Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Prácticamente
no hay diario que no traiga en estos días algún tipo de reflexión o comentario,
entrevista o columna, que no trate de datos, redes, inteligencia artificial,
etc. Muchas de las cosas que se dicen no son nuevas, pero sí se escuchan con
otra atención respecto a los últimos años.
Es, sin
duda, la revelación —muchas veces mal explicada— de lo ocurrido con los datos
sacados de Facebook lo que ha disparado la sensibilidad hacia diferentes
objetivos en lo que podemos llamar la vida digital. Ha llovido mucho desde que
el pequeño mucho digital de los ochenta, convertido en refugio de los que
abominaban del sistema en la vida real, consideraban la publicidad como una
blasfemia intolerable. Pero a mediados de los noventa la invasión era imparable
y el pistoletazo de salida se dio cuando las entidades de crédito decidieron
asumir el riesgo del pago y con ello crear un cibermercado.
El
bello "Manifiesto por la independencia del Ciberespacio", firmado por el recientemente fallecido John Parry Barlow (ciberactivista y letrista del grupo norteamericano de rock Greateful Dead) el 8 de febrero de 1996, en Davos, cuyos párrafos finales
anticipan los valores del futuro:
Vuestras cada vez más obsoletas industrias de
la información se perpetuarían a sí mismas proponiendo leyes, en América y en
cualquier parte, que reclamen su posesión de la palabra por todo el mundo.
Estas leyes declararían que las ideas son otro producto industrial, menos noble
que el hierro oxidado. En nuestro mundo, sea lo que sea lo que la mente humana
pueda crear puede ser reproducido y distribuido infinitamente sin ningún coste.
El trasvase global de pensamiento ya no necesita ser realizado por vuestras
fábricas. Estas medidas cada vez más hostiles y colonialistas nos colocan en la
misma situación en la que estuvieron aquellos amantes de la libertad y la
autodeterminación que tuvieron que luchar contra la autoridad de un poder
lejano e ignorante. Debemos declarar nuestros "yo" virtuales inmunes
a vuestra soberanía, aunque continuemos consintiendo vuestro poder sobre
nuestros cuerpos. Nos extenderemos a través del planeta para que nadie pueda
encarcelar nuestros pensamientos.
Crearemos una civilización de la Mente en el
Ciberespacio. Que sea más humana y hermosa que el mundo que vuestros gobiernos
han creado antes.
Lo que
no podía suponer John Parry Barlow es que los hijos digitales copiarían las
prácticas de sus padres materiales y hasta crearían monedas virtuales, como el
bitcoin. La guerra entre el mundo material y el idílico del ciberespacio la
perdió el mundo digital cuando fue absorbido por la codicia, cuando millones de
personas se preguntaban una a otras por todo el mundo: ¿cómo se le puede sacar
dinero a esto?
"Esto"
eran, por supuesto, las amplias estepas digitales que se abrían ante ellos. Y necesitaban
las promesas del oro para avanzar. Los profetas del ciberespacio se
transformaron pronto en los gurús del cibernegocio. Miles de empresarios se
reunían en todas las partes del mundo para escucharles explicar las riquezas
que les esperaban al otro lado de la pantalla de sus ordenadores.
Pronto
se dieron cuenta que el dinero estaba en el comercio electrónico, que permitía
ampliar el mercado a todo el mundo, en la desmaterialización de objetos (los
medios digitales, por ejemplo, abandonando el papel) y en reunir usuarios
alrededor de algún tipo de espacio virtual (las redes sociales). Hay otras
fórmulas, pero estas fueron las principales.
Los
espacios sociales han ido transformándose por la deriva masiva hacia la vida
social digital. Al igual que muchas cosas que antes se hacían físicamente y
ahora se hacen digitalmente (las propias administraciones nos obligan a ello),
la vida social se ha transformado por la presencia de los distintos tipos de
redes sociales, que han buscado
acercarse a nuestra necesidades e incluso crearlas.
