jueves, 6 de octubre de 2011

Últimas tardes con (el gato de) Theresa May

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La falta de Primarias, congresos internos y debates de verdad ha hecho que los informadores de la prensa española hayan perdido la capacidad de enfrentarse a este tipo de fenómenos extraños, casi paranormales, en nuestro país. Sencillamente, ya no sabemos identificar un debate y, lo que es peor, ya no sabemos reconocer el sentido del humor, que al no ser un objeto, hecho o candidato es difícilmente fotografiable. Entre tanta sonrisa hueca y maquillada y tanto exabrupto político, hemos perdido la sensibilidad para el resto de la política.
Cuando se ven titulares como los aparecidos en La Voz de Galicia —“La ministra del Interior británica pide eliminar la ley de derechos humanos”*— le entran a uno ganas de volver a reivindicar el peñón, hacer boicot al té, no volver a jugar a ningún deporte inventado por los ingleses (es decir, condenarse a la inacción) y cosas similares. Sin embargo, sin renunciar a ninguna de estas medidas, tomo una más drástica y arriesgada: ir a la prensa inglesa para ver qué ha ocurrido.


El resultado —apasionante y exótico— es el siguiente. En primer lugar me entero (¡cómo son los británicos!) que el partido Conservador está celebrando un congreso en el que ¡se debate! No me he recuperado de esta primera impresión, cuando veo que ese debate no es una cosa entre juventudes rebeldes y funcionarios acomodados, sino entre ministros, es decir, ¡ministros en activo! Esto me lleva a unas primeras y osadas conclusiones: en Gran Bretaña los ministros debaten sus proyectos, sus visiones de cómo deben ser sus actuaciones, delante de la gente. Me desconciertan.

Sobrecogido por todo esto, me entero del meollo de la apasionante historia que hay detrás de este debate, algo que si me dedicara a escribir libros de autoayuda (los únicos posibles) se podría titular de las siguientes maneras en función de la decisión última de mi posible editor: 1) La increíble historia del estudiante boliviano que amaba a los gatos; 2) Catgate: un escándalo humanitario; 3) Mientras ellos debaten, él sufre en casa; 4) Adaptación: ¿puede un cambio drástico de dieta atentar contra los derechos humanos de los animales? Se me ocurren varios títulos más con gancho, en función de editorial, colección y huecos del mercado. En fin, no me molesto más que en hacerles una breve sinopsis a la espera de tener más tiempo y sentarme a redactar un seguro bestseller antes de que Hollywood firme los derechos cinematográficos con otro.
En pleno debate tory, la Ministra del Interior, señora Theresa May, ha señalado el abuso que se da en la presentación de alegaciones, amparándose en los Derechos Humanos y las leyes europeas que se basan en ellos, por parte de las personas que están en proceso de tramitación de expulsión del  Reino Unido. La ministra Theresa May literalmente dijo:

"We all know the stories about the Human Rights Act. The violent drug dealer who cannot be sent home because his daughter – for whom he pays no maintenance – lives here. The robber who cannot be removed because he has a girlfriend. The illegal immigrant who cannot be deported because – and I am not making this up – he had a pet cat."**

Los tres casos que la ministra puso sobre la mesa se refieren a los abusos que se dan en las alegaciones para evitar la expulsión. Como puede apreciarse, con un fondo de ironía, se trataba no de anular los derechos, sino de hablar de abusos. La historia del “violento traficante” que de pronto alega que debe cuidar de una hija a la que no ha pagado nunca la manutención; el ladrón que no puede ser expulsado porque tiene una novia en Gran Bretaña y, finalmente, el caso que ha pasado a tener, con pleno derecho, nombre propio —el Catgate—: el caso del inmigrante ilegal que alegó que tenía un gato. La marca textual al señalar con esa especie de “y no es una broma” o “y lo digo en serio”  “no me lo estoy inventando”, nos indican esa ridiculez del asunto, tomado como un caso extremo y abusivo que no atenta contra los Derechos Humanos, sino contra el abuso —es decir, inventados mayormente— para evitar ser deportados.
El debate surge cuando, en el marco de la conferencia, otro ministro, el de Justicia, Kenneth Clarke, rechazó la historia mítica del gato (así la calificó la prensa británica), considerándola una leyenda urbana. Es lógico que sea el Ministro de Justicia el que trate de defender la cordura de su departamento y de la administración de justica británica. Clarke retó a la ministra May a que lo de mostrara. Desgraciadamente para Clarke, el caso es cierto. Sí existió la alegación de la tenencia de un gato para evitar ser expulsado de la Gran Bretaña. Ocurrió en 2008.

