Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La revista Investigación y
Ciencia tiene una última página que sitúa el conocimiento en su perspectiva
histórica. Se trata de la sección “Hace 50, 100 y 150 años” con la que se nos
recuerda que hoy creemos que sabemos algo, pero que mañana sabremos más, con lo
que mirar hacia atrás se convierte en un ejercicio de modestia hacia presente.
Saber tiene siempre algo de soberbia. Por eso mismo, leer en esta sección las
cosas que dábamos por buenas entonces –en esos 50, 100 y 150 años-, nos debería
hacer ser un poco más modestos. Siempre cabe la posibilidad de que a alguno,
por el contrario, le parezca solo ocasión de reírse del pasado.
En su último número, la revista
recoge un texto de diciembre de 1864 que dice lo siguiente:
«La Peking Gazette contiene un informe del
gobierno chino acerca de la extinción de la rebelión de Taiping que acaba con
las palabras siguientes: “Es, pues, de todo punto necesario que gracias sean
dadas a los dioses por sus ayuda. Por ello se ha ordenado al Consejo de Ritos
que examine los servicios prestados por los distintos dioses y que informe a
este gobierno”. »*
La orden parece delirante y lo
es, sin duda, pero tampoco dudamos de que fuera cumplida a rajatabla. La Gaceta
era el equivalente a nuestro BOE y en él se recogían los edictos y demás
escritos oficiales.
El razonamiento parte de la
creencia y actúa con su lógica implacable. En primer lugar presupones que los dioses
(damos por buena su existencia) están siempre de tu lado. Pasamos después a
suponer que han sido ellos con sus voluntad los que han deseado nuestra
victoria y la frustración de los demás, por lo que castigarles no es más que
terminar lo que una vez se decidió en los cielos. Hasta aquí no hay diferencias
con los dioses de todo el mundo. La novedad es lo del Consejo de Ritos actuando
como una empresa de rating evaluando
y precisando la parte que a cada uno le ha tocado en la victoria.
Me imagino que los funcionarios
de entonces presentarían un cumplido informe especificando las tareas de cada
uno de los dioses y valor relativo en la victoria con la que se aplastó la
rebelión en Taiping. La cosa fue seria, pues se estima que murieron alrededor
de veinte millones de personas, según las estimaciones más bajas, aunque hay
fuentes que duplican esta cifra. Costó 13 años aplastarla.
Determinar el papel de los dioses
en el aplastamiento de la rebelión era importante porque se trataba de una
cuestión religiosa. El conflicto se produjo por la rebelión de un cristiano
converso, Hong Xiuquan, que se enfrentó a la dinastía Qing mediante la
fundación del Reino Celestial de la Gran Paz. Puede que fuera “celestial”, pero
nada de “Gran paz”, aunque eso siempre entra en las aspiraciones finales. Hong
Xiuquan se consideraba como un nuevo mesías destinado a acabar con el culto al
demonio, que es lo te parece lo que piensan de otra forma. Por supuesto, se
declaraba hermano menor de Jesucristo.
A la vista de este conflicto de
intereses divinos, se trataba de dejar claro a todos que el que gana tiene
teológica, militar y administrativamente razón. Una vez que has derrotado al
enemigo, es esencial que todo el mundo piense, como diría Dylan, “the land that I live in / Has God on
its side”. Tener a Dios de tu lado es una gran ventaja y no dudo que los
funcionarios chinos no tuvieron la más mínima dificultad en cumplir su labor.
La cuestión se plantea de nuevo
con la película de Ridley Scott, Exodus: Dioses
y reyes, que tuve ocasión de ver ayer. Moisés tiene a Dios de su lado y el
faraón Ramsés tiene poco que hacer, por más que lo intente. Sobre todo porque
Dios, además de inspirar a sus héroes, también lo hace con los guionistas, tal
como lo hizo con los funcionarios chinos.
