martes, 2 de febrero de 2021

Confusiones (a estas alturas)

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)




Lo acabo de escuchar en RTVE a una tertuliana: la justificación de las medidas de "relajación" de la hostelería en Madrid es que "no conoce ningún estudio que diga que la gente se contagia en la hostelería". ¿Estamos así todavía, después de un año? Escuchado en otra cadena a otro tertuliano hace unos días: las cifras de contagio en Alemania habían sido menores porque "como no son "católicos no celebran la Navidad". Como memos de esta categoría no hacen falta "negacionistas". Son los "confusionistas".

Si en el segundo caso los compañeros se le echaron encima inmediatamente por el tamaño de la estupidez, el caso del estudio sobre la hostelería, las posibilidades de argumentación son menores debido al error de confundir la caja y su contenido, o, si se prefiere, los efectos y las causas.

Es un problema que existe desde el principio y que ignora el principio fundamental: los espacios no son contagiosas sino las personas, que es donde anida el virus. Son los encuentros en proximidad los que producen el contagio, el paso de uno a otros. Una vez dicho esto, todo lo demás es circunstancial dependiendo del grado de proximidad, del número mayor o menor de encuentros y de ciertas características ambientales. Circunstancial, sí, pero real.

Lo hemos dicho: las afirmaciones del tipo "la cultura es segura" no significan absolutamente nada porque no es la "cultura" lo que nos contagia, sino las interacciones en un espacio donde se produce lo que llamamos "cultura", palabra demasiado general para una situación tan concreta como es un contacto contagioso. No es la cultura, somos nosotros, y lo importante no es lo que hacen otros en un escenario, sino lo que ocurre con nosotros en nuestras butacas.




En otra cadena se acaban de preguntar "¿será posible viajar en Semana Santa?", otra pregunta engañosa más allá de la movilidad que se permita. No es el viajar, sino las condiciones de nuestro viaje, los encuentros que se produzcan. Nuestra obsesión con los festivos —el día en que no trabajamos sino que hacemos que otros trabajen para nosotros— nos está llevando a una distorsión del calendario junto a otras de las relaciones, los contactos, etc. en las que ponemos el acento.

Todas estas preguntas no son más que formas de autoengañarnos: no son las actividades, somos nosotros; no son los sitios, sino las condiciones en que nos encontramos lo que producen los contagios. Funeral y bautizo son iguales si los reducimos a distancias e interacciones, a ventilación e higiene. Lo básico es sencillo, lo que se lleva diciendo y que es válido para cualquier otro proceso de estas características en su forma de transmisión. Un "espacio cultural" no es seguro por ser "cultural" sino porque se ha dedicado especial empeño en mantener distancias, limpieza y ventilación. No hay ningún respeto de la naturaleza por Verdi, John Ford o El lago de los cisnes, por Picasso, los fósiles o cualquier cosa que se encierre en un museo, sala de exhibición o escenario.

Se le podría contestar a la tertuliana inicial que no existen estudios sobre muchas otras cosas, como que se contagien más aquellos cuyos nombres comienzan por la letra P, los rubios más que los morenos ni los que nacieron en día impar o en martes. Ese razonamiento, aunque sé que no es su intención, es el de muchos negacionistas. Podríamos hablar de "negacionistas parciales", aquellos que niegan que en un sector se produzcan contagios porque no hay pruebas. De nuevo: no son los sitios, por más que podamos establecer lugares que por su actividad, paso frecuente, etc. sea más probable contagiarse que en otros. Si en un sector hay menos contagios que en otros es muchas veces precisamente porque se ha restringido o limitado el acceso en número u horas, no por otra cosa.



Distancia, mascarilla, higiene y ventilación siguen siendo los elementos básicos. Cualquiera de ellos puede oscilar (más o menos distancia, calidad de la mascarilla, mayor o menor higiene, mejor o peor ventilación) e interactuará con lo que tenemos alrededor, que son los otros, posibles portadores, y las condiciones del entorno.

Cuando se ha recomendado que no se hable en el metro, no tiene sentido cuestionarse sobre si se puede hablar de fútbol, de toros o de campañas electorales. Es absurdo. Es la emisión mayor de aerosoles lo que es determinante y no el tema de conversación o si hablamos con un amigo o un desconocido. Reducir a este tipo de planteamientos es realmente asombroso a estas alturas.

Es lo que ha ocurrido con las elecciones catalanas cuando las autoridades decidieron que se podría asistir a los mítines políticos. Todo el mundo se ha llevado las manos a la cabeza y con razón. No hay diferencia, aunque puede que te dé cierto placer ser contagiado por un correligionario. Hay gente para todo.



