Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Recién
terminada la lectura de la obra del físico italiano Carlo Rovelli, El orden del
tiempo (2018), me encuentro que la BBC nos lanza una pregunta desde su titular, "Will
we ever be able to freeze time?"*. La posibilidad de los viejas espaciales, las enfermedades hoy incurables, etc. hacen que "congelar" el tiempo, frenarlo, sean objetivos de los científicos. Somos tiempo, es decir, estamos vivos y es la forma en que percibimos nuestro desarrollo.
El "tiempo" nos preocupa en
todas sus dimensiones, por más que sea un concepto ambiguo y un misterio que se
nos escapa entre los dedos de nuestra experiencia engañosa del mismo.
Las
palabras arrastran su historia y configuran nuestra mente. Quizá ninguna nos
sea tan evidente como la del devenir,
al menos para un cerebro que se adentra en sus propios misterios y los del
mundo, que quizá sean los mismos, ya que formamos parte de él, estando sujetos
a sus leyes, las que vamos comprendiendo mediante razonamiento, observación y
experimentación.
En la
obra de Rovelli se nos informa de experimentos en los que, gracias a unos
relojes increíblemente precisos (las herramientas son esenciales en la
medición), podemos apreciar las mínimas diferencias entre un reloj situado
debajo y otro encima de la mesa. No pasa el tiempo igual para los dos. En
varias ocasiones se apela al ejemplo de un gemelo viviendo en el nivel del mar
y otro en la cima de una montaña. Con un instrumento suficientemente preciso
podríamos comprobar que el tiempo no es igual para ellos. El tiempo, ya nos lo dijo
Einstein, es local y cuando mayor es la distancia entre dos puntos cada uno
pasa a tener su propio tiempo. No existe un ahora
simultáneo para todo el universo, sino un tiempo para cada uno de los lugares
que se comporta según sus condiciones.
En su
obra sobre el tiempo, Rovelli escribe: «En la gramática elemental del
mundo no hay espacio ni tiempo: solo procesos que transforman unas en otras
diversas magnitudes físicas, y de los que podemos calcular probabilidades y
relaciones» (p. 144). Por sus páginas vamos adentrándonos en el problema del
tiempo, en su existencia real o no, en su variabilidad y a qué se debe. Se
comienza con la visión moderna de los científicos para acabar adentrándonos en
esos observadores que somos nosotros,
también perceptores intuitivos del tiempo, que lo experimentamos a nuestra
manera humana. En estos planos, la investigación necesita prescindir de la
propia experiencia que una ilusión engañosa. Por eso, el final de su obra supone
la entrada de la experiencia humana del tiempo, la entrada de la filosofía una
vez superado el estatismo esencialista que se le impuso durante siglos. Cuando
todo pasó a ser devenir, el tema del tiempo se hace central frente a los entes y
las ideas eternos. Todo es movimiento, proceso, transformación.
La sorpresa —escribe Rovelli— ha sido
descubrir que en ese surgimiento de los aspectos familiares del tiempo nosotros
mismos desempeñamos un papel. Desde nuestra
perspectiva, la perspectiva de criaturas
que son una pequeña parte del mundo, vemos a este último transcurrir en el
tiempo.
[...] Vemos un acontecer de cosas ordenado
según esta variable, a la que denominamos simplemente tiempo, y para nosotros
el aumento de la entropía distingue el pasado del futuro y guía la expansión
del cosmos. (p. 143)
El cine
y la ciencia-ficción nos han permitido integrar este fenómeno temporal en
nuestros relatos ficcionales y aunque desconozcamos la explicación científica,
encontramos ya factible que cuando los viajeros espaciales regresan a la Tierra
se encuentren con sus hijos o nietos según la distancia a la que se hayan
alejado y la velocidad empleada.
