Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
entrevista que La Vanguardia publica con
Naomi Klein, autora de unas obras críticas sobre la vida contemporánea, algo
podríamos llamar "nuestro tiempo", señalando su puntos débiles y sus
contradicciones, aporta una serie de puntos que creo de interés. La función de
autores como Klein es abrir debates, hacernos conscientes de nuestras
situaciones, enfrentarnos a nuestros miedos y evitar que se barra debajo de la
alfombra lo que deberíamos eliminar. El título de la entrevista es ya un aviso:
"Nuestra normalidad ya era una crisis".
Coincidimos
plenamente con la idea expresada. El COVID-19, si ha servido para algo ha sido
para mostrarnos las enormes carencias de un presente que ahora se
"romantiza" como deseo, se vuelve idílico, como una situación a la
que es necesario volver para recuperar eso que definimos erróneamente como
"normalidad". Es el mayor peligro perceptivo sobre nuestra situación,
ya que nos impulsa ciegamente, de forma obsesiva, acrítica, hacia lo existente
en vez de aprovecharlo para erradicar los problemas. Pero los
"problemas" son la base de las fortunas de muchos, de su fuerza y
seguridad, algo que hace que no les parezca deseable el cambio.
Responde
Naomi Klein en la entrevista del diario:
Nuestra normalidad era ya una crisis. Por qué
querríamos volver a eso. Da ánimos escuchar a Joe Biden hablar de no volver a
la normalidad y usar esta crisis como un catalizador para transformar, da
ánimos que hable de que no sólo hay una crisis de salud pública, sino también
climática, de desigualdad económica y de injusticia racial. El trabajo que
hemos hecho en las pasadas décadas formulando cómo podría ser la economía del
futuro era cómo resolver múltiples problemas a la vez. Reconocer que estamos en
crisis superpuestas: debemos reducir las emisiones, luchar contra el racismo
sistémico y cerrar la brecha de la desigualdad todo a la vez. ¿Por qué volver a
la crisis de antes de la crisis?*
La
"normalidad", efectivamente, era la crisis. Simplemente, estamos
peor. Pero esa idealización de un pasado "menos malo" no puede ser
nuestra referencia. Para Klein, las tres "crisis superpuestas" se añaden
en una extraña matemática a la sanitaria que ha pasado al centro de nuestra
visión. Sanidad, cambio climático, desigualdad económica e injusticia racial
son las piezas vistas desde la perspectiva
norteamericana, que es la que Klein adopta, pero podríamos descomponer cada
una de ellas —especialmente— las dos primeras por un lado y las dos últimas por
otro, siendo además la sanitaria una que nos permite acoger las otras tres.
Son
muchos los informes que han ligado la emergencia del COVID-19 con factores
medioambientales, a la vez que su expansión está inevitablemente vinculada a la
globalización, siendo finalmente distribuida en función de las desigualdades
sociales, basadas en muchas sociedades en los efectos del racismo, como se ha
señalado principalmente en los Estados Unidos y en Reino Unido.
La
costumbre de trabajar de forma separada (analítica) los problemas es hoy
insostenible y debemos ir hacia enfoques desde la idea de complejidad, desde la
interacción de elementos que provocan reacciones y efectos dentro del sistema.
Todo está ligado, entrelazado y por más que nuestros enfoque especializados nos
digan lo contrario, lo único que producen son visiones parciales, de
"inteligencia ciega", por usar un término de Edgar Morin. Nuestra
forma de separar las cosas para entenderlas hace que finalmente entendamos menos.
Aquí
hemos hablado constantemente del efecto perturbador que tiene el enorme peso
del sector turístico y de la hostelería y de la necesidad de desarrollar,
aprovechando la constatación de sus terribles estragos sociales y económicos,
nuevas vías que reduzcan nuestra debilidad ampliando sectores que puedan
aumentar nuestra resistencia ante los vaivenes de estas crisis sucesivas.
De
nuevo, los expertos de diversos cambios nos advierten de continuo sobre la debilidad española, insertada dentro de
un marco europeo y otro global. Sin embargo, solo escuchamos lo que queremos
oír: los cantos plañideros, repetidos una y otra vez, que piden el regreso a esa
llamada "normalidad" que, en
efecto, ya era un modelo limitado.
Es preocupante
que el deseo y la angustia nos impidan buscar soluciones más adecuadas para
enfrentarnos a la próximas crisis, que sería lo que realmente habría que
prevenir. Tenemos que concebir el futuro como resistencia, es decir, prevenir,
anticiparse a los escenarios probables. Una de las frases que más he escuchado
es que "vamos por detrás del virus", una forma de expresar nuestra
nula capacidad de previsión y lo limitado de nuestra visión. Esperamos para
realizar nuestro movimientos frente a la necesaria anticipación.
La
historia de la pandemia podría definirse como la confirmación de que todo lo
que no podría ocurrir, ocurrió. Esto es válido para España, pero en mayor grado
todavía para países como Estados Unidos, Reino Unido, México, Brasil, Suecia y
otros en los que nunca iba a pasar lo que luego pasó.