En realidad estamos deseando que  nos digan que lo que nos apetece es "seguro". Es el autoengaño permanente junto a los intereses económicos. Si nos hubiéramos dejado de "mi comunidad es segura, me salto a la siguiente fase", "la cultura es segura" y de discutir quiénes son "allegados" y quienes no, sobre si los parientes próximos cuentan a la hora de comer, cenar o desayunar. Hubo un pueblo —las televisiones nos mostraron las imágenes— que en vez de celebrar las campanadas de media noche para la Nochevieja, reunió a sus habitantes para tomarlas a las doce de la mañana y creo que en vez de uvas tomó almendras. Sin comentarios.

Este continuo "reservarse" para los acontecimientos es absurdo, una verdadera manipulación. Ha ocurrido con el verano, con los puentes, las navidades y ahora lo estamos haciendo con la Semana Santa. Los intereses de la economía, se diga lo que se diga, están por delante de cualquier otro. Es la dura realidad.




El nerviosismo ante los planes de vacunación es que de ellos depende ya todo. Lo llamaríamos el factor exterior. Con la vacuna, piensan algunos, se acaban los límites, las privaciones, los controles y cuidados. ¡Qué gran equivocación en el planteamiento! No hace sino confirmar el principio de Tolstoi, la medicina sirve para tapar nuestros vicios y defectos, la incapacidad de control. Decía el escritor ruso que los medicamentos servían para que la gente asistiera a los burdeles con mayor tranquilidad, al rebajar los riesgos.

Nuestra sociedad de consumo se basa en el placer, en la moda, en el movimiento y en la movilidad. El aislamiento (confinamiento) va contra sus principios básicos que se basan en moverse, cambiar, desplazarse de un lugar a otro. Turismo y hostelería representan esa sociedad de servicios que necesitan de que otros lleguen, que vengan o vayan. Necesitan del festejo, del aniversario y la celebración. Se tienen que inventar nuevas fiestas (San Valentín, Halloween, fiestas de padres y madres...) para que se consuma, se salga y se celebre. Los que viven de todo esto —que son muchos— no esperaban algo así, tan largo y restrictivo de nuestra vida social intensa, motor de la economía.



Donde los turistas no llegaron se nos pide que vayamos nosotros para mantener en pie los negocios. Los medios juegan su papel de incitación mostrándonos lo bueno que era el mundo antes de esto, como ocurre con el nuevo ciclo anual. Hemos empezado por ver cómo fueron las fiestas navideñas del año anterior. Ahora, estos, días toca el carnaval, del que se nos muestran continuas imágenes. Luego nos quejaremos de que hay gente que lo celebra clandestinamente.

Si se hubieran tomado las medidas adecuadas y se hubiera enseñado que la única seguridad depende de nuestras acciones básicas, probablemente no estaríamos en esta situación actual, con estas políticas de acordeón, de abrir la mano para luego tener que cerrarla ante los resultados.

No sé si hay otra opción que no sea tratar de desarrollar una economía menos dependiente. Algunos lo han hecho, pero esos no atraen la atención de los medios, fascinados por esa comparación constante y nostálgica de cómo eran las cosas antes y cómo lo son ahora. Sin embargo, muchas voces nos advierte que muchas cosas no serán como antes.

Hay muchos sectores que han intensificado su actividad con todo esto, pero es mejor mostrarnos al señor que tiene un negocio de hacer trajes falleros o a la señora que tiene una tienda de suvenires para turista en la Puerta del Sol. La gente se conmueve y se subleva ante la contemplación de tanto drama injusto por el "maldito virus". Sin embargo, corremos gustosos a su encuentro.




La situación es muy dura, pero ni la irresponsabilidad, la negación o la lasitud son las soluciones. La verdadera seguridad se necesita pero se enfrenta al negacionismo, al confusionismo y al pasotismo, que es lo peor de todo. Y hay mucho pasota, el que no le importa porque cree que por ser joven o asintomático no va a tener consecuencias. El gran problema de este coronavirus es precisamente el gran número de asintomáticos, el pasar de unos a otros hasta llegar a alguien cuya respuesta es clara, grave, mortal muchas veces. Los que no se siente afectados se desentienden del resto, ¡que se cuiden ellos! Es una forma peligrosa de egoísmo.

Son los indiferentes el mayor peligro, los que se confían ya sea por la confusión (los jóvenes no se contagian, esto es poco más que una gripe...) o porque sencillamente piensan que su vida es su vida y de nadie más. Tremendo error. Esto es de todos y no algo individual.

Las noticias de ventas de certificados falsos de vacunación o de negativos para viajes, la llegada de un turismo irresponsable que huye de las condiciones de sus países (como se informa en ABC), las celebraciones clandestinas de fiestas, etc. Son nuestras de la falta de solidaridad de unos y del deseo de supervivencia económica de otros por encima de cualquier factor. Los ejemplos nos llegan cada día desde todas partes y no se pueden ignorar. Ni lo que son ni lo que representan.

La vida debe seguir, sí, pero no llevando de un lugar a otro la muerte.



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