Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
prensa de hoy y los televisores de ayer nos traían el caso de la sentencia
hecha pública de un caso que debería hacernos pensar. Algunos han salido ya
hablando mucho de las hojas, otros algo del tronco, pero muy pocos de las raíces
del problema. El diario El País no lo cuenta así:
La actividad educativa es una "misión
pública" que prevalece sobre "el derecho a la protección de
datos". Al menos es así, según una reciente sentencia de la Audiencia
Nacional, en el caso del director de un colegio de Madrid que accedió a los
datos del teléfono móvil de un alumno de 12 años para comprobar si contenía un
vídeo de contenido sexual; una compañera se había quejado de que el muchacho se
lo había enseñado. Así, la audiencia avala la actuación del director, porque
“el derecho a la protección de datos no es ilimitado sino que, como cualquier
otro, puede quedar constreñido por la presencia de otros derechos en
conflicto”. La sentencia, del pasado mes de septiembre, se puede recurrir ante
el Tribunal Supremo.
En noviembre 2011, el docente, con ayuda del
informático del centro, hizo aquella comprobación y abrió expediente
sancionador al niño. Poco después, el padre denunció al colegio por violación
del derecho a la intimidad, privacidad y secreto de las comunicaciones; primero
en un juzgado de Madrid y, después, ante la Agencia Española de Protección de
Datos. La familia recurrió la decisión de la agencia y ahora la Audiencia
Nacional vuelve a dar la razón al colegio.
Uno
entiende que el Derecho es un gran invento de la Humanidad, que sirve para
regular la vida en común, preservar la propiedad, establecer criterios sobre
muchas cosas, etc., "hacer la vida más dulce", que diría algún
tratadista dieciochesco. Lo que no se puede entender es que sea utilizado para
justificar lo injustificable o, lo que es peor, para aplicarse sin una idea de
justicia detrás. Un derecho sin justicia es poca cosa: galimatías, artificiosidad
mecánica,, engorro, aburrimiento, autoritarismo... Tenemos Derecho porque
queremos Justicia. Su desconexión de ese sentimiento, es su perdición, porque
deriva en un normativismo que acaba
creando huecos, lagunas y lecturas que sirven de amparo a la injusticia. Lo
legal no siempre es lo justo y lo justo no siempre es lo legal. Lo aberrante es
conformarse con un sentido de lo legal que pueda ser usado para mantener lo
injusto. La respuesta positivista dice que la leyes son las vigentes, mientras que la justicia es un
sentimiento variable, temporal y relativo, por eso el empeño en la letra, aunque pueda estar muerta. La
justicia es un sentimiento, una aspiración humana, algo cuya ausencia vivimos
como un profundo agravio; una ley, en cambio, es el resultado de unos acuerdos
(no necesariamente porque las dictaduras también tienen leyes) sobre algo,
resultado de intereses particulares o generales según los casos. Esa ley puede
ser justa o no.
Que un
niño de doce años se dedique a enseñar a sus compañeras de clase vídeos de
contenido sexual puede considerarse un acción perversa —el niño promete— que se acaba en una reprimenda
o sanción de diferente alcance en el marco escolar, según se valore su gravedad. Pero que
los padres de la criatura inicien una acción legal contra el colegio y el
profesor que le retiró el teléfono para comprobar la existencia de los vídeos, entra en un orden de cosas mucho más profundo y nos muestra la inversión de
valores que nos aqueja. Bajo la apariencia de lo jurídico se usa el derecho
para amparar conductas que merecen la reprobación. Los padres pueden estar
orgullosos de su hijo, desde luego. El hijo ha visto respaldado en sus acciones
por el ejemplar comportamiento de los padres, ciudadanos celosos de derechos
como los de protección de datos o la intimidad, todos esenciales para nuestra
vida democrática.
Si en
vez de ser un niño de 12 años quien se lo enseñó ese vídeo de contenido sexual a
la niña hubiera sido un adulto, estaríamos ante un caso que se enfocaría de
forma muy distinta. ¿Le importaban los derechos de la niña al niño del teléfono?
Su concepción relativista de los derecho de los demás y absolutista de los
suyos nos muestra esa forma perversa de uso del derecho de los demás como forma
defensiva y de los suyos de forma ofensiva.
El
caso, por supuesto, será usado por los partidarios de la educación segregada,
porque las "niñas nunca hacen esto porque son más buenas" y "los
niños, ya se sabe, están en la edad". Será usado también por los detractores
globales de las Nuevas Tecnologías, que se preguntarán "qué hace un niño
con un teléfono móvil con acceso a Internet sin un padre o asesor de navegación
a su lado".
El
final del artículo nos ofrece una muestra de esa división de escuelas de
pensamiento jurídico que dividen el Derecho por su parte profunda, que es la de
quienes debaten sobre dónde hay que colocar los bueyes:
Así que, mirar el móvil era necesario para el
"cumplimiento de una actividad de interés público", una de las
salvedades que la normativa contempla para el tratamiento de los datos de
carácter personal sin necesidad [de] consentimiento. Y resulta “notorio el interés
del director del centro cual es una adecuada prestación el servicio educativo
que tiene encomendado y la protección de los derechos de los otros menores,
cuya guarda, asimismo, se le confía”, añaden los magistrados.
El profesor de Derecho de la
Universidad Carlos III plantea algunas dudas sobre la decisión de la Audiencia.
