Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
sábado vi la película de Gracia Querejeta, Quince
años y un día, estreno en el fin de semana. La dedicatoria al comienzo reza:
"a mi padre". Unas horas después me entero de que Elías Querejeta ha
fallecido. Debe ser muy triste estrenar una película —algo tan difícil, tanto
esfuerzo— en esas condiciones o quizá, por el contrario, se acepte como un
signo, como un homenaje final, y más si la película es una reflexión sobre las
relaciones entre padres e hijos y cómo viven sus pérdidas unos de otros.
El espíritu de la colmena (V. Erice 1973), una de las
grandes películas producidas por Querejeta, se abre con la llegada a un pueblo
castellano de un camión con un cine ambulante en los años cuarenta. La
fascinación por el espectáculo va más allá de las niñas; es un acontecimiento
social en aquel pequeño pueblo. Hace tanto frío en la habitación que sirve para
proyección, que además de la silla, llevan brasero.
A Elías
Querejeta le tocó bregar con una forma de hacer cine distinta a la pequeña
industria del cine español de posguerra. Y sobre todo con una mentalidad
distinta. Eran otros años y otro entorno; otras ganas de hablar y otras cosas
que decir. La generación Querejeta y la que Querejeta amparó todavía creía que
se podía decir algo con el cine, que era algo más que llenar la sala.
Contó
Querejeta en un entrevista:
La primera vez que mi padre apareció con un
objeto extraño y resultó que era una cámara en la que puso Charlot tenía yo
cinco o seis años y pensé que era fascinante y que merecía la pena hacerlo.
Luego acostumbrábamos a ir al cine que quedaba cerca de mi casa, en el que el
pase para chavales era a las tres y media de la tarde. Ninguna me ha conmovido
de tal modo, aunque me acuerdo mucho de El
mago de Oz.*
En un
mundo de videojuegos y tarjetas gráficas, de gafas 3D y sonido envolvente, de
"inmersión" y "convergencias" es difícil comprender el
despertar del cine, su seducción primera. Están rodeados de imágenes.
Querejeta
es en gran medida el representante del "cine paralelo" español. Hablo
de cine "paralelo" porque la corriente principal casi siempre estuvo
representada por un cine muy distinto, que en ocasiones se plantea hacer con
dignidad sus obras y en otras tira por la calle de la taquilla sin más. Los sesenta y
setenta fueron los años en que este cine paralelo sacó pecho y consiguió
aflorar con éxito. Eran los años adecuados para ello porque había un cierto
sentido de la cultura y algo a lo qué se podía llamar así. No se confundían
cultura con espectáculo ni taquilla con calidad. Sí se confundía en cambio con
"política", pero eso no era exclusivo de España, sino que se puede
rastrear por todas las cinematografías europeas —Alemania, Francia, Italia...—
e incluso en la norteamericana. En cada país se entendió de una manera, pero
compartían un cine que mantenía un crítica del "sistema" a través de
la más condicionada de la artes, el cine. El cine es industria, pero también arte, si se quiere.
Hacer
cine no ha sido nunca fácil; hacer un cine personal, menos todavía. Y hacer que
ese cine personal tuviera éxito, casi un imposible. Sin embargo, Elías
Querejeta lo logró dentro y fuera de España. Había un público dispuesto a ver.
Hoy es más complicado en todas partes porque el cine ha perdido mucho de su
encanto en beneficio de su espectacularidad. Le es difícil competir con otras
artes y a las buenas películas también les es difícil competir con las malas
bien hechas.
Su
legado como productor está ahí, como parte de lo mejor de la historia del cine
español, una historia que comenzó a hablar otros lenguajes y a tratar de atraer
con ellos a los espectadores, algo que apenas se produce hoy.
Después
de la noticia sobre su fallecimiento, veo un reportaje sobre los cierres de salas
de cine en España. Me entero de que los trabajadores de los Cines Renoir de
Zaragoza han hecho una cooperativa para intentar abrir unas salas que llevan
un año cerradas. Los trabajadores entran en una de las salas en la que no hay butacas, transmitiendo
una imagen de desolación que nada tiene que ver con la sala acogedora de las proyecciones. Comprenden realmente lo que significa un cine completamente vacío. Solo una pantalla en una pared y en alguna sala, ni eso. Una sala pintada de negro.
Me
viene a la memoria la escena de El espíritu de la colmena en la que en la misma
sala en la que el pueblo vio la película "El doctor Frankestein" al inicio cumple después funciones de morgue y sirve para alojar el cadáver del maquis. Solo la pantalla y una mesa con el cadáver cubierto. La misma desolación.
Querejeta
cumplió con el amor de su vida, el cine. Lo hizo dándonos películas con gran
esfuerzo, con el que supone hacer un cine contracorriente.
De entre sus
imágenes, me quedo con la cara ilusionada de aquella niña que descubría en la
pantalla el poder y fascinación de las imágenes.
*
"Elías Querejeta: Soy un cineasta" El Cultural - El Mundo 3/05/2012
http://www.elcultural.es/noticias/BUENOS_DIAS/3121/Elias_Querejeta
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.