Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
celebración en El Cairo de una conferencia de intelectuales de diverso tipo
para analizar el papel de la cultura en el futuro que comienza cada día, se ha
saldado con mucha ideas y dos constataciones, a saber, que la sala estaba medio
llena y que el Ministro se fue tras la inauguración. Hemos utilizado la
expresión "medio llena" y no "medio vacía" porque hay —como
con el vaso famoso— que ser optimista. El optimismo, en ocasiones, no es necesariamente
un estado respecto al futuro, sino una forma de enfrentarse al presente.
No deja
de ser significativo que el público general no se acercará por la sala y que el
ministro de Cultura estuviera poco, quizá porque había proyectos que requerían
su urgente atención. Tras tres días de discusiones y propuestas, el diario
Al-Ahram no informa:
The conference produced 14 demands, which will
be presented to the Prime Minister. They include the following:
- Raising the national budget for cultural
activities, and sustaining independent art initiatives free from restraints.
-The independence of creative works from
current censorship, and restriction of work by age.
- The restoration of the General Authority of
Mass Culture, currently The General Authority for Cultural Palaces.
- The opening and renovation of all cultural
palaces across Egypt's governorates, and involvement of independent artists.
- Easing the process of obtaining leases and
permits to use neglected places for cultural projects, such as under bridges.
-The representation of tribal cultures and
other minorities in the Higher Council of Culture.*
Por encima del desinterés que el diario señala o de las
prisas del ministro —al que me imagino que le harán llagar los resultados por
la vía correspondiente, que en Egipto suele ser larga—, está el hecho valioso
de que un puñado de egipcios —directores de cine, novelistas, directores de
teatro, críticos literarios, profesores y filósofos, hombres y mujeres— se han
sentado en mitad del caos egipcio a reflexionar sobre el papel de la cultura en
cuestiones como la "identidad nacional", la necesidad de un
"estado civil", el papel de la artes en la educación, el lugar de los
artistas independientes, etc.
Una de las principales características de la revolución que
estalló en Egipto el 25 de enero de 2011 fue el estallido de su creatividad,
especialmente entre los jóvenes, mostrando su capacidad de imaginar —¡qué es
una revolución sino un acto de la imaginación que lucha por hacerse real!— un
futuro distinto.
No puede entenderse la revolución egipcia solo como un acto
político, en el sentido convencional y partidista, sino como un estallido
contra un estado de desidia y de falta absoluta de creatividad en cualquier
sentido, de abandono a la inercia del lento deslizarse del tiempo sin que
aparezca nada nuevo. Entre el aburrimiento y el tópico cultural al que el
turismo obliga, condicionando el presente que pasa a ser una imitación de una
falsa identidad, esclava de la imagen que hay que representar, la revolución
estalla en las calles y en las mentes de muchos que se lanzan a cambiar su
entorno especialmente en el aspecto gráfico callejero, la más inmediata muestra
de cambio. También hay una gran fuerza en la música, que canta la revolución y
en la poesía, que se expanden con los deseos de libertad y de expresar su
rechazo a las formas autoritarias.
Pero la Revolución no se resuelve en la libertad creativa
sino en la llegada de los islamistas al poder, el pensamiento menos adecuado
para ese clima de creación y libertad. Los conflictos con los artistas e
intelectuales se multiplican, los tribunales se llenan de denuncias en un
intento de frenar el deseo de expresarse. La censura pasa a ser una forma
habitual, como lo fue antes y lo sigue siendo ahora. En Egipto varía el censor,
pero no la censura como acto de control por parte del que controle el aparato
del Estado o la vida social en su base, que se vuelve opresiva.
Lo terrible de la situación egipcia para un creador es la
doble censura, la que viene de arriba y la que llega de abajo, de la
penetración conservadora y retrógrada que pasa de las familias a las escuelas,
limitando al artista mucho más que lo que pueda hacerlo la censura oficial, que
suele ser torpe por definición. Nadie puede llegar a pensar lo opresiva que
puede ser esa censura social, esa presión constante que puede ejercerse sobre
aquel que decide, como artista, oponerse al gusto o principios de la sociedad.
El artista moderno, por su propia condición, es conciencia
crítica y dislocadora, alguien que se opone a la visión común y, por tanto,
peligroso. Los intentos de los poderes sociales o políticos son siempre para
reducirlo, canalizarlos a la moda o a
la adulación oficial, mecanismos
cortesanos de anulación. Así el artista moderno se debate entre dar al público
lo que le pide —su repetición en la moda— o en poner su arte al servicio de los
que le premiarán y promocionara por su capacidad babosa de adular al poderoso,
que suele ser siempre generoso con los que le retratan favorecido, por su
perfil bueno, ignorando sus defectos e imperfecciones.
Egipto posee un inmenso potencial creativo que debe
aprovechar para algo más que crear una "industria cultural" rentable
—errores que comenten países como el nuestro—. La creatividad artística es algo
más que un negocio. La Cultura —concepto complejo y aproximado— es la verdadera
revolución porque implica el cambio de la mentes hacia nuevos rumbos. La
cultura que no lo hace no es más que negocio y espectáculo, la conversión a
unidades repetitivas que estancan la evolución de un país.
La función de intelectuales y artistas no es decir ni al
poder ni a la gente lo que quiere escuchar, sino —honestamente— crear un
entorno en el que sea posible el debate social proponiendo nuevas visiones del
mundo y de nosotros mismos. Es a través del arte, en el escenario cultural,
donde se produce el debate intelectual necesario para que los pueblos salgan de
su estancamiento, situación que a muchos interesa para su manipulación,
embrutecimiento y control.
