Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Quizá
algunos definieran la diplomacia como el arte de mirar para otro lado. Los
límites son los que el cuello pueda tener en ese continuo esquivar la visión de
aquello que no nos gusta mirar. ¡Mientras el cuello aguante!, pensarán algunos.
Parece que el cuello, en este caso, ha dicho ¡basta! El caso no es otro, claro
está, que las relaciones entre los Estados Unidos y su (nuestro) complicado socio Arabia
Saudí.
La
complejidad de las relaciones internacionales obliga a que una potencia como
los Estados Unidos tenga al frente a alguien con una comprensión del mundo
mejor que la que actualmente posee. Pero tener a una persona que cree saberlo
todo o (peor) que cree poder controlarlo todo y que se ve a sí mismo como
"el gran arreglador" porque todos los demás lo han hecho mal en la
historia es un enorme problema.
Esto
tiene unos límites y la imagen de Trump en la Danza de la Espada con los saudís
se percibe cada vez como más sombría, más siniestra, menos presentable. Hay que
recordar su mensaje principal, tan bien recibido: haced lo que queráis, no
vengo a dar lecciones. Hoy se puede apreciar el horror causado en la creciente irritación
mundial hacia los países que entendieron el mensaje como una patente de corso
para continuar la represión indignándose cuando alguien mostraba rechazo de sus
actos y maneras. Las altaneras formas de los saudís convirtiendo en
"asunto interno" un asesinato de estado, planeado desde las más altas
instancias, y ejecutado como si se tratara de operarios de una compañía de
alcantarillado ha conseguido hacer insostenible la postura norteamericana tal
como se derivaba del mensaje de su presidente. Ningún país puede aceptar ser
cómplice o encubridor de criminales a sabiendas del descaro de la operación. Y
si lo hace sabe que quedará marcado. Eso es más grave si lo hace la primera
potencia mundial, que presume del liderazgo y de ser la encarnación de las
libertades. Los norteamericanos sensibles (a otros le parece muy bien) ya no
les queda estómago para tanta demostración de las políticas de Trump: racismo,
negacionismo del cambio climático, trato a la inmigración, negocios nada claros
de la presidencia, la intervención rusa, la guerra de Yemen, el proteccionismo
que les enfrenta con medio mundo y casi todos sus aliados, etc. Pero nada hace
más daño que lo que hace un aliado bajo tu sombra protectora.
The New
Times recoge hoy mismo en sus noticias principales el varapalo dado por el
senado al presidente a través de los saudís:
WASHINGTON — The Senate voted on Thursday to
end American military assistance for Saudi Arabia’s war in Yemen in the
strongest show of bipartisan defiance against President Trump’s defense of the
kingdom over the killing of a dissident journalist.
The 56-to-41 vote was a rare move by the Senate
to limit presidential war powers and sent a potent message of disapproval for a
nearly four-year conflict that has killed thousands of civilians and brought
famine to Yemen. Moments later, senators unanimously approved a separate
resolution to hold Crown Prince Mohammed bin Salman of Saudi Arabia personally
responsible for the death of the journalist, Jamal Khashoggi.
Together, the votes were an extraordinary break
with Mr. Trump, who has refused to condemn the prince and dismissed United
States intelligence agencies’ conclusions that the heir to the Saudi throne
directed the grisly killing.
While the House will not take up the measure by
the end of the year, the day’s votes signal that Congress will take on Mr.
Trump’s support of Saudi Arabia when Democrats take control of the House next
month.
The action indicated a growing sense of urgency
among lawmakers in both parties to punish Saudi Arabia for Mr. Khashoggi’s
death, and to question a tradition of Washington averting its gaze from the
kingdom’s human rights abuses in the interest of preserving a strategically
important relationship.*
La medida, como bien se señala en el artículo, es algo más
que un golpe a los saudís; es sobre todo un golpe a la presidencia de los
Estados Unidos en un momento en el que se juntan los rechazos por lo que va
saliendo de los antiguos asesores en sus declaraciones pactadas con los
fiscales para eludir condenas mayores. El retrato del presidente Trump que sale
de todo esto no es el más agradable de contemplar por cualquier ciudadano
norteamericano con un mínimo de sentido de la decencia o de la presencia que
debe tener un Comandante en Jefe, un líder de la democracia.
Hay mucho trabajo por delante, en las próximas décadas, para
tratar de explicarse el ascenso de Trump al poder, cómo fue capaz de seducir a
votantes y a políticos expertos, como venció la resistencia hasta convertirse
en el inquilino de la Avenida Pensilvania.
