Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nos encontramos en un momento económico complicado, no solo por la crisis de la pandemia, sino porque nos ha mostrado las limitaciones del modelo que se ha ido desarrollando en las últimas décadas.
Lo que
algunos llamaron "nueva economía" no era en el fondo más que una
vuelta a una forma salvaje basada en desmontar el llamado "estado del
bienestar" partiendo de los principio neoliberales de la era Reagan/Thatcher.
Los principios eran muy simples: máximos poderes para alcanzar beneficios,
mínimas responsabilidades laborales. Las guerras de M. Thatcher con los
sindicatos británicos dieron paso a una concepción en la que los derechos de
los trabajadores se veían cada vez más como cargas limitadoras del beneficio,
considerando cualquier acuerdo social como un freno a la economía.
Mucho
de esta visión es actual, con un elemento que la agrava: la creciente reducción
del trabajo humano, sustituido por procesos de automatización. Esto representa,
además, que los empleos están cada vez sometidos a situaciones mayores de
precariedad y de pago a la baja. Este es un efecto directo del aumento de
enormes bolsas de paro, que hace que los salarios se acepten en este proceso de
precarización y descenso de los sueldos.
Los
efectos sociales son devastadores, tanto en lo económico como en la moral
social. Esto acrecienta un proceso de odio y frustración que explica en gran
medida la violencia y el resentimiento que se percibe hacia el
"sistema", especialmente creando un enfrentamiento intergeneracional
en donde unos perciben a los otros como obstáculos. Otro efecto pernicioso es
el crecimiento de la desigualdad social como consecuencia de no poner límites a
los beneficios ni a las pérdidas. Conforme el sistema se debilita, las empresas
tienen más poder ante los políticos y el chantaje sobre la posibilidad de
cerrar negocios y despidos masivos que agraven la situación ha convertido a las
agrupaciones empresariales en más poderosas y a los sindicatos en esporádicos
denunciantes de la situación del sistema porque son los que tienen empleo y no
quieren tirar demasiado de la cuerda forzando las situaciones.
La
economía actual se ha ido compensando con las "nuevas formulas" que
se centrar todas en lo mismo, la atomización del trabajo, la externalización,
la precariedad, los contratos temporales de mínimos y la exigencia de menos
compromisos sociales. El beneficio es el objetivo. La retórica lo sigue
presentando como el "creador de empleo", pero es la calidad de ese
empleo lo que hay que poner sobre la mesa. La desaparición de los vínculos
laborales, de las responsabilidades sociales, es una seña de marca moderna.
Las empresas que se nos han presentado como "modélicas", surgidas al hilo de la digitalización y la globalización, son constantemente denunciadas por sus abusos frente a los trabajadores. De Amazon a Uber, son acusadas por las situaciones que crean. Obtienen grandes beneficios y, sin embargo, crean situaciones que son denunciadas constantemente por el desprecio a "sus" trabajadores. Y es aquí donde está el quid de la cuestión, en la relación entre la empresa y los trabajadores, que es donde es posible construir ese espíritu común que hace que nos veamos en el mismo barco y no el modelo actual en el que un yate de lujo va delante mientras que los marineros van detrás nadando, algo más cercano a la situación actual de muchas empresas de este tipo.
La Vanguardia nos trae el caso de la sentencia contra Uber en Reino Unido que tiene importantes consecuencias para este modelo de relaciones laborales o, si se prefiere, de falta de relaciones laborales.
El Tribunal Supremo de Inglaterra y Gales,
tras una larga batalla legal, ha dictaminado que los conductores de Uber son
“trabajadores” y no “autónomos”, y por tanto deben disfrutar de una serie de
ventajas laborales como el salario mínimo y vacaciones pagadas. La sentencia
constituye un golpe para la empresa de San Francisco y puede tener importantes
repercusiones para todo un sector servicios cada vez más revolucionado por los
avances tecnológicos.
Así como Uber pretende tener las mínimas
obligaciones posibles con sus conductores, los jueces han determinado que la
compañía controla la mayor parte de su trabajo, les proporciona clientes e
impone las tarifas que han de cobrar, “una posición de subordinación y
dependencia en la que tienen poco o nulo margen de mejorar su situación
económica a través de la explotación de sus capacidades profesionales”. La
sentencia destruye el argumento de la empresa de que simplemente “colabora con
socios independientes autónomos”.*
Es el
paradigma de este modelo de economía. La tecnología permite
"gestionar" el trabajo de los demás, los conductores, que son vistos
como meras piezas infinitamente sustituibles debido a la falta de empleo de
otro orden.
El
artículo se cierra diciéndonos que el sector servicios, en Reino Unido, supone
ya el 80% de la economía. Eso implica que hay una parte importante de ingenio dedicada
a pensar cómo tener una menor dependencia de los trabajadores, que están cada
vez más angustiados por la falta de empleo en otros sectores. La abundancia de
personas desempleadas, como hemos señalado antes, supone una menor exigencia
para poder ser ¿contratado? por este tipo de empresas.
