Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Cae en
mis manos de nuevo, por pura casualidad compradora de segunda mano, un volumen de Marguerite Duras, perdido hace tiempo entre cajas de libros, titulado Outside, que recoge una
selección de sus textos periodísticos realizada en 1984 y publicado entre
nosotros dos años después traducida por Clara Janés. El volumen recoge
artículos que comienzan a finales de los cincuenta y llegan hasta las puertas
de la edición, 1980, en que ella realiza una breve presentación. En ella
escribe:
No hay periodismos sin moral. Todo periodista
es un moralista. Es absolutamente inevitable. Un periodista es alguien que mira
el mundo, su funcionamiento, que lo vigila cada día muy de cerca, que lo ofrece
para que se vea, que ofrece, para que se vuelva a ver, el mundo, el
acontecimiento. No puede lleva a cabo este trabajo y a la vez no juzgar lo que
ve. Es imposible. En otras palabras, la información objetiva es una añagaza
total. Es una mentira. No existe el periodismo objetivo. Yo me he liberado de
muchos prejuicios, entre ellos este que a mi juicio es el principal. Creer en
la objetividad posible del relato de un acontecimiento. * (5)
Vincula
Duras la "objetividad" con la "moralidad", que es la forma
de vincular el mundo con la mirada primero y con su escritura después. Pensar
que la moralidad es un obstáculo para contar el mundo es pensar erróneamente,
porque en efecto el problema no es la objetividad imposible sino el tipo de
moral que pueda usar para convencernos de que su mediación es transparente.
En este
aspecto se amontonan toda una serie de equívocos acumulados durante siglos
sobre el lenguaje, la comunicación y nuestro conocimiento del mundo, incluidos
nosotros mismos. La creencia en la existencia de un lenguaje preciso, claro,
que habla por sí mismo, que describe a la perfección la "cosa"; el
pensar que entrar en contacto con los otros puede hacerse sin una retórica, una
estrategia de manipulación para la consecución de un objetivo, loable o
despreciable; creer que podemos ver el mundo tal cual es, sin que existan filtros
y procesos que condicionen mirada y comprensión... todos ellos son falacias culturales
acumuladas en un pensamiento que sigue vigente en muchos campos.
En la
medida en que el periodista mira y cuenta —pone en marcha su cerebro y usa
el lenguaje para construir un mundo de palabras— está sujeto a todas las
limitaciones señaladas, idénticas para el resto de los seres humanos. No es una
máquina: es un sujeto cultural. Eso implica que es una
intersección entre su cultura y su propia experiencia acumulada. Trabaja con
las informaciones que acumula desde
ambas fuentes. Su cerebro las acumula y las usa como fondo de las experiencias
posteriores.
Duras
usa el término "moral" como una forma de tensión entre el mundo y
quien lo observa, una tensión judicial.
No se puede dejar de juzgar lo que se ve, nos dice. Y, en efecto, así es. Como
todo juicio, su calidad depende de nuestra capacidad de comprender. En eso el periodista, también como cualquier ser
humano, nos ofrece una reacción comprensiva a lo que ocurre. Nos habla de lo
que es capaz de comprender con los medios con los que es capaz de construir.
Comprensión analística y sistémica, por un lado, y capacidad constructiva a
través de los recursos comunicativos de que disponga.
El
elemento "moral" —el juicio—
surge ya con la contemplación, está ya en la mirada misma. La cuestión está en
si ese juicio debe estar en el
resultado final, en el relato del acontecimiento. Para Marguerite Duras esa
cuestión es falsa porque ese juicio está inexorablemente en el discurso. Es un
prejuicio considerar que se puede hablar del mundo sin juzgarlo.
Que
Marguerite Duras plantee estas reflexiones ante el texto periodístico no es
casual. De hecho hay cierta contraposición indicada desde el título de la
selección "Outside", lo exterior, entre el mundo interior de quien crea y el mundo exterior en el que vive y convive.