Vivimos
en ellas. Pero tienen como contrapartida la pérdida de la intimidad en dos
sentidos, uno horizontal (estamos
expuestos a los ojos de los demás), que da lugar a fenómenos negativos, como el
acoso o la falsificación de identidades; el otro es vertical: somos observados,
estudiados por aquellos que nos crean la pecera en la que vivimos.
En
realidad les importa muy poco nuestra vida, pero sí nuestros hábitos y costumbres,
nuestros gustos y aficiones, nuestra forma de relacionarnos, etc. Somos un
campo de observación al servicio de intereses comerciales (vendernos algo) y
políticos (manipularnos políticamente).
Los
avances tecnológicos y las mejoras en la computación permiten extraer
informaciones valiosas de nuestros "datos", es decir, todas las
huellas que producimos con nuestras acciones. Ha sido un giro estratégico. Los
datos han pasado de ser un problema a ser una importante materia de
investigación. El giro, como muchas otras grandes ideas, es sencillo, una
epifanía luminosa en la que se comprende el sentido de lo que se tiene delante.
El diario ABC entrevista a Byung Chul-Han y
titula «Estamos inmersos en una masa de datos que nos controla totalmente»:
Antes de que Facebook se convirtiese en el
centro de todas las miradas y de que algunos usuarios empezasen a plantearse
seriamente la conveniencia de eliminar sus cuentas, el pensador surcoreano
Byung Chul-Han (Seúl, 1959), gurú del pensamiento contemporáneo y azote del
llamado capitalismo digital, ya había advertido de que, en realidad, somos poco
más que un puñado de datos fluyendo sin control por el ciberespacio. Somos,
asegura, el producto final que se trocea, se comparte y, finalmente, se vende
al mejor postor. «Se supone que un e-book, por ejemplo, está para que yo lo
lea, pero luego resulta que el e-book me lee a mí e interpreta mis hábitos a
través de algoritmos», señala el filósofo para sintetizar lo que él mismo
denonima «dataísmo». O, dicho de otro modo, la sumisión del «sujeto soberano» a
la avalancha de macrodatos que nos envuelve.*
El
ejemplo del ebook es muy claro. El dispositivo de lectura está construido con
una capacidad de conectarse a la red. Cuando nosotros descargamos libros para
el e-book eso queda registrado, convirtiéndose en un indicador de nuestros
gustos. Permitirá que nos ofrezcan pronto otras lecturas acordes con nuestros
gustos. Pueden usar una estrategia de sugerencia diciéndome que otras personas
que han leído lo mismo que yo se han decantado posteriormente por los que me
ofrecen. Hasta aquí, la cuestión queda en los libros.
Pero
las lecturas son una forma más profunda de conocimiento de las personas, ya que
revelan muchos de sus aspectos, como los son muchos de nuestros gusto. La
empresa que dispone de nuestros gustos lectores decide rentabilizar esos datos
y —¿por qué no?— los vende a
terceros. Esa nueva empresa se dedica a comprar los datos de otros campos
también interesantes para describir nuestros hábitos, costumbres, gustos,
preferencias... De todo ello, tras el tratamiento de los datos, van surgiendo
perfiles, patrones de comportamiento que conectan unas cosas con otras y
permiten dos cosas: que nos conozcan mejor (el conocimiento es poder) y poder
manipularnos (el poder es poder).
Los
datos se pueden seguir vendiendo pues no se agotan. Puede haber un momento en
que haya un cambio social y haya que renovarlos, pero son eficaces para muchas
cosas. Y sobre todo: son muy rentables para quienes no tienen límites en su
uso.
Ahora
se recuerda la intervención del despedido CEO de Cambridge Analytica, Alexander
Nix, en la Web Summit de Lisboa en
noviembre pasado. Sus palabras son analizadas con lupa:
¿Dijo la verdad cuando se dirigió a los
cientos de asistentes que llenaban el patio de butacas? ¿O eran medias
verdades? ¿Qué ocultaba bajo sus gafas? ¿Era consciente de que sus maniobras
podían provocar un terremoto en el sector?
