Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Dice el
titular de ABC que "La taquilla de los cines españoles se hunde con la
peor cifra desde la pandemia"*. Esa mala cifra de recaudación, nos dice,
es 3,2 millones de euros, lo que supone "menos de 500.000
espectadores" que pasaron por taquilla este fin de semana.
"¡Que
tranquilo está esto!", le dije a Lola, la taquillera del cine de mi pueblo,
extrañado por lo vacío que veía todo para ser un sábado por la tarde. Contrastaba
con lo que había visto un fin de semana anterior, con un llenazo en la sala
grande para ver "Guardianes de la noche". La sala a rebosar de fans frikis del anime japonés. Habían repartido más de 600 posters de la película
durante el estreno el vienes y esperaban superarlo al día siguiente, el sábado.
Todo un contraste con lo ocurrido este fin de semana, uno raro, según su propia
expresión. Lo achacamos a los coletazos del buen tiempo, que se resistía a
meterse en el otoño.
Son
muchas las explicaciones de por qué la gente no va al cine. Son necesarias para
intentar ponerle remedio, si es que eso interesa a alguien más allá de los
cines.
El cine
ha quedado como un arte extraño, mitad arte mitad negocio, producido por gentes
con poco sentido estético y, según parece, poco sentido comercial, pendientes
de cada éxito e intentando estirarlo como un chicle pegado en el zapato.
Hablo
mucho de cine. Fue lo que me llevó a la universidad, lo que me hizo pasar de
las salas del cine de barrio de sesión doble a las aulas en las que estrenamos
las del nuevo edificio de la Facultad de Ciencias de la Información, para pasar
en los cursos siguientes las horas en el edificio de la vieja Escuela de Cine.
Lo que
me decidió finalmente a ir a la Facultad fue la película "Al Este del
Edén", en un programa doble del que no recuerdo la otra película. Me
impresionó a mis tiernos 15 o 16 años y me decidí. Tuve de profesor de Historia
del Cine a Florentino Soria, director de la Filmoteca Nacional y a Carlos
Pumares, que era su ayudante.
Llegaba
corriendo a casa y pedía urgentemente la comida porque el cine empezaba a las
cuatro en las sesiones continuas, Si te perdías el principio, podías verla
comenzar en la siguiente sesión con no levantarte tras encenderse brevemente
las luces de la sala. A veces terminaba la sesión, pasaba por delante de otro
de los muchos cines del barrio y me metía a ver la película que me interesaba.
Había cines de barrio, con atractivos programas dobles; cines de reestreno, a
los que pasaban las películas tras ser retiradas de la Gran Vía, nuestro barrio
cinematográfico para los estrenos. Un pasro por la Gran Vía te mostraba los avisos
junto a las grandes producciones, "¡Treinta
semanas en cartel!!"¡Cincuenta y dos semanas!"... Hasta que no se
retiraban de la Gran Vía madrileña, no pasaban a los cines de reestrenos y más
tarde a los de barrio. Quedaban los cines de verano, que era el final del
circuito y donde las películas del año se amontonaban en sesiones nocturnas junto
a espagueti-westerns y películas de artes marciales. Allí ibas a comerte un
bocata por cena y darte un atracón de pipas.
España
era un país de aficionados al cine, salas por todas partes. Cuando llegó el
vídeo (o mejor vídeos, pues competían de forma suicida dos formatos
incompatibles, el VHS y el Beta) la cosa cambió bastante. Pero había un videoclub
en los bajos de casi todas las manzanas. "Baja a ver si han devuelto ya
"XXXX" y de paso devuelve estas dos que ya les hemos visto", les
decían. Iban a devolver y a ver si ya dejaban el esperado estreno de turno, que
algún vecino se resistía a llevar de nuevo al local del alquiler de películas.
La
llegada de los canales de televisión múltiples empezó a competir con cine,
series, concursos, telenovelas y se fue menos a las salas.