La situación actual de Egipto necesita de más debates como
el realizado porque en ellos es posible dar forma a los problemas. El error
sería, por otro lado, pensar que en este tipo de encuentro se resuelven los
verdaderos problemas de la cultura real, que es posible dirigirla. Hay
acciones, evidentemente, que son propias de las instituciones, como ocurre con
la educación, pero la situación de las artes va más lejos. Las artes se
desarrollan en aquellos entornos receptivos que las demandan no como encargo
sino como alternativa a su propia visión.
En Egipto, como sociedad tradicional, existe un debate
constante entre lo viejo y lo nuevo, que llega a ser de auténtico rechazo de la
innovación solo por suponer cambio. Eso se traduce en preguntas sobre las
preferencias de las canciones, las películas, etc. "nuevas" o "viejas",
que desborda los lógicos límites generacionales. La repetición, base de la
educación y de la mentalidad, impide la aparición de nuevas formas que quedan
escondidas y arrinconadas.
La transformación que Egipto requiere es la entrada en la
aventura del descubrimiento de su propia identidad cultural que no es una
"esencia" sino un estado dinámico, abierto a su propia evolución.
nada más peligros para la cultura que aceptar una visión estática de sí misma,
algo que deriva inevitablemente en el tópico y la repetición sin valor.
La gente va a Egipto a ver una cultura de hace miles de
años, no lo que los nuevos egipcios tienen que decir sobre ellos mismos y sobre
el mundo que les rodea. En mis exploraciones por el Egipto joven he encontrado cientos de iniciativas extraordinarias de mucha
gente que prácticamente sin apoyo o con un apoyo exterior posee una gran
riqueza expresiva y de ideas.
Muchas de esas iniciativas son desconocidas para la mayor
parte de los egipcios. Durante décadas artistas muy valiosos —escritores,
pintores, diseñadores...— han tenido que abandonar el país por la falta de
apoyo o de simple interés social. Egipto necesita sobre sus escenarios, en sus
pantallas, en sus galerías, en sus librerías, etc. que las nuevas ideas se
muestren.
Al necesario y urgente impulso educativo —que tiene que
salir de la inercia y la desidia en que se encuentra sumida por años de
abandono— que permita la creación de unas mejores bases sociales, un impulso
que acaban perdiendo la revoluciones con el tiempo, es necesario añadir el
aprovechamiento de esa explosión creativa que no debe ser extinguida. En la
cultura se une lo individual —el creador artístico, el intelectual crítico— con
el entorno que lo recibe, debate y asimila. Si se trata solo de "consumo
cultural", quedará restringido a las modas y no tendrá ese efecto
necesario de transformación social que Egipto necesita para dar el salto
definitivo a la modernidad, resolviendo sus conflictos y contradicciones.
Cuando estalló la revolución y tras la caída de Hosni
Mubarak, muchos jóvenes egipcios se comprometieron a realizar acciones
renovadoras en sus entornos tratando de compartir sus iniciativas con su
entorno. Muchos tienen un fuerte sentido social desarrollado por la visión de
un mundo de abandono que deja en la miseria económica y cultural una parte
importante de la población. La élites egipcias, bien formadas oscilan entre el
clasismo indiferente [véase la entrada Elites de El Cairo], que se mueve entre la miseria procurando no mancharse, y los
que tratan de usar esa formación para llegar a una población que ha quedado
abandonada [véase la entrada El juramento de Nadia Fahmi] por todos a su
suerte, que solo puede ser la supervivencia.
Un gran país no es
solo un país con "pasado"; es un país que lucha en el presente para
tener un futuro y ese futuro se refleja, en gran medida, en sus artistas e
intelectuales que les brindan imágenes e ideas con las que debatir a lo largo de la Historia. Acabadas la
visiones esencialistas de los pueblos, es mejor concebirlos como diálogos
permanentes, constantes, sobre su propia identidad y futuro.
Esa conferencia celebrada en El Cairo es una pequeña
iniciativa, un primer momento que tiene que ir más allá de la reclamación a los
poderes públicos para que abran teatros y centros culturales, que se organicen
exposiciones y talleres —algo importante, sin duda—, pero es solo una parte.
En una sociedad aquejada tradicionalmente de autoritarismo,
el arte y la cultura deben ser fomentados como espacios de libertad y energía
dinamizadora de la sociedad misma, como estímulo a salir de un mundo gris.
Egipto tiene ese potencial creativo y cultural que espera que se le quiten las
barreras y limitaciones existentes. Tiene razón uno de los intervinientes al
criticar el título mismo de la conferencia que les reunió: «Amidst such philosophical
musings, film director Mohamed El-Shennawy questioned the title of the
conference, asking what "Egyptian Culture at the forefront" relates
to. “Corruption? Terrorism? Bureaucracy? Ignorance?” he offered as
suggested answers.»*
La Cultura,
en realidad, como traducción del entorno en el que vivimos, no resuelve esos
problemas, pero habla de ellos, como lo hacen las novelas de Mahfuz o Idrís, en
el caso de Egipto, afinando nuestro sentido de la injusticia junto al de la
belleza. Un cuadro o un poema no cambian el mundo, pero cambian la mente de
quien puede cambiarlo. Por eso las revoluciones se gestan también en versos y
pinceladas que comunican a otros lo que pensamos del mundo.
Egipto necesita hablar mucho, que lo hagan sus artistas, que expongan sus visiones del mundo. Tiene un gran potencial en su juventud, en sus mujeres, que no se puede permitir el lujo nuevamente de perder ni por exilio ni por silencio. No importa que esa sala pequeña estuviera medio vacía. Fuera hay mucho más, que es lo importante.
* "Conference on Egyptian culture formulates
clear demands for government". Ahram Online 5/10/2013
http://english.ahram.org.eg/NewsContent/5/35/83158/Arts--Culture/Stage--Street/Conference-on-Egyptian-culture-formulates-clear-de.aspx
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