Duras señala que escribía artículos por dos razones poderosas: salir de su
habitación y comer. Cuando escribía libros, no escribía artículos. Eran ocho
horas diarias de escritura aislada; el mundo quedaba fuera. El periodismo, por
el contrario, la hacía salir de su encierro, física y mentalmente.
Y añade
una tercera causa para la escritura periodística:
Las razones, además, por las que he escrito y
escribo en los periódicos, ponen de manifiesto el mismo movimiento irresistible
que me llevó hacia la resistencia francesa o argelina, antigubernamental o
antimilitarista, antielectoral, etc.; y que también me indujo, como a ustedes, como a todos, a la
tentación de denunciar lo intolerable de una injusticia, sea del orden que sea,
sufrida por un pueblo entero o por un solo individuo...* (6)
Muchos
de esos artículos son sus respuestas morales
frente al mundo. No hay pretensión alguna de esa objetividad y sí una
construcción poderosa de los argumentos y razones por los que se juzga una situación. A
Duras le tocó vivir una época, especialmente en la cultura francesa, en la que
se teorizó mucho sobre la moralidad y
la objetividad. De Gide y su
"inmoralista", Camus con su "juez penitente", en La Caída, o toda la reflexión de la
"escuela de la mirada" que supuso el "nouveau roman" o los
debates sobre Sade de los estructuralistas.
La
"indiferencia" pasó también a primer término por los intentos de
explicar lo inexplicable: la participación de la "culta" Europa en
las masacres de las Guerras Mundiales, cómo la población había mirado hacia
otro lado, de los colaboracionistas franceses (o de toda Europa) a los pueblos
enteros que aceptaron la barbarie sin tapujos, gozosamente algunos.
Quizá tras los 60, la palabra "moral" quedó desprestigiada y convertida en objeto de burla, como algo burgués, con los aspectos peyorativos que la palabra adquirió. Pero la moralidad de la que habla Duras para el periodismo es otra forma, menos "social" o convencional y más próxima a la ética, al compromiso con la conciencia y al distanciamiento de la indiferencia. En el campo del Periodismo, esa ética es doble, un compromiso con el mundo y la conciencia propia, tal como lo señala Duras, y un compromiso comunicativo con los que lo reciben, los lectores. El periodista escribe para que otros se hagan una representación del mundo desde su propia construcción. Su moralidad es en dos direcciones: es responsable de su comprensión del mundo (para ello trabaja sobre sí mismo, en su formación para comprender) y es responsable de la que otros se hacen desde su interpretación (mejora sus cualidades comunicativas).
Creo
que las palabras de Duras, su defensa de la moralidad
de la escritura como forma de no mantenerse indiferente ante lo que ocurre en
el mundo son de nuevo muy pertinentes, si es que alguna vez dejaron de serlo.
La objetividad no implica ausencia de juicio, sino por el contrario un deseo de
justicia.
A la mirada justa, le sigue la palabra
justa, en el doble sentido judicial y
flaubertiano, la adecuada para lograr un objetivo. ¿Son verdaderas ambas, mirada y palabra? No lo sabemos, pero entre una objetividad imposible y una moralidad razonada, creo que es superior
la segunda opción, con la que al menos es posible el diálogo que quien lee
entabla con el texto. Si no es posible escribir prescindiendo de esa moralidad es
porque tampoco es posible hacerlo en la lectura. No hay escritura objetiva
porque no hay lectura objetiva.
Puede
que renunciemos a la verdad desde un punto de vista filosófico o
empistemológico, pero eso no significa renunciar al deseo de verdad, que es lo ético en sí, la aspiración. De igual
forma, por ejemplo, la Justicia puede ser imperfecta, pero no debe por ello renunciar a su aspiración a
ser más justa porque cuando deja de
hacerlo se caerá en la indiferencia. Y eso, creo, es el gran mal que trae todos
los demás males en cadena.
*
Marguerite Duras (1986): Outside.
Plaza & Janés Editores, Barcelona.
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