Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Parece que los europeos tenemos un problema: no creemos en Europa. Eso es lo que parecen demostrar las más recientes acciones que tomamos. El euro se ha desplomado por el simple rumor de que Grecia podría salirse de la moneda única. Revisamos el “espacio Schengen” porque nos pasamos unos a otros insolidariamente el grave problema de las crisis inmigratorias del norte de África. Algunos partidos hacen campaña contra Europa en sus elecciones nacionales. Cuando las ganan se vuelven contra los países miembros y se niegan a ayudarlos. No conseguimos tener una política exterior unificada porque salimos corriendo a establecer relaciones económicas bilaterales y cuando llegan los representantes comunitarios ya no queda nada por hablar o está vendido todo el pescado.
Estamos dando la imagen de la Europa de las rabietas, una Europa infantil e histérica que reacciona a golpe de pataleos cuando a los países miembros no les salen las cosas como quieren. Otro problema grave es que los desajustes entre los resultados que los países tienen y el reparto de las cargas hacen que unos paguen los errores de otros. Este es un factor que va a estar sobre la mesa permanentemente y que llevará a realizar campañas nacionales más radicalmente euroescépticas y campañas tibias en las europeas. Dentro del reparto de roles que suele ocurrir en las campañas electorales, en función de los intereses partidistas, tocará jugar la baza integradora o la escéptica. Las actitudes de Alemania, Francia o Italia, de Grecia o Portugal, de los críticos europeos fineses, etc., se orientan en función de las políticas interiores y de las opiniones públicas de cada país.
Este no es un camino bueno para Europa. La creencia en que, lo que cuesta tanto acordar, se puede modificar por las presiones y amenazas de abandonar las políticas comunes no es la mejor práctica. Especialmente cuando esas “políticas comunes” apenas existen. Europa necesita pensarse, reformularse más allá de las creencias simplistas y maniqueas en que es una panacea o un engendro administrativo vacío.
Como europeos necesitamos definición y vocación. No tenemos la primera y se ha ido diluyendo la segunda conforme la realidad desplazaba a los sueños. El europeísmo tenía sentido cuando no existía Europa; ahora no se necesitan utopías sino compromisos y principios. No deja de ser irónico que nuestras discusiones internas se refieran a las fronteras externas y que nuestras reticencias económicas se produzcan por la imposibilidad del recurso a las devaluaciones tras abandonar las monedas nacionales en favor de una moneda única. Europa no puede seguir jugando al “ahora estoy, ahora no estoy” porque mina su propia credibilidad y convierte en pura retórica cualquier discurso o principio. Una Europa circunstancial no es el ideal.
Necesitamos compromiso, vocación europea. Y esta la aportan los intelectuales, especie desaparecida en favor de tecnócratas, economistas y burócratas, en manos de quienes se ha dejado la edificación europea. Una Europa de cifras y reglamentos no anima a nadie a la identificación. Hacen falta esos pensadores que aportaban razones, ideas y sueños comunes por los que merecía la pena caminar hacia el futuro. Hacen falta personas que nos hablen de Cultura y menos de espectáculos, más de Historia y menos de aniversarios, más de principios y menos del precio del dinero. Hace falta una Europa de la mente. Pero no es eso lo que tenemos desgraciadamente. Minada por el consumismo y la trivialidad, no damos espacio más que a lo efectista y muy poco a los que podrían aportarnos algo proponiéndonos caminos y advirtiéndonos de nuestros errores mediante la crítica.
Europa es una buena idea, siempre y cuando la asumamos como un proyecto y no como una marca comercial, como una etiqueta. Corremos el riesgo de que esta Europa con alfileres se desmorone con cualquiera de las alegrías que los líderes políticos de cada país miembro se permiten cada vez que se plantea un problema. Como adquiramos la mala costumbre de cuestionar Europa con cada problema, no habrá mucho futuro que construir.Un día llegará el lobo y soplará y soplará y soplará...
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