Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los límites que separan lo estúpido de lo inteligente deberían poder verse desde la luna. Sin embargo en esta amplia zanja se precipitan cada día los políticos españoles sin distinción de color o talla. Deberían instalar en las puertas de los parlamentos autonómicos y nacional, de cabildos y ayuntamientos, esas campañas en las que se hacen revisiones médicas, especialmente de vista y oído. Solo ante esta dejadez preventiva de señorías y consejeros, de alcaldes y concejales, puede explicarse su mala percepción de la vida, su nula comprensión de lo que acontece.
Lo ocurrido ayer —el asalto político a los informativos de RTVE*— es un ejemplo más de la forma en que se entiende la política en nuestro país. Nos sitúa en un nivel de control bananero de las informaciones en el que la forma de hacer desaparecer los problemas es pasarle el pincelito del típex por encima.
El afán de control del mensajero es absoluto y solo se contiene por la firmeza con la que los profesionales y la sociedad civil pueda defenderse con el sentido común en la mano y, de ser necesario, las leyes y la Constitución.
Está claro que nuestros políticos no cambian. y no lo hacen porque no escuchan y si escuchan no entienden. Sea por el motivo que sea, todos los caminos nos llevan a esta roma clase política que sigue pensando que la mejor forma de evitar errores es impedir que alguien los cuente. El didactismo mediático de los inicios de la democracia, con unos profesionales que jugaron un papel importante en la maduración política de la sociedad española, pronto dejó paso a unas formas y maneras que evidenciaban que se entendía la acción comunicativa como un modo de control. El que gobierna, narra.
Nuestra clase política no se esfuerza en mejorar nuestro sentido ciudadano, sino en mejorar su propia imagen ante una opinión pública sometida al insulto permanente de ser considerada estúpida y manipulable. Nuestras ruinosas televisiones públicas se mantienen gracias a que son los instrumentos de control político con el que la clase gobernante, todos los partidos, se aferra a la imposición y cultivo de su propia imagen. Las televisiones ejercen como “correctores” con los que se controlan las chapuzas y pifias que nuestros dirigentes nos regalan cada día. Actúan como ineptos, se retratan como héroes.
Anulada la independencia de los medios públicos, los partidos la incluyen en los beneficios de la victoria electoral. Con los votos adquieren el derecho a contar, el privilegio de describirse heroicamente en cada suceso cotidiano durante una legislatura, durante la cual pasas a ser dueño del juguete mediático y de todos los que están dentro.
Anulada la independencia de los medios públicos, los partidos la incluyen en los beneficios de la victoria electoral. Con los votos adquieren el derecho a contar, el privilegio de describirse heroicamente en cada suceso cotidiano durante una legislatura, durante la cual pasas a ser dueño del juguete mediático y de todos los que están dentro.
Nuestra clase política ha convertido todas las esferas que deberían ser independientes en mini-yoes del parlamento regional o nacional. Con eso han conseguido cargarse el prestigio, al matar la independencia, del poder judicial o de los medios públicos de información. Ávidos devoradores de independencia, se convierten en los que dictan —dictadores— cómo se debe juzgar o transmitir la realidad, privilegio que les llega con los votos que les respaldan.
El incidente indecente de la aprobación del acceso directo de los consejeros televisivos a la edición de los informativos de RTVE es una muestra más de la forma conjunta de entender su papel y, sobre todo, de falta de respeto a la ciudadanía, a la que se considera como una destinataria de su imagen retocada.
No les importan los problemas; les importa más que esos problemas lleguen descafeinados a la audiencia. No les importa la independencia de los profesionales, a los que no respetan, y a los que exigen y seleccionan desde el grado de adhesión y favor en el cultivo de la imagen pública de líderes y partidos. Solo desde este control permanente de su imagen pública es posible entender que los españoles hayamos recibido imágenes distorsionadas de nuestra situación económica, que en nuestros platós se representen farsas presentadas como debates o mesas redondas, que nuestra realidad esté contada y analizada por un reducido elenco de “opinadores” profesionales elegidos proporcionalmente al reparto de fuerzas políticas.
No les importan los problemas; les importa más que esos problemas lleguen descafeinados a la audiencia. No les importa la independencia de los profesionales, a los que no respetan, y a los que exigen y seleccionan desde el grado de adhesión y favor en el cultivo de la imagen pública de líderes y partidos. Solo desde este control permanente de su imagen pública es posible entender que los españoles hayamos recibido imágenes distorsionadas de nuestra situación económica, que en nuestros platós se representen farsas presentadas como debates o mesas redondas, que nuestra realidad esté contada y analizada por un reducido elenco de “opinadores” profesionales elegidos proporcionalmente al reparto de fuerzas políticas.
Pedir examen de conciencia sería una ingenuidad por mi parte, pero voy a hacerlo. La rebelión de los profesionales me parece un signo de dignidad gremial y de defensa de los derechos de todos a recibir una información independiente y respetuosa desde los medios públicos. Esta actitud debería mantenerse como dignidad profesional y compromiso con la ciudadanía. También los profesionales deben analizar el papel que han jugado y juegan en el control social por la clase política a través de la información. Los profesionales deben tener sus ideas, por supuesto, pero deben aspirar a alejarse de los cantos de sirenas, de las promesas de poder con las que la clase política les tienta permanentemente.
El periodismo es una profesión en la que el respeto a los demás comienza por el respeto a uno mismo. Solo se puede servir verdadera y lealmente a las audiencias y públicos siendo honesto. Esa independencia y aspiración a lo mejor es la garantía para el que lo recibe, la base de su confianza. Cuando el ciudadano percibe que lo que los periodistas les transmiten está sesgado y distorsionado, que no busca su información sino la ignorancia de lo que debe saber, es cuando el desprecio y el rechazo se producen.
En este incidente han estado involucrados todos. Cuanto más importantes sean las crisis, mayor presión sobre los profesionales, mediadores ante la opinión pública y agentes en su formación. Los medios tienen que ponerse del lado de la ciudadanía o estamos perdidos, condenados a la mala información, a la desinformación, a estar recibiendo bonitos cromos de la realidad, una realidad sacrificada cada día a pasar por el típex corrector de faltas y deslices.
* "El Consejo de RTVE revocará la injerencia en los telediarios" El País 23/09/2011 http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Consejo/RTVE/revocara/injerencia/telediarios/elpepusoc/20110923elpepusoc_1/Tes
* "El Consejo de RTVE revocará la injerencia en los telediarios" El País 23/09/2011 http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Consejo/RTVE/revocara/injerencia/telediarios/elpepusoc/20110923elpepusoc_1/Tes
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