Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los
grandes eventos que organizan los estados como elemento propagandístico pueden
volverse contra ellos y convertirse en trampas de las que sea difícil escapar.
Los medios coinciden en que Sochi —ya se ha convertido en un tópico señalar que
serán "los juegos de invierno más caros de la historia"— es una
gigantesca operación de una Rusia que plantea cada vez más incógnitas en muchos
campos.
Si
Brasil se ve inmerso en una gran contestación social porque muchos entienden
que las inversiones que el país necesita son otras, que la construcción de
estadios es más una operación que dejará el beneficio a unos pocos y las deudas
a todo el país, el caso de Rusia con Sochi tiene una características
diferentes, en gran parte definidas por la forma en que Rusia es gobernada por
Vladimir Putin. A unas semanas del comienzo de los Juegos, son cada vez más los
campos que se abren a las especulaciones políticas, sociales, económicas y de seguridad.
En el
campo político, Sochi es una demostración de fuerza de Putin con la que
pretenden reforzar su imagen a través de la proyección del país. La imagen de
una Rusia poderosa es la culminación de un proceso de restauración desde la desaparecida Unión Soviética. Rusia necesita
crearse su propio imperio y para ello realiza una mezcla de viejos métodos y
modernos manejos económicos. El caso de Ucrania o Armenia lo demuestran. Sochi
es una demostración de poderío mundial a sus aliados actuales y futuros.
Desde
el punto de vista social y de los derechos, el poder de Putin se convierte en
una gigantesca manifestación en contra de la homosexualidad, sin precedentes
fuera de los ámbitos fundamentalistas religiosos en los que es perseguida y
castigada incluso con la muerte. La "modernidad" rusa pasa por la
intransigencia sexual. Por qué ocurre esto no tiene más explicación que la
fundamentación del nuevo nacionalismo ruso en la iglesia ortodoxa. Las
declaraciones de Putin —que comentamos aquí— sobre que los homosexuales pueden
estar tranquilos, pero que "dejen en paz a los niños", es un mensaje
destinado a una sociedad que se quiere mantener a la defensiva frente a unos
grupos que quedan estigmatizados.
El
diario El Mundo nos ofrecía ayer las declaraciones del alcalde de la ciudad
sede:
El alcalde de Sochi, Anatoli Pajomov, ha
asegurado que los homosexuales serán bienvenidos a los Juegos Olímpicos de
Invierno que arrancan en febrero siempre y cuando respeten las leyes y no
traten de "imponer sus hábitos", pero ha dado a entender que no hay
ninguna persona gay en la ciudad rusa.
Pajomov, miembro del partido gobernante Rusia
Unida, ha negado que los homosexuales vayan a ser perseguidos con motivo de los
Juegos Olímpicos. "Ofreceremos nuestra hospitalidad con todos los que
respeten las leyes de la Federación Rusa y no impongan sus hábitos", ha
declarado el alcalde a la cadena británica BBC.
El gobernante ha negado que las personas gays
o lesbianas vayan a tener que esconder su orientación, ya que es "su
vida". Sin embargo, acto seguido ha dicho que este tipo de personas no son
"aceptadas" en Sochi. "No las tenemos en nuestra ciudad",
ha apuntado.
En una pregunta posterior, el alcalde ha
introducido un leve matiz a su aseveración: "No estoy seguro [de que no
haya gays], pero al menos no los conozco".*
La
mezcla de los discursos "tolerantes" y "estigmatizadores"
crea una especie de "doble pensar" orwelliano en el que el elemento
central viene a ser la "contaminación", evitar que extienda a una
población a la que se dice "proteger" para evitar que el elemento "contaminante"
imponga —como se señala— sus "hábitos". Como es característico de
este tipo de discursos, lo malo llega de fuera. Su ciudad, por alguna extraña
bendición o jugada del destino, está libre de la peste, aunque, como tolerantes
que son, aceptarán a los apestados durante la celebración de los juegos.
