miércoles, 26 de diciembre de 2018

Efectos secundarios o nuevas formas del viejo patriarcado

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario El País nos trae hoy el denominado "efecto Pence", nombre derivado del vicepresidente de los Estados Unidos, al que según parece no le gusta arriesgarse en sus relaciones profesionales o circunstanciales como las mujeres. Podríamos considerar el efecto como una precaución o también como reacción secundaria del "efecto Trump", que sería el contrario. Allí donde Mike Pence no quiere caer, Trump tropieza varias veces en la misma piedra con las consecuencias que conocemos y que todavía están en el candelero, como los pagos millonarios a aquellas mujeres que han tenido el sentido del humor de compartir momentos existenciales con él. Desgraciadamente, la virtud no sale de sacar la media entre ambos extremos de una forma automática. El tándem para la Casa Blanca no ha resultado bueno desde esta perspectiva de las relaciones entre hombres y mujeres.
El "efecto Pence" es más bien el traslado del aislacionismo de Trump al terreno de las relaciones laborales. Desde esta perspectiva, la sintonía entre ambos políticos es mayor. No explica el diario en qué consiste este "efecto":

Aquí es poco conocido, eclipsado como está por ese foco de noticias anaranjado llamado Donald Trump, pero en Estados Unidos, claro, es un personaje respetado y respetable, especialmente entre los creyentes. En marzo de 2017, en un reportaje sobre la mujer de Pence, Karen, se afirmaba lo siguiente: “Nunca cena con una mujer que no sea su esposa”. Su ejemplo, el de reducir el contacto con las mujeres a su relación sentimental y evitarla en lo laboral, parece estar extendiéndose a otros ámbitos.
La primera en dar la voz de alarma y poner nombre al fenómeno ha sido la cadena económica Bloomberg. Su artículo se iniciaba con una especie de instrucciones con redacción de tablas de la ley del “evitar a las mujeres a cualquier precio” realmente espeluznante: “No cenes con colegas. No te sientes a su lado en los aviones. Reserva habitaciones de hotel en diferentes pisos. Evita las reuniones individuales”. Después se desarrollaban más prácticas para evitar el contacto femenino: mantener las reuniones siempre con la puerta abierta, nunca con mujeres menores de 35 años, lo más alejado posible en el ascensor… El reportaje se centraba en el mundo de Wall Street en el que, precisamente, no abundan las mujeres y, por lo tanto, se corre el riesgo de que las pocas que hay desaparezcan, convirtiéndose en un club “solo para chicos”. La paranoia de que puedan ser denunciados por acoso sexual parece extenderse por todo el distrito financiero, tal y como revelaban las entrevistas con hasta 30 altos ejecutivos.*



En realidad, el efecto es más bien un "anti efecto Trump", que sería el consejo que Karen Pence le debió dar a su esposo, el religioso Mike. En realidad, creo que es por esa vía por donde Pence debió comenzar a caminar. El extremismo religioso ha copiado la práctica islámica de considerar que el simple roce de una mujer es pecaminoso y está prohibido. Las mismas prácticas que se describen son muy similares (no permanecer solos en una misma estancia, etc.) y muestran lo que ha unido la política para conseguir al poder junto al disoluto y descreído Trump.


Otra cuestión es la deriva que el efecto ha podido tener entre aquellos que viven el mundo como un sistema de reclamaciones ante los tribunales. La interpretación más generalizada del movimiento aislacionista de género es que se trata de una reacción al movimiento #metoo y al temor a que traiga futuros conflictos en los que el varón se vea arrastrado hacia la exposición pública por sus malas prácticas, por decirlo así, o también (¿por qué no?) por las posibles difamaciones.
La cuestión que ya plantean algunos es si toda esta "prevención", todo este distanciamiento, no estará produciendo una barrera infranqueable, es decir, una nueva forma de discriminación. Evidentemente no puede considerarse como tal el no querer cenar fuera con los colegas de las trabajos, como se señala, pero sí ocurriría si la forma más rápida es no tener colegas del otro sexo cerca.
La pregunta, pues, es si metafóricamente volvemos a los colegios segregados, los colegios de chicos y chicas diferenciados ante la incapacidad de mantener un ambiente sano, por llamarlo así.


