Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
último balance de muertes en Egipto asciende a más de 50 muertos y más de 250
heridos. Es el resultado de los enfrentamientos entre los partidarios del
presidente depuesto Mohamed Morsi y otros grupos islamistas y los partidarios
del orden establecido tras su destitución y detención por las Fuerzas Armadas.
Parece
que finalmente la Hermandad Musulmana se ha decidido por mantener la estrategia de la
sangre frente a otras posibilidades con algún futuro que permita recuperar la paz. Es lo que hacía presagiar
el abandono de sus apoyos exteriores —los países occidentales y otros del área—
y el cierre de filas de la internacional islamista, de la que los egipcios son
cabecera de franquicia, en la reunión celebrada hace unos días. En estos
momentos la Hermandad y su brazo político ya están reclamando una investigación
de los hechos ocurridos y pidiendo observadores internacionales.
La
Hermandad sigue sin entender lo ocurrido y sin comprender que Morsi labró su
propia desgracia y arrastró al pueblo egipcio a una nueva etapa militar, que
será a lo único a que contribuya con sus esfuerzos. Quizá sea ese su objetivo
final, volver a la posición de salida a la que se había llegado antes de la
revolución del 25 de enero, borrar su paso por el poder reclamando una
legitimidad democrática que no sea recordada por lo que ocurrió durante su
mandato sin por lo que sucedió después. A la Hermandad le interesa que Egipto
viva una nueva dictadura cruenta que impida asentarse internacionalmente al régimen, que quede aislado, y mantener el dolor interno mediante las
sangrías y martirios y el hundimiento económico por el deterioro del turismo y la producción. Se trata de evitar la hoja de ruta de cualquier proceso de normalización..
Después
de la reunión internacional de la Hermandad a mediados de julio en Estambul,
acogidos por Erdogan, podíamos leer en The
Jordan Times:
Although the new political system in Egypt
adopted a plan for national and political reconciliation, the Muslim
Brotherhood Movement and its branches in different countries excluded such
option, equating it to surrender to the political system that deposed former
president Mohamed Morsi.
This means that the coming transitional period
will be very difficult, since the Brotherhood insists on challenging the new
political system and the army by all possible means.
The movement prefers a long confrontation that
does not exclude violence, encouraging the public and other Islamic groups to
confront the army and instigating public mutiny to cripple the main
institutions of the state.
The massacre in front of the building of the
Republican Guards was meant to elicit international pressure and condemnation
of the army’s stand, and to enable the Brotherhood to play, again, the role of
victim.
One expected the higher leadership of the Brotherhood
movement meeting in Istanbul to evaluate the damage caused by Morsi’s policies,
the effect of the lack of experience in running a country like Egypt and the
hasty decision taken to transform the Egyptian administration into an
administration of the Brotherhood.
One expected the meeting to admit that the
Brotherhood’s ruling and its dealing with the existing institutions with
hostility was the reason for its failure.
The movement failed to admit that its role
turned a large number of Egyptians against it; it considers the tens of
millions who demonstrated against its role as part of a conspiracy against it
and as tools of the deeply hostile state that should be overcome and changed.*
La
estrategia se ha practicado desde el comienzo. Los ataques constantes en el
Sinaí o el atentado contra el ministro del Interior, haciendo estallar una
bomba a su paso, son algunas de sus manifestaciones. El desmantelamiento de otra
bomba ayer en la Plaza de Tahrir hacía prever que de nuevo se mandaba a la
gente hoy a ser carne de cañón dentro de la irresponsabilidad absoluta que está
demostrando con esa torpe estrategia. El apoyo decrece en número y se
radicaliza en su intensidad. Prácticamente todos los analistas internacionales
han coincidido en la torpeza de la Hermandad para gestionar una transición que
no se dirigía a la democracia sino al recorte piadoso de libertades.
Se puede
criticar duramente los pasos dados por el Ejército si se desea, pero lo que
resulta históricamente imposible es convertir a la Hermandad, con Morsi al
frente, en un partido democrático o en un gestor democrático de la revolución
del pueblo egipcio. Suya es la responsabilidad principal al negarse a negociar
una constitución que hubiera permitido permanecer unidos por los compromisos a
todos hasta sacar a Egipto del agujero institucional. Pero la soberbia
islamista, para la que la democracia no es más que un manto circunstancial con
el que cubrir sus deseos de poder, prevaleció.