En la
estupenda película de Christopher Nolan, "Interstellar" (2014) (que contó con el asesoramiento y supervisión del científico Kip Thprne) uno de
los momentos más dramáticos era aquel en el que los viajeros espaciales tienen
que decidir si bajan a un enorme planeta. El tiempo pasa allí a una velocidad
mucho mayor, unas horas en él es el equivalente a decenas de años en nuestro
planeta. El dilema de los personajes pasa a ser emocional: qué ocurrirá con las
familias, cómo encontrarán a sus seres queridos cuando regresen. Se habrán
perdido su vida junto a ellos. Los distintos tiempos, son irrecuperables.
La película ha sido saludada por muchos científicos como un modelo de aplicación de los conocimientos científicos. El tiempo, tal como se plantea hoy en su relación con la velocidad, con la gravedad, etc. era el centro narrativo, el punto del que surgían los conflictos.
En el
artículo de la BBC se nos recuerda esta condición variable del tiempo:
In 1971, Joseph Hafele and Richard Keating
placed four atomic clocks on aeroplanes, which flew twice around the world,
first eastward, then westward. They were then compared with reference atomic
clocks, and found to disagree.
As the Hafele–Keating experiment proved, the
rate at which time passes is circumstantial and situational. “If you are
travelling at super-relativistic speeds, which are close to the speed of light,
or near a black hole (and somehow not being destroyed by it) the amount of time
you will experience is going to be less than the amount of time of someone
else,” says Katie Mack, an assistant professor at North Carolina State
University.
Astronauts onboard the International Space
Station experience time-dilation, as they age a little bit slower than people
on Earth. “They are moving quickly, so they are affected by special relativity,
but they are also further from the Earth, so they get less gravitational
effects,” explains Mack.
However, this time dilation is only measured in
seconds. In order to obtain significant time dilation, immense gravitational
fields or near-lightspeed travel would be required. Both are completely
untenable at present.*
Aquí compartimos nuestra experiencia del tiempo, nuestras mínimas
e inapreciables diferencias temporales. Estamos tan cerca unos de otros que las
variaciones han necesitado miles de años para poder ser detectada gracias a los
avances de la Ciencia y la Tecnología. Nuestra experiencia de la realidad sigue
siendo tan alejada de lo que la Ciencia nos cuenta que hace que haya gente que no
esté dispuesta a creerlo pese a todas las evidencias nacidas de experimentos.
Hasta hace poco tiempo, la educación era tan restringida que
el abismo entre los que sabían y los que lo ignoraban todo era inmenso. Pero el
gran salto dado a finales del siglo XIX y principios del XX creó una franja en
donde ya no era una cuestión de ignorancia sino de ignorancia militante, que es
bastante más grave.
En España —desgraciadamente— hemos tenido uno de los ejemplos
más ignominiosos de este tipo de ignorancia insultante y narcisista. Se cometió
tras la muerte de Stephen Hawkins desde las páginas del diario ABC, a cuyo
director se le envío la siguiente carta:
Sr. D. Bieito Rubido Ramonde,
Director de ABC
Juan Ignacio Luca de Tena, 7
28027-Madrid
19 de marzo de 2018
Estimado Sr:
El pasado 15 de marzo ABC publicó, en el Blog
de Salvador Sostres ‘French 75’, la entrada ‘El charlatán de Hawking’. El
inicio del artículo da buena idea del resto de su contenido: “La profunda
estupidez de nuestra era se concreta en las estupefacciones por la muerte del
charlatán Hawking”.
Respetando naturalmente la libertad de
expresión, quiero manifestarle que ABC hace un muy flaco servicio a sus
lectores difundiendo bajo su cabecera el cúmulo de falsedades e insultos que
recoge el citado artículo.
Sólo una desmedida ignorancia
audaz, teñida de considerable soberbia, puede permitir escribir semejante
libelo.
Como contrapeso a los disparates que contiene
‘El charlatán de Hawking’, le ruego la publicación de esta carta incluyendo el
enlace a la web de la Real Sociedad Española de Física, http://rsef.es/ . En su
sección de Noticias los lectores de ABC podrán encontrar una selección de necrológicas
que rememoran la figura de Stephen Hawking, titular hasta su jubilación de la
cátedra Lucasiana de la Univ. de Cambridge (la que en su día tuvo Isaac
Newton), así como las extraordinarias contribuciones a la física de un
científico absolutamente excepcional.
