Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
diario El País nos trae hoy el denominado "efecto Pence", nombre
derivado del vicepresidente de los Estados Unidos, al que según parece no le
gusta arriesgarse en sus relaciones profesionales o circunstanciales como las
mujeres. Podríamos considerar el efecto como una precaución o también como reacción
secundaria del "efecto Trump", que sería el contrario. Allí donde Mike
Pence no quiere caer, Trump tropieza varias veces en la misma piedra con las
consecuencias que conocemos y que todavía están en el candelero, como los pagos
millonarios a aquellas mujeres que han tenido el sentido del humor de compartir
momentos existenciales con él. Desgraciadamente, la virtud no sale de sacar la
media entre ambos extremos de una forma automática. El tándem para la Casa
Blanca no ha resultado bueno desde esta perspectiva de las relaciones entre
hombres y mujeres.
El "efecto
Pence" es más bien el traslado del aislacionismo de Trump al terreno de
las relaciones laborales. Desde esta perspectiva, la sintonía entre ambos
políticos es mayor. No explica el diario en qué consiste este
"efecto":
Aquí es poco conocido, eclipsado como está
por ese foco de noticias anaranjado llamado Donald Trump, pero en Estados
Unidos, claro, es un personaje respetado y respetable, especialmente entre los
creyentes. En marzo de 2017, en un reportaje sobre la mujer de Pence, Karen, se
afirmaba lo siguiente: “Nunca cena con una mujer que no sea su esposa”. Su
ejemplo, el de reducir el contacto con las mujeres a su relación sentimental y
evitarla en lo laboral, parece estar extendiéndose a otros ámbitos.
La primera en dar la voz de alarma y poner
nombre al fenómeno ha sido la cadena económica Bloomberg. Su artículo se
iniciaba con una especie de instrucciones con redacción de tablas de la ley del
“evitar a las mujeres a cualquier precio” realmente espeluznante: “No cenes con
colegas. No te sientes a su lado en los aviones. Reserva habitaciones de hotel
en diferentes pisos. Evita las reuniones individuales”. Después se
desarrollaban más prácticas para evitar el contacto femenino: mantener las
reuniones siempre con la puerta abierta, nunca con mujeres menores de 35 años,
lo más alejado posible en el ascensor… El reportaje se centraba en el mundo de
Wall Street en el que, precisamente, no abundan las mujeres y, por lo tanto, se
corre el riesgo de que las pocas que hay desaparezcan, convirtiéndose en un
club “solo para chicos”. La paranoia de que puedan ser denunciados por acoso
sexual parece extenderse por todo el distrito financiero, tal y como revelaban
las entrevistas con hasta 30 altos ejecutivos.*
En
realidad, el efecto es más bien un "anti efecto Trump", que sería el consejo
que Karen Pence le debió dar a su esposo, el religioso Mike. En realidad, creo
que es por esa vía por donde Pence debió comenzar a caminar. El extremismo
religioso ha copiado la práctica islámica de considerar que
el simple roce de una mujer es pecaminoso y está prohibido. Las mismas
prácticas que se describen son muy similares (no permanecer solos en una misma
estancia, etc.) y muestran lo que ha unido la política para conseguir al poder
junto al disoluto y descreído Trump.
Otra
cuestión es la deriva que el efecto ha podido tener entre aquellos que viven el
mundo como un sistema de reclamaciones ante los tribunales. La interpretación
más generalizada del movimiento aislacionista de género es que se trata de una
reacción al movimiento #metoo y al temor a que traiga futuros conflictos en los
que el varón se vea arrastrado hacia la exposición pública por sus malas prácticas,
por decirlo así, o también (¿por qué no?) por las posibles difamaciones.
La cuestión
que ya plantean algunos es si toda esta "prevención", todo este
distanciamiento, no estará produciendo una barrera infranqueable, es decir, una
nueva forma de discriminación. Evidentemente no puede considerarse como tal el
no querer cenar fuera con los colegas de las trabajos, como se señala, pero sí
ocurriría si la forma más rápida es no tener colegas del otro sexo cerca.
La
pregunta, pues, es si metafóricamente volvemos a los colegios segregados, los
colegios de chicos y chicas diferenciados ante la incapacidad de mantener un
ambiente sano, por llamarlo así.
La
derecha más reaccionaria de base religiosa, ha estado sosteniendo esto durante
mucho tiempo, amparándose en que los chicos y las chicas deben crecer separados
(otra forma de integrismo). El paso siguiente serán los "burkas"
laborales, la eliminación de lo femenino en el trabajo, las zonas separadas,
etc.
Resulta
asombroso lo atractivo que resulta hacer un mundo más complicado frente a lo
que serían las formas de corregir los comportamientos. Parece, para desolación
de los optimistas del progreso, que es más sencillo retroceder ante el miedo a
la convivencia.
