Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
diario ABC califica a Vladimir Putin como el "líder inevitable",
explicando cómo los rivales del presidente acaban mal. Aquí hemos hablado
muchas veces de esa sospechosa tendencia a caer por las ventanas de algunos de
esos rivales que dejan la oposición por la vía rápida. Otros, sencillamente,
desaparecen o son enviados a cárceles desconocidas, como acaba de ocurrir con
Navalni, del que solo se sabe que no está donde debería estar. En un sistema
como el ruso, lo mejor es estar donde se debe, aunque sea injustamente.
Hace unos días hablábamos de los peligrosos imitadores de Donald Trump. Si ya Trump es peligroso como "líder", sus imitadores lo son porque suelen surgir en espacios donde no tienen los sistemas de defensa que los Estados Unidos tienen. La democracia americana tiene la capacidad de resistir o incluso de enfrentarse a líderes que sacan sus pies del plato. Acabamos de ver la condena a Rudy Giuliani hace un par de días por repetir como su jefes, Trump, que unas funcionarias "habían robado votos" en un estado en el que perdió por poco. Giuliani repetía de forma directa lo que su jefe insinuaba usando a los acólitos como su abogado para especificar sus quejas. Le ha costado ciento cincuenta millones de dólares en indemnizaciones.
Pero no
todos los países tienen la suerte de tener jueces capaces de oponerse al poder.
En Rusia, por ejemplo, el poder judicial no es más que una variante del poder a
secas, que se extiende por todo el país y más allá a través de gobiernos
títeres dependientes de Moscú, como ocurre con Bielorrusia.
La
separación de poderes es esencial para poder prevenir los abusos del poder. Por
eso cada vez vemos más conflictos en diversos países entre los dos poderes o,
si se prefiere, entre los tres poderes clásicos, pues los parlamentos pasan a
ser meros lugares de calentamiento de sillas esperando las consignas del poder
presidencial.
En
Europa, varios países de herencia soviética han presentado este problema de
intentar acallar o controlar al poder judicial, impidiendo que los jueces
tengan autonomía. Así ha ocurrido en lugares como Polonia o Hungría, lo que ha
sido sancionado por la Unión, que considera que es una situación intolerable,
incompatible con una democracia real.
Los
dictadores tienen tendencia últimamente a presentarse como defensores de lo que
niegan, las libertades y derechos de los demás. De esta forma tienden a
descargar sobre los jueces la responsabilidad de la represión, lo que les sirve
de excusa. Según ellos, se limitan a que los jueces cumplan con su tarea, pero
son ellos los beneficiados. El ejemplo ruso es muy claro, pero no es el único.
Los
dictadores camuflados de demócratas están empezando a abundar y para ello necesitan
del control del aparato judicial y mediático. No es, desde luego, un método
nuevo, pero empiezan a excederse en sus pretensiones. Necesitan ser amados, como ocurrió con Gadafi y otros de su ralea.
La forma de hacer política y de liderar ha cambiado porque el mundo ha cambiado. Cada vez abundan más las figuras que usan del populismo en sus diversas manifestaciones para mantenerse en el poder. La tendencia a un liderazgo personalizado, con la mitificación del líder, es un peligro claro para un sistema más basado en la eficacia de los órganos y en su autonomía. Hoy, parece, la tendencia es a colonizar los poderes.
La
necesidad de crear un clima conflictivo para asegurarse el apasionamiento político, lleva a una sentimentalización de la política que se traslada a la calle, a voz
en grito, y no a la sosegada conversación que requiere en muchas ocasiones. Es
esta forma intensa y tensa de hacer política la que lleva a extremismos
incomunicados. Pronto las conversaciones, los grandes acuerdos se hacen
imposibles porque se prioriza el enfrentamiento. Así comienzan a aparecer las
fragmentaciones que aquí hemos llamado "nueva política", con los efectos
visibles en la actualidad.
Pese a
lo que parece, la proximidad del líder al pueblo, su sintonía, la realidad es
justo la contraria, ya que se trata más de un hacer parecer que de un hacer
real. La realidad es que es en los despachos y gabinetes en donde se genera
todo; después está el arte de hacer creer que se responde al deseo del pueblo.
Cada
vez más, estos nuevos líderes quieren hacer creer que son los transmisores de
la voluntad popular cuando suele suceder lo contrario. Nuestros avances en la
comprensión de la psicología social se ponen al servicio de la manipulación y
del contacto continuado con la gente. Basta tener el oído un poco fino para escuchar los
discursos y declaraciones perfectamente planificadas en sus objetivos repetidos
de distintas formas, un bombardeo constante de los mismos mensajes en forma
coral.
Que
esto ya no solo ocurra en las dictaduras, sino que se consideré como fórmula
apropiada para las democracias, es lo preocupante. El pragmatismo político se
abre a cualquier posibilidad que garantice el mantenimiento del poder, por lo que
tiende a extenderse y controlar todo el mapa.
Si los dos ejemplos de liderazgo son Vladimir Putin y Donald Trump, que puede volver a la Casa Blanca con los datos actuales de intención de voto, son los modelos que las dos superpotencias nos ofrecen, el futuro es más oscuro de lo que pensamos. Los augurios nos hablan de futuros "líderes" de muchos países que elegirán un modelo u otro según sus posibilidades. Las democracias necesitan algo más que estas referencias, incluso mezclándolas, como algunos hacen.
Un verdadero liderazgo democrático es el que busca más democracia real, mejor convivencia y un buen funcionamiento institucional. Lo demás es accesorio.
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