Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
No hay
como un buen desastre para que uno se dé cuenta de que ha hecho las cosas mal.
Últimamente estamos llenos de reflexiones en este sentido. La realidad es muy
tozuda y los desastres se llevan por delante las exitosas argumentaciones de la
temporada pasada. Recogen en el diario El
País:
“Sin economía real no iremos a ninguna parte,
los países con un sector industrial fuerte afrontan mejor la crisis que el
resto. Tenemos que volver a poner la industria en el corazón de la política
económica”, señalaban hace pocos días fuentes comunitarias en Bruselas, en un
tono que parecía entonar un mea culpa colectivo y difuso.*
La
"economía real" somos usted y yo y el vecino de enfrente. Decir que
sin la "economía real" no se va a "ninguna parte",
significa decir que una economía que no se preocupa de la gente no es una
economía, es otra cosa. Podrá llamar economía a muchas otras cosas, pero no
podrá olvidarse que al final está la realidad, usted y yo, seres finitos, que
vivimos aquí y ahora, que comemos, enfermamos y tardamos un tiempo en
recuperarnos, que crecemos y nos jubilamos.
La
economía real tiene los pies en el suelo, pero no para especular con él, sino
que entiende que la radicación es el
hecho esencial de los seres humanos y no la migración,
que es siempre un hecho forzado, huir de una carencia. La economía que acepta
la visión del capital siempre está preocupada por la "fluidez", por dónde
ganar más; la visión que se ocupa de la economía real, de nosotros, se preocupa
de cómo garantizar la mejor vida posible a los que viven en un espacio, mayor o
menor, y trata de mantener las mejores condiciones en él. La inmoralidad profunda
de algunas opiniones frívolas sobre el que nuestros jóvenes tengan que irse de
España es esa, la despreocupación por la economía real, por la realidad misma,
por las personas y sus destinos vitales. Es maravilloso que la gente quiera ver
mundo, salir y prosperar; pero desastroso si se te tiene que ir la mitad del
país fuera para que te salgan las cuentas, si no puede uno enfermar porque se
te descuadra el presupuesto, y una larga lista de "molestias"
derivadas de la imperfección de naturaleza humana.
Puede
que exista "otra economía", pero no hay "otra realidad". Es
la cera que arde, como dice el
refrán. Se nos refleje como se nos refleje, el problema que usted y yo tenemos
es el de vivir en el seno de una sociedad y de tratar de hacerlo lo mejor
posible, en las condiciones más humanas, con la mejor convivencia. Para ello es
importante que las personas a las que elegimos usted y yo para que nos gobiernen,
para que nos dirijan, sean conscientes de que usted y yo somos seres vivos y no
números o gráficos, que somos seres que aspiramos a una modesta felicidad sobre
la tierra.
Hemos
desgastado la palabra "felicidad" con tanta novela romántica y libros
de autoayuda, pero la aspiración humana, como bien señaló Keynes, es a una
"buena vida", a una vida —la única que tenemos— "feliz". La
política o la economía no deberían olvidarse —junto con muchas otras disciplinas,
probablemente— de que su fin último debería ser humanista y social: preocuparse
por la felicidad del ser humano, individual y colectivamente.
El
descubrimiento por parte de las instituciones europeas de que con su diseño y
políticas se va al desastre y que ese desastre no solo afecta a los números
sino esencialmente a las personas y sus aspiraciones de felicidad llega un poco
tarde. Ha tenido que crecer el desempleo, hacerse precario, mal pagado, reducir
prestaciones y servicios sociales, saltar la indignación a las calles, darse suicidios
por desesperación en distintos países, etc.
Señala Amanda
Mars en el artículo citado de El País:
Hoy las autoridades asumen que la zona euro,
que es la única región que no crece, si quiere prosperar, debe seguir siendo
una factoría a pleno rendimiento, pero le coge en plena sequía de recursos
públicos y con el grifo del crédito cerrado para el sur. Hay dos Europas en lo
que a empresas se refiere y una paga por los créditos casi el doble que la
otra. Se repite desde que comenzó la crisis de deuda soberana, pero esta misma
semana la fundación de análisis de cajas de ahorros (Funcas) publicaba los
datos más recientes en un estudio: los países con más problemas de déficit
pagan un 85% más por el crédito que el resto. Bruselas intenta que el Banco
Europeo de Inversiones (BEI) sirva para canalizar más dinero para pymes.*
En
repetidas ocasiones hemos planteado aquí este problema. Hace unos días —en
Pregunta a Míster Guindos [ver entrada]—, nos contaban que la pregunta que
lanzaban al ministro de Economía español en todos los foros internacionales era
en qué sector industrial se va a basar
España para crecer. El "turismo" no es el camino, le advierten, por
más que sea una fuente de ingresos. Lo es ahora porque hemos desmontado casi
todo lo demás, porque los pueblos prefieren poner un dinosaurio de pega en la
entrada para atraer turistas y que se tomen unas cañas en sus bares antes
que crear industrias que permitan a las personas trabajar de otra manera [El dinosaurio soriano ver entrada]. No podemos seguir poniendo
puente de plata a nuestros jóvenes ingenieros; hay que ponerlos a trabajar
aquí, crear industrias, invertir en ellas. Eso es ocuparse de la economía real, del potencial real.
