Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las autoridades egipcias han detenido a diez personas como responsables de colgar en la red vídeos incitando al asalto de las iglesias. El relato del grave incidente desencadenante del conflicto es como sigue: un joven musulmán comienza a contar la historia de que hace cinco años se casó con una mujer cristiana que se convirtió al Islam. Los hermanos y familiares de la mujer la tienen secuestrada desde hace ya varios meses y está retenida en una iglesia de Imbaba. Pronto, al joven marido se le ha sumado una cantidad importante de gente del barrio, musulmanes salafistas principalmente, que se dirigen hacia la iglesia cristiana. La policía tiene conocimiento de la concentración frente a la iglesia de San Marmina y busca la ayuda del jeque Mohammad Ali, un predicador salafista de la vecina mezquita de Toba. Tras interrogar al joven, el jeque concluye que es falso lo que está diciendo al ver las contradicciones en las que incurre. El jeque convence a todos de la falsedad y comienzan un canto escuchado en Tahrir, “musulmanes y cristianos son uno”. Pero el mal ya está hecho. El jeque regresa con funcionarios del Ministerio del Interior para confirmar que todo se ha terminado. Los cristianos coptos que viven en la zona y han visto la concentración ante su iglesia, se temen el asalto final y comienzan a lanzarles botellas desde las casas. Se escuchan disparos. La violencia se desencadena. Lo siguiente es una batalla campal que causa 12 muertos y más de doscientos heridos. Así lo cuenta Hassan Nafaa en Al Masry Al Youm*. Y concluye: “We can no longer tolerate the behavior of religious leaders, Christian or Muslim, who incite sectarianism in mosques, churches or other public spaces. Fanning the flames of hatred has nothing to do with freedom of religion or expression.”
El gobierno egipcio tiene cada vez más claro que se trata de provocar enfrentamientos, de una contrarrevolución en marcha, comandada por los restos del antiguo régimen, las brasas de Mubarak que siguen queriendo prender fuego y dinamitar la revolución.
Hassan Nafaa anticipa en su artículo, como es fácil prever, que las historias sobre secuestros, violaciones, insultos…, entre las dos comunidades seguirán apareciendo en su intento de crear en el país un conflicto grave que dé al traste con los logros de la revolución popular.
Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de los lazos sociales en el mundo árabe, comprende fácilmente que los mecanismos utilizados se basan en unos métodos de provocación que entroncan con el imaginario de las clases más populares, que son las que más fácilmente se dejan arrastrar si se saben emplear los fantasmas adecuados. Lejos de las sutilezas del pensamiento político, del análisis de la democracia, las provocaciones se centran en los fantasmas populares, en las historias rocambolescas que convierten al otro por excelencia, al cristiano, en el centro de los miedos y los odios. En una sociedad tan tradicional y familiar como es la egipcia, el que alguien se dedique a recorrer las calles diciendo que los cristianos han secuestrado a su esposa y la tienen encerrada en una iglesia se ve como un ataque de los cristianos al conjunto del Islam. Desde su lógica, les parece coherente que los cristianos tengan que recurrir a la retención de la mujer para evitar que ella abrace la verdadera religión. Para los salafistas a los que se trata de involucrar con la estratagema, no se trata del secuestro de una mujer, sino de interponerse entre un alma y su salvación. Por el hecho de ser musulmana, ella ya forma parte de una familia más amplia a la que se está agraviando en su conjunto. Mediante la conversión al Islam y mediante el matrimonio, la mujer ha abandonado una vida a la que ahora se le quiere hacer regresar y anular su renacimiento espiritual. Lo que para nosotros se mueve en el ámbito de lo privado, la conversión a otra religión, allí se convierte en el centro de lo social, en el robo de un alma a Dios. No es un secuestro; es una lucha por el derecho de un alma a ser salvada.
Las novelas góticas inglesas del siglo XVIII recurrían con frecuencia a reflejar unas España e Italia, los países papistas enemigos, como escenarios en los que en los sótanos de los conventos de Toledo o Roma ocurrían todo tipo de rituales horrendos. Monjas lascivas y criminales curas viciosos alimentaban la imaginación popular protestante reduciendo al otro al estatus de monstruos inhumanos. Algo parecido es lo que se está dando aquí: se está poblando la imaginación de miedos respecto al otro.
La mayor parte de los egipcios están empeñados en lo contrario, en levantar los miedos y tópicos acumulados interesadamente para mantener enfrentamientos. Los cristianos coptos en Egipto constituyen el diez por ciento de la población, una importante minoría. Los cristianos egipcios no son fruto de ninguna evangelización posterior al Islam, sino al contrario. Estaban allí como una de las comunidades desde el origen del cristianismo. Nadie puede dejar de considerarlo egipcios
El Egipto ineficaz de Mubarak, el país de parálisis permanente, tiene que ser renovado para tener la capacidad de superar estos ataques subterráneos contra el intento de salir adelante. Por eso lo egipcios tratan de vigilar el desarrollo de su revolución [ver entrada], porque saben que es algo inacabado y todavía frágil. No se vuelve eficaz un estado cuando tiene que levantar el edificio con las mismas maderas podridas que hicieron caer el otro. Por eso es esencial para ellos la pedagogía, la enseñanza del respeto, hacia los sectores más complicados. Es difícil porque la sociedad es muy compacta en sus mecanismos de control en los niveles más cercanos a la calle. La sociedad egipcia está fuertemente estratificada y existen mecanismos de control verticales y horizontales en cada sector. Los horizontales, los de los grupos, son muy fuertes porque son los vivos de la comunidad. La pedagogía democrática tiene que tratar de abrir una fisura social vertical para que la idea de la democracia penetre y equilibre las otras ideas rectoras tradicionales. La tarea no es nada fácil y requerirá de paciencia, inteligencia y vigilancia constante para evitar que los enemigos de la revolución actúen reforzando los demonios familiares y religiosos existentes, auténticos pilares sociales. Hacer que la democracia cale en todos los sectores no será fácil. Y una sola cerrilla basta para prender una iglesia y una revuelta.
* Hassan Nafaa: “The warning bells are ringing”, Al Masry Al Youm 9/05/2011 http://www.almasryalyoum.com/en/node/431702
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