Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Mi aproximación a la figura ya obra del escritor Jean Genet, uno de los más grandes, originales y provocadores narradores y dramaturgos del siglo XX fue peculiar. Al descubrimiento de lo provocador de su narrativa y de su análisis de los fundamentos de las relaciones humanas y sociales, se sumó, a finales de los ochenta, la posibilidad de llevar a escena una de sus obras más conocidas, Las criadas, con un grupo de alumnos universitarios. La posibilidad de conocer una obra teatral desde los entresijos de su puesta en escena, las incesantes horas de trabajo con las actrices, el intento de entrar y de hacer entrar en los matices de los personajes, es algo único, una experiencia que te hace ver las obras de otra manera más allá de la lectura. Posteriormente tuve ocasión de trabajar, ya de forma crítica sobre algunas de sus obras, como El balcón y de nuevo Las criadas. Para mí, es lo que quiero resaltar, Genet forma parte de las experiencias generacionales, de la formación vinculada a una época y una vivencia entrañable compartida.
Jean Genet ha sido un caso único en la literatura francesa. Y su unicidad viene determinada en gran medida por sus experiencias vitales. No soy nada amigo de explicar las biografías o de justificarlas como origen estético, pero en el caso de Genet es indispensable conocerla. Genet es entregado a los servicios sociales siete meses tras su nacimiento en 1910. Lo hace su madre y desconocerá siempre quién sea su padre. Es entregado a una familia que le cría hasta los 13 años, momento en que es enviado a un centro educativo, del que se escapa diez días después. A los 15 ya conoce la cárcel y estará hasta la mayoría de edad, a los 18, en una colonia penitenciaria.
Caricatura de Levine |
A esa edad se alista en el Ejército, y se volverá a reenganchar. Conocerá el norte del África francesa. Desertará en 1936 y huye de Francia, recorriendo Europa con papeles falsificados. Al año siguiente regresa a París. Será arrestado y acusado de delitos como deserción, vagabundeo y, sobre todo, robos. Genet se convierte en un ladrón. Ha dado un salto a otra zona de la sociedad. Ladrón y homosexual.
En 1942 es encerrado en la prisión de Frenes. Ese otoño imprime por su cuenta un poema, El condenado a muerte. Escribirá en su celda Santa María de las Flores; al año siguiente, e igualmente en la cárcel, escribe Milagro de la rosa, dos de sus obras narrativas más importantes y rompedoras. Cuando iba a ser condenado a cadena perpetua, la intervención del poeta y cineasta Jean Cocteau es decisiva para su liberación en 1944. Poco antes, se publicará de forma clandestina Santa María de las flores. Estamos en la Francia ocupada.
Sale del círculo de la clandestinidad y en tres años da a la imprenta, entre 1945 y 1948, tres obras narrativas: Pompas fúnebres, Querella de Brest (que será conocida por la versión que el cineasta alemán Rainer Maria Fassbinder realizará décadas más tarde) y Diario de un ladrón. Escribirá, además de poesía, tres obras de teatro: Severa vigilancia, Las criadas y Splendid’s. Las criadas será uno de los espectáculos teatrales, montado en 1969 con dirección de Víctor García, que marcaron la imaginación teatral de la transición española con Nuria Espert, obra repuesta con gran éxito en 1983, tras la muerte del director de escena.
Por la intervención de Jean Cocteau y Jean Paul Sarte, le es concedido el indulto definitivo. Comienza un silencio de seis años. Sarte le dedicará un extenso volumen, San Genet, comediante y mártir, que le abruma.
Desde 1955, se centrará en el teatro —también escribe ensayos y artículos— y sacará a la luz tres obras más: Los negros, El balcón y Los biombos. Abandonará sus proyectos teatrales y demás, en 1964, ante la muerte de Abadallah, un joven acróbata para el que había escrito El fonambulista. Genet ya ha dejado tras de sí piezas esenciales del teatro de vanguardia contemporáneo.
Desde entonces y hasta su muerte en 1986, víctima de un cáncer de garganta, Genet administrará silencios y acciones políticas, centrándose en aquellos puntos y temas que le atraen sin la más mínima corrección política, desde la situación de los panteras negras en USA hasta la situación del pueblo palestino, pasando por las revueltas de Mayo del 68.
Genet, como siempre quiso y vivió, se movía por los márgenes del sistema, sin importarle demasiado lo que los demás opinaran de nada. Su obra era la exhibición de su condición humana, de su homosexualidad declarada, de su placer en el robo como forma existencial y eje de la sociedad. Deambuló de Palestina a Japón, vivió por el Oriente. Se le negará la entrada en USA por su vida junto a los Panteras negras, sobre los que escribiría después de haber convivido con ellos.
