Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
A veces
hay que recordar verdades elementales. Eso es lo que ha hecho el Papa Francisco
en los Estados Unidos al decir que todos hemos sido extranjeros en la tierra
que pisamos. Y, camusianamente hablando, lo somos siempre, arrojados al mundo.
Recordar
que somos nosotros los que hemos construido las barreras artificiales que nos
separan, los que hemos inventado conceptos y
reglas para sentirnos diferentes y los que abusamos del dedo señalador
de diferencias en vez del abrazo de las similitudes, es algo que parece que hay
que hacer en estos ilustrados tiempos ignorantes.
No
somos dueños de la tierra que habitamos, simples viajeros con ilusión de
propietarios de algo cuyo destino final es dejárselo a los otros y así
sucesivamente. Nuestro deseo de ser distintos, de crear razas y clases,
sistemas de diferencias que nos hagan más altos, más listos o más civilizados
frente a los que son más bajos, más tontos o más bárbaros, es una pura vanidad
que no nos reconcilia con nuestros destino final.
En
mundo pequeño, que se ha visto reducido en espacio y en tiempo, un mundo
inmediato y en contacto permanente, un sistema de conflictos eternizados es un
suicidio colectivo o, si se prefiere, una condena a conflictos en cadena, como
ocurre hoy con la guerra de Siria.
El papa
Francisco ha recordado ante una sesión de las dos cámaras norteamericanas cosas
que hoy podemos aplaudir pero que no debemos olvidar mañana: que es nuestra
obligación hacer que el mundo vaya mejor. Y para todos. Los egoísmos son la
simiente de la discordia que desemboca en catástrofes.
The New York Times dedica varios artículos a la intervención
del papa americano, un hijo de inmigrantes como todos los que estaban sentados
ante él. Le dedica además un editorial en el que contrapone su actitud abierta
a la vergonzosa campaña republicana en la que solo se pone el acento en la
exclusión del otro. Señala el
editorialista:
Pope Francis could not have had a more divided
and needy audience than Congress to hear his creative, blunt demand to confront
the problems of the nation and the world that Congress has made a political art
of evading.
In an address of memorable passion and nuance,
Francis focused widely on the divisive immigration issues at home and abroad,
the economic divide driving poverty, the threat to the environment, the “brutal
atrocities” and “simplistic reductionism” of the world’s continuing conflicts,
and the need, above all, for “courageous actions and strategies” rather than
“facile proposals” from leaders responsible for solutions.
Any listener expecting a safe exercise in
euphemism amid the American presidential debate had to be delighted as the pope
took a highly prescriptive path in reminding American leaders they must never
forget the nation’s own roots of tolerance and equal justice. Cutting through
the latest political talk about building ever bigger walls to keep immigrants
out, Francis spoke to this nation of immigrants as a son of Latin American
immigrants.*
Si no
olvidáramos ese estar de paso que nos
caracteriza, esa responsabilidad común sobre el sufrimiento ajeno, que nunca
está tan alejado como para que no sea parte de mis responsabilidades, podríamos
resolver muchos de nuestros problemas. Las autoridades de Hungría han dicho a
sus medios de comunicación que eviten mostrar imágenes de niños, como si por el
hecho de no verlos dejaran de existir. Pretenden así que no se despierte la
solidaridad que les reclame soluciones.
La
política de la negación tiene siempre su castigo, un castigo en términos de
conflictos pero también en pérdida de humanidad, de respeto al otro. Cuando le
pierdo el respeto al otro, también me pierdo yo pues el respeto también me
dignifica.
Es
preocupante —lo hemos dicho ya en otras ocasiones— el crecimiento de la
intransigencia y el dogmatismo, el retroceso real en muchas zonas de la
convivencia o la tolerancia. El desprecio o la persecución del otro aumentan
haciendo que se produzcan crisis que son siempre propias en algún sentido al
revelar nuestra impotencia o nuestra desidia, incluso nuestra mala fe, como
podemos observar.
Por
encima de las diferencias está una naturaleza común que en algún momento de la
historia quebramos viendo a los demás como "otros", los distintos,
aquellos de los que hay que prevenirse. Esto no nos debe llevar a un absurdo
relativismo que acabe igualándolo todo y sí en cambio a una responsabilidad
ante la desgracia ajena. Nadie no debe ser tan ajeno como para que no nos
importe su dolor o su felicidad.
El
drama que vivimos hoy los europeos o los norteamericanos no es el
"problema" de la llegada del otro, sino el de nuestra incapacidad
para frenar las condiciones que les hacen abandonarlo todo y salir a la
aventura trágica que vemos cada día. La guerra, la persecución, etc. no estaban
tan lejos como las imágenes mostraban. Están cerca, al otro lado de las
barreras que levantamos.
Como
reacción al encogimiento del mundo forzamos las diferencias para elevan
barreras. Eso lleva al radicalismo y al encastillamiento en el dogma. Pero
dentro de esas barreras en las que nos encerramos establecemos también distinciones
que nos permitan sentirnos diferentes. Pero hay unos límites de las diferencias.
“Nosotros, las personas de este continente,
no tenemos que tener miedo de los extranjeros porque muchos de nosotros hace
tiempo fuimos extranjeros. Construir una nación requiere que reconozcamos que
tenemos que relacionarnos constantemente con los otros y evitar una actitud
hostil para adoptar una de subsidiariedad recíproca”, decía el papa.**
El Papa
Francisco se ha presentado como un hijo de inmigrantes ante los representantes
del pueblo norteamericano y les ha recordado que ellos lo son. La idea de que construir
una nación no significa la negación del otro es importante porque nos recuerda
que no tenemos más esencia que la humana y que todo lo demás es circunstancia.
Hablar con el otro es dialogar con una parte de nuestra propia humanidad, por
eso es tan enriquecedor el contacto con otros cuando lo hacemos francamente y
con una apertura de corazón.
Lo que
el Papa ha dicho de América se podría decir igual de Europa. Vemos América como
una tierra de emigrantes, pero nosotros somos los que fuimos allí, al igual que
antes habíamos llegado desde otros lugares. La idea de "nuevo mundo"
en contraste con el "viejo mundo" es relativa. Hoy Europa es también
un "nuevo mundo", quizá más nuevo ya que la misma América. Y somos
nuevos porque se han movido nuestras fronteras y nos hemos movido nosotros,
porque hemos reducido la otredad creando una nueva identidad cultural, la
"europea", construida en equilibrio entre identidad y otredad. Hemos
buscado lo que nos une para unirnos, aunque sea una obviedad. Si no lo hubiéramos
hecho, Europa sería el mismo continente enfrentado que hemos sido durante siglos.
Todos
somos otros, hemos sido otros. Y esa memoria desde la otredad nos hace más ricos
por ser diversos. Si una vez creada nuestra identidad europea, esta resultara
estar definida por el egoísmo, la insolidaridad o la indiferencia ante los otros,
no habría valido la pena.
*
"Pope Francis’ Challenge to America" The New York Times 24/09/2015
http://www.nytimes.com/2015/09/25/opinion/pope-francis-challenge-to-america.html
** "El papa aboga por la abolición de la pena de muerte
en su discurso ante el Congreso de EEUU" Euronews 24/09/2015
http://es.euronews.com/2015/09/24/el-papa-aboga-por-la-abolicion-de-la-pena-de-muerte-en-su-discurso-ante-el/
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