«La ciencia de los datos no es la panacea. Es
imposible convertir a un mal candidato en un gran candidato de la noche a la
mañana», señaló en una conversación con Matthew Freud, responsable de la
influyente agencia de relaciones públicas Freud Communications y descendiente
directo del mismísimo padre del psicoanálisis, Sigmund Freud.
El prestigioso diario digital portugués
‘Observador’ ha puesto el dedo en la llaga rememorando de forma exhaustiva su
intervención en la capital del país vecino. Por ejemplo, ni se inmutó al ser
cuestionado: ¿Traspasó usted alguna línea durante su trabajo para la campaña de
Trump?
Su respuesta: «Creo que estas elecciones van
a ser recordadas por muchas razones, algunas más controvertidas que otras.
Prefiero pensar que la gente se va a acordar de ellas porque fueron las
primeras verdaderamente orientadas por los datos. Fueron las primeras
elecciones en las que el poder del análisis y de la previsión del ‘big data’ se
usó para tomar decisiones como nunca antes había sucedido».**
En eso
sí acertó plenamente: las elecciones van a ser recordadas. Él, la primera
víctima, será quien mejor las recuerde. Pero no ha sido castigado por lo que ha
hecho, sino por bocazas, por incontinencia verbal y presumir demasiado de lo
que podía hacer.
De no
ser por la importancia de su uso en el campo electoral norteamericano y la
posibilidad de deslegitimar a Donald Trump por sus sucios trucos y connivencias,
no estaríamos discutiendo esto. Por el contrario, se estarían cantando como
cada día las excelencias del Big Data como motor de la economía.
La
cuestión es compleja. Lo es porque las redes producen de forma natural los
datos en cada etapa de cualquier proceso. La mayoría de esos datos eran
obviados. Hoy han surgido empresas que, como Cambridge Analytica, se
especializan en el tratamiento de los datos y en la extracción de información
que sirve posteriormente para tomar decisiones y en la reducción de riesgos e
incertidumbres.
El
problema es que nuestra vida se ha digitalizado rápidamente y probablemente en
exceso, aunque esto es una valoración. No hay duda de que hay grandes aspectos
positivos, pero nos hemos convertido en más vulnerables precisamente porque no
somos conscientes, por los automatismos desarrollados, de sus efectos.
Hasta
hace unos días lo que se criticaba de las redes era el exceso de atención que
recababan de nosotros, especialmente de los más jóvenes, que crecen inmersos en
un mundo desconectado de otras realidades formativas. O nos preocupaba el
almacenamiento de nuestros datos personales o el etiquetado de nuestras caras.
Son aspectos muy evidentes para los que se desarrollan mecanismos legales. Pero
cuando se incumplen las leyes o se violan los acuerdos comerciales, nos damos
cuenta de lo expuestos que estamos y de los riesgos
de la vida digital.
Lo
cotidiano de nuestra vida digital tiene el agravante de la
"normalidad", especialmente en aquellos que han nacido en estas
formas de espacio social. Byung Chul-Han hablaba de que yo leo el libro, pero
es el libro el que está sacando información de mí. Lo mismo ocurre cuando
navego, exploro un periódico, hago compras online (o pago con mi tarjeta en la
tienda), cuando juegas con tus amigos una partida, buscas en Google, etc. De todo queda huella.
Las mejoras en el almacenamiento y en el procesamiento, con unas velocidades
mayores y unos algoritmos más precisos hacen que sea rentable para las
empresas. Los datos se envían a las empresas dedicadas a este negocio y se dan
los resultados para elegir las estrategias más eficaces en función del tipo de
negocio. Y así acaban en la política.