La obra de Jean Genet es atípica como lo fue su vida y su obra. Inclasificable en ambos casos, sus obras son una disección de las relaciones humanas, sobre la construcción y destrucción del yo, como resultante de las confluencias de todas las formas de dominación que constituyen los ejes de la vertebración social. La vida es máscara, escenificación, representación de los poderes que se ejercen como dominación sobre los otros. En el universo de Genet no hay espacio para nada que no sea el realismo simbólico de la dominación. Entre un existencialismo nihilista y un absurdo existencial, la obra de Genet, todo es transformado por esa visión que eleva a regla general lo que es detalle mínimo. Negándose a ser transcendental, Genet se transcendió a sí mismo.
William S. Burroughs , Terry Southern, J, Genet y Allen Ginsberg, Chicago 1968 |
El enemigo declarado*, obra que traemos hoy a nuestro particular dominical, es un conjunto de entrevistas, pequeños ensayos y artículos de Jean Genet, que han salido en España (en Francia 1991) con motivo del centenario del nacimiento del autor. Constituyen un documento de primera mano para comprender a Genet y a su época vista a través de sus ojos. Un tipo de personalidad que hoy no aparece en el horizonte, un sano revulsivo de la vida acomodada y que nos recuerda que muchos de los males de entonces todavía perduran, como es el caso de Palestina. La rebeldía de Genet es una fuente de la que puede beber cualquier otra rebeldía.
Las criadas, con Nuria Espert y Julieta Serrano |
En la impagable entrevista que le realizó la revista Playboy, en sustitución de la que tenían pensada para Brigitte Bardot, se nos cuenta que el escrito viaja por el mundo solo con cinco obras: las poesías de François Villon, de Baudelaire, de Mallarmé y Rimbaud, y El nacimiento de la tragedia, de Nietzsche. Ese es todo su equipaje, ¿para qué quería más? Excepcionalmente, sobre su mesa, nos dice la reportera, se encuentra Las palabras, de Jean Paul Sarte, de reciente aparición. Ya tenía toda la belleza y rebeldía en lengua francesa. Nietzsche era la guinda abstracta.
Cuando le preguntan sobre qué encontró en él uno de los escritores más famosos del mundo, Jean Paul Sarte, Genet contesta:
Sarte da por supuesta la libertad del hombre y que éste tiene todos los medios a su disposición para hacerse cargo de su propio devenir. Mi caso ilustra una de sus teorías de la libertad. Encontró a un hombre que, en lugar de someterse, reivindicaba lo que le había sido dado, lo reivindicaba y estaba decidido a llevarlo hasta sus últimas consecuencias. (26)
Difícilmente se puede expresar de forma más escueta lo que supone la aceptación de la vida en su exclusividad. Trabajar con la materia que nos viene dada, sin esperar más ni pedir más. No es de extrañar que Sarte lo tomara, aunque al él no le gustara demasiado, como esa ejemplificación de la vida en su propia finalidad.
Genet era el que fue. No quiso ser más que él mismo, tarea más que suficiente para llenar una vida, entre mares de máscaras y ocultaciones, presiones y desvíos. Se es el que se es. En otra entrevista recogida posteriormente, señaló:
Aunque mis libros hayan tenido cierta repercusión, el acto de escribir, el simple acto de escribir en una cárcel apenas me afectó; de manera que hay un desequilibrio entre lo que usted me describe, que sería el resultado obtenido por mis libros, y la escritura de mis libros; una escritura que habría sido más o menos la misma que si hubiese descrito a un chico y a una chica acostados juntos; para mí tampoco fue tan difícil. Me pregunto incluso si no existe un fenómeno de engrandecimiento debido a los medios mecánicos de transmisión y reproducción. Hace doscientos años, si alguien hubiese realizado un retrato mío, habría tenido un retrato. Ahora, si me hacen una fotografía —han sacado doscientas mil, incluso más, pero bueno—, ¿adquiere así más importancia? (199)
Pese a los intentos de reducir su biografía a la normalidad, su visión del mundo se fue forjando en su experiencia, en el día a día, en la confluencia de su particularidad con sus conflictos con el mundo. La vida no es la obra, pero tampoco su negación. A lo que se negaba Genet era a una visión plana de su propia obra bajo un esquema determinista. No tiene sentido preguntarse cuántas personas, bajo las circunstancias de Jean Genet, hubieran acabado siendo Jean Genet. Es una pregunta absurda, aunque muchos se la hagan.
La obra de Genet, por el contrario, es profundamente coherente. La vida de uno es su propia teoría y su propio y único experimento. No hay vuelta atrás. La vida solo se escribe una vez.
Un libro recomendable para los que vivieron un Genet de primera mano en su época y para todos los que quieran descubrirlo ahora, que buena falta hacen personalidades capaces de caminar así por el mundo.
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