Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Escuché
a Amr El-Shobaki en una conferencia que dio en Madrid poco después del comienzo
de la "Primavera árabe", allá por 2011. De todo lo que dijo solo
recuerdo una idea: que siendo analista político, había sido incapaz de prever
lo que tenían delante de los ojos. No solo él, claro. La afirmación se hacía
extensiva a los intelectuales y profesionales dedicados a los estudios
políticos.
La
ceguera, hemos podido ver después, ha sido una constante en personas que no se
atreven a criticar realmente al poder en un sistema en el que todo depende de
estar de un lado o de otro. La ceguera auto infligida es una necesidad para la
supervivencia.
Esto se
ha acrecentado con la situación actual en la que el régimen es constantemente
recriminado desde instancias exteriores. El choque entre la propaganda interior
y la crítica exterior crea un conflicto de difícil resolución, especialmente si
la situación interior se vuelve crítica. Las promesas dejan de ser suficientes
y es necesario controlar el descontento para evitar posibles estallidos. Las
recientes advertencias del presidente al-Sisi diciendo que nadie espere otra
situación como la que hizo caer a Mubarak (es dudoso que se hiciera caer a su
régimen) son claras viniendo de una persona que solucionó la crisis anterior
con mil muertos en las calles y desmantelando medio país.
Como
hemos analizado estos días, la guerra mediática emprendida por el régimen solo
puede ser interpretada como una pérdida de control, donde los medios afectos
habrían perdido gran parte de su credibilidad. Incapaz de tolerar la crítica
habitual en una campaña, al-Sisi ha elegido el camino más complicado a medio y
largo plazo: mostrar que Egipto no es una democracia sino un régimen
autoritario presidido por un militar.
2016 |
Abdel
Fattah al-Sisi no ha dejado de ver nunca Egipto como un cuartel al que había
que poner en orden. Del parlamento a las instituciones administrativas, el
presidente ha ido haciéndolas a su imagen y voluntad. Cuando un sector ha dado
problemas (de los estudiantes a los jueces, de Al-Azhar a los periodistas), se
ha desmantelado y se ha puesto en su lugar una estructura administrativa que lo
controle.
En este
contexto de lucha contra los medios, el politólogo Amr El-Shobaki publicó el
día 21 de febrero, en Egypt Independent, un artículo titulado "The
industry of extremism". La elección del medio es significativa porque es
uno de los pocos que siguen dando información crítica.
En estos días son muchos los artículos contra medios internacionales
(The New York Times o ahora la BBC) o instituciones que denuncian la situación (HRW,
Amnistía Internacional) o aprueban resoluciones de condena (el Parlamento
Europeo). El artículo de El-Shobaki tiene sus propias características en este
contexto. Es un ejemplo de cómo una parte de la intelectualidad nada y guarda la
ropa, de cómo se las arreglan para jugar en la línea que le interesa al régimen.
Comienza El-Shobaki con una pregunta:
The main and perhaps most obvious question in
dealing with the phenomenon of terrorism is usually absent from the official
discourse: Why does a person turn to extremism? Or, in other words, what made
this person accept and seek extreme religious interpretations? And why does a
person rush to follow the propaganda of murder and terrorism?
Indeed, this question on the reasoning of
extremism should be put forward in parallel with the confrontation of
extremists and terrorists, if we want to get out of the quagmire of terrorism
and its siege.
In fact, we are still talking about a deviant
intellectual and religious product that needs to be corrected and renewed. This
is generally accepted and not disputed, but we do not ask ourselves what are
the factors driving these deviant goods popular in our ‘markets’, and what are
the factors which contribute to the demand for such goods and perspectives,
making them higher than the official or moderate religion discourse.
In fact, answers for this question has been
proposed by two different schools: The first answer is that these texts – as a
result of their religious and historical depth – can in themselves be a
polarizing element for many, regardless of the political and social context
surrounding them, and lead to extremism. The other school sees these texts and
misinterpretations as having existed since ancient times, believing that they
depict certain historical periods – and socio-political conditions – which, in
order to meet demand, are taken out of historical books and converted into a
charter of action, movement, and terrorism.