La
información de El Mundo, que cita a la BBC, se cierra con una aparente
contradicción:
Pese a la declaración de Pajomov sobre la
población de Sochi, el corresponsal de la BBC en la zona ha podido visitar un
bar gay en la ciudad. El líder opositor Boris Nemtsov también ha hecho hincapié
en la contradicción entre las palabras del alcalde y estos establecimientos:
"¿Cómo sobreviven? ¿Por qué no se han ido a la quiebra?".*
Es de
imaginar que a la política de Putin le interesa el discurso interior de la "pureza"
y el exterior de la "tolerancia". No le interesa, en cambio, el
conflicto, que se volverá contra él si se producen incidentes en este sentido.
Probablemente no pueda evitarlos y será obligado a quedar en evidencia. Pero es
característico de Vladimir Putin transmitir la sensación de que puede controlar
cualquier situación; forma parte de su imagen. Siempre podrá usar los locales gay
de la ciudad como ejemplo de tolerancia y, especialmente, para concentrar y
controlar a aquellos que le interese. Con el mismo sentido de control y tolerancia, se ha habilitado un espacio para protestas. No se
permitirán manifestaciones a menos de 20 de kilómetros de Sochi. Se haga lo que
se haga, se debe hacer en el lugar señalado para ello.
El
tercer problema que se le plantea —y no es menor— es el relacionado con las
finanzas de Sochi, cuyos costes se han desbordado hasta quintuplicarse. La
revista económica Bloomberg señala este crecimiento respecto a los
planteamientos iniciales de 2007:
But since then, as costs have increased,
Russian officials have grown less eager to boast about the size of the final
bill. “In the beginning, money was a reason and argument for Russia to win the
right to host the Olympics,” says Igor Nikolaev, director of strategic analysis
at FBK, an audit and consulting firm in Moscow. “But it turned out we spent so
much that everybody is trying not to talk about it anymore.” Dmitry Kozak,
deputy prime minister in charge of Olympic preparations, has argued that the
$51 billion number is misleading. Only $6 billion of that is directly
Olympics-related, he says; the rest has gone to infrastructure and regional
development the state would have carried out anyway. That may be true, though
it’s hard to imagine the Russian government building an $8.7 billion road and
railway up to the mountains without the Games.**
En el mismo artículo de la misma revista, con el expresivo título
" The Waste and Corruption of Vladimir Putin's 2014 Winter Olympics",
se señalaba:
How the Sochi Games grew so expensive is a tale
of Putin-era Russia in microcosm: a story of ambition, hubris, and greed
leading to fabulous extravagance on the shores of the Black Sea. And
extravagances, in Russia especially, come at a price.**
Son ya muchas fuentes las que van desvelando los entresijos
económicos de Sochi, el entramado económico que ha utilizado las olimpiadas de
invierno para realizar unas infraestructuras costosísimas y dejar un "ressort"
de lujo, del que se aprovecharán posteriormente los más allegados al poder. En
este sentido, la revista Vanity Fair
publicó un revelador artículo sobre la gestación de Sochi como sede de unos
juegos olímpicos:
The path to Sochi’s successful bid started on a
trip to Austria in 2002, when Vladimir Potanin, one of Russia’s most
influential oligarchs, joined Russian president Vladimir Putin and Austrian
chancellor Wolfgang Schüssel for an afternoon of skiing during a World Cup
competition. Taking in their Alpine surroundings, Potanin and Putin asked
themselves why Russia lacked a ski resort of Austrian quality. Potanin’s firm,
Interros, hired Paul Mathews, an American who lives on the slopes of the
Whistler resort, outside Vancouver, to look into the options. Mathews is one of
the most respected winter-resort designers in the world, and he had scouted the
North Caucasus before. The area is about the size of the Alps, with elevations
to match, but its history of strife and economic depression has left it
under-developed. Mathews focused on Krasnaya Polyana, a mountain village where
a flank of the Caucasus rises steeply from the Mzymta River, 30 miles from the
Black Sea coast. Potanin announced the start of construction on his ski resort,
which would be called Rosa Khutor, or Rose Farm, at a Moscow press conference
in 2005. By February 2007, I.O.C. representatives had arrived in Krasnaya
Polyana on an inspection tour, and Mathews was prepping Russian Olympic
authorities. “I told them it would be good if we picked up the garbage on the
road from Sochi to Krasnaya Polyana,” Mathews says. “And it would be good if
the road had a white line down the middle of it.”