Cuanto
más presione en las calles, cuantas más muertes se acumulen menos
probabilidades de encontrar una salida que permita reconducir la situación a un
punto de acuerdo. La Hermandad quema sus naves con estas acciones y, lo que es
peor, mientras los dirigentes se salvan dejan en el desastre a todos aquellos a
los que hacen movilizarse, manejados sin escrúpulos de nuevo para rasgarse las
vestiduras después. Tal como ocurrió en la sentada de Raaba, las muertes estaban
anunciadas. Difícilmente se puede comprender esto desde una perspectiva
racional; solo desde su propia lógica de muerte y radicalidad es posible
entrever la negrura del planteamiento habiendo salido del poder apenas hace
unos meses.
Una vez
más: Morsi tuvo en sus manos la posibilidad de estabilizar la situación
atendiendo las peticiones de millones de personas, pero decidió no hacerlo. Le
pidieron elecciones anticipadas, no un golpe. El ejemplo de lo ocurrido en
Túnez, la respuesta negociadora dada desde un gobierno islamista bajo el riesgo
de que ocurriera lo mismo que en Egipto, que todo quedara bajo un manto de sangre
y se perdiera el camino recorrido, deja en evidencia al gobierno islamista de
Morsi. Sus juegos de astucia con los militares no le sirvieron de mucho al
final.
Los acontecimientos
que vive Egipto muestran desgraciadamente un hecho. Para la Hermandad y demás
grupos islamistas la carrera de la política
termina con ellos. El sentido de la política no es otro que permitirles acceder
al poder para lograr la islamización
desde arriba que cierre la pinza que comenzaron con las instituciones de la
base durante décadas. Bajo la idea de "Islam político" se esconde una
paradoja y un gran engaño: no se trata de una forma de hacer política sino de
acabar con ella una vez cerrado el ciclo. Sus obstáculos quedan a la libre
discreción de Dios, cuyos caminos no conocen, pero una vez llegados al poder,
no es admisible que lo humano se oponga a la realización del Reino. No hay ni
puede haber igualdad entre lo religioso y lo que no lo es. Eso sería blasfemar.
Lo islámico es irreversible, no temporal como es la política en una democracia.
Nada hay que no sea "religioso"; solo hay una esfera que todo lo
absorbe. Transformación religiosa primero —islamización— sentando las bases de
lo ajustado a la ley; después aplicación de esa misma ley excluyendo lo que
quede fuera.
Lo
ocurrido en Túnez, en cambio, es un descenso a la tierra de lo político, un reconocimiento anómalo —y estratégico—
de que es posible retroceder en el plan
divino. Ningún islamista puede reconocer su error porque sería ofender la mano que le guía, principal
argumentación ante sus seguidores.
Es la
misma piedra con la que chocan todos los islamistas que intentan argumentar
sobre la vida política entendida como libertad de elección. Nadie elige
libremente. La teología se opone a una libertad que no tiene sitio en la teoría.
La obediencia a lo escrito es lo único posible. No hace mucho leía un artículo
de un erudito islamista —asentado en los Estados Unidos, por cierto— que
comenzaba su interpretación de lo ocurrido en Egipto señalando un principio
claro: si Morsi había caído es porque Dios había querido, era su voluntad.
Pensar que si Dios quería a Morsi en el poder, los hombres podían derribarle
era blasfemar. Por tanto el principio expuesto debía servir para cualquier
análisis posterior. El mismo principio podría aplicarse al general al-Sisi,
pero es mejor no pensar demasiado en ello.
La
rabia de los partidarios de Morsi, sean guiados por quien lo sean, es furia por
el acto blasfemo de haber depuesto al que, sin duda, fue elegido para estar allí y limpiar Egipto de blasfemos, herejes y
falsos devotos. Solo hay una obediencia; lo demás sobra.
El levantamiento
popular egipcio puede ser explicado de muchas y distintas maneras, pero el
hartazgo tiene que estar presente en
todas ellas. Lo que ocurrió después puede también ser explicado recurriendo a
muchas otras, pero también solo hay clara una cosa: Morsi no cumplió con sus
compromisos electorales de ser el presidente de todos. Muchos de los que le
votaron lo hicieron contra sus principios y gustos políticos, anteponiendo el
deseo de una democracia a la elección de un candidato no islamista que fue un
miembro del aparato del estado. Si hubiera cumplido con la legitimidad que
ahora reclaman, Egipto no se encontraría en estos momentos de nuevo bajo una
extraña forma militar, querida y odiada por unos y otros, enfrentados de nuevo
en las calles.
