viernes, 18 de marzo de 2011

La resolución del Consejo de Seguridad: ¿y tú qué has entendido?


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Una multitud de ateos, drogados, borrachos y egipcios y tunecinos en paro se manifiesta jubilosa en las plazas de Bengasi. Acaban de asistir a la histórica votación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre su futuro. Con las fuerzas del coronel Muamar El Gadafi y familia en la puerta, estos individuos han tenido la osadía de desafiar al puño dorado que estruja aviones y lanzarse a las calles a celebrarlo. Las banderas de la nueva Libia ondean junto a otras de Francia, de Egipto, de diferentes países. Ellos son hoy un poco de todos los países y nosotros somos todos ciudadanos de Bengasi, de Tobruk. Porque lo que el Consejo ha aprobado es precisamente la universalidad del que sufre frente al aislamiento del que hace sufrir.


La presentación de la propuesta por el Ministro francés de Asuntos Exteriores ha sido una pieza oratoria en la que se ha incluido el deseo de libertad de los pueblos que se han levantado frente a los tiranos que el destino había puesto sobre sus cabezas. Lo que las Naciones Unidas han autorizado es el derecho a ser protegidos de los que desean la libertad y se ven cruelmente frenados por aquellos que deberían cuidarlos. La opresión ha dejado de ser un asunto interno.
La resolución del Consejo de seguridad ha contado con 10 votos a favor, ninguno en contra y cinco abstenciones. Las abstenciones son significativas: Rusia, China, Brasil, India y Alemania. Cada país tendrá sus motivos, pero algunos tendrán que explicarlos mejor porque están muy próximos y deberíamos tener una política exterior más unida. Que Alemania se muestre en esa compañía no parece muy razonable.


Mientras los libios de Bengasi celebran jubilosos la resolución en su favor, la cadena Al Jazeera nos ofrece la rueda de prensa montada en Trípoli para dar la respuesta oficial del régimen de Gadafi. Un sonriente y bromista Secretario de Asuntos Exteriores, Khalid Kaim, se hace con los micrófonos. Realiza sus comentarios en inglés y corrige a veces a su traductor al árabe cuando este se equivoca. Su cabeza está en dos o tres sitios. Su rueda de prensa no tiene desperdicio y es un ejemplo de la diplomacia de Gadafi. Lo primero es dar las gracias a los países que se han abstenido en la votación. Va repitiendo sus nombres y comenta divertido: “¡Alemania, vaya sorpresa!” Pleno de espíritu positivo, Kaim hace una interpretación de la resolución digna de Saif, el hijo filósofo: se felicita por la resolución ya que, al igual que ellos, se preocupa por la seguridad de los civiles y la integridad de Libia. Sobre esta base, Kaim va desgranando lo que para el régimen implica la resolución: no dividir Libia, no invadirla y no armar a los rebeldes. El ejército libio avanza para proteger a los libios y no para otra cosa. La otra cosa, evidentemente, no tiene que ver con la amenaza de los Gadafi de perseguir casa por casa, habitación por habitación, a los que no entreguen sus armas inmediatamente en cuanto entren en la ciudad.
Esta interpretación de la resolución tiene poco que ver con lo que ha entendido el resto del mundo y ya les están advirtiendo que el objetivo de la resolución es proteger a los civiles por cualquier medio necesario. El cinismo hermenéutico es tal que convierte a las huestes de Gadafi en ejércitos libertadores del mismo pueblo al que masacran. Francia ya ha señalado que puede intervenir en horas si es necesario e Italia ya ha ofrecido sus bases para establecer la zona de exclusión aérea y la base de las operaciones. Hillary Clinton ha apuntado que el objetivo de salvaguardar a la población puede hacer necesario ir más allá de la exclusión aérea y eliminar objetivos terrestres. Gadafi, por su parte, ya ha advertido a toda la cuenca mediterránea que pasarán a convertirse en objetivos, militares o civiles, de su ira si se siente atacado en su territorio.
Mientras el pueblo de Bengasi sigue sus celebraciones, la conferencia de Kaim continúa. Un gran estruendo y gritos sobresaltan a los periodistas en la sala. “No se preocupen —señala el ministro portavoz—, solo son libios manifestando su alegría por cómo va esto”. La sala es invadida por unas decenas de jóvenes envueltos en banderas verdes portando retratos de su amado líder, retratos que besan ante los ojos sorprendidos de los periodistas.



En la pantalla dividida tenemos los dos extremos del conflicto, los rebeldes de Bengasi y los eufóricos gadafistas celebrando en Trípoli lo mismo, la resolución del Consejo de Seguridad. No puede haber mayor discrepancia en el análisis de una resolución, no puede haber mayor distancia respecto al mismo texto. Los periodistas abandonan la sala que queda invadida por los jóvenes incapaces de parar su demostración de devoción al líder y su capacidad de convencer a los líderes del mundo para su causa.
Las manifestaciones se siguen en las calles de Trípoli. Todos aman al Coronel, todos besan sus retratos a falta de sus carnes aceitadas. En Bengasi, en Tobruk, vemos el júbilo por saberse cerca, si no de la victoria, si del corazón de muchas personas en todo el mundo, de personas a las que les importa su destino y su sufrimiento, que respetan su deseo de libertad.
Las próximas horas serán decisivas. El ejército de Gadafi puede tratar de avanzar hacia Bengasi en un intento desesperado de tomar la ciudad antes de que se pueda realizar un despliegue militar en la zona y establecer la zona de exclusión. Las penas de los libios no han terminado, pero esta noche nadie puede quitarles el júbilo y la celebración. Amanecerá y el horizonte será otro.

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