Indeed, the Arab and global debate about who
bears the responsibility for terrorism – the religious text or the contextual
social and political issues – is a legitimate debate, even if many of us
respond to the question by saying that it is the religious text, so as to avoid
discussing the existence of any political and social responsibility for
extremism.*
La pregunta sobre el origen del terrorismo es lícita y
necesaria. El-Shobaki resume los dos caminos de la explicación: el camino del
extremismo religioso, con origen en interpretaciones nuevas o viejas, o el
camino de la injusticia social, que vuelve a la gente rebelde.
Evidentemente, entre estas dos alternativas podría haber
intermedias o si se prefiere combinaciones que aprovecharan los argumentos de
unos y otros supuestos iniciales. El-Shobaki analiza lo ocurrido en la segunda
mitad del siglo XX y concluye que entonces el discurso religioso era
importante. La situación ha cambiado ahora.
Pero pronto nos encontramos con dos párrafos en los que sus
conclusiones llaman la atención:
Indeed, the transformations that have hit the
extremist currents in the past half century have revived this debate once
again. The motives of terrorism throughout the last three decades of the 20th
century were mainly due to many people delving into extremist religious
interpretations for years, without being victims of injustice, or political and
social oppression. They chose to practice violence as a result of religious and
ideological convictions (deviant, of course), which spanned around the concept
of the governance of God. They considered the existing ruling regimes to be
ignorant for their lack of application of the provisions of God, and therefore,
in the perspective of the terrorists, deemed it necessary for the regimes to
face violent expiation.
The matter has changed since the start of the
last decade as the role of religious text as a key determinant in the
recruitment process for al-Qaeda and the Islamic State (IS) retreated. It is
true that it is still present as a justification for murder or suicide, but
what creates hatred and terrorism is no longer simply delving into a deviant
religious interpretation for years, as was the case of Jihadis in the 20th
century, but it is rather a political and social reality.*
La simplificación del cambio de El-Shobaki es demasiado
grande como para considerarla inocente. Lo que así justifica El-Shobaki son los
regímenes anteriores a la Primavera Árabe, cruentas dictaduras, que tratan de
reivindicarse actualmente como alternativa al caos para seguir de la misma manera.
La tesis de El-Shobaki sobre la preeminencia anterior de la
religión debería ir más allá en cuanto preguntas. ¿De dónde salió aquella
fuerza en aquel momento? Hay consenso en hablar del wahabismo de los saudíes
preocupados por lo que ocurrió en Irán con la revolución islámica chiita. Los
monarcas saudíes vieron peligrar su mundo en pleno cambio de la crisis mundial
del petróleo. Lo ocurrido en Afganistán tampoco fue ajeno. Muchos factores,
desde luego.
Pero lo que no se puede justificar es la "paz de las
dictaduras", profundamente injustas y crueles, corruptas y elitistas. Esas
condiciones puede que no afectaran a las elites de las que salió el fundamentalismo de los ricos, pero sí
cimentaron parte de la contestación social que derivó hacia el activismo
democrático y laico, en muchos casos, cuya deriva final fue la Primavera Árabe,
donde no se pedía "más Corán", sino más justicia social, más pan,
menos corrupción, menos represión y tortura. Pedían una modernidad y libertades
que el viejo régimen no atendía. Esto es lo que, según El-Shobaki, ha derivado
en terrorismo.
Pero la tesis más complicada y la que "justifica"
la existencia del artículo, la que muestra su finalidad, la encontramos como
conclusión en los párrafos finales:
The issue of extremism in Egypt is like other
countries, no longer far from reality. There is an IS and Muslim Brotherhood
propaganda machine promoting political grievance by talking about security
abuses, the arrest and killing of innocent people, and discussing ‘legitimacy’
toppled by military intervention. This speech can be refuted in many aspects
and its imbalances corrected, especially regarding the injustices and social
conditions of the Sinai people.
