Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Dos de
la películas candidatas al Oscar de este año, "El lobo de Wall
Street" y "La gran estafa americana" (American Hustle), tratan sobre lo mismo. La primera es una película
tramposa, la segunda una película
sobre las trampas. Las dos nos
muestran una visión de un mundo que se construye desde el engaño con dos
personalidades diferentes, incluso visualmente: el atractivo seductor
de di Caprio frente a la versión casposa y cutre que logra Christian Bale de su
personaje, Irving Rosenfeld. Las primeras imágenes de La gran estafa americana
de un Bale intentando colocarse un postizo que tape su irregular y clamorosa calvicie es
suficientemente elocuente y anticipatoria de lo que se nos va a mostrar. Ambas películas parecen haber sido planeadas como
materia y antimateria, como reversos de una realidad, es decir, de una misma
enfermedad social.
En la
película de Scorsese el público, dentro y fuera de la película, se deja seducir
por el encanto de un personaje que nunca tiene bastante; en la película de
David O. Russell, por el contrario, se nos muestra a un personaje que
no sabe cómo parar un engaño que crece más allá de lo que a él le gustaría,
pero se ve arrastrado por las ambiciones de los demás. Un estafador sin límites, arrogante, y un hombre limitado, asustado por el lío en el que se está metiendo.
La
película de Scorsese carece de sutilezas y cae en una ornamentación que la
convierte en una comedia ligera con muchas pretensiones. Basta con recordar
la prolongada escena de la sobredosis y el coche, intentando convertir en slapstick la situación. La gente se ríe. La película de
Russell se mueve en la comedia pero revela una tragedia colectiva a través de
las sutilezas de una ironía que la recorre desde el primer plano hasta la
última secuencia. Scorsese recurre al brillo de la riqueza para fascinarte deslumbrándote;
Russell, por el contrario, abandona el oropel y te capta no por la vista sino
por el olfato, por el olor a
podredumbre que se va percibiendo por todas partes.
Los escotes
de Amy Adams forman parte de la trama, los desnudos de Scorsese son
decorativos. Y creo que eso puede ser extensivo a gran parte de la película y
por eso considero al "Lobo" una película tramposa y plana, plagada de estereotipos —no por ello carente de
otros valores— y la de Russell una obra con más matices y riqueza en la
construcción. En el "Lobo" todo está dicho desde el principio; en
"la gran estafa" vas descubriendo los dobleces de la realidad y la
mentira de los personajes invirtiéndose la polaridad inicial, los defensores de
la legalidad son más ambiciosos que los propios delincuentes, al menos que el
familiar protagonista.
Alguna gente
me ha comentado que "La gran estafa americana" les había defraudado
porque "esperaban más". Son los problemas de la publicidad de los
Oscar en el cine. A mí, en cambio, me ha parecido mejor película, más
interesante en su desarrollo y, como dije al principio, menos tramposa, por usar el término del mundo
que describen ambas. En cualquier caso, no es más que mi modesta opinión desde
mi butaca.
La
películas deben tener, como cualquier otro tipo de obra de arte, una conexión
con el mundo en el que se dan. En los últimos años han ido apareciendo obras,
con mejor o peor fortuna, que tratan de dar forma a la visión del mundo
económico o, si se prefiere, la anatomía de los negocios. La visión crítica
sobre una clase a la que la sociedad responsabiliza de su crisis ha ido dejando
obras como estas dos, La gran estafa americana y El lobo de Wall Street, que
nos muestran y reflejan un sentimiento negativo, una condena de su forma de
actuar.
En el
futuro, podrán analizarse estas dos décadas a través de muchas de estas
películas. Frente a la frecuente trivialidad, el cine norteamericano, desde
distintas claves y géneros, se ha dedicado a radiografiar estos últimos años la
osamenta social, los pilares sobre los que se sostiene una cultura que ha sacralizado
el éxito. Estas películas nos muestran, como el cine lo ha hecho en otras épocas
de crisis, la forma en que ese éxito se produce, los caminos por los que se
llega. Ya no es el canto al esfuerzo,
al "hombre hecho a sí mismo" (self
made man), sino que esa construcción es una creación defectuosa basada en
la estafa y en el engaño del resto de la sociedad. La promesa con la que los
personajes de ambas películas captan a los incautos es la de hacerse ricos, de
poder conseguir lo que quieren por vías fáciles, las del mundo financiero,
representadas en "pelotazos", "informaciones
privilegiadas", "oportunidades", etc., un mundo en el que los
llamados por teléfono con las ofertas o los que llegan a pedir préstamos se
introducen llevados por las mentiras seductoras de quienes les enganchan en sus
estafas.
La
traducción española de "American Hustle" como "La gran estafa
americana" hace centrarse demasiado en el hecho y menos en el fondo que se
quiere reflejar. Nos lleva a pensar en la trama y menos en el paisaje que se
nos está mostrando. Ese "ajetreo", "bullicio"
("hustle") es el que se nos quiere mostrar, un ambiente. Allí donde
Scorsese nos muestra un "lobo", al jefe de la manada, Russell nos
ofrece una pintura de ambiente con un personaje que puede ser definido de
cualquier manera menos como "carismático". Russell no se centra en el
lobo y la manada, como Scorsese; lo hace en el rebaño, mostrando los sueños de
las ovejas.
Al
final de la película "Kill them softly" (Andrew Dominik 2012), una
sátira que mezcla el gansterismo con las teorías económicas y de gestión
actuales, el protagonista Jack Cogan (Brad Pitt), tras escuchar las palabras de
Obama sobre el "sueño americano" en un televisor de un bar en el que
se encuentra, concluye lo expuesto a lo largo de la película de forma rotunda:
"I'm living in America, and in America you're on your own. America's not a
country. It's just a business." Y esa parece ser la síntesis escueta del
pensamiento que tratan de reflejar esta películas.
No se
trata solo de los Estados Unidos. Sería muy iluso pensarlo así. Esta ideología
doble del engaño y el egoísmo, de labia y falta de escrúpulos, prende allí donde se la acoge como doctrina. Di Caprio se limita a enseñar a hablar a la manada, a enseñarles qué decir cuando levantan el teléfono. Esa es la base.
Los
ejemplos que nos rodean y abruman de cómo muchos han hecho de su país —el nuestro, por ejemplo— su negocio son muestras de lo mismo. Luis
García Berlanga lo retrató bien en su momento. Ahora no harían falta buenos
directores y varios Azcona para poder retratar nuestra parte en el pastel de la "gran estafa mundial". Nuestro cine, maniqueo, no ha sabido retratar las sutilezas de lo que nos rodea, ni como tragedia ni como comedia.
No, los
"lobos" no son exclusivos de la economía, pertenecen también a otros
ámbitos pues hoy —y eso nos lo muestra bien "la gran estafa"—
recorren todos los escalones sociales. Debo insistir en el "también",
pues uno de nuestros males es precisamente el revoltijo de intereses en el que
nos movemos. Cualquier vía es buena para hacerse rico, parece ser el lema. Hoy los estafadores están repartidos y conectados.
De
ambas películas se saca una enseñanza que es vieja como el mundo: siempre
encontrarás codiciosos a los que es posible engañar. La imagen final de
"El lobo" es la del convicto estafador vendiendo su experiencia cientos que acuden a escucharle embelesados, que compran
su libro, con la esperanza de llegar hasta donde él llegó. La naturaleza humana
hace el resto y nos ciega para los capítulos de la caída y sus consecuencias.
Las
ovejas quieren ser lobos. Y eso los lobos lo saben.
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