Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En su texto
clásico titulado "La máquina de hacer inferencias", el sociólogo
Harvey Sacks (1935-1975) desarrollaba un ejemplo en el que un niño,
"Raymond" es preguntado por sus padres al salir de casa "si se
ha lavado los dientes". El niño se gira y los padres ven restos de pasta
de dientes en su cara. Los padres, satisfechos, le mandan al cuarto de baño a
lavarse la cara. Dice Sacks que "Raymond sonrió como si no estuviera
molesto por los comentarios de sus padres,"*
A
partir de este ejemplo Sacks elabora una teoría sobre los fundamentos del
comportamiento del que se sabe observado. Escribe:
Se supone que Raymond puede aprender, a través
de acciones como esta, que sus padres saben averiguar que se ha lavado los
dientes en virtud de la aparición de la pasta de dientes en su cara. Este hecho
establece el fenómeno de lo que llamaré genéricamente "subversión".
Con este ejemplo en la mano se puede pensar bastante rápido en cómo los niños
aprenden la subversión, habiendo aprendido que se les aplica el procedimiento.*
Señala Sacks
que desde ese momento Raymond —todos, en realidad— aprendemos que los demás
establecerán conclusiones a partir de lo que ven. Y lo que ven somos nosotros,
un nosotros perceptible por nuestras acciones. Los demás decidirán cómo somos
en función de sus observaciones. Y, por el contrario, nosotros también podremos
influir en lo que los demás piensen de nosotros controlando sus observaciones.
Continúa
Harvey Sacks:
[...] el primer acontecimiento humano en la
mitología judeo-cristiana consiste en el descubrimiento por un hombre de que su
carácter moral es observable. Podemos llamarlo el Problema de Adán.
[...] Adán aprende, como aprende Raymond, que
uno tiene que vivir con la realidad de que las actividades en las que uno ha
participado son observables a partir de su apariencia.*
Saber
que somos observados y que de esa observación dependen nuestra vida y valoración sociales, es decir, lo
que somos para otros, es un elemento esencial del comportamiento y de la
cohesión social. La sociedad, de una forma u otra, implica un tejido de normas
que regulan la vida del conjunto en su más amplia acepción.
Lo que
llama Sacks la "subversión" es la comprensión de que si los demás se
fijan en nosotros, nosotros podemos actuar sobre ellos a través de nuestro
comportamiento manifiesto. En realidad, no se trata de otra cosa sobre lo que
trabajan los denominados "asesores de imagen" en sus más variadas
aplicaciones, de la política a las marcas comerciales.
La
sonrisa de Raymond puede suponer —nosotros también tenemos que juzgarlo por lo
que vemos, que realizar inferencias— que ha descubierto la forma de burlar la
mirada escrutadora de sus padres sin tener que esconderse, es decir, mostrándoles
lo que quieren ver. De la mancha de pasta inferirán que se ha lavado los dientes.
Raymond ha burlado la vigilancia pasando por delante de los guardianes.
El Problema de Adán convierte la sociedad
en un escenario poblado de actores que son conscientes de ser observados.
Muchos de esos comportamientos pasan a ser automáticos y forman parte de
nuestra vida cotidiana. Aprendemos así a comportarnos en cada situación o a transgredir las normas. Podemos lavarnos los dientes o solo fingir a hacerlo.
El Problema de Adán se ve multiplicado en
una sociedad del espectáculo, por
usar el término de Guy Debord, en la que nos exponemos y somos observados continuamente.
Dios le preguntó a Adán por qué se escondía. La respuesta —se había dado cuenta
de que estaba desnudo— no ayudó mucho
y llevó de lleno a la manzana comida sin permiso.
Adán
pagó su inexperiencia social. En cambio, no ocurrió así con Caín que, tras
asesinar a su hermano, aparentó que allí no había pasado nada. Si Adán se
escondió a la vista de Dios, Caín se expuso a los ojos divinos camuflado bajo
la tranquilidad de lo cotidiano: "¿Acaso soy el guardián de mi
hermano?". Caín, que no tenía un buen abogado, utilizó sus recursos manipuladores pensando que funcionarían. No le
sirvieron de mucho, pero lo intentó. Pero lo que no funciona con Dios puede
funcionar con la familia o los vecinos.
El gran
problema social para los moralistas clásicos era la hipocresía. Nadie mejor
conocedor de las reglas de comportamiento que el hipócrita. El tartufo conoce bien qué hay que evitar
mostrar a la mirada de los demás y qué hay que ofrecer en cada momento para
satisfacer las ansias sociales de ver y que de ahí establezcan inferencias. Al
pequeño Raymond le basta con mancharse la cara de pasta de dientes para que sus
padres dejen de molestarle con el cepillado. Al Tartufo de Moliere, al igual
que a los libertinos dieciochescos y sus versiones contemporáneas, les
interesan normas claras para poder subvertirlas con la apariencia de su
cumplimiento. En un mundo sin reglas, por el contrario, el hipócrita tiene
pocas posibilidades de camuflarse.
La
exposición continua y la observación constante, las dos caras del fenómeno, no
son exclusivos de los manipuladores. Todos usamos nuestras acciones porque nos
sabemos observados y que esa observación causa efectos. Detectamos con mayor o
menor fortuna lo que los demás esperan de nosotros y buscamos lo que esperamos de
ellos. Y ellos nos lo ofrecen, como nosotros lo ofrecemos. Es parte esencial de
la vida social y personal. La mirada de los otros confirma las reglas; su
ausencia nos sume en el desconcierto y no sabemos cómo actuar. Para que exista
la "subversión" tiene que existir la "norma".
Nuestros
modernos asesores de imagen, en
cualquier de sus versiones (personales, políticas, comerciales...) son expertos
en actuar sobre los demás haciendo que sus asesorados muestren aquello que les
permita conseguir sus objetivos. Ellos no han inventado nada; solo han
desarrollado técnicas para hacerlo con más eficacia. Como señalaba Sacks, hay
que vivir con esa realidad de la
observación de nuestra conducta. Las inferencias son imparables, pero también orientables. Los hay que llegan a
extremos patológicos; otros simplemente lo usan para sobrevivir. Los hay que lo
usan para agradar y otros para
ocultar sus taras o ambiciones. Somos seres sociales;
vivir es convivir.
En una
sociedad mediática como la nuestra, entretejida con mensajes que hablan de
nosotros y nos reflejan, el Problema de
Adán no es ser observado, sino no
serlo.
*
Harvey Sacks "La máquina de hacer inferencias" pp. 59-81, en AA. VV.
(2000) Sociologías de la situación. Ediciones de la Piqueta, Madrid.
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