Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El titular
de Le Figaro no puede ser más claro: "Sondage : François Hollande n'est
jamais tombé si bas"*. Y cuando dicen que nunca había estado tan abajo
están diciendo que no se puede llegar más abajo. La popularidad de los
políticos es un sistema hasta cierto punto relativista: importan tus cifras,
pero también las de los demás. En España, por ejemplo, suspenden casi todos en
las encuestas. Si alguno destacara mucho, sería un problema. Pero se reparten cómodamente
por la zona de suspensos sin demasiados complejos. Alguno habrá que presuma de
que los peores datos son signos de "seriedad", de que "hace su
trabajo sin mirar a la galería", pero a veces la "galería" es la
de los condenados que aparentan tranquilidad antes que la puerta chirríe e
iniciar el paseíllo; otros siguen una eterna espera en la galería hasta que la
epidemia del reemplazo electoral se los lleva a todos como un jinete
apocalíptico.
El caso
de Hollande es muy significativo por el descalabro de imagen que ha sufrido en
relativamente poco tiempo. Hollande iba a ser el salvador de la Europa austera, de ser la mascota alemana. Iba a plantar cara a la jefa y nos iba a enganchar a todos
al Tour del Porvenir tirando del pelotón, liderando la cronoescalada de la inversión. Pero lo
de Hollande ha sido más un descenso a tumba abierta que otra cosa. Europa se "recupera", dicen, pero Hollande no.
El
relevo en el gobierno francés no ha hecho sino acrecentar el hundimiento de Hollande, pues lo que muestran las encuestas es la distancia abismal entre el presidente
de la República y el primer ministro, Manuel Valls. Le Figaro llega a escribir,
citando fuente anónima, que se trata de una "cohabitación que no dice su
nombre".
El
periódico da los siguientes datos de la encuesta:
Surtout, relève l'Ifop, un tel écart de 40
points entre les cotes de popularité du président de la République et du
premier ministre n'a jamais été vu depuis 1958 (hors cohabitations). Le plus
important jusqu'alors était le différentiel de 21 points enregistré entre
Nicolas Sarkozy (37) et François Fillon (58) en mars 2008.
Dans le détail, 2% des sondés se disent «très
satisfaits» de François Hollande comme président de la République (chiffre
inchangé par rapport à mars), et 16% «plutôt satisfaits» (-5), tandis que 44%
se disent «plutôt mécontents» (+6) et 38% «très mécontents» (idem). 0% ne se
prononce pas.*
Que
solo crea rabiosamente en ti un 2%, incluyendo las personas que puedan haberse
equivocado al marcar la casilla o que no entendido bien lo que les preguntaban,
es muy serio para un político. Es una rara unanimidad, casi un imposible en sentido positivo, pero
que si se da —como es el caso— de forma negativa es un auténtico desastre. Cuarenta
puntos de diferencia entre tú y la persona que has nombrado son muchos puntos.
Como nos dice, no se habían visto estos datos desde 1958.
Quizá
se debería indagar en las causas de ese desplome hasta cotas abismales. ¿Qué
han visto o no han visto los franceses en su presidente, un hombre que
suscitaba enormes entusiasmos y grandes esperanzas hasta hace poco? Habrá
hipótesis para todos los gustos: su vida personal antes, su vida personal en
medio, su vida personal después,
su impotencia para cambiar la política europea, el crecimiento del paro, sus
corbatas mal alineadas (François, ta
cravate!), sus chistes y comentarios jocosos, su falta de sincronía para dar la mano a los que visitan el Elíseo... No sabemos muy bien qué no le perdona Francia, pero no le
perdona. Los analistas tratan de señalar que son las circunstancias económicas
las que le hunden, pero fueron también las circunstancias económicas las que le
llevaron a la presidencia.
La
construcción de los líderes es muy compleja y necesita de ciertos elementos
propios, de valores personales, que son remodelados, amplificados en función de
lo que consideran que los electorados desean. Cuidadosos estudios de imagen,
rígido control para tratar de evitar meteduras de pata, indecisiones o la
transmisión de debilidad, falta de liderazgo, etc. suelen apuntalar a los dirigentes
midiendo los desvíos peligrosos para tratar de frenar la deriva hacia el
desastre. El relevo en el gobierno no ha hecho sino dejar en evidencia que el problema es François Hollande. Hollande
es el problema de Hollande y Francia ve a Hollande como un problema. Al menos eso creen los franceses a través de las
encuestas. La cuestión no afecta solo a la opinión de su actuación en el país,
sino que más de un cincuenta por ciento piensa que tampoco vela por los
intereses exteriores de Francia. Ni en casa, ni fuera. Solo ese pequeño 2%
defiende a capa y espada a François Hollande; los tibios que le apoyaban han
bajado otro 6%. Lo sorprendente del caso de Hollande es que nadie haya podido
frenar un deterioro de imagen de tal calibre.
Tras un
Sarkozy dinámico, hiperactivo, cantado por su musa Carla Bruni; tras cientos de
portadas de las revistas de moda, con reportajes de felicidad compartida,
luciendo sonrisas y miradas intensas de complicidad y admiración, la vida
tormentosa de Hollande no ha dado motivos positivos con los que llevarlo a los
titulares. Hasta Valerie Trierweiler, la ex primera dama, se vengó haciendo
viajes por causas humanitarias a la India. No es fácil contrarrestar cosas así.
Ahora
no solo debe competir con rivales en ascenso en el campo de batalla, como
Marine LePen o el centro derecha, sino que debe hacerlo con los dirigentes de
su propia casa. Utilizar el término "cohabitación" referido a dos
políticos del mismo partido hace ver que las apuestas van por el ascendente, Valls,
que tratará de apuntarse los elementos positivos y de endosar a Hollande los
negativos, como si se tratara de un papel secante que absorba los goterones de
tinta esparcidos sobre la mesa. No parece que la imagen de Hollande mejore; tampoco
creo que le interese a nadie. Mejor que sea el que recibe las bofetadas.
Normalmente los presidentes tienen un ministro parea eso; esta vez es el
ministro tiene un presidente con ese fin.
No es
fácil analizar la caída en desgracia de François Hollande, el paso del éxito al
hundimiento. Ha batido récords de descenso y también de velocidad. En general,
es el tiempo el que marca el desgaste de los políticos. No ha sido así en el
caso de Hollande con su velocidad fulminante. Quizá acumuló demasiados enemigos
internos o amigos que no te sostienen en la caída a plomo.
*
"Sondage : François Hollande n'est jamais tombé si bas" Le Figaro
14/04/2014 http://www.lefigaro.fr/politique/le-scan/2014/04/13/25001-20140413ARTFIG00063-sondage-francois-hollande-n-est-jamais-tombe-si-bas.php
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