Morsi
quiso enterrar la Revolución porque esta nunca se planteó un estado islámico
sino un aumento de las libertades, incluida la religiosa que muchos reclaman
imperiosamente, manifestando su derecho al laicismo del estado y como opción
personal, su derecho a tener o no tener creencia alguna si así lo desean. El
problema del sectarismo —los enfrentamiento con coptos y chiíes— es solo una
parte del problema religioso. El reconocimiento de las religiones que la
constitución hacía no suponía ningún avance y sigue considerando el laicismo o
el ateísmo como una lacra y un delito porque mina la fuente del poder sobre el
que se asienta el islamismo, todos sus argumentos se vienen abajo. Por eso
recelaron de la revolución y de los que querían "libertad", palabra
sospechosa allí donde reina el fatalismo.
Los
acontecimientos de ayer, celebración del "6 de Octubre", planteada
como una gran manifestación de apoyo al régimen y al Ejército, no podía ser
tolerada por los islamistas que necesitan del espacio de Tahrir para presentarse
como estandartes de la revolución ante el pueblo y, lo que les importa más, ante
las miradas internacionales.
La
extraña estrategia de la Hermandad señala que su manifestación de ayer es para "convencer"
al Ejército de que debe seguir el "camino correcto" y saber quién es
su enemigo y quién su pueblo.
The New
York Times nos apunta algunos detalles interesantes:
As the death toll rose, Egypt’s military,
political and cultural luminaries attended an extravagant commemoration of the
1973 war in a military stadium that was broadcast on television. The event,
which included a pro-military operetta, contributed to the sense of resurgent
nationalism that has taken hold since the military took power.
In tone, the ceremony recalled
the era of Egypt’s former autocratic leader, Hosni Mubarak. In another respect,
it seemed intended as a conscious rebuke of Mr. Morsi, who had invited to last
year’s celebration a member of an extremist group who was convicted of playing
a role in the 1981 assassination of former President Anwar el-Sadat.
On Sunday, Mr. Sadat’s widow, Jehan
Sadat, sat in the front row.**
El hecho de que Morsi tuviera como invitado en la tribuna a
uno de los responsables del asesinato del presidente Anwar El-Sadat nos muestra
ese carácter circunstancial que tiene
para los islamistas su "amor" hoy señalado por la institución militar. Ayer, nos
dice The New York Times, es la viuda
de Sadat quien estaba en la tribuna como invitada. Es un gesto más en la guerra de los signos.
En Mada
Masr han entrevistado a los manifestantes pro-Morsi y algunos de ellos dicen
que no es el "presidente" el que les preocupa exactamente, sino la "legitimidad",
la democracia en suma. Es el argumento que les permite convertirse en
defensores de la democracia por la que no se empeñaron demasiado cuando tenían
el poder. Pero su estrategia queda más en evidencia cuando señalan:
Asked why protesters were headed to Tahrir
given the likelihood of clashes breaking out with the crowds assembled there to
celebrate the army, Bagoury answered, “Going to Tahrir is the spirit of the
revolution. This is known globally as the place where the January 25 revolution
took place.”***
Es sencillo.
Tahrir es el lugar de la Revolución,
es el espacio simbólico en el que quieren verse identificados para invertir el
orden actual, plagado de confusión semántica (golpe/revolución, pueblo/ejército, pueblo/islamistas). Cuando se aprobó la constitución, escribí que en su preámbulo se la daba
ya por muerta con todos los honores, en una gigantesca burla retórica que
convertía a los islamistas y los militares en sus adalides. La Constitución era
la lápida que cerraba el enterramiento. Ahora los islamistas quieren
resucitarla.
La
batalla por el Tahrir está de nuevo en marcha. Veremos cuántos muertos,
repartidos por el país, cuesta.
*
"Reconciliation not considered by the Muslim Brotherhood" The Jordan
Times 14/07/2013
http://jordantimes.com/reconciliation-not-considered-by-the-muslim-brotherhood
**
"Dozens Are Killed in Street Violence Across Egypt" The New York
Times 6/10/2013
http://www.nytimes.com/2013/10/07/world/middleeast/clashes-in-egypt-leave-at-least-15-dead.html?hp&_r=0
**** "Update: At least 44 dead, 300
arrested in Sunday clashes" Mada Msr 6/10/2012
http://www.madamasr.com/content/update-least-44-dead-300-arrested-sunday-clashes
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