Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Me sorprende el artículo que el diario El Mundo saca hoy mismo bajo el título "De profesión,
superpolítico", cuyo comienzo es casi de película de Tarantino: «"Las ideologías
están en entredicho". Tan sencillo de ver y tan difícil de afrontar, esta
realidad se ha convertido en la base sobre la que trabajan tres jóvenes
valencianos que, ante la desafección política actual, han visto como su trabajo
de asesores políticos ha crecido exponencialmente.»* Después de estudiar las características que los profesionales
asesores de políticos apuntan para ser un "superpolítico", llego a la
conclusión que a los únicos que favorecen es a los políticos.
La teoría es muy sencilla. Primero decreto la muerte de las
"ideologías", después convierto la "supervivencia política"
en un fin en sí mismo, y finalmente considero a los votantes como el medio para
conseguir el fin. La teoría es perfecta. Como bien señala el primer lector en
hacer su comentario: "Es decir, un demagogo populista". Da gusto
encontrarse con un lector que sabe leer.
Y todo tiene, claro, su lógica. Son los políticos los que
contratan a estos expertos cuya función —como en el caso del "curso de
liderazgo" de Alberto Fabra cuyo escándalo saltó hace unos días— es
cobrarle a los políticos por decirles estas cosas en esos momentos en que les
flaquean las fuerzas y apoyos. Supongo que no es casual que el artículo de El Mundo venga de Valencia, de Levante,
la zona de mayor aventurerismo político, en donde proliferan este tipo de
asesores, la zona preferida del Instituto Nóos y similares. En Levante y Baleares, parece que el
tiempo acompaña para los eventos y hay buena predisposición para acoger
iniciativas.
Cuando se termina de leer el artículo, queda uno efectivamente
indignado por el mensaje que se nos transmite, desde la muerte de la ideologías
hasta la demagogia que la sustituye. La única ideología posible es la
"comunicación". "Comunicar" es una obsesión política que
está por encima de cualquier otra cosa. Lo que se enseña en estos cursos no es
más que a ser consciente de eso, de que la comunicación es "eficaz"
cuando cumple tus objetivos de respuesta, es decir, cuando consigues con ella
lo que quieres. En el caso de la política, el objetivo es obvio: permanecer en
el cargo. La comunicación amplifica los logros y maquilla los fracasos.
Solo a un "comunicólogo" torpe se le ocurre decir
lo de las ideologías. Lo que la gente recrimina hoy a los políticos es,
precisamente, el abandono del compromiso que implican las ideas más allá de la
vallas publicitarias. En beneficio de la comunicación se han reducido tanto los
mensajes —que sean cortitos y claros— que ya solo contienen chascarrillos y
ocurrencias. Por eso se pondera tanto en el artículo a los políticos
"ocurrentes", los que saben atraer la atención de las cámaras y
quitar protagonismo a los que tienen más medios, en los dos sentidos de la
palabra, económicos y comunicativos, aunque ambos se fundan en muchas ocasiones. Ya
saben, quitarse la camisa en los plenos, sacar una pancarta, etc. Podría darse
la paradoja de que en pleno discurso del "estado de la nación" —creo es
el único caso en que se habla de España como "nación" porque el
"estado del Estado" quedaba un poco lioso—, el presidente del
gobierno sacara una pancarta o se desabotonara la camisa exhibiendo un lema con, por ejemplo, "¡Váyase, señor Rubalcaba!" o "¡Austeridad,
ya!". Pues a todo se llegará si es necesario, mire usted, ¿por qué no?
La política debería ser más eficaz y menos estridente. Pero
eficaz en lo que debe serlo: en la escucha y en la acción. Hay demasiadas fotos
en la política y, por lo tanto, demasiada demanda de fotogenia. Las ideologías deben
existir lógicamente en la medida en que representan soluciones diferentes a los
mismos problemas, los de todos. Ideología no debe significar nunca cerrazón. A veces las soluciones son parecidas y se agrandan a efectos
de la comunicación. Criticas a los otros por hacer lo mismo que tú harías si
estuvieras en su lugar; te esfuerzas en mantener posturas contrarias para
encontrar tu hueco comunicativo en los medios. A nadie le interesas si estás de
acuerdo.
Cuando no tienen más remedio, muy de tarde en tarde, se ponen
de acuerdo. El diario El País, en su
editorial de hoy titulado "Pacto indispensable", reclama esa unión de
voces casi siempre discordantes:
El clamor por consolidar un clima
de pactos políticos es grande, aunque solo sea por los discutibles resultados
que ha dado la aplicación de políticas unilaterales. Los sondeos de opinión
reflejan la cara factura que el PP paga por ello.**
Los pactos descolocan un poco a los políticos, que tienen
que empezar a mover la cabeza en sentido vertical en su escaño, en vez de
moverla en sentido horizontal, cuando hablan los otros. No es fácil. Sin
embargo, es necesario.
Decía la inspirada redactora de la noticia de El Mundo refiriéndose al
"entredicho" de las ideologías, que era algo "tan sencillo de
ver y tan difícil de afrontar". Creo que se equivoca. Lo que está en
entredicho es la actuación de los políticos actuales porque han hecho de las
ideas eslóganes. Las ideas en la política y en los políticos son importantes.
No son la causa del desastre que vemos, ni mucho menos. Es justo lo contrario.
Ha sido la llegada de gente sin ideas, solo con intereses, egocéntricas y
vanidosas, la que ha causado esto, esta desatención de lo principal, esta
incapacidad de soluciones. Con un cursillito de fin de semana en algún lugar
retirado ya se consideran dirigentes, líderes políticos. Como el que se saca el
título de patrón de vela y se pone una gorrita con un ancla.
No necesitamos estos "superpolíticos", para nada. Hay
que darles kriptonita. Nos sobran un montón de personas que no deberían estar
donde están porque no tienen ni el conocimiento ni el compromiso necesario,
porque no han entendido qué es la Administración Pública y porque piensan que
los recursos públicos son de su libre disposición. Son estas personas llevabas
a la política por la falsa idea de que la política es "mandar" y no
"servir" los que se suben sueldos y despilfarran recursos, los que
están obsesionados con la prensa, con que les saquen el lado bueno (si es que
lo tienen), con que les escriban buenos discursos (muy bien pagados), o por
rodearse de muchos asesores porque eso les hace sentirse importantes; son los
que cambian muebles y cuadros cuando llegan a sus despachos porque tienen que
marcar distancias con los anteriores inquilinos políticos.
Ahí es donde hay que aplicar la "austeridad" y
hacerles pasar reválidas. El político que trabaja bien no tiene problemas de
comunicación. No hacen falta superpolíticos; con buenos políticos es suficiente.
* "De profesión,
'superpolítico'" El Mundo 2/06/2013
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/05/31/valencia/1370022449.html
** "Pacto
indispensable" El País 2/06/2013
http://elpais.com/elpais/2013/06/01/opinion/1370102075_043922.html
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