Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La de
actor es una de las profesiones más extrañas porque es la vocación por ser otro,
por desalojarse uno mismo del cuerpo y acoger extrañas voces que otros crean. ¿A quién le podría interesar un trabajo así?
Algunos sostienen que ese vacío se compensa con el narcisismo que requiere la
contemplación de uno mismo como campo de trabajo. No lo sé. Al fin y al cabo,
el actor no es un poseído, sino un constructor. Siempre se ha debatido si su
trabajo es racional o profundamente emocional, un controlarse o un dejarse
llevar. Los "métodos" existentes parten de una idea u otra, del actor
marioneta o del actor arrebatado, del control o del impulso.
Me
imagino que aunque podamos meterlos en un mismo tarro, los actores —como
cualquier en cualquier otra profesión— son muy distintos entre ellos. Hay
actores que solo se pasean por las pantallas y escenarios, con pequeños
cambios. Otros en cambio se transforman de arriba abajo.
La película Agosto
(August: Osage County, John Wells 2013)
contiene un recital interpretativo, llevado con auténtico mimo. Da gusto
sentarse dos horas frente a una pantalla y simplemente observar. Nos podemos
meter en la obra y escuchar sus palabras y parlamentos llenos de palabras
vulgares de seres vulgares realizando acciones vulgares. Pero basta con
observar, con eso ya se consigue mucho. Se disfruta simplemente por ver cómo Meryl
Streep (su personaje es Violet Weston) pasa las páginas de un libro de su
marido o cómo Julianne Nicholson (Ivy) recuesta su cabeza sobre el hombro de
Benedict Cumberbatch mientras este toca al piano la pieza que le ha compuesto,
un escena deliciosa. Son detalles que el actor busca para dar sentido y carne a
su personaje, que llega hasta él sobre hojas de papel. Todos esos detalles se
cosen tratando de que no se vean las costuras.
"Sentido" y "carne" surgen ambas cuando
el trabajo del actor es consistente con su papel y el papel es bueno. Lo vemos encarnado cuando la interioridad se
expresa exteriormente, se convierte en conducta,
lo que percibimos. Es cuando percibimos la vulgaridad del personaje y no la
vulgaridad del actor. O su inteligencia.
Agosto es originariamente
una obra de teatro —de Tracy Letts— como gustan en los Estados Unidos, de psicoanálisis de la
familia. Son los receptores de la tradición decimonónica de destripamiento de
las relaciones familiares que comenzó con las novelas y siguió en el teatro,
especialmente el nórdico y el ruso. La familia es el gran teatro del mundo, el
lugar de los dramas. Por eso Freud tuvo tanto éxito allí y fue tan influyente el
naturalismo en Estados Unidos, la mezcla de herencia y ambiente y la familia son las dos cosas. Tanto o más que los genes interesaban los
traumas y cómo estos pasan de padres a hijos y se viven entre hermanos. El
escenario es un diván para el análisis de las relaciones familiares. Tennessee
Williams, Arthur Miller, Eugene O'Neill... buscaron la explicación de la conducta
individual, por influencia o rechazo, en la familia. El odio, la inseguridad,
la autodestrucción, la violencia... se transmiten; las frustraciones se pagan
con los más cercanos.
El teatro norteamericano hizo sus propias tragedias
cotidianas indagando en el interior familiar recogiendo a sus autores más
admirados, los Ibsen, Strindberg, Chejov, que fueron los que se atrevieron a
llevar sobre las tablas las miserias de la burguesía decimonónica haciendo lo
que los griegos habían hecho con sus familias reinantes y Shakespeare recogió mostrándolos
en su desnudez. Las de hoy son tragedias sin nobleza, donde no hace falta
recurrir a los dioses para justificar el castigo.
Algunos han intentado incomprensiblemente colar Agosto como una comedia. "Me han
dicho que te ríes", fue lo que me comentaron en el cine al entrar. La
tragedia ya no vende entre tanto Resacón y efecto especial. En la sesión
a la que fui, la del estreno de la sobremesa, algunos despistados se reían en algunos
momentos. Reírse aquí es un malentendido. El humor que hay es el de la mala
baba, el del deseo de machacarse en el ambiente familiar, la broma hiriente del
que conoce las debilidades del otro por haberle criado. No hay humor en la obra, aunque pueda haberlo
en los personajes. No nos piden que nos riamos, sino que veamos lo ridículo y
la maldad de sus pretensiones.
Como todo lo que ocurre en un buen drama sobre un escenario,
es a la vez natural y excesivo. Es la concentración estética la que hace estallar
en un momento determinado los conflictos que llevan toda la vida rondando. Y
son los actores los que lo hacen creíble, soportando la terrible presión que se
acumula en sus relaciones. Tienen que hacer creíble la explosión de su polvorín
particular.
