miércoles, 15 de enero de 2014

Todo sobre los perros

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Uno de los principios que se manejaban entre los ciudadanos que comenzaban a engrosar las filas del ciberespacio a principio de los noventa era el de la posibilidad de ser "otro". El ciberespacio se veía como una alternativa al "mundo material" en el que las personas estaban encerradas dentro de sus cuerpos y sus cuerpos estaban encerrados dentro de fábricas y estados. En la "Declaración de Independencia del Ciberespacio", un hermoso texto libertario escrito por John Perry Barlow en 1996, en el momento en que se acaba de aprobar en Estados Unidos el "Acta para la Reforma de las Telecomunicaciones", se señalaba:

Debemos declarar nuestros "yos" virtuales inmunes a vuestra soberanía, aunque continuemos consintiendo vuestro poder sobre nuestros cuerpos. Nos extenderemos a través del planeta para que nadie pueda encarcelar nuestros pensamientos.*


El texto de J.P. Barlow —gurú del ciberespacio, poeta y ex letrista de los Gratefull Death— era en realidad la declaración de la muerte de una utopía breve, un canto del cisne de una libertad que no llegó a cumplirse más que como el sueño animoso de muchas personas. Es en esos años cuando el mundo industrial, el mundo de comercio, decidieron que el ciberespacio era ya un anexo del mundo real y no un refugio alternativo para ciudadanos insatisfechos con el sistema. El comercio entra y la utopía libertaria, la república igualitaria del conocimiento, se va esfumando convirtiéndose en un gigantesco zoco que hay que ir regulando para convertirlo en un ordenado centro comercial sometido a videovigilancia.
Desde entonces las iniciativas legales para regular ese espacio han sido constantes y el sueño que se manifestaba en el texto se fue diluyendo. Con todo, las preocupaciones legales son hoy una parte pequeña ante las manifiestamente ilegales, como tenemos hoy en las acciones de espionaje masivo.


La expresión "yo virtual" como un ejercicio de la mente que se recrea en una nueva y liberada personalidad con la que vivir en un espacio paralelo se ha visto sustituida por la tendencia a hacer que el "yo virtual" sea copia idéntica del "yo material", el que actúa en el mundo exterior. El "yo virtual", por decirlo así, ya no es parte de nuestro deseo y voluntad sino que se ve dirigido o investigado para determinar nuestra identidad real. No somos nosotros los que decidimos quiénes somos, sino que son los otros los que lo deciden desde nuestras "huellas digitales", los registros que quedan en cada nueva actividad. Es un retrato fiel, puntillista y predictivo; nos muestra cómo somos hoy y nos dice lo que haremos mañana.
El artículo de John Bremmer en el diario El País con el título "El peligroso control de la información" se cierra con la siguiente afirmación:

Se dice que “en Internet, nadie sabe si eres un perro”. Ahora los Gobiernos saben qué clase de perro soy, cuándo salgo a pasear y cuál es mi marca favorita de comida para perros. En 2014, los Estados intervendrán cada vez más en el control de datos y eso contribuirá a crear un mundo despiadado.**


El manejo de grandes cantidades de datos permite la creación de "perfiles" mediante los que es posible la identificación de las personas en todas sus dimensiones, desde las públicas hasta las más íntimas. En la medida en que Internet se ha metido en nuestras vidas hemos metido nuestras vidas en Internet. Es una vida rastreable y rastreada, como posibilidad ya que se dejan registros de las actividades y como realidad pues nos encontramos con diferentes instancias que realizan ese rastreo constante en nombre de diversos intereses.
El escándalo del espionaje masivo no es más que el episodio final (por el momento) de una tendencia que estaba ya en el momento en el que el ciberespacio dejo de ser utópico y se comenzó a presionar a los ciudadanos para que realizaran más actividades de las que tenían pensadas hasta cubrir todo lo posible. Hoy son nuestros bancos, empresas y administraciones los que nos dicen "¡Hágalo por Internet!". Además de reducir personal y ampliar sus actividades por extensión del espacio a través de la red, reúnen informaciones sobre nosotros que le son útiles para el futuro, un futuro que no es el que yo tengo pensado sino el que ellos han pensado por mí al analizar mis datos.


Hay tres niveles escalonados del problema. El primero lo constituyen las empresas con las que tratamos, que nos solicitan, almacenan y usan los datos que nosotros les facilitamos porque ellas nos solicitan. En un segundo nivel están las empresas de comunicaciones que son las mediadoras de esos servicios y que registran las actividades de ambos, empresas y usuarios. Y finalmente el nivel de la administraciones que se dedican reunir los datos de las propias empresas por vías "amigables" o desarrollando leyes que les permiten el acceso a esos datos. Cada uno de esos niveles tiene una tendencia natural al abuso, a recoger más información de la que debe. El aumento de la información sobre nosotros reduce su propio riesgo.
Lo más grave del asunto es el descubrimiento de que las administraciones, la instancia última que debería garantizar nuestros derechos, es quien los incumple. Y es grave porque cuando se descubre casos como el de Snowden lo que se inicia es un proceso de regularización de esos mecanismos. Se modifican las leyes para permitirlo. Se hace legal lo que antes no lo era para continuar con las actividades de vigilancia.

Todos nos prometen con sus incumplimientos mejoras. Todos dicen que lo hacen por nuestro bien en términos de eficacia, comodidad y seguridad. Está por probar que eso sea así.
Desconozco los motivos por los que Ian Bremmer afirma que 2014 será el año en el aumentará el control de datos y el mundo se volverá más despiadado. Quizá sea porque el ejemplo negativo de lo dejado al descubierto por Edward Snowden solo sirva para pulir los fallos del sistema y mejorar su eficacia en la vigilancia. Pero si son las administraciones las que nos vigilan, ¿cómo limitar los abusos de los otros sectores si es la propia administración la que se beneficia finalmente del abuso informativo al solicitar a las empresas los datos, como ocurre con Google, Facebook, etc.?
La paradoja de la seguridad consiste en que por seguridad no nos puede mostrar su eficacia; por seguridad, tampoco nos puede mostrar su forma de actuar y, finalmente, cada fallo de seguridad se nos presentan como una necesidad de aumentarla.
Como señala Bremmer, ya sabemos todo sobre los perros, aunque nos sabemos quién lo sabe.

* El manifiesto completo se incluye como "anexo I" en mi artículo "Ciberespacio y comunicación: nuevas formas de vertebración social en el siglo XXI" Espéculo n 27  julio-octubre 2004 https://www.ucm.es/info/especulo/numero27/cibercom.html

** "El peligroso control de la información" El País 13/01/2014 http://elpais.com/elpais/2014/01/08/opinion/1389195038_779961.html





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