En la Historia es difícil encontrar los momentos reales en
los que las cosas se tuercen o dónde se encuentran los orígenes, que son casi siempre
convencionales y con función de explicar
lo que de otra manera nos parece perdido en la noche de los tiempos. Saber
cuándo los Estados Unidos se encontraron en manos de los saudís y no al
contrario como algunos pretenden o pudieran pensar es complejo.
La situación actual, que es lo que el senado ha tratado
de cortar, es la dependencia norteamericana de los saudís. Por
paradójico que pueda parecer, entiendo que son los saudís los que arrastran a
los norteamericanos y no al contrario. Mientras el liderazgo de los Estados
Unidos se pierde ante el rechazo internacional por sus medidas unilaterales,
Arabia Saudí ha logrado ampliar su poder en la zona y que dependan de ella los
países que, como Egipto, se encuentran en una enorme crisis económica. Son los
saudís los que están controlando lo que ocurre en Oriente Medio, los que
plantean sus propios conflictos y los que arrastran, por ejemplo, contra Irán
—su rival— a los Estados Unidos, que presiona y amenaza a la comunidad
internacional. El senado no quiere verse involucrado en sus turbias maniobras.
Pero las medidas contra el armamento vendido a los saudís
para seguir masacrando Yemen son muy distintas al reconocimiento de la
participación como decisor de la figura del príncipe heredero Mohamed Bin
Salman. Este aspecto es determinante del presente, condicionando las
relaciones, pero lo es más del futuro de la relaciones y del país mismo.
Los planes de Arabia Saudí eran una gigantesca operación de
maquillaje de uno de los regímenes más retrógrados del mundo, una peligrosa
combinación de dogmatismo y dinero. Durante décadas, Arabia Saudí ha sido el
foco del radicalismo cuya finalidad no era otra que protegerse del exterior con
su propia versión rígida del islam. La protección no es en sí del dogma
islámico, sino al contrario: es el dogma el que protege a la monarquía de un
país prefabricado cuyo nombre es el de casa reinante, la de Saud.
El esplendor de la Casa no es debido que otra cosa que a la
necesidad mundial del petróleo, de tener un aliado que impida otra guerra de
precios con los límites de la OPEP actuando políticamente. Pero los tiempos han
cambiado. El futuro, si Trump no lo impide, va hacia un mundo de menor
dependencia de los combustibles fósiles, carbón y petróleo, altamente
contaminantes. Como prevención de esta pérdida de influencia del petróleo que
les ha servido hasta el momento para aumentar su peso político y estar
protegidos frente a las revoluciones (iraní y la Primavera Árabe) o al mero
cambio, Arabia Saudí decide mostrar una cara moderna a través de pequeñas
pinceladas que las mujeres puedan conducir, que se abran salas de cine y poco
más) que son amplificadas mundialmente y presentadas como "cambio",
mientras se sigue produciendo una brutal represión de cualquier intento de democratización
o apertura real. Arabia Saudí, además, le cubre las espaldas a Israel mientras
que Israel le cubre las espaldas a la monarquía reprimiendo a los que son su
enemigos más organizados, los islamistas políticos, los Hermanos Musulmanes y
sus franquicias. Si hay un régimen antipático en el mundo musulmán son los
saudís. Su soberbia y forma de tratar a los parias de los países vecinos o que
llegan desde otros lugares del mundo islámico les ha llevado condenas por la
forma próxima a la esclavitud que practican, ya que los inmigrantes carecen de
derechos prácticamente. Tampoco su política sexual de ir comprando niñas por el
vecindario, los llamados "matrimonios
de verano", le ha traído muchas simpatías. En nuestra Costa del Sol, en
Marbella, se podría dar también información sobre las correrías de quien tiene
dinero del petróleo o el tráfico de armas.
Al señalar el senado norteamericano al príncipe heredero Bin
Salman como responsable del secuestro, tortura, asesinato y desmembramiento del
periodista afincado en los Estados Unidos Jamal Khashoggi, han complicado la
sucesión en un mundo en el que la sucesión lo es todo, ya que es la forma de
regular la vida y las intrigas en un mundo oscuro. La condena es una piedra
lanzada al centro del lago. Marca las relaciones con los saudís y marca su
futuro. Cortar la venta de armas es un
gesto claro, pero llamar asesino al heredero de un país, socio
prioritario de los Estados Unidos, tiene otro tipo de consecuencias aquí y
allí.
