Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
patética imagen del alcalde de Sloviansk —ofrecida en Euronews— pidiendo a las
autoridades de la Federación Rusa que manden "soldados",
"dinero" o "armas" para mantener en pie su autoproclamada república independiente, puede ejemplificar bien el drama a que
se ha llevado a Ucrania.
Los
tres muertos tras el acuerdo al que se ha llegado son consecuencia de la "paz"
y marcan a cada uno de los intervinientes. Es peor la frustración que la
esperanza para la violencia. Y las acciones directas e indirectas de Vladimir
Putin lo que han generado desde el principio ha sido frustración. Primero fue
la frustración de los acuerdos que se iban a firmar con la Unión Europea;
después la frustración de la anexión relámpago de Crimea, con sus burlas y
humillaciones; finalmente la frustración de los que esperaban conseguir lo
mismo que los de Crimea por la misma vía, la llegada de enmascarados genéricos.
Mientras
existía un mayor riesgo de violencia, las frustraciones se contuvieron para dejar
un margen de probabilidad a que las cosas no empeoren. El recién llegado
gobierno de Ucrania tenía que vérselas con la inexperiencia, el temor de los
apoyos rusos y el riesgo de la situación en sí. Contener a los más radicales ha sido otra
de sus tareas en la sombra; descubrir lo deseosos que estaban algunos de sus
militares de pasarse a Rusia no es motivo de alegría. En esas condiciones de
inseguridad no es posible tomar medidas reales demasiado drásticas y lo más que se
podía hacer era abrir las oficinas de reclutamiento para mostrar al agresor que
al menos tienes intención de defenderte, que no todo va a ser Crimea.
En el
caso ucraniano, Moscú ha utilizado una táctica que no es nueva y que le ha dado
buen resultado: ofrecer la cobertura militar a los civiles para que fueran
ellos los que tomaran, bajo la atenta mirada de los soldados salidos de la
nada, los cuarteles y dependencias oficiales. Mientras unos desertaban directamente,
de generales a soldados, otros permanecían bajo esa presión física y
psicológica de saberse aislados. Los que aguantaron salieron poco después, para
escarnio de los "nuevos rusos", camino del país que se les había
escapado de debajo de las botas.
La
situación que tenemos ahora es, desde otro punto de vista, más grave porque no
es fácil parar en seco lo que se ha organizado desde Moscú. Si Rusia cumple su
acuerdo —y, como ocurrió en Siria— es el primer interesado en que se cumpla una
vez conseguido lo que quería, lo que puede ocurrir en las zonas del este de
Crimea se puede escapar de las manos de forma esporádica y tendrá consecuencias
sociales a corto y medio plazo.
Dentro
de un mismo espacio van a tener que convivir no una sociedad dividida, como
sería por cuestiones ideológicas, sino dos sociedades con una profunda
asimetría. La cuestión del federalismo ucraniano es solo un parche que no va a
solventar la cuestión esencial: si son ucranianos o rusos. Esta cuestión se
puede establecer oficialmente por las fronteras, pero aquí no se trata de eso,
pues las fronteras ya han sido modificadas allí donde a Vladimir Putin le
interesaba. El resto se queda en una concesión
estratégica de algo que no tenía pero que los demás daban por perdido.
Es
pronto para saber los resultados del acuerdo, pero no es fácil parar las
frustraciones de los "rusos" que han quedado en el aire, tomando
ayuntamientos y dependencias, tomando posturas agresivas porque estaban seguros
de que la poderosa Madre Patria rusa los iba a acoger gozosa. Puede que la
situación de algunos les haga optar por la migración al otro lado de la frontera.
Pero ahora el problema son los que no desisten de su postura, que quieren
conseguir lo que pensaban que tenían ganado.
Rusia,
en cambio, se ha ofrecido a ayudar al
desarme. Comentábamos las palabras del ministro Lavrov cuando decía que los
únicos que deberían tener armas eran
los que legalmente debían tenerlas, expresión interesante cuando estás decidiendo
quién representa la legalidad.
