Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Mientras que la gente se reúne en la Plaza de Tahrir o en la de La Perla o en cualquier otro lugar del mundo árabe alzándose contra dictaduras, en España lo que se reclama, de forma general, es el funcionamiento de nuestra democracia. Existe un abanico que abarca en un extremo a los que consideran que es un tipo de democracia que no funcionará (los antisistema) y en otro a los que consideran que la democracia necesita recuperar su pulso y dirección porque ha sufrido un importante deterioro. Están también los que consideran que esto no es un problema de democracia, sino de gobierno, es decir, salvan el sistema y critican al conjunto de los gobernantes. Todos ellos pueden, como de hecho ha sucedido, juntar su indignación, pero difícilmente podrán juntar sus soluciones. Pero es evidente que la mejora de la democracia, en cualquier sentido reducirá el descontento.
Existe un sustrato común entre todos los que se han concentrado o han pasado por nuestras plazas, y es la indignación por los pobres resultados del sistema en muchos terrenos. Es evidente que si la gente estuviera contenta, no se habría producido este movimiento social sin etiquetas. Es una llamada de atención a los políticos y demás instituciones sociales porque la gente está dejando de sentirse representados por abandono. Se empieza a percibir por la ciudadanía que las organizaciones sociales han perdido la sensibilidad hacia sus problemas. Esta insensibilidad del sistema tiene que ver con sus principios rectores, cada vez más enfocados hacia los aspectos económicos, auténticos ejes de la decisión política. La ausencia de políticas culturales y educativas, con una cultura transformada en espectáculo y una educación convertida en el brazo ejecutor del sistema económico, es otro ingrediente importante. Llevamos años con unos pobrísimos resultados educativos y nadie percibe que se haga nada al respecto. La despersonalización de los sistemas sanitarios o judiciales en beneficio de sistemas guiados por protocolos, es también un síntoma de la falta de sensibilidad de las instituciones que acaban desbordadas y se vuelven lentas e inoperantes. Son los profesionales, médicos y jueces, los que denuncian el estado de sus sectores.
Finalmente, el elemento clave en nuestro caso: la lacra del desempleo como consecuencia del desarrollo de un modelo económico desastroso, que ha dejado al descubierto la ausencia absoluta de una política económica real e imaginativa, entendida como una visión de futuro del país, y no como la satisfacción de los propios intereses de los agentes económicos y el mercado. Es evidente que España se ha equivocado al elegir el modelo económico que nos ha guiado durante las últimas décadas porque nos ha llevado a un callejón sin salida en la cuestión del empleo. Ya no es sostenible la excusa de los gobiernos de las crisis generales porque los demás se recuperan y nosotros no, con unas expectativas muy pobres de recuperación en décadas. Cuando España “ha ido bien”, las cifras han sido siempre de dos millones de parados. Un país que acepta esto y, sobre todo, una clase política que lo sostiene, ha perdido el sentido de la realidad y de lo político entendido como actuaciones para lograr el bien común. Durante dos décadas, el auténtico motor de la economía española ha sido sacar el dinero de los ahorros de los bancos y estimular el consumismo interno, con el consiguiente nivel de endeudamiento. Con el ascenso del paro a cinco millones de personas, con más de un millón de hogares en los que no entra ningún recurso por actividad laboral, la morosidad ha aumentado por encima del 6%, con un volumen cifrado en 111.511 millones de euros en marzo de 2011*. Esto se ha estimulado por parte de los gobernantes como un modelo de crecimiento que daba cifras globales muy aparentes, pero que complicaba el desarrollo social mismo. Hemos ido a sectores de desarrollo fácil pero sin invertir en futuros consistentes; nos hemos metido auténticas trampas.