Atentamente,
José Adolfo de Azcárraga,
Presidente de la RSEF
Catedrático Emérito de Física
Teórica de la Universidad de Valencia
Ni siquiera la vale la explicación de que los medios son
espectáculo, como el circo. La ignorancia militante es uno de los males a los
que tenemos que enfrentarnos como parte de un populismo retrógrado y piadoso,
que ve a los científicos como enemigos negadores de Dios y los milagros. En
este sentido, se manifiesta no ya como escepticismo, sino como campaña de
difamación, de insultos, como se le recrimina al autor del libelo.
En días pasado hemos tenido otro ejemplo de ignorancia ha
sido el tuit del jugador de fútbol Íker Casillas proponiendo a sus seguidores
que votaran sobre si se había pisado la Luna o no, algo que él no creía. Ha
tenido que ser Pedro Duque, el astronauta y ministro, quien le desmintiera.
Algo falla en la educación que no consigue que lo que
sabemos se asiente en las personas y sea parte de su vida. Actuamos de forma
extraña cuando aprendemos y eso no tiene un papel en nuestro pensamiento. ¿Qué
es educar? ¿Qué es aprender? ¿Qué son si se sigue viviendo y pensado sin que lo
que verdaderamente sabemos sea comprendido y entre a formar parte de nuestra
visión del mundo?
Hay muchas fuerzas interesadas en nuestra ignorancia. El
propio sistema educativo penaliza la labor de divulgación (como hace estupendamente
Rovelli o hizo Stephen Hawking, Sagan o muchos otros). El mundo científico se
ha vuelto cerrado, algo entre pares. Esto crea un sentido de distancia con la Ciencia que es suicida. Muchos son conscientes de ello y sacan la Ciencia a la calle, la llevan a las escuelas, en donde debería estar más
presente, a los parques, museos y ferias. Nadie debería salir del sistema educativo sin comprender la evolución, sin entender cómo funciona la genética, sin
comprender la formación del cosmos, sin comprender la relatividad y cómo creemos
que está configurado el universo. No son las lecciones que van antes o después de
otras. Son los fundamentos de nuestro mundo, de nuestra cultura. Pero no logran trascender de los exámenes en la vida de muchas personas. Eso no es "enseñar" ni "aprender".
La aceleración del conocimiento que supuso abandonar los
viejos conceptos que nos acompañaron hasta llegar al siglo XX, incluidos los de
tiempo y espacio, dejó a mucha gente por el camino. También ha producido ignorantes
impresentables que intentan ser graciosos dudando de lo que desconocen.
Los científicos hacen bien en recriminar —como en el caso
del ataque a Hawking— la ignorancia que se extiende como la pólvora gracias a
los mecanismos de amplificación actuales. La ignorancia es militante. No es
simplemente no saber, sino transmitir
desinformación que trata de suplantar al conocimiento que poseemos. Hay mucha gente así, al servicio de esta ignorancia voluntaria.
Hoy que tanto se habla de las "fake news", los
medios deberían dar más importancia a este tipo de creciente ignorancia que
tiene, además, un valor político retrógrado en su negación de la Ciencia. Han logrado dar a la palabra "teoría" un sentido despectivo de "fantasía opinable" o que todo es posible y tiene sus alternativas válidas por disparatadas que sean.
Si la BBC se planteaba cómo congelar el tiempo biológico, el de los procesos metabólicos, como vemos en algunas especies, parece que algunos humanos han optado por congelar su tiempo y seguir viviendo en la Edad Media. Lo malo es que esa congelación mental amenaza con tragarnos a todos como un agujero negro de estupidez.
*
"Will we ever be able to freeze time?" BBC - Future 9/08/2018
http://www.bbc.com/future/story/20180809-we-will-ever-be-able-to-freeze-time
** Carlo Rovelli (2018) El
orden del tiempo. Anagrama, Barcelona.
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