"Claro que cuando hay conflicto de derechos hay que ponderar, pero se
trata de un derecho fundamental [a la privacidad, a la protección de datos
personales] y probablemente habría que haber consultado a la fiscalía y a los
padres antes de acceder al contenido del móvil", dice Campoy.*
Desde
el momento en que lo enseñó a otros sin preguntarles su opinión, el vídeo dejó
de ser "datos privados", que son los que afectan a la propia persona.
A menos —espero que no— el niño en cuestión fuera el protagonista de las
imágenes, no había más privacidad. Si los profesores hubieran hecho un registro
rutinario y se hubieran metido en su móvil a ver qué tenía, no digo yo que no
fuera pertinente la cuestión. Pero no se trata de eso, sino del uso perverso y pervertido que el niño hacía
de su teléfono y de lo que contenía. Su placer
era escandalizar a los demás, eso no tiene nada que ver con la "privacidad",
sino por el contrario con la "publicidad" que hacía de lo que contenía.
El vídeo era difundido entre sus compañeros y la "privacidad" es otra
cosa. "Tener" un vídeo es privado; enseñarlo, no. El caso reciente de una ya ex concejala y su video sexual difundido inicialmente por ella misma fue claro: dejó de ser privado desde el
momento en que se lo mandó a otro. El derecho a pervertir no es un derecho.
Transmitir
la sensación de que los niños y niñas deben ir con asesores legales a los
colegios, que cualquier cosa es justificable
por parte de los padres —que deberían haber convencido a su hijo de que lo que
hizo es malo y no de que se puede uno
librar de cualquier cosa con un abogado y dinero para pagarlo— no es un camino
bueno para nada, especialmente para un más necesaria que nunca educación desde
el principio. Pero ¿qué es hoy malo?
La
educación es algo más amplio que los conocimientos y competencias, como se dice
ahora. Esa misma terminología reductora y tecnocrática nos está mostrando la
sustitución de valores básicos por algo mucho más frío y relativista, en la que
la escuelas no es más que un receptáculo de materias aprobadas en alguna
instancia superior, distante en lo ético, perdido ya lo moral, que es lo que
tiene que ver con las costumbres, con lo social. Hablamos mucho de los recortes, pero poco de este fenómeno profundo y revelador. Nos hemos llenado de especialistas y expertos, pero hemos echado del sistema a los que nos avisan de nuestras taras morales, de nuestras carencias éticas como sociedad. La educación se ha reducido a una vía para conseguir un "trabajo" sin importar lo que hagas con él o desde él. No sé muy bien en qué consiste esa "calidad" que se reclama porque me da toda igual si no se entiende cuál es el verdadero sentido en un mundo algo más amplio que una fábrica, donde ya no sabemos muy bien si somos operarios, piezas o productos. Quizá todo a la vez.
Hemos
creado una sociedad profundamente egoísta y agresiva, por mucho que hablemos de
causas nobles y donemos órganos. Si el niño hubiera cobrado un euro a sus
compañeros por ver los vídeos porno, muchos lo celebrarían como la aparición de
síntomas tempranos de un joven emprendedor. Es algo que percibes en esa indiferencia
palpable en muchos niveles de la vida social. Este caso es una buena muestra de
ello, de esa ausencia de sentimiento de justicia rodeado de derechos que buscan
salirse con la suya ignorando el sentido de lo que deben mantener las familias,
la Educación y el Derecho: la ejemplaridad. Ponemos una cosa en nuestros libros
y luego, cuando levantamos la vista de su hojas, vemos otras bien distintas:
corrupción, injusticia, indiferencia y egoísmo.
Los magistrados
esta vez han traducido al laberinto de los derechos algo que era muy obvio, de
sentido común: el respaldo a una acción del profesor. Hay muchos que se
hubieran apartado del asunto para no complicarse la vida. Si los padres no lo vigilan, ¿por qué tengo que hacerlo yo?, se
habría preguntado o le habrían dicho sus compañeros sensatos. Y hay que decirle
claramente, sin laberintos jurídicos, que hizo lo correcto, que se comportó
como alguien que le importa lo que hace y se siente responsable de las personas
a su cargo.
Habrá,
como se nos muestra en la información, profesores y juristas que usen el caso
para su próxima clase o ponencia para una valiosa reflexión para avanzar en su
largo camino hacia el reconocimiento oficial de los sexenios. Tampoco ayuda
mucho la forma de titular la información ("La justicia respalda a un
profesor que miró sin permiso el móvil de un alumno") por parte del medio,
que más bien parece redactado por el abogado defensor antes de elaborar un
recurso, al presentarlo como una arbitrariedad o un abuso sin más.
El
hecho de que se llevara ante los tribunales al colegio y a su director nos
muestra que algo falla en nuestra sociedad, que ese niño y sus progenitores no
son casuales sino el resultado de una mentalidad que nos va minando, poco a
poco. Muchos "derechos", sí, pero no avanzamos hacia donde debemos, hacia una sociedad
más educada y justa, menos agresiva y egoísta.
Los
padres pueden estar orgullosos de su hijo y el hijo puede estar muy orgulloso
de sus padres. Algún día, hijo mío, toda
esta podredumbre será tuya. Te la has ganado. Con raíces podridas, no hay ramas sanas.
*
"La justicia respalda a un profesor que miró sin permiso el móvil de un alumno"
El País
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/10/04/actualidad/1380901315_002988.html
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