miércoles, 15 de octubre de 2025

La emoción del cine

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Dice el titular de ABC que "La taquilla de los cines españoles se hunde con la peor cifra desde la pandemia"*. Esa mala cifra de recaudación, nos dice, es 3,2 millones de euros, lo que supone "menos de 500.000 espectadores" que pasaron por taquilla este fin de semana.

"¡Que tranquilo está esto!", le dije a Lola, la taquillera del cine de mi pueblo, extrañado por lo vacío que veía todo para ser un sábado por la tarde. Contrastaba con lo que había visto un fin de semana anterior, con un llenazo en la sala grande para ver "Guardianes de la noche". La sala a rebosar de fans frikis del anime japonés. Habían repartido más de 600 posters de la película durante el estreno el vienes y esperaban superarlo al día siguiente, el sábado. Todo un contraste con lo ocurrido este fin de semana, uno raro, según su propia expresión. Lo achacamos a los coletazos del buen tiempo, que se resistía a meterse en el otoño.

Son muchas las explicaciones de por qué la gente no va al cine. Son necesarias para intentar ponerle remedio, si es que eso interesa a alguien más allá de los cines.

El cine ha quedado como un arte extraño, mitad arte mitad negocio, producido por gentes con poco sentido estético y, según parece, poco sentido comercial, pendientes de cada éxito e intentando estirarlo como un chicle pegado en el zapato.

Hablo mucho de cine. Fue lo que me llevó a la universidad, lo que me hizo pasar de las salas del cine de barrio de sesión doble a las aulas en las que estrenamos las del nuevo edificio de la Facultad de Ciencias de la Información, para pasar en los cursos siguientes las horas en el edificio de la vieja Escuela de Cine.

Lo que me decidió finalmente a ir a la Facultad fue la película "Al Este del Edén", en un programa doble del que no recuerdo la otra película. Me impresionó a mis tiernos 15 o 16 años y me decidí. Tuve de profesor de Historia del Cine a Florentino Soria, director de la Filmoteca Nacional y a Carlos Pumares, que era su ayudante.

Llegaba corriendo a casa y pedía urgentemente la comida porque el cine empezaba a las cuatro en las sesiones continuas, Si te perdías el principio, podías verla comenzar en la siguiente sesión con no levantarte tras encenderse brevemente las luces de la sala. A veces terminaba la sesión, pasaba por delante de otro de los muchos cines del barrio y me metía a ver la película que me interesaba. Había cines de barrio, con atractivos programas dobles; cines de reestreno, a los que pasaban las películas tras ser retiradas de la Gran Vía, nuestro barrio cinematográfico para los estrenos. Un pasro por la Gran Vía te mostraba los avisos junto a las grandes  producciones, "¡Treinta semanas en cartel!!"¡Cincuenta y dos semanas!"... Hasta que no se retiraban de la Gran Vía madrileña, no pasaban a los cines de reestrenos y más tarde a los de barrio. Quedaban los cines de verano, que era el final del circuito y donde las películas del año se amontonaban en sesiones nocturnas junto a espagueti-westerns y películas de artes marciales. Allí ibas a comerte un bocata por cena y darte un atracón de pipas.

España era un país de aficionados al cine, salas por todas partes. Cuando llegó el vídeo (o mejor vídeos, pues competían de forma suicida dos formatos incompatibles, el VHS y el Beta) la cosa cambió bastante. Pero había un videoclub en los bajos de casi todas las manzanas. "Baja a ver si han devuelto ya "XXXX" y de paso devuelve estas dos que ya les hemos visto", les decían. Iban a devolver y a ver si ya dejaban el esperado estreno de turno, que algún vecino se resistía a llevar de nuevo al local del alquiler de películas.

La llegada de los canales de televisión múltiples empezó a competir con cine, series, concursos, telenovelas y se fue menos a las salas.

