miércoles, 19 de diciembre de 2018

La presunción de ocurrencia

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Con el titular "¿De verdad llegaron a la Luna?", Rafael Clemente, ingeniero y antiguo director de lo que fuera el Museo de la Ciencia y hoy Caixa Forum de Barcelona, hace un recorrido por la descreencia en la llegada a nuestro satélite hace cincuenta años. No deja de ser curioso que sea este el signo de los tiempos.
Nuestra capacidad de crear versiones paralelas o contradictorias de las cosas nos ha llevado a esta paradojo de vernos sumergidos —algunos, ahogado— en no saber qué decidir sobre lo que nos dicen que ocurre o pasa en el mundo. Aquello que debería servirnos para creer se ha convertido, por el contrario, en fuente de dudas, anulando nuestra capacidad de decidir y viviendo de forma permanente en el filo de una navaja bien afilada sobre la que vivimos en permanente equilibrio.
Escribe Rafael Clemente en su artículo:

Dicen las encuestas que entre el 10% y el 20% de la población (las cifras varían por regiones y países) está convencida de que los vuelos a la Luna fueron una fantasía o –peor— un colosal engaño. Internet está plagado de comentarios en ese sentido y de intervenciones de “expertos” que lo atestiguan, esgrimiendo pruebas irrefutables.


El texto hace un repaso de algunas de algunas burdas teorías y de otras más elaboradas sobre esta cuestión del viaje y la Luna, del si se pisó o si solo se dieron un garbeo por los alrededores. De 10 al 20% no me parece mucho, la verdad, para el ruido que suelen meter con estas cosas. Mientras se mantengan en esas cifras, la realidad está a salvo y podemos seguir con las celebraciones del aniversario de la "presunta" llegada.
La presunción de ocurrencia debería ser el margen de confianza que se le da a algún hecho que otros cuestionan sin miramientos, acusando a los demás de conspirar para hacer creer al mundo unas historias poniendo en marcha complejos planes.
Se empezó recelando de los dioses y los milagros, y se ha acabado dudando de casi todo lo que nos ponen por delante, ya sea como presente o como pasado. Por dudar, dudamos también del futuro, como hace Donald Trump sobre lo que nos espera con el inexistente "cambio climático", una conspiración de China para frenar el poderío norteamericano, según su propia interpretación y la de sus portavoces ente los medios.


Con todo, es la prensa la que se lleva la peor parte de la incredulidad reinante. Ante ella, hemos pasado de ser personas interesadas en lo que ocurre en el mundo más allá de lo que cubre la vista, a dudar de cada una de sus palabras e imágenes. Todo es humano, todo es retocable por la mano de los expertos que nos cambian lo que pensamos que es real.
Nacida para contarnos el mundo y darle forma, la prensa se encuentra bajo sospecha como principal vehículo de la realidad. La ilusión se ha roto y solo queda la ficción de la realidad, nombre presuntuoso de lo que aceptamos. Son los mayores mentirosos los que más disfrutan atacando a la prensa. Es la táctica del calamar, ensuciando el agua cristalina para que todo aparezca bajo la luz de la duda, estado natural del ser humano.
No hemos vuelto iconoclastas absolutos a la vez que nuestra credulidad se ha disparado hasta cotas impensables. En efecto, debería ser que los que dudan de ciertas cosas, lo hicieran desde una perspectiva metódica y generalizada. Pero no es así.

La duda es muy selectiva y mientras que se dudan de muchas cosas que parecen reales, se cree a pies juntillas en otras cosas que son a primera vista increíbles. El mismo que dice no creer en el aterrizaje en la Luna puede creer haber sido abducido sin ningún género de dudas. Aquel que no cree que hayamos pisado el suelo del planeta puede se acérrimo defensor de una tierra hueca, poblada por especies desaparecidas en la superficie y en la que habitan rubias como Raquel Welch (que era morena) en aquella película inverosímil titulada Hace un millón de años (1966). ¿Por qué no?
Al "Pienso luego existo" cartesiano le ha seguido un uso abusivo de la duda que nos ha llevado a una nueva dimensión ontológica, "soy engañado, luego existo", que es igual de filosófica que la primera. Descartes dudaba de los sentidos, de su capacidad de aprehender. Nosotros dudamos de los sentidos, de las intenciones, de nuestro cerebro, de si dormimos o estamos despiertos, de si somos máquinas con inteligencia artificial programadas para pensar que son humanas y se ven sometidas al Test de Turing.
Lo de la Luna ya es un clásico. Nuestras dudas se extienden ya a nosotros mismos, arrastrados por las ficciones que van un paso más allá, por la filosofía especulativa imparable en su rodar por la pendiente del descreimiento. Roto el pacto de la credulidad, todo queda bajo sospecha.

Hitchcock tenía razón cuando nos hizo dudar de si éramos nosotros o nuestras madres (Psicosis). de si debíamos creer a nuestro tío (La sombra de una duda) o de si la ley de la gravedad era neutral (Vértigo). Todos nos llamamos Kaplan y vamos de hotel en hotel hasta llegar a una Viena en la que nos espera el difunto Harry Lime, El tercer hombre, al que perseguimos —por obra y gracia de Graham Green y Carol Reed— por las oscuras alcantarillas mientras suena la música de la cítara de Anton Karas. El mundo ya no es un gran teatro, como quería Calderón, sino una mezcla de publicación sensacionalista, videojuego y película en 3D a la que asistimos en sesión continua. La duda está ahí y lo malo es que no tenemos muchos argumentos para combatirla porque la verdad suele ser insípida frente al condimento sabroso de las teorías conspiratorias.
En el fondo hay que darle la razón a Nietzsche y Foucault: está la voluntad de verdad. No son los hechos o razonamientos, las pruebas o los cálculos irrefutables, los que nos convencen. Es la autoridad la que se impone haciendo que aceptemos y no cuestionemos. La duda se alimenta por la falta de autoridad de quien afirma. Por eso se resquebrajan sus versiones y pueden colarse otras que minan la autoridad con su insolencia. Es el reinado la duda dogmática.
Las previsiones que el arte y los expertos nos dan del futuro es un mundo en el que elegiremos vivir en la realidad o en nuestras fantasías, mucho más atractivas y diseñables a nuestro gusto. De las obras de Philip K. Dick a Ready Player One, se nos ofrecen recuerdos falsos gratificantes (un pasado inventado) o fantasías de diseño para el futuro. casi siempre acaban mal.


Resaltan los que estudian estas teorías conspiratorias, las "verdades alternativas", etc. que pese a rebatirlas siguen vivitas y coleando. Lo hacen porque quienes las creen quieren creerlas y sienten rechazo por las que les llegan dadas. Así funcionamos, se empieza votando a un partido y se acaba votando la realidad misma. Homo elector
Demos una oportunidad a los hechos, asumamos la presunción de ocurrencia, como un derecho de la realidad a ser creída mientras no se demuestre lo contrario.



* Rafael Clemente "¿De verdad llegaron a la Luna?" El País 18/12/2018 https://elpais.com/elpais/2018/12/17/ciencia/1545043990_336704.html

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