El
diario El País recoge algunas de las peticiones del alcalde de Sloviansk:
“Somos una pequeña ciudad de provincias que
intentan conquistar los fascistas y los imperialistas”. Y agregó: “Le ruego que
examine la cuestión de enviar un contingente de pacificadores al territorio de
Donetsk, Járkov y Lugansk para la defensa de la población pacífica del ataque
del Sector de Derechas y la Guardia Nacional de Ucrania, que solo traen consigo
la muerte y quieren convertirnos en esclavos”.*
Para el
buen alcalde, los amigos rusos son
"pacificadores" y los demás las fuerzas del mal. Puede que algún día
—esperemos que pronto— entiendan que no son más que piezas en un tablero
desplegado durante décadas en un juego de seguridad fronteriza. Las
declaraciones del gobierno de Kiev son oleadas de garantías —más autonomía,
proteger la lengua rusa con un estatus especial...— para intentar resolver la
cuestión evitando la violencia. Pero no es fácil.
La tensión
contenida hasta el momento —la frustración acumulada por los ucranianos en esta
crisis humillante, la frustración acumulada por los prorrusos que pasan de la
euforia bravucona a quedar aislados, con el rabo entre las piernas— estallará probablemente
en conflictos y tensiones como los que dejaron tres muertos en un control.
Esperemos que el sentido de realidad en este conflicto doble —guerra civil o guerra entre países, según se
mire— se recupere pronto dejando el menor número de desgracias posibles. Las
heridas no se curarán en mucho tiempo, si es que llegan a hacerlo. Y no se
curarán mientras Rusia mantenga las esperanzas de que pueden dejar de ser un país y pasar a ser otro en cuarenta y ocho horas, como ocurrió con Crimea.
La
labor de los gobiernos ucranianos será dura e inmediata: desactivar todos los mecanismos
peligrosos que anidan en su interior y que crecerán si no se paran a tiempo.
Los países que han salido de la Unión Soviética lo han hecho con diferentes
degradaciones y traumas, con heridas que se han mantenido abiertas, contagiados
por la propia degeneración y corrupción de Rusia, de la que eran reflejo y
títere. El Muro cayó, pero sus efectos en las generaciones siguen reviviendo,
como esos retratos de Stalin que muchos han sacado a las calles a pasear como
fantasmas invocados de un antiguo "esplendor" que se basó en la
entrega a Rusia de media Europa para satisfacer sus ansias imperiales.
El caso
de Ucrania puede considerarse como un efecto secundario de aquellas tensiones
no resueltas y de la mala costumbre de considerar otros países como
propiedades. Rusia cree tener derecho sobre todo aquello que considera "suyo".
La
crisis ucraniana no es solo una muestra de "fuerza" por parte de
Moscú; lo es también de debilidad. La intensificación de sentimientos
nacionalistas, manejados por Vladimir Putin, son una muestra de su debilidad.
Putin no supo resolver la primera crisis, la del acercamiento a Europa pedido
por los ucranianos en un evidente deseo de alejarse de la influencia rusa. Creo
que si algo ha quedado como evidente es que el temor a Rusia no era una ficción paranoica. Sí, en cambio, es cada vez más general la opinión que la "invasión de Occidente", de Estados Unidos, ha sido una invención manipuladora por
parte de los interesados en proteger
y ser protegidos.
En los carteles de los prorrusos se pueden leer "Obama hands off" de Ucrania en un paralelismo propagandístico con el "Putin hands off" de los ucranianos. Pero las manos rusas están mucho más cerca de que las de Obama. A las tonterías de su subsecretaria y embajador ya le han sacado bastante provecho la maquinaria rusa. Lo que parece que necesita Ucrania —y es lo que se percibe— son inyecciones de progreso para salir del abandono en que se encuentra con gobiernos que no han hecho demasiado por su ciudadanos, solo endeudarlos con Rusia. Esa es la verdadera tentación secesionista, llegar a pensar que bajo otro gobierno vas a tener más oportunidades que bajo el actual. Eso es lo que se escuchaba a los ciudadanos de Crimea, ansiosos de recibir rublos, de cambiar de moneda.
El
alcalde de Sloviansk pide "soldados", "armas" y
"dinero"; las tres juntas a ser posible y, si no, por separado. Rusia
no es ni será un vecino fácil. Ucrania tendrá que medir sus pasos y llevarlos a
cabo inteligentemente si no quiere vivir en un permanente estado de
desestabilización. Ahora tiene por delante el intento de regeneración
democrática evitando extremismos y odios. Esperemos que las elecciones que
tienen por delante —no es el mejor clima— les den la claridad de ideas que
necesitan.
*
"La violencia acribilla el diálogo en Ucrania" El País 20/04/2014
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/04/20/actualidad/1397990083_522208.html
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