jueves, 20 de diciembre de 2018

Tiempos de fuerza o el regreso del padrecito

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario El País titula "Aumentan en Rusia los nostálgicos hacia la Unión Soviética", en un artículo firmado por María R. Sahuquillo. De nuevo, la fotografía que lo ilustra se repite en su contenido: manifestantes portando retratos de Joseph Stalin, cuyo mandato fuera uno de los más oscuros de la historia del siglo XX. Su repetición en las manifestaciones me sigue sorprendiendo porque representan algo más que la admiración de alguien que gobernó sin piedad. Implica una forma distorsionada de tratamiento del pasado, una idealización o romantización que oculta los aspectos oscuros y realza lo que considera valores positivos del pasado.
El tiempo y la reinterpretación o manipulación de lo acontecido, que es contemplado a la luz del estado del presente, actúan en esta transformación. El pasado se idealiza ante unas perspectiva pobre de futuro fijándose como meta un periodo determinado que se ha considerado como "edad de oro". Pero todo acto de idealización del pasado suele implicar una propuesta de futuro. Y ahí comienza lo preocupante.

Que la Rusia actual eche de menos la etapa de la Unión Soviética es preocupante. Tanto como lo es la "América más grande" de Trump, por más que este último haya hecho del eslogan un enunciado vacío históricamente hablando ya que no se especifica demasiado respecto a qué grandeza se refiere, si a algún tipo de valor específico o a un periodo determinado; solo la referencia al líder, Trump, que es quien les promete la grandeza de su mano.
Los nuevos modelos "fuertes" de líderes que se potencian no son buen augurio. Estamos en el nuevo tiempo de los héroes, esta vez con el apoyo del populismo surgido de la fuerza de las redes sociales. Cuenta más la fuerza que el diálogo. Y es esa fuerza la que se reivindica. Mejor que te teman. Thomas Carlyle, Oswald Spengler... Vuelven con fuerza los héroes que nos sacarán de la decadencia. Peligro.
Los rusos salen con los retratos de Stalin, el "padrecito". Lo hacen con los veteranos de las viejas guerras cargados de medallas y con jóvenes a los que les gustaría ganarlas de nuevo. Stalin les hizo grandes. Cada uno desempolva sus mitos. Se señala en el artículo del diario El País:

También la polarización sobre este asunto es la mayor en una década. Aumenta la distancia entre quienes añoran la época soviética y los que claramente no, sostienen los sociólogos del Centro Levada. Y destaca que en los últimos dos años han aumentado los jóvenes de entre 18 y 24 años que dicen lamentar la caída de la URSS; personas que nunca vivieron en ella. A la socióloga Pipiya le preocupa el dato. Afirma que la “romantización” de los tiempos soviéticos se debe al desconocimiento a fondo de la historia rusa de los jóvenes. Y que esto “puede llevar a la justificación de la represión estalinista, la reescritura de la historia o incluso a que den por supuestas las reformas democráticas”.
Fue en el año 2000 cuando el sondeo del Centro Levada alcanzó su máximo histórico: el 75% de la ciudadanía se manifestaba “arrepentida” de que la URSS se hubiera desmoronado. El mismo año en el que el actual presidente Vladímir Putin ganó las elecciones después de haber estado unos meses como interino para suceder a Boris Yeltsin. Hoy, Putin apoya una ideología que vuelve a hablar del resurgir del Imperio Ruso y desde hace años —y más desde que Rusia se anexionó Crimea en 2014— se habla en los medios de cómo el país volverá a ser una gran y respetada potencia.*