Los
anti igualitarios, es cierto, hacen estudiadas campañas para convencernos a
todos que esto es una caza de brujas
y que lo mejor es separarse, el aislamiento. No suelen señalar que se quedan con
la mejor parte del pastel y que el que está en la litera de arriba tiene
mejores vistas.
Las
visiones de futuros distintos nos dejan un poco descolocados: 1) mundos
separados (las noticias de poder procrear sin necesidad del otro son
contempladas por algunos/as como una gran victoria que garantiza la
independencia); 2) mundos en guerra constante, con conflictos de relaciones
imposibles de superar; y c) por el que nadie parece apostar, la necesidad de
llegar a un mundo más justo, igualitario y donde sea posible relacionarse para
no perder lo que podemos recibir en el trato, una forma de ver el mundo y a
nosotros mismos.
Frente
al deseable mundo igualitario, se encuentra la alternativa tradicionalista, la "natural", la que "Dios quiere",
con los varones al mando, es decir, la sociedad
patriarcal renovada, con mujeres sumisas que hacen de la dulzura,
obediencia, discreción y silencio sus nuevas virtudes. El tradicionalismo usa
como combustible para sus ideas la sencillez de su mundo ordenado, claro y
distinto, que diría un cartesiano.
Las
polémicas sobre esto llegaron a la Casa Blanca con Trump, cuando empezó de
nuevo a hablarse de modelos femeninos
tradicionales, con un toque de modernidad. Se trataba de distanciarse (¡cómo
no!) del modelo representando por Michelle Obama frente a las primeras damas
anteriores. Por eso las iras de los tradicionalistas se acumulaban (y acumulan)
contra ella.
El
efecto Pence es perverso, pero es también una forma de reaccionar ante los
cambios con otro cambio, aunque sea regresivo. Lo es esencialmente porque
mantiene las formas tradicionales en casa, convertida en castillo reposo del
guerrero y establece reglas de "separación" en el mundo laboral.
Los que
denuncian que puede ser una forma de discriminación saben lo que dicen, pues ya
temen los efectos de este tipo de maniobras. El efecto será el distanciamiento
laboral, el aislamiento, la aceptación de las reglas para promocionarse. Hay
una gran hipocresía al decir que el movimiento representa "respeto"
hacia las mujeres. Aislarlas no es respetarlas, evidentemente. Lo que hace es
coger el rábano por las hojas, hacer ver que si lo que el movimiento #metoo
refleja es cierto, lo mejor es levantar barreras. Ya no se sabe bien quién se
defiende de quién, si las mujeres de los hombres o los hombres de las mujeres.
Pero se trata de echar el cierre.
No hay
que dejarse engañar. El efecto Pence no es virtuoso. Parte del principio tradicional
de que es la mujer la que altera, persigue o incomoda al hombre; es una forma
patriarcal clara. Implica que la proximidad de las mujeres hace desviarse del
camino de Dios al hombre. Y quien dice del camino de Dios, dice del camino del
éxito, de los negocios, etc. Cuanto más lejos mejor.
La estrategia patriarcal actual es culpar al movimiento #MeToo de ser el responsable de la "pérdida de confianza" entre hombres y mujeres. Resulta que denunciar hacer perder la confianza ¿en qué? ¿Hay que aguantar en silencio para que no se pierda? Extraño razonamiento.
The Federalist |
El
presidente de los Estados Unidos ha sido organizador de concursos mundiales de
de belleza; ha pagado a las mujeres con las que se enredó para evitar malas
campañas de imagen. Va por su tercer matrimonio, dejándolas plantadas cuando
estaba a punto de concluir sus contratos matrimoniales, evitando que se llevaran
su dinero. Como dijo una vez: lo mejor de ser rico es que cuando una mujer no te
gusta, la cambias. Este ejemplar humano formó dúo electoral con Mike Pence, el
que evita contacto con las mujeres, cuando de quien debería evitar la
proximidad es de Donald Trump, foco evidente de perdición. Por eso es un
problema mal enfocado que no arregla nada sino que mantiene injusticias y
desenfoques. En realidad todo forma parte de esa extraña América que acepta a
estos ambiguos y pretendidamente virtuosos de la iglesia y de los negocios.
Es una
pena que el diario El País trate este importante asunto en la sección de
"moda/belleza/celebs/feminismo" (extraña y reveladora secuencia) y en
cambio lleve frivolidades a la sección de opinión. Quizá deberían atender estas
cuestiones de otras formas, a menos que sean víctimas también del "efecto
Pence".
* Rubén
Romero "‘Efecto Pence’: ¿Evitan los hombres a las mujeres en el
trabajo?" El País 26/12/2018
https://smoda.elpais.com/moda/actualidad/efecto-pence-hombres-mujeres-trabajo/
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