de ello. Incluso podría escribir a Michael Chwe para confirmarlo y ante su posible negación elaborar una serie de teorías complementarias que lo explicaran.


A mediados de los noventa tuve ocasión de entrevistar a un conocido poeta, profesor de estética, que acababa de sacar su primera novela, un texto que había comenzado mucho tiempo atrás y que entonces se publicaba. Después de un rato de charla sobre la obra, le dije directamente: "—A mí su texto me recuerda a la Enciclopedia de Novalis". Dio un salto en el sillón y me dijo: "¡Ese era el libro que tenía encima de la mesa mientras escribía la novela en los setenta!". Podía haberme dicho que no conocía el texto, desde luego. Pero lo que es indudable era que yo pude establecer la asociación mientras leía porque conocía previamente la obra de Novalis. Puede incluso que el autor no fuera consciente de la influencia estética que el texto de Novalis producía en él y que se tradujo en una serie de elementos que yo había detectado intuitivamente. Tampoco lo sé. Solo sé que mi reacción ante el texto fue esa y que lo que yo había detectado estaba en función de lo que yo era capaz de detectar porque conocía la obra de Novalis. Cualquier crítico que se acercara a su obra y no hubiera leído a Novalis sería incapaz de reconocerlo. Yo tuve suerte: lo que había leído se ajustaba a lo que estaba leyendo. Evidentemente, leyendo más se incrementa la posibilidad de encuentro respecto que no lee nada y va armado con un método milagroso.
Y esto que actuó aquí positivamente, puede hacerlo negativamente, es decir, convencerme de que la asociación que he realizado con el texto es real, aunque solo sea fruto de mi imaginación. Hay muchas obras críticas así. Como simple lector puesdo establecer las hipótesis imaginativas que quiera; como crítico debo justificarlas, argumentarlas.


La Ciencia no nos ha abandonado, desde luego. Lo que puede que nos haya abandonado son algunas de las prevenciones para curarnos de subjetividades que deben ser sometidas a crítica para evitar que se vuelvan circulares. Los condicionamientos de nuestros prejuicios, que están presentes en nuestra vida y se reflejan en las decisiones que tomamos, son peligrosos en unos casos y en otros tienen una función protectora. Lo malo es cuando se convierten en ceguera, cuando no logramos librarnos de ellos o, incluso, cuando estamos orgullosos de ellos. Más que en la Ciencia —la presión por los resultados es mala siempre e induce a no cribar los errores como se debiera—, debería preocuparnos el aumento de los prejuicios y de la radicalidad de la intransigencia. En vez de caminar hacia sociedades más permisivas y abiertas, parece que aumenta el deseo de imponerse a los otros, de convertir los prejuicios propios en verdades para los demás. Puede que no consigamos librarnos de nuestros propios prejuicios, pero si deberíamos curarnos del deseo de imponérselos a los demás.

* Michael Suk-Young Chwe "Scientific Pride and Prejudice". The New York Times Sunday Review 2/02/2014 http://www.nytimes.com/2014/02/02/opinion/sunday/scientific-pride-and-prejudice.html?src=me&module=Ribbon&version=origin&region=Header&action=click&contentCollection=Lo%20m%C3%A1s%20enviado&pgtype=Blogs





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