Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Quizá
como no podía ser de otra forma, Michael Haneke ha sido crítico consigo mismo y
con el cine, el arte que eligió —o fue elegido— para ver y hacernos ver el
mundo. Unos eligen la palabra, como los escritores, los hay que prefieren los
volúmenes de la materia, otros los colores, y otros el cine, un arte múltiple que
bebe de casi todas las demás artes.
Haneke
ha empezando criticándose a sí mismo, preguntándose qué ha hecho él por España
o por Asturias para ser galardonado con este premio. Confiesa que nada, con la
excepción quizá de un montaje operístico que realizó en Madrid. Fue durante esa
labor de dirección musical en el Teatro Real cuando se sintió impactado —como
nunca antes, señala— por la entrada en la sala del Prado en la que se
encuentran las "pinturas negras" de Goya.
Empecé
realmente a temblar y tenía dificultad para mantenerme en pie. Rápidamente salí
de la sala porque no lo aguantaba. Pero tenía que volver. Cada vez que mi trabajo
en el Teatro Real me lo permitía, regresaba para exponerme a las sensaciones
que esta obra provoca en mí.
Ese
impacto brutal que Haneke describe ante una obra de arte, las pinturas de Goya, le
sirve al director para cuestionarse los condicionamientos que su propio campo
estético, el Cine, tiene.
Todos
tendemos a considerar que nuestras artes son las más perjudicadas por los
exterior frente a las otras artes en las que admiramos su independencia y
autonomía. Sin embargo, no siempre es así. La Pintura, por no salir del ejemplo
de Haneke, ha vivido siempre en dependencia de un sector social hasta que llegó
en el siglo XVIII la aparición de los públicos, que fueron vertebrados a través
de los medios de comunicación incipientes. Nadie más condicionado que un pintor
cuya obra, prácticamente hasta el siglo XIX, tenía la limitación de una
clientela eclesial o cortesana. Decorar iglesias y palacios ocupaba la mayor
parte de las demandas. Otro tanto ocurría con los músicos, empleados de obispos
y nobles —como Mozart— que componían para banquetes, funerales, misas de
celebración o bailes cortesanos. Las limitaciones de los literatos son también
conocidas y no desenterramos muchos de sus cantos y loas a todos aquellos que
les pagaban por las composiciones poéticas.
Es en
el siglo XIX, con la consolidación de la burguesía y los "príncipes
burgueses" cuando se desarrollan otras formas de arte para acabar de
configurar lo que Pierre Bourdieu llamó el "campo estético" de cada
una de ellas, con un polo de "élite" y otro "popular" como
extremos de la producción. En la Literatura tendremos desde un refinado poeta
hermético hasta un popular escribidor de rimas fáciles; en la Pintura el
vanguardista y el que realiza amables pinturas para calendarios; en la Música,
igualmente, tendremos el compositor minoritario y el que escribe los éxitos más
populares bailados en las plazas. Se va completando un proceso de siglos en el que
probablemente hayan contribuido las concentraciones urbanas que marcaron el
desarrollo industrial de Occidente entre el siglo XVIII y el XIX, haciendo que
se crearan públicos a los que era posible dirigirse directamente y poder vivir
de ellos.
El
proceso seguido por el cine, nacido a finales del siglo XIX, es diferente y
acelerado, reclutando sus artesanos en un mundo que lo desconocía. El Cine fue,
sobre todo, un arte que se fue descubriendo en cada película, sobre la marcha,
lleno de personas que se descubrían a sí mismas en una profesiones anteriormente
inexistentes.
Las
biografías de la mayor parte de los grandes directores de la primera época del
cine nos muestran ese espacio por descubrir que supuso para ellos la
incorporación a una industria que solo después podría aspirar a ser arte. Este
hecho es relevante porque la aspiración estética del cine tiene siempre en
contra otros elementos que dependen de sus carácter industrial, el necesario para
su producción. El Cine es arte solo en su resultado,
pero no lo es en su proceso, que es puramente industrial. Es tras el ensamblaje
final de todas las piezas cuando se puede percibir como arte. Esto no es
exclusivo del Cine, pero sí el arte que más lo padece. Stendhal recomendaba a los autores que se liberaran de los condicionamientos del teatro —otro arte muy dependiente— imprimiendo las comedias, pasándose a la novela.
Señala
Michael Haneke:
Los errores, al igual que en otros sectores
económicos, no son tolerables: el que los cometa repetidas veces, difícilmente
tendrá la oportunidad de seguir trabajando. A ello se añade como agravante la
competencia de los medios de comunicación de masas que con su trivialización de
los criterios estéticos y de contenido, forzada por la dependencia del índice
de audiencia, no representan precisamente una escuela audiovisual compleja para
el público potencial del cine.*
El
segundo de los factores que indica es hoy tan importante como el primero. Trata
de la trivialización del gusto estético, que es la que conlleva la perversión
del propio público que deja de demandar calidad y se aleja de lo que no
entiende o no satisface sus pobres y burdas expectativas.
Desde
hace muchos años, cuando mis colegas le echaban la culpa de la pérdida de lectores
y de calidad de la lectura —de la primera solo se quejan los editores, de la
segunda solo los educadores— al cine, a la televisión y ahora a los
videojuegos, he venido repitiendo una tesis que calificaría como flaubertiana: los enemigos de la
Literatura son los malos libros, el enemigo de la Música es la mala música, el
enemigo del Cine son las malas películas, etc.