Crecimiento de la morosidad |
Pero la indignación procede también del agravio comparativo. Un importante sector de la sociedad aumenta su indignación antes las cifras de beneficios de los bancos y grandes empresas y de las actitudes sumisas de la clase política, que las ha convertido en sus interlocutores preferenciales. La naturalidad con la que nuestros políticos reciben a banqueros y empresarios ha hecho ver que las soluciones a los problemas generales son soluciones a los problemas de las empresas y no a los de las personas. Y, desde luego, no es lo mismo, por mucho que los interesados lo digan. Las ayudas económicas a los bancos no se han visto como ayudas al conjunto, sino que los bancos se han negado a dar créditos cuya función era estimular la actividad económica. Hemos pasado del despilfarro crediticio a la parálisis. Esta queja es general y procede de las propias instituciones que han denunciado que el crédito “no llega” al tejido social. La crisis, como se suele decir, la pagan siempre los mismos. Desgraciadamente ni es un tópico ni es demagogia. Guiados indirectamente por un pensamiento que se basa siempre en los recortes del sector público y en las privatizaciones, los ciudadanos se distancian cada vez más de las instituciones, que acaban convirtiéndose en oficinas de reclamación con poca operatividad.
Hay un creciente distanciamiento, medido por todas las encuestas y estudios desde hace años, entre la clase política y los ciudadanos. El primer problema es precisamente su constitución en “clase” política. Es lamentable que los ciudadanos perciban que en lo único que los políticos muestran acuerdo rápido sea en las sesiones de aprobación de los incremento de sus sueldos. La clase política es endogámica —no se abre a la sociedad— y mediática —cree que todo se resuelve en problemas de imagen—. Sobre estos dos ejes, la política española se ha distanciado de la ciudadanía. Se rodea de sus afiliados y deja de tener acceso al conjunto de la sociedad. No se hace pedagogía de la política, no se practica con el ejemplo la enseñanza de los valores de la democracia porque se ha hecho inexistente el diálogo político, convirtiéndolo en diálogo de sordos y desvirtuando el papel de las instituciones de debate. Por mucho que se discuta, no se tiene la sensación de que estén realmente dialogando. Demasiadas fotos y pocas ideas.
Ante este panorama, los movimientos de indignados son una importante contribución a la renovación necesaria de la política española. Las jóvenes generaciones necesitaban la experiencia de decidir, de tener responsabilidad, aunque sea de mantener en pie un campamento; necesitaban tener voz, aunque haya sido colgando carteles en cuerdas; necesitaban saber que forman parte de la sociedad y que muchos han estado con ellos porque no se ignoran los problemas de una generación entera sacrificada por la necedad, la falta de imaginación y el conservadurismo rutinario institucional. Sus padres tuvieron la oportunidad —y presumieron de haberlo hecho— de expresarse en las calles reclamando democracia; ahora son los hijos los que se las reclaman a ellos. Reclaman un “democracia real”, una profundización en los valores que se traduzca en la recuperación de la política como arte noble. No solo han sido los jóvenes los que han estado allí, pero son ellos los que tienen más derecho a hablar sobre su futuro y a experimentarlo como sueño y utopía: es a ellos a los que menos voz se les ha dado, directa o indirecta.
Este movimiento se disolverá físicamente en las plazas, pero no debe hacerlo como actitud. Es importante que no cese por aburrimiento, sino porque traslada al resto del país la ilusión de que se pueden hacer de otra forma las cosas y la voluntad de construir. La forma de que funcionemos es recuperar o crear el pulso democrático en las instituciones reorientándolas hacia los problemas reales, humanizarlas en el sentido de que los ciudadanos sientan que están para solucionar sus problemas y atenderles. Tenemos que creer y crear el futuro más allá de las estimaciones que las instituciones económicas internacionales nos hacen. Lo que la sociedad española ha estado diciendo antes y después de las elecciones del pasado domingo es que todos necesitamos un cambio de mentalidad y actitud ante los problemas. No hacer caso será un peligro y, sobre todo, una gigantesca estupidez.
* Indicadores de morosidad, crédito y solvencia. Crédito y caución, 18/05/2011 http://www.creditoycaucion.es/es/prensa/detalle/indicadores-morosidad-credito-solvencia/1528-20110518-tasa-morosidad-bancaria-desciende-61.html
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