Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Tras la
contemplación de cualquier noticiario televisivo, a uno no le choca la noticia
que BBC Mundo destaca en sus páginas: el auge del negocio del gas lacrimógeno.
Desde la pantalla, el mundo se nos muestra bajo una capa de humo
irritante de la que salen, en distinto estado, manifestantes o simples transeúntes
que pasaban por allí, incautos que no han descubierto todavía que medio planeta
protesta por algo. Gaseados callejeros, los indignados de todo el mundo tienen esa experiencia común, la irritación y el envenenamiento. Si el siglo XX comenzó con los gases en las trincheras y continuó con los gaseos racistas masivos, el XXI lleva camino de hacer que el gas lacrimógeno, una variante mitigada del gas letal, sea habitual en nuestros escenarios urbanos.
Como
bien señala la cadena británica, puede que haya austeridad pero no en el sector
del gas lacrimógeno, un negocio cada vez más lucrativo, la demostración de que en
tiempos de llanto siempre se podrá vender pañuelos. El crecimiento de las
protestas es una "oportunidad" de mercado para estas empresas con un producto cuya demanda se dispara:
El gas lacrimógeno ha sido una herramienta
central en el desalojo del Parque Gezi en Estambul este fin de semana y en la
represión a las protestas en Río de Janeiro contra el excesivo gasto en la
organización de la Copa Mundial de fútbol del año próximo.
Egipto y Túnez están aumentando sus compras
de material antidisturbios en momentos en que negocian préstamos con el Fondo
Monetario Internacional para cubrir sus baches presupuestarios. En la eurozona
de la austeridad las cosas no son demasiado diferentes.*
La BBC, siguiendo a la investigadora de la Universidad de Bournemouth, Anna Fiegenbaum, recoge la teoría de que el crecimiento de los
recortes conlleva una aumento del gasto en el sector de la seguridad y el orden público. Mientras todo lo
demás se recorta, por efecto de las reacciones ante esos mismos recortes, se
aumenta el gasto en material antidisturbios para controlar las protestas. Si se recortarán también los
gastos para frenar las protestas ocurriría el caos, parece ser el razonamiento.
Los
informes y recomendaciones de los expertos deberían ir acompañados de un punto
en el que se evaluara el gasto en gas lacrimógeno que supondrá la aplicación
de sus medidas. Algo así como "del ahorro por los recortes de XXX deberán
descontarse tantos miles de euros por la compra del gas lacrimógeno empleado en
disolver las manifestaciones de protesta que suscitará". De esta forma los números estarían
muchos más claros, no sea que lo que ahorramos por un lado nos resulte al final mucho
más caro por el otro. La subida de los
veinte céntimos del transporte en Brasil —que ya acaban de suspender muchos
ayuntamientos—, por ejemplo, ha podido salir muy cara si se suman los gastos de
los medios para reprimir las protestas y sus efectos: el gas, la limpieza, las obras de
reparación, los seguros, etc.
La BBC
también menciona el caso de España: «El presupuesto 2012 del gobierno
español de Mariano Rajoy contempla recortes en prácticamente todas las áreas,
pero en material antidisturbios el gasto se eleva de unos 173.000 euros a más
de tres millones en 2013.»* Me imagino que los que han conseguido que se les
apruebe ese aumento brutal —en los dos sentidos— del presupuesto lo habrán
hecho mediante algún informe razonado al que sería interesante acceder, aunque solo sea por curiosidad. Puede ser una cantidad intuitiva, calculada a ojo, o
también un ejercicio meticuloso de evaluación de la respuesta social. En esto de la gestión y la gobernanza, cada día se avanza más.
La BBC señala que existe un "complejo industrial-armamentístico-gubernamental"
tanto en Estados Unidos como en Europa que tiene unos intereses muy definidos y
que consigue que sus presupuestos no mengüen con los recortes. El aumento de las protestas por las crisis les favorece:
Este
complejo es responsable de una continua redefinición de los términos, como se
evidenció en la exposición en Londres de productos para la lucha contra el
terrorismo este abril, que tenía al gas lacrimógeno entre sus productos
estelares.
"Desde
2001 la industria del antiterrorismo ha crecido mucho y en los últimos años se
ha visto esta equiparación del disenso civil con el antiterrorismo",
señala Feigenbaum.
La
exposición calculaba que la industria antiterrorista en su conjunto crecería un
20% para el final de la década.
Los
"términos redefinidos" a los que se refiere Feigenbaum son los
que sirven para cubrir semánticamente la realidad de las armas químicas, que es
lo que son los gases. Bajo la etiqueta de "no letal" parece que las
cosas tienen un fondo distinto: «[...] por presión de los gobiernos y las
corporaciones, se cambió el nombre de 'arma química' a 'irritante químico' o
'instrumento de control de disturbios»*,
señala Feigenbaum. El lenguaje, una vez más, redimiendo a los hechos.
A mis amigos egipcios que padecieron los efectos de
estos gases en sus ojos y gargantas no les ha importado cómo lo llamaran. Describen con detalle los terribles efectos. La
semántica solo sirve para suavizar las palabras en los presupuestos
gubernamentales, pero no suaviza sus efectos en el cuerpo de quien los recibe. Los egipcios convirtieron los parches en los ojos en
símbolo de la Revolución como homenaje a la gente que perdió la vista por
causa de los gases durante las manifestaciones desde que comenzó
la Revolución. El actual gobierno de Morsi, como señalaba la BBC, ha aumentado el
presupuesto de Mubarak en gases, que ya debía ser muy alto. Quizá todavía esté
tirando de las reservas del arsenal del dictador, pues en esto de los gases no
se hacen miramientos a lo que te dejan en herencia. Lo aprovechas y ya está.
En cuanto al uso del gas lacrimógeno, en Egipto no se ha notado el cambio de gobierno, como en muchas otras cosas.
El gas, desgraciadamente, se ha hecho algo cotidiano en muchos lugares. Como contrapartida, me imagino que también ha aumentado el negocio de las máscaras antigás. Sí lo ha hecho el ingenio y la habilidad de los manifestantes para fabricarlas artesanalmente. A los grandes presupuestos en material antidisturbios, los manifestantes responden con bricolaje. Pura supervivencia.
La protesta —por unos motivos o por otros— va en
aumento en todo el mundo y el gas es un símbolo más del descontento. Con el gas
se disuelven las manifestaciones, pero no sus causas que siguen pendientes de
arreglo.
*
"El gas lacrimógeno, un negocio en alza" BBC Mundo 19/06/2013
http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2013/06/130618_gas_lacrimogeno_am.shtml
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