Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Que
cada concesión de un premio nacional —que se concede en nombre de todos— se
convierta en espectáculo bochornoso debería hacernos reflexionar, algo que dudo
que a estas alturas seamos capaces de hacer más allá de algún exabrupto.
La
respuesta que pide el cuerpo es ignorarlo o lanzarse contra quienes aprovechan
estas ocasiones para mostrar que no le
deben nada a nadie, desprecian a los
demás —a los que consideran poco menos que imbéciles—, pero se quedan con el
dinero que les dan diciendo que los tiempos están muy achuchados.
Es una
pena que nuestra intelectualidad, la
que surgió de la época de la transición, no haya sabido superar sus propios
traumas y sean los que realizan este ataque resentido disparando a bocajarro
cuando les toca un premio que —sota, caballo, rey— les llega porque están en la
fila y ya no queda a quién dárselo. Hace bien en dar las gracias a Azcona.
Parece
como si fuera un delito agradecer o
simplemente recibir. Quizá haya cierto acuerdo entre los líderes generacionales
para aprovechar estos momentos y soltar la bilis que les amarga la vida desde
hace años; quizá exista algo de obediencia y temor a no comportarse así y que
luego los compañeros no te hablen por considerarte vendido al régimen. Quizá es que simplemente son
así. Y siempre lo han sido.
Mi
generación hizo un mal tránsito histórico, muchos no pasaron de héroes de
Malasaña, del barrio o similares en sus ciudades respectivas. Se retrataron
bien, cinematográficamente hablando, en aquellas comedias neocostumbristas como
"Tigres de Papel" o aquella impresionante opera prima llamada
"Opera prima", sobre alguien que se encontraba s su prima en la
estación de Ópera. ¡Todo un monumento al ingenio!
Se
burlaban de la gente burguesa, que
eran todos los que no eran sus amigos, aunque fueran sus padres. Crearon aquel
himno burlesco que les definía como "hombres del seiscientos" ("¡adelante,
hombre del seiscientos / la carretera nacional es tuya!"), pobres
pluriempleados que sacaban a sus familias adelante. Ellos preferían el Dos Caballos en el que se iban por
Europa a ver cine y contarlo después a los que se quedaban a este lado de la
frontera. Tenían graves problemas con casi todo. Eran básicamente anti y se echaban unas risas flojas en
cuanto tenían ocasión. Se rieron del modelo que sacó a España del
subdesarrollo, el turístico e industrial, y asumieron que España era la España cañí que se diseñaba para los viajeros
que venían a tomar el sol y bailar los pajaritos por las noches. Ellos eran de
la Mahavishnu y Pink Floyd, de Brel y Dylan, algo que no estaba mal a no ser
por lo que implicaba de desprecio y superioridad.
A
diferencia de otros países en los que existen intelectuales incómodos, ellos
son la incomodidad con pretensiones de intelectualidad. Lejos de ser la
conciencia del país, son su falta de conciencia. Ellos no proponen nada,
simplemente niegan.
El
Periódico, con motivo de un documental presentado en Valladolid en 2010 sobre
esta generación de gente dedicada al cine, a la que llama "generación del Yucatán",
en referencia a la cafetería en que se reunían, concluía:
La generación del Yucatán hizo política, pero
a su manera. Sin estridencias. «Los únicos dos principios que han guiado mi
vida y que lo siguen haciendo son la desobediencia y el placer. Ambos son
incompatibles con la militancia en un partido político», afirma con serenidad y
contundencia Trueba. El cineasta, que en 1994 recogió un Oscar por Belle époque
sin dar las gracias a Dios porque él solo cree en Billy Wilder, deja claro que
no existe la industria del cine español. «Ni la hay ni la ha habido nunca. Yo
solo creo en los artesanos del cine, en la gente que ama contar historias y que
se pelea por ellas». Como todos los que se reunían en la cafetería Yucatán
(que, por cierto, ya no existe).*
Desobediencia y placer es una buena definición del "infantilismo". Las
palabras de entonces y las dichas ahora son el retrato de una generación, mi
generación, mis compañeros de facultad, aunque como dicen la pisaban poco. Eso era para idiotas e integrados. Ellos eran desobedientes y geniales. Buscaban el placer en cualquiera de sus etapas. España era la represión. España ha cambiado; ellos no.
Es la
gente que no supo diferenciar a España
de su régimen y sigue sin hacerlo.
Muchos de aquella generación están hoy en la política y siguen con los mismos
complejos de entonces: la identificación de España con algo circunstancial. Se
puede atacar a la política de un gobierno, a un ministro, etc. Pero en las
palabras dichas en la entrega solo hay resentimiento contra algo que no ha
sabido entender.
No creo
que nadie se atreviera a decir nada así en Francia (que no habrán entendido sus
genialidades sobre su deseo de que nos invadieran y perder la Guerra de la
Independencia) o en Alemania, Estados Unidos, Rusia, Egipto... No encuentro un
solo país en el que alguien le encontrara sentido a lo dicho. Ha querido ser
tan ingenioso que solo se entiende —si es que lo hace— él. Pero es el sino y no
les importa. Alguien le dará palmadas en los hombros para decirle que ha estado
genial. Y se lo creerá.
Pero no
quiero centrarme en él, que ya tiene bastante. Mi generación
transmitió junto a otras cosas esa burla del sentido de España de múltiples
maneras. No me refiero a ningún sentido esencialista
de lo español, a virtudes patrias o
algo similar, sino a la simple posibilidad de existencia dentro de un concepto.
Fue esa generación a la que le dolía
decir "España" y lo sustituyó por aberraciones conceptuales que hoy
la costumbre maneja: el "Estado español", los "pueblos de
España", etc.
Se
puede ser muy crítico con tu propio país, con su historia, con lo que ha hecho
u ocurre. Pero también se puede mantener el compromiso con su mejora, con el
bienestar de los que viven en él; pero esto es una forma de compromiso que
nunca entendieron. Aquí la mejora
eran ellos, una especie de lujo que el país no merecía. No sé si nos merecemos
esto, pero la carencia de una intelectualidad constructiva, capaz de
preocuparse por su propio país y por las personas que viven en él, más allá de
reírse de ellas, es preocupante y triste. No asumieron la frase de su dios Billy Wilder: "Nadie es
perfecto". Pero la imperfección eran los otros. Ellos sí lo eran.
La
generación —una parte de mi generación— no ha sabido superar los viejos traumas
del cambio —después de cuarenta años— y ha paseado el resentimiento como seña
de identidad de lugar en lugar, de premio en premio. Ha seguido con la
costumbre de negar a su país como forma de espectáculo dentro y fuera. No dan
más de sí.
No me
extraña lo dicho. Lo que me hubiera extrañado es que hubiera dicho lo
contrario.
"LA
SEMINCI EXHIBE UN DOCUMENTAL SOBRE LOS AÑOS MOZOS DE COLOMO, LADOIRE, RESINES,
URIBE... Los locos del café Yucatán" El Periódico 27/10/2010
http://www.elperiodico.com/es/noticias/gente/20101027/los-locos-del-cafe-yucatan/559518.shtml
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