Esa
idea de "escuela audiovisual compleja", tal como la denomina Haneke
se corresponde con lo que trataba de explicar: la sustitución del criterio de
calidad por el de cantidad, que afecta ya a casi todas las artes en las que se
trata de vender y no de educar la sensibilidad estética. Por lo mismo se
escandalizaban mis colegas cuando expresaba que prefería que se leyera un buen
libro al año que veinte malos.
Con
ocasión de una invitación que me hizo una agrupación de profesores de
Literatura, conseguí —creo— convencer a la mayoría que el exceso de lectura
fácil —que era el objetivo pedagógico— no conllevaba necesariamente una
afición a la buena literatura, sino por
el contrario era una forma de rechazar lo complejo que era la meta del crecimiento
hasta llegar a un lector "maduro". Habían debatido en sesiones
anteriores a mi intervención la necesidad de crear "hábitos de
lectura", es decir, rutinas. Nada hay más opuesto al lector maduro que el
que lee cualquier cosa que cae en sus manos. El objetivo de la educación no es
que se lea mucho, sino que se comprenda mejor, en donde comprender supone una
forma estética, una apreciación de lo que se está leyendo.
Con el
cine ocurre algo similar. Las distorsiones de la capacidad de percibir, de una
mirada profunda, se ven acrecentadas por esa "trivialización" de la
mirada que se educa en la facilidad y el tópico.
Creo
que no es casual que desde hace casi tres siglos la función del artista haya
cambiado y se empeñe en oponer su mirada a la mirada general, tratando de
mostrar el encierro perceptivo que vivimos en un mundo que nos maleduca en una
comprensión distorsionada de nuestra propia realidad. Haneke señala el gran
poder que el cine tiene para imponer esa trivialización o la propaganda sobre
sus públicos:
Ninguna forma artística es capaz de convertir
tan fácil y directamente al receptor en la víctima manipulada de su creador
como el cine. Este poder requiere responsabilidad. ¿Quién asume esta
responsabilidad? ¿Surge la fundada desconfianza de aceptar el cine como forma
artística de esta responsabilidad tan frecuentemente no asumida? ¿La
manipulación no es lo contrario de la comunicación? ¿Y no es la comunicabilidad
y el respeto ante el tú del receptor una condición básica para poder hablar de
arte en general?
Se
encierra en apenas unas frases ideas que habrán pasado por la mente de Haneke
en muchas ocasiones, que habrán rondado su cabeza en cada plano, en cada
secuencia, en cada reacción de su público ante la pantalla. Esa visión del arte
como un diálogo respetuoso no es la que impera en un mundo que tiende a la voz
monolítica y a la cacofonía múltiple. Muchos se encogerán de hombros y dirán
que son cosas de Michel Haneke y que le ocurre por haber estudiado Filosofía,
algo casi imperdonable en una industria vocacionalmente iletrada en su mayoría
y que presume de ello. Pero es el discurso de Haneke, como suele ocurrir, el
que redime de sus pecados de ligereza al conjunto.
[...] además de la correspondencia entre
contenido y forma, indispensable para cualquier arte, la capacidad de diálogo
es y tiene que ser una característica igualmente indispensable de la producción
artística, el respeto ante la autonomía del otro. Un autor que no toma en serio
a su socio, el receptor, de la misma forma en que él mismo quiere ser tomado,
no tiene un interés real en el diálogo.
Demasiadas veces el cine ha traicionado esa
regla básica interhumana, que precisamente es también una regla básica de la
producción artística. La manipulación sirve para muchos fines, no solo
políticos. También atontando a la gente uno se puede hacer rico.
Desgraciadamente,
son muy pocos los que en mundo del cine —en las demás artes ocurre igualmente—
conciben sus obras de esta forma dialógica, saliendo tanto del comercialismo
como del esteticismo aislante.
El Arte
es lo contrario del hábito y la rutina; es choque y desmantelamiento,
recuperación de la visión alienada. "También atontando a la gente uno se
puede hacer rico", dice Haneke, una verdad incuestionable que se inscribe
con letras de oro en la entrada de escuelas de negocios, empresas, tarjetas de
visita de escritores, en las placas de muchos galardones... y, lo que es peor
si cabe, en nuestros ministerios de educación.
Puede que no siempre se consiga el impacto, el choque profundo que Michael Haneke experimentó al enfrentarse a las pinturas negras de Goya, pero ese momento es al que deberían aspirar algunos, tanto creadores como receptores. Vivir ese momento de intensidad en el que sientes que tu mundo cambia por un verso, una imagen o un sonido, que divide tu vida en un antes y un después. Son pocos momentos y lleva toda la vida prepararse para ellos. Muchos no los experimentan nunca o son incapaces de experimentarlos por esa inmersión constante en los mares de la trivialidad.
* Discurso de Michael Haneke. Entrega Premios
Príncipe de Asturias. Oviedo, 25 de octubre de 2013 El Mundo
http://estaticos.elmundo.es/documentos/2013/10/25/discurso_haneke.pdf
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