Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario El País pregunta a expertos en Ciencia Política sobre el peso de la corrupción en los procesos electorales*. Los profesores y expertos encuestados responden —de forma intuitiva, porque son interpretaciones—, que la corrupción no pasa factura. Es una forma curiosa de cuestionar las victorias electorales: para criticar indirectamente a los que han ganado, se echa la responsabilidad sobre el electorado envileciéndolo. No sé si son conscientes del perverso entramado retórico de la afirmación y sus efectos.
Ni los votos lavan la corrupción, como quieren hacer creer algunos políticos, ni los votantes quedan envilecidos. En un sistema democrático los votos no purifican los delitos. Elegimos, pero no exculpamos; votamos, pero no indultamos. Nuestra elección evidentemente está condicionada por toda la información que manejamos, pero existen muchos otros factores en la decisión y, especialmente, los que condicionan y limitan nuestra capacidad de decidir. Sin embargo, siempre es fácil interpretar los votos para algunos interesados.
Anteriormente [ver entrada] nos referimos a que las listas cerradas de nuestro sistema electoral favorecen a los partidos en su conjunto, como aparato, y hacen que algunas personas asociadas con la corrupción se rodeen, como si de escudos humanos se tratara, de otros candidatos para atravesar los procesos de elección.
Para poder combatir la corrupción políticamente —ya que judicialmente son otros los caminos— es necesario poder distinguir con nitidez y separar de las papeletas a los que la practican y el actual sistema no lo permite al ser listas cerradas. Tampoco lo hacen en el interior de los propios partidos, que deberían velar por su limpieza, pero entienden que deben protegerse de esa manera tan española que es confirmar en su cargo al que se acusa. Como siempre se ha dicho, pedir la dimisión de un ministro en España es confirmarlo en su cargo por mucho tiempo.
Nuestros partidos han perdido el debate interno necesario para mantener limpias sus casas. El temor a que los trapos sucios sean exhibidos y utilizados por los otros pesa más que el deseo de sanear la casa propia. Y esto no se refiere ya a casos de corrupción, sino que se ha convertido en una práctica extendida a toda la vida interna de los partidos. Los partidos son las únicas empresas con empleo estable en este país.
La prensa comentaba la posibilidad de que, ante el desastre electoral del Partido Socialista, se suspendiera el proceso de primarias. El Vicesecretario General José Blanco ha salido al quite y, según señala El País, ha apuntado:
“No hay que confundir la convocatoria de primarias, que hay que hacerla porque no hay otra forma de elegir a los candidatos" con que al final se llegue a celebrar una votación. Esta aclaración de Blanco es muy pertinente, ya que, en efecto, una vez que se convoquen las elecciones internas está por ver si habrá más de un aspirante. En el caso de no ser así, no se celebrarían los comicios internos por falta de competición.**
Considerar que hay que hacer elecciones primarias, que implican debates internos, porque no hay otra forma, pero que se puede mantener el formalismo sin debate si solo se presenta un candidato, es una forma de pervertir el sentido de las elecciones internas de los partidos. La invención del debate unipersonal pude ser una gran aportación a la ciencia política. Sustraer el debate interno mediante el acuerdo entre los propios candidatos es una forma de sustraer el debate político a la bases. Una vez más, el aparato se atribuiría el poder de decisión. De nuevo, el despacho frente a las urnas, el acuerdo frente a la votación. El titular del diario El País, en la misma página en la que se anuncia lo señalado por Blanco dice: “Cargos del PSOE piden a Rubalcaba y Chacón un pacto que evite primarias”. Ellos sabrán.
Las listas protectoras y las falsas renovaciones son variantes de la forma negativa en que han evolucionado los partidos españoles, de la ausencia de debates internos. La sociedad, como los partidos, necesita de la renovación de ideas y personas. Sobran el caudillismo y el liderazgo ciego, el apoyo incondicional, la voluntad unánime. Los partidos confunden la eficacia con la unidad. Están empeñados en que su imagen exterior depende de fabricar una foto de familia idílica. Les parece siempre que el debate les debilita y ofrece los flancos más vulnerables al enemigo.
Esta percepción acaba degenerando en unos partidos carentes de ideas, imposibilitados para desprender de las cargas históricas que van acumulando. Las ofertas que van ofreciendo, elección tras elección, dejan de interesar o se vota por rutina. Eso es malo para cualquier democracia, que debe ser un ejercicio permanente de crítica. «En nuestra época es más probable que la democracia muera de indiferencia que de intolerancia», escribió Christopher Lasch. Con un gran bostezo, diría T.S. Eliot.
* “Los electores ven la corrupción como una cuestión ajena, según los expertos" El País 24/05/2011 http://www.elpais.com/articulo/espana/electores/ven/corrupcion/cuestion/ajena/expertos/elpepiesp/20110524elpepinac_17/Tes
**”El PSOE convocará el sábado las primarias” http://politica.elpais.com/politica/2011/05/23/actualidad/1306136306_691934.html
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