El fenómenos de los vídeos empezó a crear un pirateo que fue a más. Copiabas la película y te hacías tu colección, algo nuevo para con el cine. Podías grabarla de la tele o de un amigo que te la prestaba. Empezó a limitarse a diez años desde el estreno para su pase por televisión.

Luego llegó la digitalización. Mejoró sensiblemente la calidad de la reproducción y llegó el DVD, disco y reproductor. Luego llegaron las TV panorámicas y los proyectores. Llegó el Home-Cinema. Luego el Blu-ray y ahora el 4K.

Cuando pregunto en clase si alguien ha visto alguna película que les cito, suelo recibir un silencio por respuesta. Y esos sucede entre estudiantes de Comunicación, incluso específicamente de Imagen, lo que se supone que incluye el cine.

Comencé hace quince años a hacer un cinefórum. Mañana miércoles veremos "La noche americana", de François Truffaut, una de esas películas que enseñan a amar el cine, otras de las que configuran esos primeros años de alternancia de aulas y salas de proyección. Y después hablaremos de cine, lo haré con una gran mayoría de alumnos extranjeros que descubren las maravillas del cine cada semana y al que algunos dedican sus tesis. El lunes tuve una maravillosa tutoría de cerca de dos horas sobre El expreso de Shanghái (Joseph von Sternberg 1932), ¡28 páginas de texto revisadas y comentadas para una tesis doctoral.

Cuando llego a casa, tarde y cansado, busco entre los discos para ponerme alguna película. Puede que el cansancio no me deje ver el final, pero es una grata sensación.

Podemos preguntarnos porque la gente no a las salas de cine. Las respuestas son muchas y variadas. El cine fue el arte del siglo XX en todas partes menos en los colegios, donde han entrado todas las demás artes.

Ha desaparecido de las casas, donde ha sido sustituido por las pantallas de las consolas en su segunda generación,

Veo cine en casa y suelo ir varias veces en el fin de semana al cine. Lo hago por el cine y por los chicos y chicas que nos atienden y nos ponen la bebida y las palomitas. Regreso del cine y me apetece ver más. Crecí con el cine y seguiré con él. Seguiré tratando de contagiar el entusiasmo que me produce, como lo hago con la literatura o la música. Sus peores enemigos suelen ser aquellos que solo ven negocios en ellos. Ahora el negocio parece menos claro porque hemos expulsado de ellos el arte y el contagio del entusiasmo con fórmulas repetitivas y enterrando lo bueno que nos han ido dejando por el camino.

En dos generaciones habrán desaparecido el cine, las salas y el recuerdo de un arte olvidado sobre el que te preguntarán con curiosidad, dudando que existiera algo así, con imágenes en blanco y negro, en glorioso tecnicolor, un tiempo en que veíamos bailar a Fred y a Ginger, abofetear a Gilda y una sombra que ponía a Dios por testigo,  a una rubia que te pedía que la silbaras si la necesitabas o un pueblo entero salía a recibir con cánticos a los americanos.

Hoy la gente va poco a las salas porque el mecanicismo social cree que son los estrenos los que te llevan al cine. En realidad es un impulso, un deseo que se tiene que sembrar antes en los corazones. El amor al cine no es una frase hecha; es algo real, un deseo que se encarna en películas después. El propio cine ha explorado esa fascinación, ese atractivo sentimental, algo que se percibe en la mirada ante la pantalla.

Gustarte el cine es tener dos patrias, la sólida y la que está tejida por sueños, por luces y sombras, por primeros planos, por música que te emociona. Quizá el aburrimiento en una nos lleva a la otra. Algunas veces encontramos un estado intermedio.   


* F. Muñoz "La taquilla de los cines españoles se hunde con la peor cifra desde la pandemia" ABC 13/10/2025 https://www.abc.es/play/cine/noticias/taquilla-cines-espanoles-hunde-peor-cifra-pandemia-20251013124242-nt.html

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