El
COVID-19 es una seria ocasión para reflexionar sobre el futuro, establecerlo
con los mecanismos de defensa necesarios para que nos tengamos que ir detrás de
los acontecimientos sino evitando su ocurrencia. Desgraciadamente la toma de
decisiones hoy para el mañana se realizan con el ayer en mente, contraviniendo
el principio básico de que el futuro no es el presente y volver a él no es lo
más acertado, especialmente porque es imposible.
El
empeño español en el turismo como motor obvia el principio de que el turista es
alguien que viene de fuera, que necesitamos que vengan millones de personas
para que nosotros nos pongamos en marcha. Las crisis económicas reducen las
posibilidades turísticas, degradando el propio turismo, como han experimentado
muchos lugares españoles que han tenido que acomodarse al llamado "turismo
de exceso", de baja calidad, poco gasto y creación de conflictos. Lo
tuvimos ocasión de comprobar con el "corredor seguro" establecido con
Alemania el verano pasado en Baleares. Lo estamos viendo en Madrid, convertido
en plataforma de desahogo de turistas franceses que se aburren en su país al
tener que acatar las restricciones. Lo denunciaba el diario ABC hace unas pocas
semanas.
Todos
los negocios montados sobre el supuesto de la visitas de millones de personas
quieren creer que eso va a volver a ser así... y es poco probable. La
hostelería, además, es responsable en gran medida de mucha precariedad en el
empleo. Es un sector que crea empleo, pero que despide y contrata
estacionalmente, de bajos ingresos y proclive a la economía sumergida, en
España se calcula que un 25%, cifra enorme. Muchas personas son despedidas en
septiembre, después de la temporada veraniega, y no vuelven a ser contratada
hasta el periodo navideño y así sucesivamente. Los sueldos bajos, además, crean
una enorme debilidad y un mayor riesgo en los préstamos bancarios, como ya se
padeció con la crisis financiera, debida en gran medida a la imposibilidad de
devolver los préstamos dados para que se accediera a la vivienda, convertida en
un pago de por vida. Los bajísimos sueldos —han ido cayendo año tras año— se
deben a este carácter estacional y al hecho de la existencia de millones de
parados, especialmente jóvenes, que hace que se tengan que aceptar sueldos cada
vez más bajos. El hecho de que tengamos un bar por cada 175 habitantes impide
que los beneficios puedan ser suficientes, pero es el único negocio que se
puede mantener medianamente. No es otra la obsesión con los bares y terrazas.
Los estamos sacralizando cuando son un problema previo. España se ha ido convirtiendo,
entre turismo y hostelería, en una "economía del ocio" que cada día
menos se pueden permitir, por lo que va dejando sectores en crisis (no
encuentran quien se lo pueda permitir) y necesita de la llegada de
"gastadores" del exterior.
No
hemos encontrado "compitiendo" con el Norte de África, que se vio
convulsionado, desde 2011, por la continua violencia que cortó el desarrollo
turístico que, siguiendo el "modelo español" se pretendía que fuera
el motor que permitiera el salto de una economía agraria y muy débil a otra más
desarrollada. Tenían lo básico: sol y dictaduras. Pero la aparición del
terrorismo y las sublevaciones acabaron con el modelo. Las imágenes de
ametrallamiento de turistas en las playas tunecinas, la guerra civil en libia,
los ataques terroristas y la represión en Egipto, etc. no son los mejores datos
para el desarrollo turístico. Egipto acaba de construir un enorme muro rodeando
su principal zona turística del Mar Rojo. En Euronews nos lo explicaban así:
A 36 kilometre concrete and wire wall has been
constructed around the popular Sharm el-Sheikh resort in Egypt. Authorities are
hoping the new security measures will tempt tourists back to the resort
following a fall in visitor numbers in the last 15 years.
In July 2005, bombings by terrorist group
Abdullah Azzam Brigades killed 88 people at the resort. Protests in Cairo in
2011 (coined the Egyptian Revolution) caused upheaval across Egypt, including
economic inflation which, according to officials, is steadier now. Then, as
with countries around the world, the coronavirus pandemic has further set back
Egypt’s tourism industry.
Why has Egypt built a
wall?
Tourism industry chiefs are hoping the wall
will restore confidence in this corner of the Sinai Peninsula as a safe holiday
resort.
Now, anyone entering the city by road needs to
pass through the wall. This can be done via one of four gates dotted along the
length of the wall, which is also equipped with cameras and scanners.
Local governors have told the press that anyone
arriving in the city can only do so after being searched.**
No sé si somos capaces de ver el problema de obstinarse en un modelo sujeto a conflictos. En vez de buscar nuevas salidas, el gobierno egipcio se ha dedicado a multiplicar las excavaciones porque los hallazgos siempre tienen repercusiones internacionales, a invitar famosos para que se fotografíen en las pirámides y a crear muros, como el señalado, alrededor de lugares turísticos. Egipto pensó que tener buenas relaciones con Putin le iba a llevar turistas rusos, pero el atentado contra un avión de pasajeros supuso el corte absoluto del turismo ruso, algo agravado por la negativa del gobierno a aceptar que se trataba de una atentado, pese a que los terroristas publicaron las fotos con el artefacto explosivo que hizo estallar al avión en pleno vuelo.
