lunes, 10 de junio de 2013

Querejeta

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El sábado vi la película de Gracia Querejeta, Quince años y un día, estreno en el fin de semana. La dedicatoria al comienzo reza: "a mi padre". Unas horas después me entero de que Elías Querejeta ha fallecido. Debe ser muy triste estrenar una película —algo tan difícil, tanto esfuerzo— en esas condiciones o quizá, por el contrario, se acepte como un signo, como un homenaje final, y más si la película es una reflexión sobre las relaciones entre padres e hijos y cómo viven sus pérdidas unos de otros.
El espíritu de la colmena (V. Erice 1973), una de las grandes películas producidas por Querejeta, se abre con la llegada a un pueblo castellano de un camión con un cine ambulante en los años cuarenta. La fascinación por el espectáculo va más allá de las niñas; es un acontecimiento social en aquel pequeño pueblo. Hace tanto frío en la habitación que sirve para proyección, que además de la silla, llevan brasero.
A Elías Querejeta le tocó bregar con una forma de hacer cine distinta a la pequeña industria del cine español de posguerra. Y sobre todo con una mentalidad distinta. Eran otros años y otro entorno; otras ganas de hablar y otras cosas que decir. La generación Querejeta y la que Querejeta amparó todavía creía que se podía decir algo con el cine, que era algo más que llenar la sala.


Contó Querejeta en un entrevista:

La primera vez que mi padre apareció con un objeto extraño y resultó que era una cámara en la que puso Charlot tenía yo cinco o seis años y pensé que era fascinante y que merecía la pena hacerlo. Luego acostumbrábamos a ir al cine que quedaba cerca de mi casa, en el que el pase para chavales era a las tres y media de la tarde. Ninguna me ha conmovido de tal modo, aunque me acuerdo mucho de El mago de Oz.*

En un mundo de videojuegos y tarjetas gráficas, de gafas 3D y sonido envolvente, de "inmersión" y "convergencias" es difícil comprender el despertar del cine, su seducción primera. Están rodeados de imágenes.


Querejeta es en gran medida el representante del "cine paralelo" español. Hablo de cine "paralelo" porque la corriente principal casi siempre estuvo representada por un cine muy distinto, que en ocasiones se plantea hacer con dignidad sus obras y en otras tira por la calle de la taquilla sin más. Los sesenta y setenta fueron los años en que este cine paralelo sacó pecho y consiguió aflorar con éxito. Eran los años adecuados para ello porque había un cierto sentido de la cultura y algo a lo qué se podía llamar así. No se confundían cultura con espectáculo ni taquilla con calidad. Sí se confundía en cambio con "política", pero eso no era exclusivo de España, sino que se puede rastrear por todas las cinematografías europeas —Alemania, Francia, Italia...— e incluso en la norteamericana. En cada país se entendió de una manera, pero compartían un cine que mantenía un crítica del "sistema" a través de la más condicionada de la artes, el cine. El cine es industria, pero también arte, si se quiere.

Hacer cine no ha sido nunca fácil; hacer un cine personal, menos todavía. Y hacer que ese cine personal tuviera éxito, casi un imposible. Sin embargo, Elías Querejeta lo logró dentro y fuera de España. Había un público dispuesto a ver. Hoy es más complicado en todas partes porque el cine ha perdido mucho de su encanto en beneficio de su espectacularidad. Le es difícil competir con otras artes y a las buenas películas también les es difícil competir con las malas bien hechas.
Su legado como productor está ahí, como parte de lo mejor de la historia del cine español, una historia que comenzó a hablar otros lenguajes y a tratar de atraer con ellos a los espectadores, algo que apenas se produce hoy.
Después de la noticia sobre su fallecimiento, veo un reportaje sobre los cierres de salas de cine en España. Me entero de que los trabajadores de los Cines Renoir de Zaragoza han hecho  una cooperativa para intentar abrir unas salas que llevan un año cerradas. Los trabajadores entran en una de las salas en la que no hay butacas, transmitiendo una imagen de desolación que nada tiene que ver con la sala acogedora de las proyecciones. Comprenden realmente lo que significa un cine completamente vacío. Solo una pantalla en una pared y en alguna sala, ni eso. Una sala pintada de negro.
Me viene a la memoria la escena de El espíritu de la colmena en la que en la misma sala en la que el pueblo vio la película "El doctor Frankestein" al inicio cumple después funciones de morgue y sirve para alojar el cadáver del maquis. Solo la pantalla y una mesa con el cadáver cubierto. La misma desolación.
Querejeta cumplió con el amor de su vida, el cine. Lo hizo dándonos películas con gran esfuerzo, con el que supone hacer un cine contracorriente. 
De entre sus imágenes, me quedo con la cara ilusionada de aquella niña que descubría en la pantalla el poder y fascinación de las imágenes.



* "Elías Querejeta: Soy un cineasta" El Cultural - El Mundo 3/05/2012 http://www.elcultural.es/noticias/BUENOS_DIAS/3121/Elias_Querejeta





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