Leo en algunas reseñas que todo
el mundo echa de menos que el Mar Rojo se parta en dos y se limite a bajar la
marea, que se encadena con un tsunami. La gente no escarmienta con lo caros que
nos acaban saliendo los milagros. Pero sobre todo echan de menos a Charlton
Heston, que les parece la referencia histórica del asunto. Hollywood siempre ha
marcado tendencia, incluido en lo religioso. Donde el emperador chino mandaba a
sus funcionarios, Hollywood enviaba a sus guionistas.
El momento más irónico de la
película se produce precisamente porque con las plagas haciendo estragos entre
la población egipcia, que sufre ataques de cocodrilos furibundos, ranas
saltonas, mocas apestosas y gusanos, enfermedades, etc., se la carga el que da
la explicación más racional del asunto. Piensan los científicos que la
explicación más tonta es preferible al milagro, que es mejor recurrir al
tsunami que a separar las aguas, a la esquizofrenia que las voces divinas, pero
el problema en que poca gente tiene interés en pensar como los científicos, que
suelen tener poca garra en esto de las explicaciones. Pero los tiempos están
muy achuchados y hay que hacer concesiones, como llamar “la partícula de Dios”
al bosón de Higgs. Lo del “bosón” no lo entiende nadie, pero lo de “Dios”
todos. Al final ni los científicos ni los guionistas viven de la gracia divina,
sino del pueblo llano.
Debo confesar que yo mismo me
pasé toda la película esperando a que Moisés tirara la vara y se convirtiera en
serpiente, pero me quedé con las ganas. Lo más que se llega a conceder es que
Moisés tenga alucinaciones (Christian Bale dice que su personaje es una especie
de esquizofrénico). Dios se le aparece en la nietzscheana forma de un niño con
malas pulgas y no de señor con barbas, que es lo que la tradición gráfica manda
allí donde no está prohibido.
La prohibición coránica de
representar a dios y los profetas hace difícil que se vea. Lo del Noé de Darren Aronofsky no coló, con lo
que no se perdieron nada más que la libertad de expresión, porque era muy mala,
una oda al bricolaje. Y ahora, en plena exaltación nacionalista y autoritaria,
que les saquen a los faraones tan fallidos pues les hace poca gracia.
Lo de los egipcios con esta
película es muy complicado. Teológicamente deberían estar con Moisés, ya que es
el dios del monoteísmo que comparten. Pero el terruño tira mucho y les da rabia
ser los malos de la película. Esto
suele ocurrir con cambios históricos tan acusados como que te invadan los
vecinos árabes y te cambien la perspectiva histórica en adelante. Pero este
Egipto no es el Egipto cultural, sino el piramidal, que lleva allí mucho tiempo.
Los egipcios inventaron la
eternidad, incluso en el poder. El que lo coge, no lo suelta. El monoteísmo
sale de allí, pero también los “faraones”. A las causas teológicas islámicas,
se suman las nacionalistas. El glorioso ejército egipcio no está dispuesto a
perder batallas ni a ahogarse en el Mar Rojo, ahora que está tan revuelta la
zona, ni siquiera en las pantallas. Mubarak era faraón, Morsi era faraón y
ahora El Sisi ha vuelto a unificar la visión. También a él se le apareció en
sueños, según contó él mismo, Anwar El Sadat a decirle que sería presidente de Egipto.
Y es que hay zonas del mundo en que todo se resuelve en sueños. La película
comienza preguntándole a los intestinos de un ave y termina con Moisés paseando
las tablas en el arca camino de un futuro incierto.
Si Hong Xiuquang se consideraba
un nuevo mesías dispuesto a liberar
China de sus faraones particulares y crear el Reino Celestial de la Gran Paz,
Moisés tuvo un poco más de suerte. Los
egipcios quedaron en medio, teniendo que asumir la historia contada por los
judíos que se iban. Pero es difícil cambiar estas cosas pasados los años. La
prohibición por la censura religiosa encubre la otra, la del fastidio histórico
del papel que te ha tocado. Al final, no te libra nadie de la debacle en el Mar
Rojo, sea por intervención directa de un Dios que será después el tuyo traído
por los vecinos de los que se lo llevaron o por la fatalidad de un tsunami. No
sé qué escuece más.
* Investigación y Ciencia nº 459 - diciembre 2014 p. 96.
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