Lo
escandaloso del asunto es que es la política. Cambridge Analytica accedió de
forma fraudulenta, gracias a la laxitud de los controles de Facebook (que sacó
su parte), a información que daba información en el nivel macro (tendencias) y
en el micro (personas), creando líneas de campaña y haciendo llegar a las
personas contenidos que modificaran sus opiniones al encontrarlos predispuestos
o dubitativos. Los indecisos son el blanco que puede padecer la presión mayor
en cada elección, personas que reciben aquello que les hará inclinarse hacia un
lado y otro.
Parte
del problema es que nuestros perfiles se pueden reconstruir desde muy
diferentes tipos de datos. Facebook es muy cómodo porque ofrece datos muy
variados, pero podrían extraerse de otras fuentes o combinar varias.
Lo cotidiano se vuelve transparente. Muchos de los periódicos que se quejan de lo ocurrido con Facebook hacen lo mismo usando la información de nuestros accesos, que usan para la publicidad (o cualquier otra cosa). Sus departamentos comerciales pueden usarlos o, por qué no, venderlos a terceros. Leer un periódico deja huellas y son aprovechables.
El
problema de las elecciones norteamericanas es solo uno. Otros son más
peligrosos, como los países que están desarrollando sus propias plataformas
digitales vendiendo que así no tendrán los occidentales
sus datos. Es una maniobra de aislamiento y de control gubernamental que nos
acerca a un totalitarismo digital de corte orwelliano.
Los
etiquetados dan información de millones y millones de personas: dónde estás, a quiénes
conoces, con quién te relacionas... Los sistemas de reconocimiento facial al
final de los millones de cámaras instaladas en las calles nos identifican con
solo caminar por las calles, ya no hace falta actividad digital; es el mundo el
que está digitalizado. Todos nos obligan a descargarnos aplicaciones en los
teléfonos para facilitarles la tarea, de tu banco a tu cine del barrio. Quieren
saber cómo somos, dónde estamos, que hacemos... quiénes somos.
Al filósofo surcoreano le preocupa que seamos un flujo de datos. Nos empujan a serlo. La ingenuidad romántica de John Parry Barlow en su Manifiesto fue enorme: "Debemos declarar nuestros "yo" virtuales inmunes a vuestra soberanía, aunque continuemos consintiendo vuestro poder sobre nuestros cuerpos", decía. Nuestro "yo" digital está hoy más vigilado que el corporal; tiene menos soberanía y sus derechos son difusos en un mundo global y retorcido.
El ciberespacio se colonizó a mediados de los 90 y desde entonces todas las fuerzas han intentado meternos dentro. No es malo en sí, pero sí peligroso si se convierte en parte de un observador Gran Hermano estatal o comercial y no se toman medidas de control más serias y eficaces. Sería un error pensar que solo es cosa de Facebook. Todos recogen datos de nosotros y desde hace mucho. La cuestión es quiénes y que hacen con ellos.
Muchas veces nos cuentan que gracias a estos procedimientos se podrán curar enfermedades, mejorar muchas cosas, etc. Y es verdad, son fuente de investigaciones que pueden tener hermosos y útiles fines. Pero el problema no son ellos, sino los otros, aquellos que los piden para una cosa (como el psicólogo de Cambridge) y luego los usan para otra. O los que simplemente no sabemos que los tienen y los usan, venden y revenden sin escrúpulo alguno.
El mandato del escrito en el templo de Apolo en Delfos decía "¡Conócete a ti mismo!". Hoy, nos dicen, nadie nos conoce mejor que quienes acceden a nuestros datos, mejor que nosotros mismos. Y eso tampoco es bueno.
* Byung
Chul-Han «Estamos inmersos en una masa de datos que nos controla totalmente»
ABC 25/03/2018 http://www.abc.es/tecnologia/abci-estamos-inmersos-masa-datos-controla-totalmente-201803250339_noticia.html
**
"Alexander Nix, CEO de Cambridge Analytica: «Los datos que poseemos son
benignos»" ABC 22/03/2018
http://www.abc.es/tecnologia/redes/abci-alexander-cambridge-analytica-datos-poseemos-benignos-201803222235_noticia.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.