Para
ello hay que vencer las resistencias de los sectores que se han beneficiado de
este desarrollo desastroso que España se ha dado, con los intereses de los
inversores del Norte, todo hay que decirlo. Hay que vencer las resistencias de
los intereses de los políticos locales sin miras que han hecho del suelo su principal
activo y de todos los que pretenden que ese modelo sea predominante. La
conversión de España en zona turística y de eventos, su progresiva
transformación desde las costas hacia el interior, es algo que tiene que
cambiarse para poder tener una economía real estabilizada. El modelo turístico
es demasiado fácil pero hace estragos en el futuro, que se ve encadenado y
condicionado. Es nuestra "enfermedad holandesa", el sector que
destruye otros sectores, que impide otros desarrollos. Una piedra al cuello.
España
tiene un grandísimo potencial industrial y llevaba el camino de hacerse realidad
hasta que el desastre de nuestros dirigentes, su novatada europea, nos ha ido
dejando caer en una forma en la que no concuerda nuestra transformación social
con nuestro presente económico. Íbamos para país industrializado y nos
redestinaron a un modelo precario y dependiente de crecimiento. Unos no querían competir con nuestra
agricultura y volcaban camiones, otros tenían problemas con nuestra industria. El turismo estaba
bien; España tiene —como decía la vieja canción de Los Mismos de Tenerife—
"seguro de sol". Fuimos país emergente, pero se nos pasó el turno.
Efectivamente,
sin la economía real no se va a ninguna parte. Y la economía real supone también
dar salida a las aspiraciones que la mejora de la educación, la formación
laboral, etc. producen en un pueblo. Hemos mejorado mucho, pero no nuestras
aspiraciones, que se han quedado petrificadas en un modelo obsoleto que ya nos
viene pequeño desde hace mucho tiempo. La migración de los mejores por inexistencia
de iniciativas capaces de acogerlos o apoyarlos es la evidencia mayor. Hay que recuperar
nuestro ritmo de crecimiento, continuar nuestra conversión inconclusa en país
industrializado. Ayer decía el Presidente del Gobierno en un foro didáctico que los gobiernos no crean puestos de trabajo, sino las condiciones para que se cree, que son los emprendedores los que lo hacen. Pues más le vale, a él y a todos, que los emprendedores se dediquen a crear puestos en fábricas antes que en casino, en agricultura avanzada antes que en bares y terrazas. Ese es el valor de la acción política; eso es gobernar. No se puede gobernar sin tener un modelo de crecimiento, un ideal de cómo se quiere un país, no solo de las cifras finales, sino de la vida real. Todo depende entonces del qué, cómo, dónde de esas condiciones.
Nos
dicen que pagamos un 85% más por los créditos que los países que siguen
controlando la industria europea y las grandes empresas. Así es difícil que se desarrolle la
industria y crezcan las empresas, condenadas a ser pymes hasta el fin de los tiempos. Es un mecanismo que evita que podamos competir realmente, hecho para dejarnos históricamente en "nuestro sitio", como país sureño.
La
transformación de España en cincuenta años ha sido asombrosa; es ese "éxito
nacional" que nos ha tenido que recordar el embajador de los Estados
Unidos, Solomont, antes de irse de nuestro país. Y este país, que hizo ese
esfuerzo brutal en la posguerra y en los años del desarrollo, se ha visto
condenado por su propia imagen, aceptando la que tenían de él sus socios,
acostumbrados a venir a sus playas y chiringuitos. Al final, como en la
profética película de Berlanga, nos vestimos de patéticos parroquianos, para
ser aceptados.
Dice el
titular del artículo que "Europa también necesita fabricar". Me
parece muy bien, pero hay que asegurarse que una parte de esa Europa seamos
también nosotros; no podemos quedarnos fuera otra vez del impulso industrial. España
tiene que recuperar su propia estima, reconocer su potencial real y lanzarse sin
complejos más allá de lo que los demás esperan de nosotros. Hay que romper el
techo de cristal.
*
"Europa también necesita fabricar" El País 15/06/2013
http://economia.elpais.com/economia/2013/06/15/actualidad/1371319197_471132.html
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