El
fenómenos de los vídeos empezó a crear un pirateo que fue a más. Copiabas la
película y te hacías tu colección, algo nuevo para con el cine. Podías grabarla
de la tele o de un amigo que te la prestaba. Empezó a limitarse a diez años
desde el estreno para su pase por televisión.
Luego
llegó la digitalización. Mejoró sensiblemente la calidad de la reproducción y
llegó el DVD, disco y reproductor. Luego llegaron las TV panorámicas y los
proyectores. Llegó el Home-Cinema. Luego el Blu-ray y ahora el 4K.
Cuando
pregunto en clase si alguien ha visto alguna película que les cito, suelo
recibir un silencio por respuesta. Y esos sucede entre estudiantes de Comunicación, incluso específicamente de Imagen, lo que se supone que incluye
el cine.
Comencé hace quince años a hacer un cinefórum. Mañana miércoles veremos "La noche americana", de François Truffaut, una de esas películas que enseñan a amar el cine, otras de las que configuran esos primeros años de alternancia de aulas y salas de proyección. Y después hablaremos de cine, lo haré con una gran mayoría de alumnos extranjeros que descubren las maravillas del cine cada semana y al que algunos dedican sus tesis. El lunes tuve una maravillosa tutoría de cerca de dos horas sobre El expreso de Shanghái (Joseph von Sternberg 1932), ¡28 páginas de texto revisadas y comentadas para una tesis doctoral.
Cuando
llego a casa, tarde y cansado, busco entre los discos para ponerme alguna
película. Puede que el cansancio no me deje ver el final, pero es una grata
sensación.
Podemos
preguntarnos porque la gente no a las salas de cine. Las respuestas son muchas
y variadas. El cine fue el arte del siglo XX en todas partes menos en los
colegios, donde han entrado todas las demás artes.
Ha
desaparecido de las casas, donde ha sido sustituido por las pantallas de las
consolas en su segunda generación,
Veo
cine en casa y suelo ir varias veces en el fin de semana al cine. Lo hago por
el cine y por los chicos y chicas que nos atienden y nos ponen la bebida y las
palomitas. Regreso del cine y me apetece ver más. Crecí con el cine y seguiré
con él. Seguiré tratando de contagiar el entusiasmo que me produce, como lo
hago con la literatura o la música. Sus peores enemigos suelen ser aquellos que
solo ven negocios en ellos. Ahora el negocio parece menos claro porque hemos
expulsado de ellos el arte y el contagio del entusiasmo con fórmulas
repetitivas y enterrando lo bueno que nos han ido dejando por el camino.
En dos
generaciones habrán desaparecido el cine, las salas y el recuerdo de un arte
olvidado sobre el que te preguntarán con curiosidad, dudando que existiera algo
así, con imágenes en blanco y negro, en glorioso tecnicolor, un tiempo en que
veíamos bailar a Fred y a Ginger, abofetear a Gilda y una sombra que ponía a Dios por
testigo, a una rubia que te pedía que la
silbaras si la necesitabas o un pueblo entero salía a recibir con cánticos a
los americanos.
Hoy la gente va poco a las salas porque el mecanicismo social cree que son los estrenos los que te llevan al cine. En realidad es un impulso, un deseo que se tiene que sembrar antes en los corazones. El amor al cine no es una frase hecha; es algo real, un deseo que se encarna en películas después. El propio cine ha explorado esa fascinación, ese atractivo sentimental, algo que se percibe en la mirada ante la pantalla.
Gustarte
el cine es tener dos patrias, la sólida y la que está tejida por sueños, por luces y sombras, por primeros planos, por música que te emociona. Quizá
el aburrimiento en una nos lleva a la otra. Algunas veces encontramos un estado
intermedio.
* F.
Muñoz "La taquilla de los cines españoles se hunde con la peor cifra desde
la pandemia" ABC 13/10/2025
https://www.abc.es/play/cine/noticias/taquilla-cines-espanoles-hunde-peor-cifra-pandemia-20251013124242-nt.html







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