Recordarán
los lectores españoles los conflictos que se establecieron con la llegada de Uber
a España con el sector del Taxi, muy regulado en la concesión de las licencias,
tarifas, etc. Las jóvenes generaciones, con pocos fondos disponibles, recurrían
a ellos como alternativa barata al viaje, al desplazamiento entre ciudades, a
las recogidas nocturnas... Sabían que el Uber estaría allí, pero no querían
saber las consecuencias generales. El que tuviera un coche y aceptara las
condiciones impuestas, accedía a la información de recogida. Algunos
subcontrataban los coches para que estos estuvieran las 24 horas del día en
marcha, algo que también ocurría con el taxi, aunque por motivos diferentes.
Los
Uber, los repartidores de comida en diferentes plataformas, etc. todo este
modelo es una condena a la explotación en un mundo que cada vez se preocupa
menos por los demás y solo del beneficio propio. Becarios, contratos
temporales, en prácticas, etc. son fórmulas que se han ido extendiendo como una
salvación, cuando en realidad son una condena por nuestra falta de
determinación económica. A nadie le importan los demás o han conseguido una
forma esquizofrénica de procesar la realidad. Los estados renuncian a crear o a
exigir empleo de calidad, algo que queda en pura retórica, y los sectores
económicos son cada vez más anónimos y se limitan a recoger sus beneficios.
Aquí
tratamos hace años el caso del empresario suizo que se negó a llevarse de su
pueblo la fábrica de navajas, a deslocalizarla, dejándolos sin empleo. Desatendió
los consejos de fabricar allí donde fuera más barato y mostró su compromiso con
el pueblo donde había vivido su familia varias generaciones, que había crecido
alrededor de la fábrica y se decidió a cambiar lo que estaba en su mano. Fue
elegido "empresario del año". Su concepto de empresa era un compromiso
con sus trabajadores y la comunidad. Un buen ejemplo, pero muy escaso, donde es
más frecuente hacer lo contrario, cerrar la fábrica y llevársela a otro lado,
explotando a personas a las que ni conoce.
Saltan
a nuestros medios casos de conocidas empresas de diverso tipo que resultan
acusadas de explotación, de trabajo infantil incluso. No asustamos cuando vemos
que ese objeto que tenemos entre las manos, de ropa a cualquier aparato, ha
surgido en entornos de pobreza y explotación, muchas veces en condiciones
auténticamente infames. Nos llegan noticias de incendios, de hundimientos de
edificios, etc. que nos deberían hacer cuestionar el modelo, pero no lo hacemos
es mejor disfrutar de lo que fabrican.
La Vanguardia
nos dice ante la sentencia británica:
La reacción inicial de Uber, que no para de
tener problemas legales en el Reino Unido, es que el dictamen afecta tan sólo a
los dieciséis conductores que presentaron la demanda en el 2016 y, según sus
abogados, tienen derecho a una compensación en torno a los 15.000 euros cada
uno. Pero es una posición difícil de mantener, ya que el propio Tribunal
Supremo ha advertido que “cualquier intento de suscribir contratos artificiales
diseñados para eludir las obligaciones laborales de la compañía será
considerado ilegal y completamente nulo”.*
Muestra
de forma clara la poca voluntad de cambiar la situación. El aumento del
desempleo empuja hacia este tipo de actividades en donde se les consideras como
meras piezas de las que se puede prescindir.
En otra
parte de la prensa de hoy, se nos dice que la situación de la crisis por la
pandemia está empujando a mujeres que trabajaban en la hostelería hacia la
práctica de la prostitución o cómo vuelven personas que lo habían abandonado. En
otros lugares de la situación de otros sectores, igualmente explotados; la
cuestión del abuso en el teletrabajo ha estado igualmente sobre la mesa.
Son estragos sociales de un sistema débil, con poca atención al futuro, fiado a este tipo de soluciones de "búscate la vida" frente a "pensemos juntos en un futuro mejor", que sería más deseable y beneficioso para todo el conjunto. El empobrecimiento del conjunto es solo un factor. Están, como hemos señalado, los efectos destructivos sobre la forma de ver la sociedad, es decir, vernos unos a otros.
El futuro es en un mundo apretado y desigual... si así lo queremos. Podemos elegir entre prender mechas o hacer que las aguas vayan fluyendo mejor de lo que lo hacen, más tranquilas, menos turbulentas. El egoísmo, desgraciadamente, se ha pasado al lado de las nuevas virtudes.
* Rafael Ramos "Los conductores
británicos de Uber son “trabajadores” y no “autónomos”" La Vanguardia 20/02/2021
https://www.lavanguardia.com/economia/20210220/6256664/conductores-britanicos-uber-son-trabajadores-autonomos.html
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