II ª parte el caso del boliviano que amaba los gatos más que los ingleses
Transcurría el año de gracia de 2008, cuando se produjo la confirmación del permiso de residencia de un ciudadano boliviano que estaba en Reino Unido con visado estudiantil. Cuando le caducó el permiso y se procedía a su expulsión, el ciudadano había alegado dos motivos para poder continuar en el Reino Unido, tenía una relación sentimental estable y, además, un gato. El ciudadano boliviano debió pensar —y con razón— que con la suma de las dos circunstancias se abarcaban todas las dimensiones empáticas del sentimiento humano, que los que no fueran amantes de las personas, al menos lo serían de los animales. ¡Por dios, son británicos!

Los tribunales le reconocieron el derecho a no ser separado de su pareja y, de ahí viene el asunto, se permitieron ironizar sobre el argumento del gato:

7.- The Immigration Judge’s determination is upheld and the cat, [        ], need no longer fear having to adapt to Bolivian mice. 

La expresión es una obra maestra de ironía y demuestra que las leyes son las que son, pero los que las hacen cumplir se confieren ciertos márgenes de desahogo expositivo. El paréntesis vacío protege la “intimidad” del gato al eludir decir su nombre y se congratula porque, con esta decisión, ya no se debe temer por el felino, que no tendrá que adaptarse a los “ratones  de Bolivia”. El juez ha considerado confirmada la relación familiar y se permite la broma sobre el gato. El juez ratificó la decisión anterior en contra de la intención del departamento de inmigración de expulsar al ciudadano boliviano en cuestión.


¿Consecuencias de esta rocambolesca historia? Varias. La primera y más importante: no sabemos leer o, peor, leemos de forma absolutamente parcial, como demuestra la malísima interpretación del titular de La Voz de Galicia. La información entraba algo más en los entresijos, pero eliminaba, curiosamente, la solución del caso del gato, que según se desprende del escrito del juez británico, no había sido relevante para la decisión. Lo que se había presentado como una especie de histeria antidemocrática británica neoconservadora no es tal, según vemos. Debaten, algo saludable, reformas de aplicaciones, que no es lo mismo, ya que como le dijo el ministro Clark, "hicimos una guerra por ellos". No es información; es otra cosa. llámenla  como quieran.

Nuestras formas de expulsar a los trabajadores extranjeros son, muchas veces, bastante peores, sin debate y transcendencia, como podemos comprobar en la prensa cada día. Eso cuando aparecen  y no se silencian. Hay muchos casos de ciudadanos extranjeros apoyados por asociaciones o simples vecinos ante su expulsión, que no han logrado los titulares que el Catgate. También hemos dado nacionalidad española a algunos criminales sin más explicación, como en el caso de uno de los mayores corruptos del régimen de Hosni Mubarak, el millonario Hussein Salem caso del que todavía esperamos una explicación [ver entrada]. Este ver la paja en el ojo ajeno y no en el propio es un defecto muy nuestro, sobre todo si hay interés en meter mucha paja en el ojo del otro. 
En segundo lugar, seguimos con la manía periodística y política de que todo se lea en clave nacional. Ya hablamos de esto en otra ocasión: aquí somos de Obama o de Bush, de Cameron, de Sarkozy, de Merkel o del que le toque en frente, según nuestras adscripciones políticas, que hacemos extensivas a los demás países. No informamos de lo que ocurre en el mundo para que se sepa qué ocurre; parece que lo hacemos para acumular razones contra unos y otros en clave local. Es absurdo y no hace más que ocultarnos lo de dentro y lo de fuera. Nunca es igual y nos hace perder más ecuanimidad, si es que eso le importa a alguien, y perspectiva. En el fondo, son cortinas de humo para distorsionar lo que aquí ocurre.
Y en tercer lugar nos demuestra que Gran Bretaña ha seguido en su decadencia al no considerar relevantes los lazos sentimentales con las mascotas como un factor por encima de otros. Al fin y al cabo, la gente se divorcia de sus parejas, pero no de sus mascotas ni de sus políticos. Ellos nunca lo harían.

* "La ministra del interior británica pide eliminar la ley de los derechos humanos" La voz de Galicia 5/10/2011  http://www.lavozdegalicia.es/mundo/2011/10/05/0003_201110G5P22991.htm

**Adam Wagner: "Catgate: another myth used to trash human rights"  The Guardian 4/10/2011 http://www.guardian.co.uk/law/2011/oct/04/theresa-may-wrong-cat-deportation?INTCMP=ILCNETTXT3487 [en este enlace se puede acceder directamente a la sentencia final reproducida]


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