Nuestros "corredores seguros" son el equivalente a esos muros kilométricos para intentar tranquilizar a los que se puede "intranquilizar" con una bomba en un aeropuerto o con un contagio masivo de turistas en un crucero en Luxor, como ocurrió en los inicios. Todo Egipto "era seguro", pero no lo era. Sus cifras siguen siendo poco creíbles, pero el factor social y el evitar el estigma de la incineración hacen que sean poco aireadas.
¿Se ha agotado el modelo turístico? Probablemente sí, al menos debería redimensionarse. Pero en esta mezcla, un paquete del ocio, hay muchos factores que estarán marcados por esta pandemia que no se acabará este año y que puede conectar con otros. Lo más probable es que los países exportadores de turismo prefieran crear fórmulas para que ese dinero se quede en la economía propia reactivándola y no se gaste fuera.
Que no se estén planteando alternativas de desarrollo es muy preocupante puesto que implica, de nuevo, añorar situaciones que puede que no se repitan y ser incapaces de salir de las crisis. Hacen falta menos llanto y más ideas, más iniciativas que sean valoradas y apoyadas. España es el país del auto empleo y la micro empresa. Nadie ha hecho nada por arreglar esta situación de atomización y, por ello, debilidad y dependencia. Es algo que ya hace muchos años llamé el modelo económico de la "casa del primer cerdito", que como recordarán, sale volando a las primeras de cambio, con un sencillo soplido del lobo de las circunstancias. Hoy sigue siendo así o peor, porque el tiempo erosiona y, sobre todo, porque lo mejor que produce esta país lleva muchos años haciendo las maletas y marchándose en busca de oportunidades mejores, de reconocimiento, de sueldos decentes y de contratos que duren más de tres meses.
Hay que pensar en el conjunto, en las interacciones, en introducir nuevos elementos que permitan sinergias, nuevas oportunidades de desarrollo y alcance a más. No se puede seguir parcelando, dividiendo y tomando como prioridades unos sectores sobre otros, en competencia por recibir ayudas, subvenciones, préstamos, que es lo único que se escucha.
Es duro escuchar como si fuera un destino que nuestras próximas generaciones están condenadas a vivir peor que sus padres. Es una idea que se repite con una vergonzosa aceptación de lo "inevitable". En realidad, lo que encubre es nuestra comodidad, la protección del favorecido frente al que se queda sin oportunidades porque estas no se crean.
Este fatalismo, este derrotismo es inaceptable. Somos responsables todos que, en estos tiempos difíciles —más allá de la pandemia, que se ha limitado a abrir la caja de los truenos—, surjan iniciativas, que sean potenciadas por los poderes públicos, que se mueven entre la burocracia improductiva, el reparto de la miseria y la demagogia.
"Reimaginar", "reinventar", etc. son las palabras de moda por el mundo, pero que aquí no se vinculan con el futuro. Miramos hacia atrás demasiado.
Hay que reequilibrar nuestra economía, hay que acoger el enorme potencial que tenemos, estimular la creatividad y sincronizar esfuerzos para que no se produzcan los éxodos que dejan una España vacía y otra sentada en una terraza esperando interminablemente a que lleguen las oportunidades que no se vislumbran en el horizonte. Hay que renovar educación, sanidad, industrializar, introducir la tecnología y aumentar la digitalización de muchos sectores, reorganizar la agricultura, dotar de infraestructuras a zonas olvidadas, crear inmediatas alternativas a los cierres de sectores... ¡Tantas cosas!
Hace falta pensamiento de conjunto, pero es difícil en un modelo social y político fragmentado, de supuesta competición entre nosotros mismos a falta de poder competir con otros.
Es el momento de pensar en otra cosa y de otra manera. Podemos elegir entre construir un muro alrededor que se acabe convirtiendo en nuestra propia limitación o, por el contrario, derribar barreras construidas durante años que nos han impedido crecer y nos hacen más débiles, camino de una sociedad inevitablemente peor, como vamos viendo y todos nos advierten. Necesitamos visión de futuro y compromiso.
* Justo Barranco "Naomi Klein: “Nuestra normalidad ya era una crisis”" La vanguardia 18/02/2021 https://www.lavanguardia.com/cultura/20210218/6251148/naomi-klein-pandemia-emergencia-climatica-joe-biden-donald-trump-silicon-valley.html
** "Egypt builds 36km wall around tourist resort of Sharm el-Sheikh" Euronews 9/02/2021 https://www.euronews.com/travel/2021/02/09/egypt-builds-36km-wall-around-tourist-resort-of-sharm-el-sheikh
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