No sé si "arrepentimiento" es el término política o semánticamente adecuado, ya que no fueron los ciudadanos los que se manifestaron a favor de ello, que es precisamente lo que quiere decir "desmoronamiento". Nadie se "desmorona" porque quiere. La Unión Soviética colapsó y no por su propia voluntad, desde luego. Pero en eso consiste la romantización, en la falta de sentido histórico y en la percepción poética del propio pasado, sus héroes y el marcado de periodos como edades de oro o como periodos funestos. Por eso, como se señala, se da esa polarización social, que es la que define las diferencias cada vez más acusadas en la percepción de lo pasado.
Lo que sucede en Rusia es un fenómeno que se produce por todo el mundo con la intensificación de los sentimientos nacionalistas, que también llevan a la romantización de los héroes y periodos que son elevados a los máximos altares patrios.
En Francia, la gente sale a la calle con "chalecos amarillos" porque quiere vivir mejor, quiere acciones sobre el presente en el que vive. No es una expresión del nacionalismo sino de indignación. Los movimientos que se ven en las calles rusas o de otros países, por el contrario idealizan un pasado y lo proyectan como deseo hacia el futuro. Hemos visto anteriormente en qué acaban estos movimientos de idealización. Se reivindica la fuerza, en especial. Se entiende que es la debilidad, la decadencia, la que ha hecho desmoronarse los imperios y se pide el regreso de esa "virilidad nacional". Es el regreso a las viejas ideas que siempre han acabado mal porque no hay fuerza que no acabe empleándose.


Por todo el mundo están proliferando los voceros de la gloria, los escarbadores de los pasados idealizados que se ofrecen como reencarnaciones de las viejas figuras. La historiadora Margaret MacMillan estudió este aspecto de las identificaciones de los nuevos líderes con los líderes del pasado glorioso en su magnífico Usos y abusos de la Historia. Los líderes eligen sus "santos patronos" a los que admiran y con los que quieren verse comparados e identificados.
De nuevo signos preocupantes. Ya no son unas cuantas voces solistas, sino un cacofónico coro de glorificadores del pasado empeñados en revivir viejas glorias. Pero ya non estos los tiempos de los imperialismos, como añoran los rusos que salen a reivindicar los tiempos en que los tanques rusos se movían por Europa o por las repúblicas asiáticas contando levantamientos como ocurrió en Hungría, el primero de ellos. La doctrina de que Rusia está molesta porque se siente "cercada" por aquellos países que tratan precisamente de protegerse del vecino glotón, como ocurre con Ucrania, es preocupante por egocéntrica. Los es también la de los mismísimos norteamericanos en la visión de Trump, intentando frenar toda sombra de competencia real con una potencia que no admite perder su supremacía allí donde puede ya haberlo perdido, que aprueba la creación de un nuevo ejército espacial como nueva forma de vigilancia e intimidación.


Lo que es válido para las grandes potencias, lo es también para las pequeñas y medianas. El nacionalismo patriotero acaba celebrando siempre sus batallas ganadas, con lo que renueva a sus enemigos.  Se pasa de celebrar armisticios a celebran grandes victorias y eso ya no es buen augurio. Pronto la gente pide más, que construyas un muro o que envíes al ejército a las fronteras, que hagas guerras preventivas o que te decidas por la guerra económica, otra modalidad en alza, signo de agresividad, prepotencia y que calienta los ánimos de los involucrados.
Es cada vez más importante la presencia de líderes sensatos, que no jueguen con estas armas tan tentadoras con las que cuando te quieres dar cuenta has pasado de la retórica a los hechos. Es importante vigilar que no ocurran desestabilizaciones, como a la que se asiste en determinados países (tenemos el ejemplo ucraniano), con las que se trata de dividir o de radicalizar los movimientos políticos como parte de los intereses de unos y otros. Tenemos varios ejemplos en Europa y Oriente Medio.
El modelo de el "adrecito" Stalin regresa con fuerza. Transmite energía y sueños de nuevas grandezas. Olvidamos que la grandeza de Stalin fue llegar hasta el centro de Europa y tardar décadas en volver, que se hizo con una guerra exterior y con una vigilancia interior que inspiró a Orwell y escandalizó a los intelectuales de todo el mundo que solo habían leído las páginas bonitas pero que se dieron de bruces con la durísima realidad que mantuvo con mano firme. Cada uno tiene su Stalin, su Hitler... el que toque. 
La prensa de estos días nos contaba que habían condenado a una pareja en Reino Unido por poner a su hijo de nombre a Adolf Hitler. ¿Una anécdota?



* "Aumentan en Rusia los nostálgicos hacia la Unión Soviética" El País 19/12/2019 https://elpais.com/internacional/2018/12/19/actualidad/1545228653_659406.html



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