[...]
Beneath every modern Russian achievement lies a
hidden story that may be more telling. In Sochi, the hidden story is about
Putin, and about the small circle around him, who have profited handsomely from
the construction. The winners are a tight group, with a history going back to
early careers in St. Petersburg. Russian prime minister Dmitry Medvedev was
once the C.E.O. of Gazprom, the world’s largest extractor of natural gas and
Russia’s biggest company. In the 1990s, he and Alexey Miller, the current
C.E.O. of Gazprom, worked in the St. Petersburg city administration, along with
the young Vladimir Putin. In St. Petersburg, they met Boris and Arkady
Rotenberg. The Rotenberg brothers once instructed Putin in Sambo, a martial art
developed in the 1930s to aid Soviet infantrymen in close-quarters combat. The
Rotenbergs made their first fortune in the gas-pipeline business, as Gazprom’s
principal supplier. They also control the largest thermal-generation company in
the world, a Moscow-based firm called TEK Mosenergo, a subsidiary of Gazprom.
Mosenergo won the contract to build a new power plant in Adler, meant to feed
the electricity needs of the Olympic skating venues. All told,
Rotenberg-controlled companies have won Olympics-related contracts worth $7.4
billion. In the last two years, according to a report compiled by Russian
political-opposition figures Boris Nemtsov and Leonid Martynyuk, the
Rotenbergs’ personal fortune has increased by $2.5 billion.***
Como bien señala la revista, son historias que merecen ser
contadas. La ironía del título del artículo se justifica con lo señalado:
" Putin’s Run for Gold".
El último apartado es de distinto orden a los anteriores y
es quizá el más conflictivo por sus consecuencias futuras para todos: el terrorismo. Sochi
no solo es una sede olímpica megalómana, un conflicto con los derechos humanos
y la comunidad gay o un sucio entramado de negocios de los allegados a Putin y
sus socios internacionales; es una ciudad sitiada en prevención de atentados.
Los periódicos nos daban cuenta estos días del desplazamiento de navíos de
guerra norteamericanos a la zona por si se hacía necesaria una evacuación de
Sochi de sus ciudadanos por un ataque terrorista. Sochi ha marcado la agenda de Rusia y Putin, pero también la de toda la zona. Desgraciadamente no son solo los atletas y seguidores de los deportes de invierno los que están haciendo sus maletas para ir a la ciudad.
Sochi puede estallar por muchos lados. Nunca unos juegos
olímpicos, ni probablemente otras manifestaciones de este tipo, han estado sometidos
a esta clase e intensidad de presión extrema desde tantos puntos. Sochi es una
gigantesca trampa en la que algunos pueden caer.
* "El alcalde de Sochi asegura que no hay homosexuales
en la ciudad" El mundo 27/01/2014
http://www.elmundo.es/internacional/2014/01/27/52e68269268e3ee1078b4572.html
**
"The Waste and Corruption of Vladimir Putin's 2014 Winter Olympics"
BloombergBusinnessweek 02/01/2014 http://www.businessweek.com/articles/2014-01-02/the-2014-winter-olympics-in-sochi-cost-51-billion
***
"Putin’s Run for Gold" Vanity Fair febrero 2014
http://www.vanityfair.com/culture/2014/02/sochi-olympics-russia-corruption
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