Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
diario El País nos trae la historia
que tiene, dice, dividida a Italia —algo que no es difícil ni nuevo—. Se trata
de un terrible caso de enfermos incurables cuya esperanza final es someterse a
un tratamiento con células madre que
la comunidad científica considera absolutamente fraudulento.
No es
fácil para el que sufre entender que esa abstracta entidad —la comunidad
científica— intente interponerse
entre ellos y lo que consideran una posible salvación.
Los métodos de trabajo científicos poco tienen que ver con los dolores y
quienes los padecen. Y no es por "inhumanidad", sino por la
diferencia de objetivos y métodos. El que sufre quiere un remedio y no le interesa demasiado cómo se llega a ello. Para la
Ciencia, en cambio, los procedimientos son esenciales y tienen su ritmo y secuencia;
en ocasiones pueden acelerarse, pero no saltarse.
Muchas
personas que se encuentran en esas condiciones terminales vuelcan su esperanzas
en lo que se les ofrece y se vuelven contra la Ciencia, la instituciones o la
vida misma que no les ofrecen lo que desean desesperadamente: seguir en la vida,
alejar el sufrimiento. Es comprensible y humana esa rebeldía. Lo que no es
comprensible es jugar con su desesperación o sus esperanzas. El que monta
negocios fraudulentos con esto merece todo el desprecio del que seamos capaces.
Hace
unos días veíamos llorar en una rueda de prensa a una joven investigadora
japonesa acusada de fraude en un estudio igualmente con células madre.* Lloraba
de vergüenza por el error cometido, que reconocía, pero reivindicaba los
resultados y, sobre todo, su buena intención. Una cosa son los errores que se
cometen y otra la voluntad de engaño.
El diario
nos resume el proceso italiano hasta el momento:
El método Stamina consiste en extraer células
de la médula del paciente o de un donante, cultivarlas durante unos 20 días e
inyectarlas en la espalda. “Funciona. Lo experimenté sobre mí mismo”, dice [Davide]
Vannoni, que enseña psicología en la Universidad de Udine. “Un virus me
destruyó por completo un nervio facial", recuerda. "En 2004 acudí a
un laboratorio en Ucrania. Con cuatro inyecciones, recuperé el 50% de la
funcionalidad”. Al principio, Vannoni operaba en clínicas privadas. En 2006, un
decreto ministerial abrió paso a los llamados cuidados compasivos, que
establecen que en casos para los que no existen terapias reconocidas, un
paciente puede decidir someterse a tratamientos no experimentados.
En mayo de 2010, la Agencia italiana del
medicamento (Aifa) inspeccionó el laboratorio de Brescia donde se extraen,
manipulan y conservan las células. El veredicto era inequívoco: “Las
condiciones de mantenimiento y limpieza no garantizan la protección del
material de contaminaciones. Los historiales clínicos no explican bien las
condiciones y evolución del paciente”. Estas consideraciones empujaron a Aifa a
suspender la actividad de Stamina.**
La
opinión generalizada de los científicos es que el método es un fraude y se han
presentado las denuncias correspondientes contra los responsables en los Tribunales.
Por su parte, los enfermos ha ido buscando el amparo de los Tribunales para
conseguir el reconocimiento del derecho a gestionar su agonía de la manera que
les parezca más esperanzadora o
consoladora. Los jueces les van dando la razón, dicen que el Derecho les
asiste. Eso no implica en absoluto ningún reconocimiento científico del
tratamiento desarrollado; solo es el derecho a morir ilusionados. Los casos en
los que ha habido mejoras se esgrimen por parte de enfermos, familiares y
simpatizantes. Pero los científicos tratan de establecer las relaciones entre
esas mejoras y el tratamiento y parece que no las encuentran. Eso no mata las
esperanzas; solo les da energía. Con uno que mejore, sin importar cómo, es suficiente para ellos.
Señala
uno de los enfermos que luchan por el tratamiento: “La ciencia no me ofrece
nada. Ni media píldora. El Estado me da 450 euros de pensión. Somos vidas con
contrato temporal. Quiero que se me reconozca el sagrado derecho de intentarlo
todo”.** No es que la Ciencia no le
ofrezca nada, que es tal como lo ve él. Es que lo que no hace la Ciencia es
lo que están haciendo con ellos: ofrecerles ilusión
sin garantías mínimas. La desesperación en la vida hace que aceptemos todo y
aquí tenemos un ejemplo más.
Ningún
juez le negará a un enfermo desahuciado su derecho a ponerse las inyecciones
que quiera, pero no está actuando científicamente, sino reconociéndole el
derecho a gestionar su autoengaño, esperanza o cómo lo queramos llamar. Pero la
Justicia, desde la Fiscalía, también tiene que actuar contra lo que los
científicos le señalan que es un fraude sin garantía alguna. Es tan Justicia en
un caso como en el otro.
La
Ciencia tiene sus propios caminos y después podemos beneficiarnos de ellos,
pero no podemos reconocer lo que afectaría a la credibilidad de cualquier otro
proceso de investigación. Es cierto que se han cometido tropelías desde la industria
farmacéutica y fraudes en las medicaciones, saltándose protocolos y garantías, ocultando datos. Es
fácil pensar en conspiraciones farmacéuticas, en sucios manejos para evitar que
un método "milagroso" salve a la gente y que se agarren a eso. Las
empresas farmacéuticas no tienen ninguna simpatía por el mundo; es su maldición
ganada a pulso. Cada fraude, cada ocultación de contraindicaciones ha abierto una brecha en la credibilidad que, en los casos desesperados, se amplía. Pero todo esto no implica que se deba reconocer que es forma de
actuar. Los científicos sencillamente se niegan a avalar un procedimiento que
consideran fraudulento. De "Alquimia" califican en el periódico
los investigadores el método Stamina.**
No es
fácil entenderlo para el que sufre y maldice y se queja. Pero esa es la queja
humana contra lo que no puede vencer. El derecho a tener esperanza es fieramente
humano; el que esa esperanza se base en un fraude reconocido no puede dejar de
decirse por las personas competentes. Si, incluso advirtiéndolo, desean ponerse
esas inyecciones lo harán, pero sin la complicidad de los que a su impotencia
no quieren sumar su desvergüenza. Ya es bastante con ver el dolor ajeno sin
poder hacer nada para añadirle más problemas de conciencia.
*
"Lágrimas para defender el estudio de células madre en entredicho" El
Mundo 9/04/2014
http://www.elmundo.es/salud/2014/04/09/5345339e22601d40688b4579.html
**
"Acusado de fraude el inventor de una terapia con células madre" El
País 23/04/2014
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/04/23/actualidad/1398279250_170996.html
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