sábado, 30 de diciembre de 2023

La competencia por la radicalidad

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La guerra en Gaza es una guerra extraña, resultado de elementos locales e internacionales; es una guerra vieja y es una guerra nueva. Los intervinientes se concentran en un espacio, lo que hace que muchas personas que se encuentren en él sean víctimas y en ese continuo movimiento de desplazamiento de un lado a otro. Tiene una serie de intervinientes no oficiales que actúan desde diversos puntos complicando las acciones israelíes. La guerra en Gaza es una guerra expuesta a los vaivenes de otra guerra, la de Ucrania, por lo que la alianza entre Rusia e Irán determina las intervenciones de terceros en el campo de batalla o abriendo nuevos frentes en zonas distantes que obligan al ejército israelí a abrirse y dividir sus fuerzas en una de las estrategias más usadas en la historia bélica, la apertura de frentes diversos.

Si la guerra, desde la perspectiva israelí, se acaba con el exterminio de Hamás, es complicado que termine alguna vez. Si Israel decide controlar militarmente Gaza se puede encontrar con una guerra de desgaste que le haga seguir perdiendo apoyos internacionales y ganar, por el contrario, condenas en todos los organismos. Complicará, a su vez, a países que siguen manteniendo apoyo y suministran armas y financiación, como Estados Unidos, que no ve la forma de controlar a Netanyahu.

Pero la cuestión se complica. En RTVE.es leemos el titular "El gobierno de Netanyahu cumple un año dividido, sin apoyos y sin un plan para terminar la guerra en Gaza", en un análisis firmado por M. Charte, en el que se señalan otros problemas internos: 

Las diferencias internas sobre la guerra contra Hamás en Gaza y el futuro de la Franja están minando el gobierno de unidad israelí presidido por Benjamín Netanyahu. El propio primer ministro tiene cada vez menos apoyo entre el electorado, según las encuestas, que en cambio encumbran a su adversario político, y también miembro del gobierno, Benny Gantz

En sentido opuesto, las diferencias entre los siete partidos que forman el Ejecutivo dificultan una estrategia clara de salida, e incluso la negociación de una nueva tregua. Como muestra, este pasado jueves Netanyahu tuvo que cancelar una reunión del Gabinete de Guerra para discutir sobre la propuesta de paz de Egipto, ante la presión de sus socios del partido ultraderechista Sionismo Religioso, que exigen participar en cualquier decisión sobre el tema. 

"Hay una competición para atraer un tipo de electorado muy extremista, que desafortunadamente en Israel tiene cada vez más apoyo", advierte Guillem Farrés, profesor de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y experto en resolución de conflictos, en declaraciones a RTVE.es.* 

El problema de un gobierno con diversos integrantes que se ve afectado por la necesidad de mostrarse más "extremista" que sus colegas coaligados por no parecer "débil" y perder atractivo electoral nos debería sonar, pues es un aspecto que hemos resaltado de lo que se está produciendo en la política española y más allá, en otros lugares en los que la fragmentación política obliga a estas competencias.

El principio es sencillo: si dos o más grupos están de acuerdo en todo son indiferenciables. La diferencia, por contra, es la forma de asegurarse la "identidad", por lo que la tendencia no es al acuerdo sino a la discordia. Netanyahu temer quedarse como el "blando" de la coalición gubernamental, por lo que la competencia es en la radicalidad. El radical destaca por su enfrentamiento al resto.

Muchas de las disputas españolas son artificiales, están destinadas a mostrarse ante el electorado como los más firmes, como los que mejor representan a aquellos que les eligieron. Las diferencias se tienen que percibir o lo pagan todos de igual manera, El que llama la atención, el que destaca, gana.

Pero con una guerra por medio esto es muy peligroso, pues el que busque algún acuerdo o tregua corre el peligro de ser presentado como traidor o como pusilánime, un juguete en manos del enemigo, al que se entrega. Salen a relucir las muertes, sacrificios, etc. realizados y de los que hace responsable al "entreguista". En caso de guerra esto supone un sinfín de problemas.

Ese "electorado extremista", señalado por el profesor Guiullem Farrés, citado en el artículo de RTVE, tiene unas enormes ventajas en el campo político: se mueve de forma clara para atraer a otros, es activista y activista ruidoso. Son los que van a levantar el dedo de la acusación contra los "traidores" que traicionan la causas. Eso ya está empezando a ocurrir.

Uno de los aspectos más citados en la prensa internacional ha sido la invocación por parte de Bejamín Netanyahu de textos del profeta Isaías para justificar la guerra con Hamás y sus planes de invasión y eliminación. De esta forma, el primer ministro arrebata una parte del discurso religioso a los que conforman su gobierno y se hace con un espacio que no será fácil de arrinconarle, el del cumplimiento de los deseos divinos en un entorno en el que se considera a Israel el "pueblo de Dios", el "pueblo elegido". La decisión deja de ser política y se convierte en una forma de acatamiento de la voluntad, Dios lo quiere.

Cada vez está más claro que la principal resistencia a la guerra es la falta de una salida racional. La guerra ha sido una respuesta inmediata a una intervención exterior y lo está pagando la población palestina. No hay solución porque cualquier respuesta que no sea la lucha continua se verá como un problema y la lucha continua facilita al acción de terceros fuera del escenario. Son Rusia e Irán sus principales beneficiarios. Mientras haya guerra en Gaza, los titulares mundiales se dividirán, a la vez que los fondos de mantenimiento; aumentarán además las críticas contras los que apoyan a Israel aunque no apoyen directamente la guerra. Finalmente, Netanyahu seguirá necesitando de la radicalidad, que irá creciendo, para mantenerse en el poder, del que la guerra se ha convertido en un elemento indispensable.

Deberíamos aprender sobre cómo esta competición radical tiene consecuencias graves para aquellos que temen verse acusados de tibios. En otra dimensión —sin una guerra real—, vemos cómo se crean situaciones de conflicto en las que muchos se ven arrastrados. Hoy las redes sociales son una herramienta de calentamiento político que da mucho poder a los pequeños radicales, que consiguen hacer llegar su voz y argumentos, comprometiendo las políticas de convivencia y moderación que han caracterizado las actuaciones anteriores. Lo vemos por Europa y América: los gobernantes ceden para evitar ser atacados llamándolos "débiles", "cobardes", "entreguistas" o "traidores", según los casos. Un problema es una ocasión de crecer, no algo que haya que solucionar. El temor a ser desbordado por radicales obliga a radicalizarse, a ponerse al frente del problema. Lo que podría haberse solucionado, sin embargo, es más rentable al no hacerlo, al estirarlo, levantarlo como banderín de enganche. Esto acaba siendo una trampa que exige cada día más radicalidad y, por ello, aleja las soluciones, alejadas de cualquier negociación posible. Ya nos advierten de la crisis, de la caída de apoyos de Netanyahu. Unos le abandonan por extremis y otros por no serlo lo suficiente.

Aprendamos.

  

* Miguel Charte "El gobierno de Netanyahu cumple un año dividido, sin apoyos y sin un plan para terminar la guerra en Gaza" RTVE.es 29/12/2023 https://www.rtve.es/noticias/20231229/guerra-israel-hamas-franja-gaza-benjamin-netanyahu-gobierno-primer-ministro/2470042.shtml

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