La derecha más reaccionaria de base religiosa, ha estado sosteniendo esto durante mucho tiempo, amparándose en que los chicos y las chicas deben crecer separados (otra forma de integrismo). El paso siguiente serán los "burkas" laborales, la eliminación de lo femenino en el trabajo, las zonas separadas, etc.
Resulta asombroso lo atractivo que resulta hacer un mundo más complicado frente a lo que serían las formas de corregir los comportamientos. Parece, para desolación de los optimistas del progreso, que es más sencillo retroceder ante el miedo a la convivencia.
Los anti igualitarios, es cierto, hacen estudiadas campañas para convencernos a todos que esto es una caza de brujas y que lo mejor es separarse, el aislamiento. No suelen señalar que se quedan con la mejor parte del pastel y que el que está en la litera de arriba tiene mejores vistas.
Las visiones de futuros distintos nos dejan un poco descolocados: 1) mundos separados (las noticias de poder procrear sin necesidad del otro son contempladas por algunos/as como una gran victoria que garantiza la independencia); 2) mundos en guerra constante, con conflictos de relaciones imposibles de superar; y c) por el que nadie parece apostar, la necesidad de llegar a un mundo más justo, igualitario y donde sea posible relacionarse para no perder lo que podemos recibir en el trato, una forma de ver el mundo y a nosotros mismos.


Frente al deseable mundo igualitario, se encuentra la alternativa tradicionalista, la "natural", la que "Dios quiere", con los varones al mando, es decir, la sociedad patriarcal renovada, con mujeres sumisas que hacen de la dulzura, obediencia, discreción y silencio sus nuevas virtudes. El tradicionalismo usa como combustible para sus ideas la sencillez de su mundo ordenado, claro y distinto, que diría un cartesiano.
Las polémicas sobre esto llegaron a la Casa Blanca con Trump, cuando empezó de nuevo a hablarse de modelos femeninos tradicionales, con un toque de modernidad. Se trataba de distanciarse (¡cómo no!) del modelo representando por Michelle Obama frente a las primeras damas anteriores. Por eso las iras de los tradicionalistas se acumulaban (y acumulan) contra ella.
El efecto Pence es perverso, pero es también una forma de reaccionar ante los cambios con otro cambio, aunque sea regresivo. Lo es esencialmente porque mantiene las formas tradicionales en casa, convertida en castillo reposo del guerrero y establece reglas de "separación" en el mundo laboral.


Los que denuncian que puede ser una forma de discriminación saben lo que dicen, pues ya temen los efectos de este tipo de maniobras. El efecto será el distanciamiento laboral, el aislamiento, la aceptación de las reglas para promocionarse. Hay una gran hipocresía al decir que el movimiento representa "respeto" hacia las mujeres. Aislarlas no es respetarlas, evidentemente. Lo que hace es coger el rábano por las hojas, hacer ver que si lo que el movimiento #metoo refleja es cierto, lo mejor es levantar barreras. Ya no se sabe bien quién se defiende de quién, si las mujeres de los hombres o los hombres de las mujeres. Pero se trata de echar el cierre.
No hay que dejarse engañar. El efecto Pence no es virtuoso. Parte del principio tradicional de que es la mujer la que altera, persigue o incomoda al hombre; es una forma patriarcal clara. Implica que la proximidad de las mujeres hace desviarse del camino de Dios al hombre. Y quien dice del camino de Dios, dice del camino del éxito, de los negocios, etc. Cuanto más lejos mejor.
La estrategia patriarcal actual es culpar al movimiento #MeToo de ser el responsable de la "pérdida de confianza" entre hombres y mujeres. Resulta que denunciar hacer perder la confianza ¿en qué? ¿Hay que aguantar en silencio para que no se pierda? Extraño razonamiento.

The Federalist

El presidente de los Estados Unidos ha sido organizador de concursos mundiales de de belleza; ha pagado a las mujeres con las que se enredó para evitar malas campañas de imagen. Va por su tercer matrimonio, dejándolas plantadas cuando estaba a punto de concluir sus contratos matrimoniales, evitando que se llevaran su dinero. Como dijo una vez: lo mejor de ser rico es que cuando una mujer no te gusta, la cambias. Este ejemplar humano formó dúo electoral con Mike Pence, el que evita contacto con las mujeres, cuando de quien debería evitar la proximidad es de Donald Trump, foco evidente de perdición. Por eso es un problema mal enfocado que no arregla nada sino que mantiene injusticias y desenfoques. En realidad todo forma parte de esa extraña América que acepta a estos ambiguos y pretendidamente virtuosos de la iglesia y de los negocios.
Es una pena que el diario El País trate este importante asunto en la sección de "moda/belleza/celebs/feminismo" (extraña y reveladora secuencia) y en cambio lleve frivolidades a la sección de opinión. Quizá deberían atender estas cuestiones de otras formas, a menos que sean víctimas también del "efecto Pence".


* Rubén Romero "‘Efecto Pence’: ¿Evitan los hombres a las mujeres en el trabajo?" El País 26/12/2018  https://smoda.elpais.com/moda/actualidad/efecto-pence-hombres-mujeres-trabajo/


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