Las consecuencias norteamericanas son importantes porque
muestran la debilidad creciente de Trump, más en el caso de una persona que se
considera metafísicamente invencible y por encima de los dioses del Olimpo, que
palidecen a su lado. Si el año 2018 ha sido malo para Trump, el 2019 puede ser
inolvidable, pues puede estallar todo en cualquier momento. Cualquier cosa se
puede convertir en una cerrilla sobre el barril destapado de gasolina que hoy
es la Casa Blanca. Negocios, sexo, Rusia... se podrían hacer apuestas sobre qué
arrastrará a Trump a la apoteosis —literalmente— de su gran show en la
presidencia. Con una pérdida cada vez mayor de confianza de los republicanos,
se trata de que se llegue al punto crítico, es decir, aquel en el que se
obtenga más beneficio condenándolo que protegiéndolo.
Esto es más que una crisis. Las posibilidades de juzgar a Mohamed
Bin Salman limpiando la imagen son nulas. Arabia Saudí pasaría a otro nivel y
lo que demuestra el asesinato de Jamal Khashoggi es precisamente la permanencia
de lo peor del régimen como proyecto de futuro, es decir, cambio cero.
Volvemos a traer lo que nadie quiere traer a primer plano:
el secuestro, tortura y asesinato del joven italiano Giulio Regeni en Egipto.
Desde el principio del caso Khashoggi mantuvimos la idea del paralelismo. En el
caso de Regeni, es la Unión Europea e Italia los que deben mantener el tipo
democrático y no, como algunos pretenden, mirar hacia otro lado y seguir
negándolo.
En un mundo global, interconectado y de alianzas hay que
tener mucho cuidado con quién sientas a tu mesa. Establecer alianzas con
dictaduras sin respeto por los derechos humanos, que solo buscan perpetuarse a
sus élites en el poder, aunque usen discursos patrióticos, religiosos o ambos,
no es un buen negocio.
Si los países que creen en los derechos humanos empiezan a
pensar que eso de la democracia es una mera tradición como en otros es cortar
cabezas, manos o cuerpos enteros a base de sierra mientras se escucha música,
que se puede bombardear, matar de hambre a pueblos enteros, gasear y matar
niños, violar mujeres, ante la indiferencia de unos y el aplauso de los socios
(de nuevo, cómo queda Egipto ofreciéndose como segunda patria al príncipe Mohamed Bin Salman), el mundo irá a
mucho peor.
La vergüenza de la elección entre "la paz y el
pan" debería reescribirse como entre "la justicia y el negocio",
este último es el que permite comprar el pan a unos y los dos platos y postre
incluido a otros. Los masacrados ya no comen pan ni les da nadie a elegir,
obviamente.
The New York Times recoge en su artículo el verdadero
alcance de lo que los senadores han decidido con su voto:
Mr. Sanders called it the first time Congress
had used the law to make clear “that the constitutional responsibility for
making war rests with the United States Congress, not the White House.”
“Today, we tell the despotic regime in Saudi
Arabia that we will not be part of their military adventurism,” he said.
Seven Republican senators joined Democrats to
pass the resolution: Mr. Lee, Susan Collins of Maine, Steve Daines of Montana,
Jeff Flake of Arizona, Jerry Moran of Kansas, Rand Paul of Kentucky and Todd
Young of Indiana.
La guerra no la hace Trump. La historia la escribirá bajo la
responsabilidad del pueblo de los Estados Unidos, que es quien lo ha llevado a
la Casa Blanca. Los senadores están obligados a recordárselo al presidente. La
segunda parte es calificar como "aventurismo militar" las acciones de
un "aliado" que se hace con armas norteamericanas. El que vende las
armas se hace responsable de lo que el receptor hace con ellas. La teoría de
que yo vendo armas y tú haces lo que quieras con ellas vale como argumento de
la Asociación Nacional del Rifle y el lobby de las armas, pero no para las
relaciones internacionales.
Los siete senadores republicanos que se han unido al voto en
contra de seguir dando armas a los saudís para que hagan lo que hace con ellas
o la forma en que tienen de tratar a sus críticos, citados por el diario, han
querido dejar bien claro que no se sumarán con su voto a una causa injusta.
Probablemente no se habrán alegrado tanto con anterioridad de que su nombre
aparezca en el periódico. Es una forma de liberación y compromiso personal, un
rechazo a ser cómplices de oscuros intereses, oscuros negocios y oscuras
guerras. Es una forma de intentar mantener un poco de dignidad, un poco de
limpieza.
El titular de The Washington Post, el diario en el que escribía Jamal Khashoggi hasta su asesinato, lo resume con claridad. Hay un límite para mirar hacia otro lado.
*
"Senate Votes to End Aid for Yemen Fight Over Khashoggi Killing and
Saudis’ War Aims" The New York Times 13/12/2018
https://www.nytimes.com/2018/12/13/us/politics/yemen-saudi-war-pompeo-mattis.html
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