La queja tradicional de que no se escriben papeles para
mujeres no es cierta este año. Agosto
es sobre todo una obra de mujeres. Otro de los grandes papeles del año es
también el de Cate Blanchett, en Blue
Jasmine, el reencuentro de Woody Allen —uno recuerda su Septiembre al ver este Agosto— con una realidad no turística.
Otro gran papel femenino y otra gran interpretación. Los hombres están pagando
con creces el éxito del cine de acción y su pretensión heroica de cartón piedra.
Da mucho más de sí la decadencia que el cómic; es mucho más catártica.
Blanchett —como Streep— es otra actriz camaleónica, capaz de
hacer cualquier papel dotándolo de sentido, de ponerse dentro de la piel de
cualquiera o de crear la piel que lo humanice. Puede hacer de villana en Indiana Jones y saltar al Señor de los Anillos o ser más Dylan que
Dylan, en I'm not there (2007), una
de esas exhibiciones fantásticas que les da por hacer a los grandes actores de
vez en cuando.
El plantel que se ha reunido para hacer Agosto es una brillante selección, muy ajustada, con algún pequeño
desajuste sin más importancia. Y el encargado de la dirección de manejarlos es
un hombre de experiencia televisiva, John Wells, algo no demasiado descabellado
por el tipo de obra que requiere largas secuencias con muchos personajes
presentes. La televisión ha dejado de ser la hermana menor. Lleva una década
acogiendo a los mejores guionistas que se concentran en los personajes y no en
las explosiones y está forjando buenos realizadores. Algo que ya ocurrió a
finales de los cincuenta con aquella generación que se curtió en los platós
televisivos de Estados Unidos, la de los John Frankenheimer, Martin Ritt, Arthur
Penn, Robert Mulligan, Stanley Kramer, Sidney Lumet y Robert Altman, como
nombres más ilustres. Hace años los que daban el salto al cine eran los
realizadores de videoclips, adecuados para las películas de acción, maestros
del montaje. Las televisiones han cambiado mucho en eso y ofrecen ahora el otro
extremo. A los tres minutos del videoclip contraponen las treinta horas del
serial, por lo que la experiencia que se desarrolla es otra, otros los acentos.
Y lo mismo puede decirse de los actores. Muchos de los que aparecen en Agosto son habituales de las pantallas televisivas. Se han curtido en las series y dan el salto a la gran pantalla.
Dice John Wells, en el diario El País, que todo el mundo le pregunta lo mismo:
Me han hecho esta pregunta
muchísimas veces. Todos quieren saber qué le dices a Julia Roberts o a Meryl
Streep. O cómo diriges a Sam Shepard. Yo siempre contesto lo mismo: ‘No
puedes’. Lo que intentas es ser una especie de coordinador, un director de orquesta
que no se mete en la partitura sino que trata de mejorar los arreglos.*
Tiene razón. Es más útil dejar que actores como estos se arreglen
entre ellos sobre la realidad que van a recrear ante la cámara. Su trabajo es
considerable en un película en la que, como bien señala, si sale bien será mérito de los actores y si fracasa culpa del director.
Con un guión de una obra que ha sido Pulitzer,
realizado por el mismo autor, aclamada por todo el mundo, y con ese elenco,
puedes centrarte en otras cosas. Sabes qué puedes tocar
El actor moderno no puede acogerse a la musicalidad del
verso, a los ritmos poéticos, como ocurría en el teatro clásico. Su trabajo es
muy distinto, no es un teatro de la palabra,
sino integral, en donde las rimas y metáforas son sustituidas por las obscenidades,
los monosílabos y los gritos, a veces por discursos coherentes. Es más
complicado porque todo se viene abajo si no hemos creado un personaje adecuado
conjugando acción y motivación. Al actor no le queda el recurso de las grandes
palabras; su tarea es que el público perciba todo aquello como realidad, que se
olvide que está ante una pantalla o un escenario.
En Agosto nos
impresiona el drama sórdido en su pequeñez y cómo seres tan mezquinos pueden
causar tanto daño. La gran pregunta —el arte debe dejarnos preguntas— es porqué
las personas que deberían quererse lo hacen de esta manera destructiva. Todos
entendemos fácilmente porque Edmundo Dantés, el Conde de Montecristo, quiere
vengarse por lo que le han hecho. Pero no nos resulta tan fácil comprender las
relaciones complejas y destructivas de una familia como la que se nos muestra
en la obra. Y es ahí donde radica la labor del actor, no solo en decir su
papel, sino en mostrarnos en un par de horas los efectos del historial de
agravios de toda una vida. Otras obras nos muestran la vida en su discurrir,
aquí solo el estallido de sus efectos en un momento determinado.
Entre tanta mediocridad de papeles. se comprende porque se
puede reunir a un plantel como el que se ha conseguido para Agosto. Son papeles que les permiten
cumplir esa vocación de dejar de ser ellos durante unas semanas, construir a golpe de detalle un ser creíble.
* "‘Agosto’: explosión de estrellas" El País
10/01/2013
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/01/09/actualidad/1389298664_790483.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.