Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De nuevo las fuerzas de la reacción quieren desviar el futuro en marcha de Egipto. Hay demasiados intereses, dentro y fuera, para evitar que allí triunfe un deseo de libertad que se escapa de la historia real y de la historia escrita. Los que escribieron con los hechos las dictaduras en el mundo árabe y los que creen leer el futuro de opresión anunciando la imposibilidad histórica de una democracia árabe, se equivocan; los que dijeron y dicen que el pueblo árabe es un hijo eterno en manos de un padre bondadoso y firme que lo corrige por su bien se equivocan; los que dejan que el caos se forme para que se añore el orden que anula la vida…, todos ellos se equivocan.
De nuevo las calles de El Cairo se tiñen de sangre ante la pasividad de los que debieran evitar que el caos se produzca. La manifestación contra los militares por la mañana en Tahrir exigiendo limitar las actuaciones de la Junta, se convierte en un asalto a la embajada de Israel con más de doscientos heridos y un muerto por ataque cardíaco. Otra vez el caos. Otra vez lo que comienza bien, tranquilo, se transforma en violencia.
Pero el caos es la estrategia coral de las voces que quieren que la democracia fracase en Egipto. Los restos del régimen de Mubarak siguen moviendo los hilos del caos que favorece el involucionismo antes de llegar a evolucionar. Con unas elecciones a la vista, que deberían estar celebrándose ya, pues fueron retrasadas, los disturbios provocan una escalada de violencia que puede degenerar, como siempre ha ocurrido en las amañadas elecciones egipcias anteriores, en conflictos graves que justifique diversas medidas políticas de control y supervisión permanente.
La manifestación en la mañana en Tahrir |
¿A quién no le interesa que haya democracia en Egipto? En primer lugar, a las fuerzas del régimen de Mubarak que siguen actuando en la sombra para no perder sus cuotas de poder. Sin Mubarak, con parte de su cúpula en la cárcel, quedan sin embargo las múltiples estructuras de corrupción locales que siguen controlando a partes importantes de la población, más las otras figuras que esperan y temen por sus personas y fortunas.
En segundo lugar, tampoco le interesa a una parte del Ejército y la Policía, que siguen siendo cuestionados y cuyas protestas no logran reprimir, a pesar de los 12.000 juicios militares de civiles que se llevan realizados desde la revolución de febrero. Cuanto más revuelto esté el país, más necesaria parecerá la tesis del orden y la gobernabilidad de una mano fuerte, ya sostenida por Mubarak. Los militares controlan en país desde los años cincuenta. No son solo los treinta años de Mubarak.
En tercer lugar, no le interesa a los dictadores en proceso de derribo, como ocurre en Siria, especialmente, o en Libia y Yemen. Cuanto más se perciba la imposibilidad de una democracia pacífica, menos apoyos occidentales tendrán las causas de los países que avanzan hacia la libertad. Cuantos más conflictos estén abiertos, Bashar Al Assad se siente más seguro de que su sangriento conflicto con su pueblo se diluye en la estrategia de “conflictos-uno-a-uno” de Occidente.
Y en cuarto lugar, según manifestación propia, no le interesa al gobierno de Israel, que se enfrenta además en los próximos días a una prueba de fuego en las Naciones Unidas y ve con preocupación la aproximación y el apoyo de los países occidentales a la causa de la democracia árabe. Israel es un país celoso de su exclusividad, hasta el momento, con Occidente. NO le gusta que Occidente haga buenas migas con los países árabes. El mano a mano que ha emprendido con la Turquía reforzada de Erdogan a cuenta del cerco marítimo a Gaza, hace que se sienta inseguro en unas fronteras que creía con aliados seguros hasta el momento.
Con intereses tan distintos, todos estos incidentes comienzan con la represalia de un oscuro atentado en la frontera de Egipto con Israel, cuyo origen ha sido rechazado por las autoridades palestinas, seguido de una respuesta contundente de Israel que cuesta la vida a cinco soldados egipcios.
El asalto a la embajada de Israel en El Cairo es un mensaje múltiple al mundo. Y el mensaje dice: 1) sin tiranos, los pueblos se rebelan y se forma el caos; 2) sin tiranos, la zona se convierte en un polvorín de una esquina a otra; y 3) sin tiranos, el único país democrático de la zona puede ser atacado por todos sus flancos. Con este mensaje lanzado al mundo, mensaje que aplaude Mubarak desde la cárcel, Assad desde su sala de operaciones represivas de depuración, Gadafi desde cualquier sótano oscuro, Saleh desde la consulta de su cirujano plástico, comienza un segundo capítulo del tortuoso camino de Egipto hacia la democracia.
Pero todos estos intereses, más los de aquellos que consideran que el camino no se debe emprender hacia una democracia moderna, sino hacia otras formas prescritas, no va a conseguir aplacar los deseos de libertad y convivencia de una nueva generación, el mejor capital que tiene Egipto. Sabíamos que la transición no iba a ser un lecho de rosas, me dice hace unos instantes una amiga desde El Cairo. En efecto, todo esto estaba anotado en un lateral del libreto, del puño y letra del director de escena. Pero la obra debe continuar hasta llegar a su acto final: la consolidación de una democracia que satisfaga los deseos de su pueblo y demuestre al mundo, por el bien de otros muchos pueblos, que es posible vivir en paz y libertad.
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