If we admit that there is a preliminary
question to be answered: Why do people become radicalized? And why do they
accept this kind of deviant religious interpretation? Then we will take a
serious step in the fight against terrorism.*
Es aquí donde se ve el final del razonamiento: las protestas
por la situación de los derechos humanos no son reales —de nuevo se vive bajo
un régimen ideal, con gobernantes perfectos—, forman parte de una alianza
Estado Islámico - Hermandad Musulmana para crear el descontento fomentando el extremismo que lleva al terrorismo por
medio de la "máquina de propaganda". Esta "máquina" es la
industria que da título al artículo.
Las preguntas de Amr El-Shobaki toman forma como conclusión:
la maquinaria de la propaganda es la maquinaria del terrorismo. La maquinaria
de la propaganda —la BBC, The New York Times, etc.— está al servicio del Estado
Islámico y la Hermandad Musulmana. Estos ya no se centran en la pureza
religiosa sino en el descontento social. Si muestras tu descontento, eres un
terrorista que trata de acabar con el estado.
El objetivo es claro. Se trata una vez más de aislar al
pueblo egipcio estigmatizando las fuentes exteriores para evitar que pueda
darse otra visión que la suya y mantener el control sobre la población. Son los
que se quejan los responsables del terror con sus "infundadas"
denuncias por la situación de los derechos humanos o por el cuestionamiento de
la legitimidad del régimen salido del 30 de junio. Son todos terroristas.
En estos momentos,
Mada Masr informa de detenciones de
activistas políticos de izquierdas o de simples periodistas en la calle: "ANHRI:
Leftist activist Gamal Abdel Fattah arrested without a warrant, held in unknown
location", "Update: Prosecution detains journalists filming
Alexandria tram report for 15 days pending investigations", "Former
Kefaya movement member detained in undisclosed location for second day"...
La cuestión clave es que el régimen egipcio sigue
practicando las mismas operaciones de control y represión social que antes realizaba
y que dieron lugar a un levantamiento no religioso. Ahora son etiquetados como
terroristas. Los que se levantaron entonces eran agentes de potencias
extranjeras, las "fuentes del mal" de las que hablábamos ayer usando
el término que usan.
La represión social no es una ficción propagandística. El
régimen etiqueta a todo opositor como "terrorista" para construir un
discurso justificador de sus actos, pero con esto no engaña a nadie. El régimen
no puede entender que tras el 30 de junio se le escaparon de las manos los
apoyos que podría tener. Curiosamente, solo los salafistas se quedaron a su
lado. Pero las fuerzas democráticas que habían apoyado la caída de Morsi,
pronto se desengañaron sobre la posibilidad de una salida democrática. Los
militares, una vez más, estaban allí para quedarse.
En el contexto en el que estamos de lucha del régimen contra la información exterior y de campañas intensas de propaganda sobre los logros, el artículo de Amr El-Shobaki sobre las causas del terrorismo no dejan de ser un ejercicio de cuerda floja. ¿Surge el extremismo y posterior terrorismo de las denuncias sociales contra un régimen que ha usado la represión desde el principio? ¿Son los ataques islamistas a los coptos el resultado de la propaganda? ¿Es la oposición democrática fruto de la propaganda exterior, son sus quejas inventadas? ¿Son todos ellos "agentes" de los Hermanos?
Los islamistas usan todo, de eso no hay duda. Pero, ¿elimina eso la justicia de las quejas por la represión? La tesis de El Shobaki tiene dos lecturas que no son opuestas: el descontento social crea extremismo, que es aceptable; lo que no es aceptable es la conexión entre las denuncias y el extremismo que acaba en terrorismo. Si la respuesta es que son las denuncias y no lo denunciable lo que provoca el terrorismo, El Shobaki se habrá vuelto a equivocar. Y lo que es peor, le ha hecho el juego al régimen. El problema no estará en la represión en sí, sino en que quede alguien para contarlo.
* Amr
El-Shobaki "The industry of extremism" Egypt Independent 21/02/2018
http://www.egyptindependent.com/the-industry-of-extremism/
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