Joaquín Mª Aguirre (CM)
Tawakul Kerman |
Con la concesión de premio Noble de la Paz a tres mujeres — la presidenta de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf, la también liberiana Leymah Gbowee, de la organización Red de Mujeres por la Paz y la Seguridad en África, y la periodista yemení Tawakul Kerman— vinculadas con la renovación del África negra y del mundo árabe, podemos sentirnos todos contentos por muchos motivos.
Que sean las mujeres las premiadas por su esfuerzo en la reconstrucción o construcción de sus países, que sean ellas las que mantengan su compromiso con la libertad, es muy importante. Lo dijimos cuando reclamábamos el premio para mujeres de la “Primavera árabe”, pero es extensivo a todo el continente y a Oriente Medio, distinción en este caso artificial porque es aplicable más allá de las finuras geográficas. Todas tienen un enemigo en común con distintas caras: todas tienen enfrente una sociedad que restringe el papel de las mujeres. Muchos de los que luchan por la libertad, también se las niegan porque tienen una barrera cultural en sus cabezas que les impide ver a la mujer como un sujeto con los mismos derechos, como una compañera con la que luchar para transformar sus países. La libertad, piensan, es masculina como tantas otras cosas. No es un mal exclusivo de África u Oriente. Un caso reciente en Francia nos recuerda en qué parte de la anatomía acaba el progresismo.
Leymah Gbowee |
Tawakkul Karman representa la parte del premio correspondiente a un año intenso por la libertad. He comentado varias veces con amigos lo que me habían sorprendido las mujeres yemeníes, su determinación y cómo habían conseguido sus propias parcelas para reclamar la libertad con voz plena en las calles, en las que se fueron imponiendo poco a poco.
Con Tawakkul Karman se premia —y seguro que así lo entienda ella— no ya el derecho a ser libre, sino el derecho a pedir la libertad. El premio Nobel le concederá un prestigio y una fuerza que se hará extensiva a muchas mujeres que sentirán dentro de sí la importancia de su ejemplo para las demás. El reconocimiento no va al ego individual, sino al conjunto, a esa comunidad en la que se hermanan todas las que sienten las mismas restricciones.
Ellen Johnson-Sirleaf |
Lo que aquí reclamábamos ayer —que se premiara a los jóvenes árabes y en especial a las mujeres— lo ha señalado ella misma al dedicar su premio “a la juventud de todos los países árabes, en especial a los de Túnez, Egipto, Libia y Siria. A todos los jóvenes de la revolución. A todas las mujeres.” No era otra nuestra petición, que se premiara al futuro. Su compromiso con el futuro es claro, su mensaje a todos también. Es necesario que surjan nuevo líderes jóvenes en el mundo árabe, cuantas más mujeres mejor, porque tendrán que ganarse día a día el derecho de construir un futuro para el que ya han hecho la demostración inicial: perder el miedo a decir ¡basta! Y eso afecta a la lucha en las calles o a conducir un coche con riesgo de latigazos.
Es el Nobel con el que ganan todas las personas de buena voluntad de cualquier parte del mundo, el que nos ha premiado a todos. Los periodistas del mundo también deben valorar que se le ha concedido a una compañera que ha sabido poner su profesión al servicio de una buena causa, la libertad de su pueblo y el derecho a estar informados para poder decidir su futuro. La profesión se dignifica con estos logros. Mujer, joven, árabe y periodista. Cuatro motivos, por mi parte, para estar contento
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