Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En 2011
el mundo cambió. En el resumen de aquel año —que fue en el que comenzó este
blog— escribí algo que me ha venido muchas veces a la cabeza: no es el año de
las protestas; es el año en que se empezó a protestar. De forma
irónica titulé la entrada "El año demo"; me parecía un anticipo de lo
que llegaría. Creo que los acontecimientos que se han vivido desde entonces
permiten pensar que no iba demasiado desencaminado, que efectivamente aquel año
en el que comenzaron las protestas en ciudades del norte de África, en Madrid,
en Grecia, no eran más que las señales de un cambio global en la forma de
entender la política y el poder. Mientras algunos siguen pensando en el poder
en términos gastados, los sociólogos, ensayistas, etc., advierten que el mundo está
cambiando. Digitales, encuadernados o en pancartas, las palabras del cambio
circulan globalmente.
La
crisis económica ha acelerado la situación y ha cambiado las reglas del juego; ha
dejado al descubierto en su crudeza y descaro las estructuras resultantes de
las combinaciones de los poderes de la política con los de la economía, hasta
unos niveles desconocidos, por la globalización. Se estudia los efectos de la
globalización económica, pero no tanto la globalización de las actitudes que
provoca.
La salida
de las informaciones sobre lo que ocurre en los entresijos del poder —la
conexión perversa entre unas castas políticas profesionalizadas, que rotan en
el poder, y unas fuerzas económicas, financieras, que van desmantelando los
estados— tiene su efecto. El crecimiento de la desigualdad y el
desmantelamiento de los estados tiene sus consecuencias, dentro y fuera. Ya hay
una "internacional" del rechazo.
Los
escándalos de Erdogan, de sus ministros y sus familias, lanzan a la calles a
los turcos que protestan ante lo que van sabiendo. En Ucrania, los que han
derribado a Víktor Yanukóvich han dejado las piedras para armarse con secadores
de aire para recuperar los documentos que el desaparecido ex presidente había
lanzado al lago artificial de su mansión lujosa para evitar que llegaran a
manos peligrosas para él. Miles de papeles, documentos y facturas que los
ucranianos —que saben cómo se las gastan algunos— están colgado directamente de
la red antes de que ocurra algo con ellos.
Ucrania
ha pasado de la corrupción soviética a la propia, encarnada por los mismos que
sirvieron a los intereses anteriores. Rusia es Rusia, con hoces y martillos o
con los aros olímpicos de Sochi, "atea" o "santa".
Probablemente ha sido Sochi, como ya señalamos el otro día, lo que ha salvado de
una reacción rusa más contundente e inmediata. Pero Putin estaba a lo que
estaba, y no quería que lo que no habían conseguido estropearle los islamistas con
sus amenazas terroristas se lo estropearan al final los ucranianos.
Las
declaraciones de muchos de los ucranianos que han aguantado tiros, golpes y
heladas han sido que no quieren a la
clase política que les ha gobernado hasta el momento; quieren renovación,
no solo caras nuevas. No querían cambio de gobierno, quieren otra forma de gobierno, honestidad y
compromiso con el pueblo, que es quien ha padecido las crisis provocada por la
falta de interés y de vergüenza.
Lo que
la gente pide en muchas partes del mundo es otra forma de enfocar y realizar la
política. El prestigio de gobernantes recién elegidos en países de tradición
democrática —pensemos en el caso de Hollande, incuso de Obama en sus horas más
bajas— cae en picado. Hay una frustración creciente respecto al poder; ya no se
aguanta tanto. Esto ya no es una cuestión que ataña solo a las "dictaduras".
Ahora se ha extendido a las democracias, escenarios de protestas y revueltas,
tal como ocurría antes en la dictaduras. El descontento ante el autoritarismo
se daba por supuesto, se manifestara o no. Pero en las democracias aumenta el
autoritarismo como respuesta física o legal contra el descontento por la forma
de gobernar de espaldas a los intereses comunes. Así se percibe, sea justo o
no. Y eso produce una erosión, una desconfianza y un desengaño.
Estos
cambios que se exigen se centran en la necesidad de transparencia y honestidad, del alejamiento de la retórica fácil y
engañosa a que se nos tiene acostumbrados. Pide que se trabaje realmente para
ellos y que no se contemplen los países como fábricas, que se piense en los
países como comunidades, como grupos
humanos en los que la emigración o el desempleo representan un fracaso del sistema
y no un defecto de las personas.
Los
políticos siguen pensando que estas protestas son simples consecuencias de los "ciclos",
que cuando llegue la bonanza la gente se dedicará a sus cosas y ellos podrán
seguir como siempre. Creo que se equivocan. Las protestas en países como Brasil
desentendiéndose, hartos, de tanto estadio de fútbol y carnaval, y la exigencia
de que se inviertan esas cantidades escandalosas en escuelas y servicios
sociales, es una demanda contagiosa. Es un rechazo del doble modelo de la
política-espectáculo y la política-negocio, las dos caras que se han ido construyendo
con el tiempo. La gente ha empezado a sentirse soberana y exige decidir, que se cumplan promesas y compromisos. Ha dejado su pasividad y se moviliza.
Tiene ante sí herramientas y ejemplos. El descrédito de la clase política va en aumento y eso es responsabilidad exclusivamente suya, provocada por sus dependencias, escándalos e ineficacia.
La
visibilidad de las protestas es mayor, la capacidad de organización crece. Como
respuestas unos dan tímidos cambios y otros aumentan la represión aprobando
leyes más restrictivas de las libertades que —como en Turquía— causan más
disturbios o que —como en Ucrania— acaban con las caídas de los gobiernos.
Se mire
por donde se mire, todo ha cambiado, está cambiando. La cuestión ahora es si se
van a buscar fórmulas nuevas que realmente hagan sentirse a los ciudadanos como
tales y no como seres fabriles o votantes comparsas. En estos movimientos
afloran los nuevos demagogos que llegan con viejas propuestas tras nuevas
sonrisas. Nada más fácil de seducir que el descontento. Eso es preocupante.
Los
primeros diez minutos del noticiario que vi a las seis de la mañana mostraban,
en partes muy distantes del mundo, gente irritada, profundamente irritada.
Todas manifestaban su disgusto por la forma en que se hace política en sus
países. Todas piden cambios. Luego, llegaron los deportes.
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